Pensamiento social

En el primer tomo de la colección La teoría social latinoamericana, coordinada por Ruy Mauro Marini y Márgara Millán, el autor indica que el pensamiento social corresponde a la reflexión de una sociedad sobre sí misma. Expresa proyectos de clases y grupos que luchan por su hegemonía y dominación en determinadas formaciones sociales. Cuando el grado de desarrollo y diferenciación social de éstas es aún embrionario, lo mismo sucede con el pensamiento social, que tiende a justificar el orden vigente apoyándose en factores externos al plano de las relaciones sociales, como la religión, la raza y la geografía. Tal pensamiento sólo alcanza su madurez cuando busca, en este plano, las bases de la organización social.

Esto ocurrió a partir de la Revolución Industrial –fundamento tecnológico del modo de producción capitalista–, que impulsó la complejidad del sistema mundial y de sus formaciones sociales, madurando el pensamiento social y, al mismo tiempo, sus divergencias internas, vinculadas a las luchas de clases. En los países centrales, ese proceso ocasionó el desarrollo de la economía política burguesa de Adam Smith y David Ricardo, su evolución hacia el marxismo y la creación de diversas ciencias sociales (sociología, economía, ciencia política, historia, antropología y relaciones internacionales). La reacción conservadora al marxismo se estableció con la pretensión de independencia y autonomía metodológica de esas ciencias, para desautorizar la reconstrucción del conjunto de las relaciones sociales por la vía del pensamiento y la práctica política. La perspectiva transformadora, a su vez, afirma la globalidad del pensamiento al integrar, metodológicamente, sus varias disciplinas en un único proyecto de ciencia social, reconociendo, en ese ámbito, sus individualidades, y estableciendo las reformas y/o revoluciones sociales como parte de sus objetivos.

Inscripta como colonia, desde el siglo XVI, en el sistema-mundo creado por Europa occidental, América Latina sólo desarrolló un pensamiento social capaz de proporcionar un conocimiento sobre sí misma, y sobre el propio sistema mundial, a partir de las luchas por la independencia y de la diferenciación de su estructura social –expresada en la formación del proletariado-, promovida por la expansión del capitalismo. A partir de la independencia de la región se afirmó un pensamiento, manifestado en la forma radical del hispanoamericanismo de Simón Bolívar y en la versión inicial del latinoamericanismo de José Martí, que se definió por:

  • explicar la originalidad y el atraso de la región sobre la base de sus relaciones de subordinación al imperialismo ibérico o estadounidense, y de la reproducción de la economía colonial, de sus relaciones sociales y mentalidades;
  • buscar las formas políticas, sociales y económicas para superar ese cuadro en la redefinición de las relaciones sociales internas –destacando la erradicación del esclavismo y del sometimiento servil– y en las relaciones internacionales de los países latinoamericanos, mediante procesos de integración de esos Estados –decisivos para su afirmación nacional–;
  • proponer la formación de una identidad nacional y regional en la integración social y cultural entre blancos, indios y negros, capaz de impactar en las relaciones internacionales y contribuir a la solidaridad entre los pueblos.

El latinoamericanismo fue fundador del pensamiento social de la región, pues, en el siglo XIX y comienzos del XX, los pensamientos liberal y conservador permanecían atados a la preservación de formas de trabajo esclavistas o semiserviles y a la lenta transición al trabajo asalariado, lo que los indujo a aludir a determinismos raciales y geográficos cuando querían explicar nuestra especificidad y atraso.

Es conveniente diferenciar latinoamericanismo de pensamiento social latinoamericano. Éste engloba varios otros enfoques y representa la reflexión de diversas clases y grupos sobre la región que tiene origen en sus bases societarias internas y expresan su especificidad económica, política, social, cultural y/o ideológica. Pero, cuanto más vinculado a la dependencia y a la subordinación internacional, menor será su potencialidad y capacidad de afirmación. Inversamente, cuanto menos vinculado a la dependencia y a la subordinación, mayor será la potencialidad y la calidad de la contribución de nuestro pensamiento al saber mundial. El conocimiento que América Latina puede producir de sí misma es también el de su lugar en el sistema-mundo del que forma parte. La originalidad y la creatividad del pensamiento social latinoamericano son universales y fuentes de innovación y de reinterpretación del saber sobre la propia mundialidad.

El latinoamericanismo, al buscar la superación de la subordinación internacional de nuestra región, representa la fuente de mayor potencialidad y fecundidad de nuestro pensamiento. La afirmación de nuestra subjetividad y la redefinición de nuestras condiciones objetivas de existencia mundial están profundamente unidas. Pone al descubierto las paradojas de nuestra inserción mundial, y arroja una luz nueva sobre las contradicciones del propio sistema mundial capitalista que se quiere superar. Nace de las guerras por la independencia, para desarrollarse posteriormente en la década de 1920 en las obras de autores como José Carlos Mariátegui o Ramiro Guerra, y encontrar su forma más avanzada en la teoría de la dependencia, de los años 1960 y 1970, y en su desdoblamiento posterior con el enfoque del sistema-mundo.

Al afirmar su originalidad, el pensamiento social latinoamericano no se aparta de aquel desarrollado en otros lugares, en particular en los países centrales. Marxismo, weberianismo, positivismo, socialismo, nacionalismo, liberalismo, conservadurismo –todas esas referencias son apropiadas, reelaboradas y desarrolladas, y expresan la afirmación cultural y científica latinoamericana en el sistema-mundo–. Fue principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX cuando nuestro pensamiento se proyectó para ganar dimensión mundial. Las fases de su elaboración y los paradigmas en torno a los cuales se formaron sus principales contribuciones son presentados en el transcurso de este ensayo.

Contexto del nacional-desarrollismo

Las condiciones que llevaron a la afirmación del pensamiento nacional-desarrollista en América Latina, durante los años 1940 y 1950, habían sido establecidas en la década anterior, con el completo agotamiento de la hegemonía británica. Durante esta hegemonía se desarrolló la división internacional del trabajo y la extensión de la economía mundial. Los países centrales se concentraron en la industria, y los periféricos, en la agricultura, en la explotación minera o en productos de origen animal, para proveer insumos capaces de abaratar, en los primeros, los costos de la fuerza de trabajo y del capital constante (maquinarias, materias-primas, combustibles, etc.). Ese proceso se organizó por medio de un imperialismo de libre comercio, que combinó el neocolonialismo y la ideología de la libre competencia. América Latina, que desde la década de 1820 había alcanzado su independencia –con la excepción de Cuba, que la conquistó en 1902, y de Puerto Rico, hasta hoy bajo el control de los Estados Unidos–, se vinculó a ese esquema, principalmente por la adhesión de sus oligarquías al pensamiento liberal desarrollado en Gran Bretaña, que tiene su base en la doctrina de las ventajas comparativas de David Ricardo.

Según Ricardo, los países deberían especializarse en la producción de las mercancías en que tienen mayor productividad, y encaminarlas al comercio internacional para maximizar el bienestar. Un país podría especializarse en sectores de menor intensidad tecnológica, como la agricultura y la minería, pues su producto se encarecería relativamente –ya que se supone la inmovilidad internacional del capital y del trabajo–, permitiéndole participar de los frutos del progreso técnico, concentrado en la industria. En América Latina, las oligarquías agroexportadoras, mercantiles y financieras se apoyaron en esas premisas para defender la tesis de la vocación agropecuaria de sus países –cuya mayor expresión son las obras de Joaquim Murtinho y Eugênio Gudin– y justificar su dominio.

La realidad concreta, sin embargo, no se encuadraba en esas suposiciones teóricas. Los precios de los productos primarios se deterioraron en relación con los industriales, haciendo patente el gravamen de la especialización en sectores de baja tecnología. Ese deterioro se manifiesta cíclicamente: en los períodos de crisis, los precios de los productos primarios caen de modo abrupto y, en los de expansión se recuperan apenas en parte. En ese contexto de crisis estructural del Estado oligárquico-exportador se desarrolló el pensamiento nacional-desarrollista. Éste expresó los intereses de la burguesía industrial y de las camadas medias, que buscaban el control del Estado periférico para subordinar las oligarquías tradicionales, teniendo como telón de fondo el desplazamiento de la hegemonía mundial hacia los Estados Unidos.

Las tesis de la CEPAL

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Edificio sede de la CEPAL, en Santiago, Chile (CEPAL/ONU)

El más importante centro de elaboración teórica del nacional-desarrollismo fue la CEPAL y sus autores más destacados, Raúl Prebisch Celso Furtado. Su principal objetivo era la industrialización de América Latina por medio de políticas de sustitución de importaciones, en las que el Estado actúa como planificador y coordinador, y ejerce actividades productivas en sectores de infraestructura, siempre que la rentabilidad sea baja o que el empresariado nacional no tenga capital suficiente para realizar inversiones a la escala necesaria. Según estos autores, la aplicación por parte de los países periféricos de la teoría de las ventajas comparativas provoca el deterioro de los términos del intercambio y, por consiguiente, un intercambio desigual que los perjudica en su relación con los centros. Esto se explica por las siguientes razones: 

  • la creciente rigidez de la demanda internacional ante la oferta de productos primarios. Esta rigidez resulta del avance de la industrialización, que creó materias primas sintéticas, del alza de los niveles de renta, que disminuyó la propensión a consumirlos, y del cambio del centro cíclico de Gran Bretaña a los Estados Unidos, que restableció el proteccionismo en los países centrales;
  • el excedente de mano de obra rural en los países periféricos, en razón de las restricciones a la oferta de productos primarios y de la estructura agraria heredada del colonialismo –punto que destaca Furtado en su análisis de la economía brasileña–. Ese excedente reduce los salarios y actúa negativamente en la formación de los precios periféricos, que resultan de la suma de costos de los factores de producción (capital, trabajo y tierra);
  • los diferenciales de concentración de la propiedad y de organización de empresarios y trabajadores para defender los precios de sus factores de producción. En los países centrales se crea un círculo virtuoso basado en el pleno empleo. Éste se hallaría en el origen de la innovación tecnológica, introducida para ahorrar mano de obra y reducir costos, y de la capacidad de los trabajadores de participar de los frutos del progreso técnico, manteniendo activa la demanda interna y, con ella, impidiendo los efectos disruptivos de la tecnología sobre el empleo y el traslado de la productividad a los precios. En los países periféricos, inversamente, se establece un círculo vicioso. El desempleo estructural restringe la innovación tecnológica y deteriora los precios de los factores de producción.

La industrialización era considerada, entonces, como la gran fuente de superación de las raíces del subdesarrollo. Absorbería el excedente de mano de obra en las zonas rurales y formaría parte de su demanda, revirtiendo el deterioro de los términos del intercambio. Sería establecida por sustitución de importaciones en un proceso de largo plazo y requeriría alto grado de planeamiento, en razón de la escasez de divisas que tendría que administrar.

Prebisch lanzó las bases de este proyecto en El desarrollo de América Latina y algunos de sus principales problemas (1949). El planeamiento debería restringir drásticamente las importaciones de bienes de consumo suntuario, movilizar las divisas de la exportación e impulsar las inversiones que conjugasen la mayor alza de la producción y de la renta, para generar los excedentes necesarios a la interiorización de la industria. Al capital extranjero se le atribuía un papel limitado –pues se partía de su relativa inmovilidad–, pero importante para superar la escasez de divisas. La industrialización se desarrollaría en tres fases: la primera, la etapa fácil, en la que se sustituía la importación de bienes de consumo livianos por la maquinaria necesaria para su producción; la segunda, de sustitución de los bienes de consumo durables; y la tercera, en la que se buscaba interiorizar la producción de bienes de capital mediante la importación de máquinas que crean máquinas.

Raúl Prebisch conversa con Philippe de Seynes, subsecretario de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU, y René Dumont, agrónomo francés, en una Conferencia sobre la Sobrevivencia de la Humanidad organizada por la ONU, en Nueva York, en mayo de 1970 (CEPAL/ONU)

Los PC y el ISEB

Además de las tesis de la CEPAL, otras formulaciones del pensamiento nacional-desarrollista obtuvieron importancia en la región.

Los partidos comunistas demostraron gran debilidad en su capacidad para interpretar la realidad latinoamericana. Dentro de las líneas generales formuladas por la III Internacional, manejaron, con pequeñas variaciones de coyuntura, el esquema de una revolución democrática-burguesa a realizarse en una formación social dominada por el imperialismo y por el feudalismo. Buscaron una burguesía nacional revolucionaria, cuya alianza con el proletariado eliminaría el latifundio, desarrollaría la industria, expandiría el consumo de masas e institucionalizaría la democracia.

Ya en los años 20 y 30, esas tesis fueron criticadas por autores como Mariátegui, que no veían fuerza suficiente en la burguesía nacional para romper con el imperialismo y el latifundio. En los años 40 y 50, Sergio Bagú Caio Prado Júnior formularon el concepto de capitalismo colonial para mostrar que nuestras burguesías no rompen radicalmente con el pasado colonial de las formaciones sociales, y que incluso organizan nuevas formas de dominación. Pablo González Casanova, en La democracia en México (1965), responsabilizó a las debilidades de la burguesía latinoamericana ante el imperialismo y las estructuras precapitalistas por la reproducción del colonialismo interno. Sin embargo, aceptó la posibilidad de que, bajo la dirección de la burguesía estatal y con el apoyo proletario y campesino, se desarrollara un capitalismo nacional, apuesta de la que se desdiría más tarde, bajo el influjo de la teoría de la dependencia, en Sociología de la explotación (1969).

En el Instituto Superior de Estudios Brasileños (ISEB) se destacaron los trabajos de Guerreiro Ramos, Roland Corbisier, Álvaro Vieira Pinto, Nelson Werneck Sodré, Hélio Jaguaribe, Cândido Mendes e Ignácio Rangel. Guerreiro Ramos, expresión más radical del nacionalismo isebiano, propuso la fundación de una “sociología en mangas de camisa”, dirigida hacia la superación del subdesarrollo y hacia la industrialización periférica, por medio de la “reducción sociológica” que recrearía conceptos formulados en otras realidades nacionales. En cambio, Hélio Jaguaribe, en el libro O nacionalismo na atualidade brasileira (1958), defendió la diferencia entre nacionalismo de fines y medios, apoyando al primero. El nacionalismo de fines tiene por objetivo el desarrollo y acepta utilizar los medios necesarios para alcanzarlo, sean ellos nacionales o no. Jaguaribe defendía el capital extranjero como instrumento para elevar el ahorro nacional y suponía su actuación en el financiamiento de la importación de maquinarias, en la producción de materias primas y en la generación de partes y componentes para exportación.

Rumbos divergentes

A partir de mediados de la década de 1950, las divisas obtenidas con la exportación fueron insuficientes para financiar el paso a la segunda etapa de la sustitución de importaciones. Ésta se hizo con inversiones del capital extranjero, que asumió el control de los principales segmentos de la industria de bienes de consumo durables de los países latinoamericanos. Aunque tesis como la de Jaguaribe reflejaran esa realidad, el nacional-desarrollismo no efectuó una reflexión más profunda sobre los fracasos del modelo hasta que una nueva crisis de la balanza de pagos alcanzó la región en los años 60. Las revisiones, entonces, surgieron en los escritos de Prebisch, Furtado, Aníbal Pinto y Maria da Conceição Tavares, y apuntaron hacia diagnósticos y soluciones no siempre convergentes.

Prebisch publicó Para una dinámica del desarrollo latinoamericano (1963) y Para una política comercial en pro del desarrollo (1964), en los que destaca la reducción significativa de las tasas de crecimiento del ingreso per cápita de la región, en función de la existencia de estrangulamientos internos y externos para el desarrollo. Entre los primeros estaba el desempleo estructural que la industrialización sustitutiva no revirtió, sino amplió, por basarse en tecnología elaborada en los grandes centros, dirigida al ahorro de mano de obra. Su superación exigiría la suba de la tasa de inversiones mediante la tributación del consumo suntuario y la reforma agraria, tema descuidado por la CEPAL en los años 50. Esas medidas distribuirían el ingreso, creando un círculo virtuoso entre la generación de empleo, la alta propensión al consumo de los estratos populares y la inversión. El estrangulamiento externo tendría su fundamento en el avance del deterioro de los términos del intercambio, en el proteccionismo de los países centrales y en la preservación de una estructura exportadora primaria, con baja elasticidad de demanda en el mercado internacional. Su solución implicaría un amplio conjunto de medidas: diversificar las exportaciones para otras regiones, dar impulso a la integración comercial latinoamericana, incorporar productos manufacturados a la pauta exportadora, organizar fondos internacionales de defensa de los precios de los productos primarios y aceptar el ingreso del capital extranjero, aunque fuera de manera transitoria, para solucionar la escasez de divisas.

Aníbal Pinto desarrolló un punto de vista de la crisis similar al de Prebisch. En Concentración del progreso técnico y de sus frutos en el desarrollo latinoamericano (1965), señala el debilitamiento de la industrialización periférica y busca en la distribución del ingreso la recuperación de su dinamismo. Introduce el concepto de heterogeneidad estructural para indicar la reproducción del esquema centro-periferia en el interior de las sociedades periféricas. El monopolio de la productividad crea un segmento moderno en la industria, la agricultura y los servicios, que tiende a la rentabilidad al apropiarse, a partir de su diferencial de productividad y articulación con el Estado, de los ingresos de los restantes estratos de la sociedad. El mercado interno se choca con la introducción de nuevas escalas tecnológicas. Para recobrar la vitalidad de la acumulación, el autor indica el camino paradójico de la distribución del ingreso por el Estado, a favor de los polos atrasados y en detrimento del polo moderno de la economía periférica.

Furtado presentó un punto de vista mucho más escéptico sobre los contratiempos de la sustitución de importaciones y del capitalismo periférico. Para él, la incapacidad de la industrialización sustitutiva para solucionar la cuestión del desempleo conduce a su fracaso. El resultado es la concentración del ingreso, el ahondamiento del deterioro de los términos del intercambio y el estancamiento productivo del capitalismo periférico, en razón de la insuficiencia de divisas y del descompás entre las escalas productivas y los reducidos mercados internos, como el autor defendió en Subdesenvolvimento e estagnação na América Latina (Subdesarrollo y estancamiento en América Latina) (1966) y Teoria e política do desenvolvimento económico (Teoría y política del desarrollo económico) (1967).

En el texto Da substituição de importações ao capitalismo financeiro (1964), Maria da Conceição Tavares afirma el agotamiento del nacional-desarrollismo desde 1954. Para profundizar la sustitución de importaciones en dirección a los bienes de consumo durables y de capital, eran necesarias la formación de altas tasas de capital –solamente viables con el ingreso sustancial, y ya no más transitorio, del capital extranjero– y el aumento del poder de compra de las exportaciones. La mejoría en las relaciones de cambio dependía de una reforma agraria, que absorbiese los excedentes de mano de obra rural y urbana, y de la incorporación de productos manufacturados en la pauta de exportaciones. Sería también esencial la integración comercial de la región para elevar la demanda internacional de los productos de exportación y reducir las importaciones.

Variantes

Las limitaciones para combinar, bajo el dominio del capital extranjero, el dinamismo de la sustitución de importaciones con reformas sociales abrieron un espacio para el pensamiento liberal, que absorbió en forma parcial categorías del nacional-desarrollismo –como el deterioro de los términos del intercambio, el planeamiento estatal, la necesidad de la industrialización y los aspectos estructurales de la inflación–. Para los neoliberales de esa generación, la intervención del Estado no se hacía sólo en el plano económico, sino también en el político, lo que los aproximaba al autoritarismo y el fascismo. Los principales autores de ese enfoque fueron, en el plano económico, Roberto Campos y, en el político, Golbery do Couto e Silva.

La mayor preocupación económica de ese neoliberalismo era la inflación, cuyas principales causas serían en los países subdesarrollados la presión de las masas por consumir y, principalmente, la intervención “populista” de las políticas gubernamentales de sustitución de importaciones, manifestada en el control de precios o en la expansión descontrolada del crédito. Para combatir la inflación, se proponía una amplia apertura al ingreso de capital extranjero, al que se atribuía mayor movilidad. Éste elevaría el ahorro nacional y las tasas de inversión, reduciría la necesidad de intervención productiva del Estado en los puntos de estrangulamiento (energía y transportes) y atendería, en lo posible, a las presiones del consumo de las masas. Las contradicciones entre inversión extranjera y demanda de consumo popular serían resueltas por la intervención del Estado sobre los salarios. Y los obstáculos políticos para eso serían superados apelando a la doctrina de seguridad nacional, desarrollada en la Escuela Superior de Guerra (ESG), bajo los auspicios del War College. La ESG situaba, entre sus objetivos nacionales permanentes, una versión restringida de democracia liberal –que excluía los partidos socialistas y comunistas–, pero se admitía su supresión cuando se consideraba que el poder nacional y su compromiso con Occidente –en los cuadros de la Guerra Fría entre los bloques occidental y oriental– se veían amenazados internamente por la “penetración ideológica subversiva”. Para garantizar el alineamiento con los Estados Unidos, Golbery defendía el ejercicio de un papel activo de Brasil para garantizar las “fronteras ideológicas” de América del Sur y África.

El capitalismo latinoamericano seguía caminos distintos a los previstos en las teorías del desarrollo. Expresando ese “desvío”, Gino Germani y José Medina Echeverría desarrollaron una sociología de la modernización que escapó a los límites del enfoque estadounidense de Walt Rostow y Bertz Hoselitz, de donde partía. Tal enfoque proponía una secuencia rígida para la modernización de las sociedades llamadas tradicionales, que culminaba en una sociedad liberal, de consumo y democracia de masas. La modernización debería implicar el desarrollo económico autosustentado, cuya mayor expresión era la industrialización, el desarrollo político –caracterizado por el liberalismo político y por la gestión técnica del Estado– y la modernización social, manifestada en la mayor movilidad y reducción de las diferencias sociales. Germani superó ese modelo y buscó en la historia de América Latina el diseño específico de su modernización. En Política y sociedad en una época de transición (1962), afirma que los países de desarrollo tardío –posterior a la Revolución Industrial en los grandes centros– aceleraron la modernización económica y produjeron una fuerte contradicción entre la movilización necesaria al cambio social y los mecanismos de integración que la institucionalizan. La movilización se desarrolla, de forma vertiginosa, en una estructura arcaica que se moderniza y tiende a restringir los mecanismos de movilidad social. El resultado es que se generan obstáculos para realizar plenamente el pasaje de las democracias oligárquicas a las democracias representativas con participación total. Las revoluciones nacionales-populares surgen como alternativa para ampliar los mecanismos de integración social. Esas revoluciones, confrontadas con las estructuras tradicionales, desarrollan la libertad en el ámbito de la vida concreta e inmediata de los individuos –como las relaciones de trabajo–, pero la restringen en el ámbito de la vida pública al utilizar la manipulación como instrumento de control de masas. Para el autor, el peronismo fue la expresión principal de esos regímenes. Éste, sin embargo, no logró crear una alternativa estable de modernización social y económica.

Un balance de las teorías del desarrollo muestra que tales teorías no consiguieron situar de manera adecuada la originalidad de las formaciones sociales latinoamericanas, dirigir su transformación o prever sus resultados. Si el nacional-desarrollismo construyó categorías que describían algunas de sus características económicas, como el deterioro de los términos del intercambio y el intercambio desigual, explicó mal sus determinantes y su funcionamiento. Su reformulación, en la dirección de la mayor participación del capital extranjero y de las reformas sociales, reveló una incomprensión de los procesos de internacionalización del capital en sociedades dependientes. A su vez, la nueva versión del liberalismo, que compartía importantes identidades con el nacional-desarrollismo –entre ellas la visión del capital extranjero como un ahorro externo que contribuía a la formación de capital y a la autonomía de América Latina–, presentaba nítidas limitaciones. La principal era el hecho de que su énfasis en las restricciones a la demanda como pilar del desarrollo no explicaba la distribución del ingreso menos concentrada y las políticas de pleno empleo en los países centrales. Finalmente, las teorías de la modernización acentuaron por demás la fuerza de las estructuras tradicionales como factor de bloqueo del desarrollo, sin percibir que ellas se articulaban con el dinamismo de la dependencia para crear una forma específica de modernización capitalista.

Años 60-70: las teorías de la dependencia

La crisis del modelo de sustitución de importaciones asociada al liderazgo de la inversión directa extranjera, que se manifestó entre 1962 y 1967, y el ascenso de los movimientos de masas que la acompañó, contribuyeron para que las teorías de la dependencia ganaran hegemonía. Formuladas entre 1964 y 1973, mantuvieron una gran influencia hasta fines de los años 70, cuando se afirmó, con apoyo norteamericano, el liderazgo liberal-conservador en los procesos de redemocratización de la región.

El nuevo paradigma significó un salto en la comprensión de la realidad latinoamericana y mundial. Mientras las teorías del desarrollo y el liberalismo veían la economía mundial como un agregado de economías nacionales independientes que se relacionaban entre sí –principalmente por el comercio–, las teorías de la dependencia rompieron con ese nacionalismo metodológico al afirmar que la economía mundial era la realidad dominante en el desarrollo del capitalismo. Éste establece una división internacional de trabajo jerarquizada que articula clases y fracciones sociales pertenecientes a diversas unidades jurídico-políticas y las condiciona a su expansión. Tal condicionamiento no es una imposición externa, ni se realiza sin contradicciones. Se ve limitado por el hecho de que la economía mundial se basa en instancias nacionales de decisión que, sin embargo, no controlan plenamente su expansión, pues su fundamento es la búsqueda de ganancias extraordinarias que mueve el capitalismo y establece la convergencia de intereses entre las principales expresiones de las burguesías, al mismo tiempo nacionales e internacionales.

La economía mundial capitalista tiene su expansión determinada por el desarrollo de los monopolios tecnológicos, financieros y comerciales situados en los países centrales. Los países dependientes son objeto de esa expansión y se ajustan a ella. Mientras que las decisiones de las clases dominantes de los países centrales tienen gran importancia para determinar las direcciones de expansión de la economía mundial, las clases dominantes de los países dependientes tienden apenas a responder afirmativamente a esos condicionamientos. El Estado nacional es utilizado por las burguesías dependientes como un instrumento de negociación para obtener mejores condiciones de inserción internacional.

La dependencia significa la existencia de una estructura económica, política, social e ideológica simultáneamente nacional, internacional y específica. Su reproducción no lleva a la convergencia con los patrones de desarrollo de los países centrales, sino a la construcción de un proceso histórico original en el ámbito del capitalismo mundial. El subdesarrollo de América Latina expresa una trayectoria subordinada a la economía mundial jerarquizada. Interno y externo se articulan en la reproducción del fenómeno de la dependencia. La modernización no significa ruptura radical con el pasado, sino un ajuste al desarrollo de la economía mundial y de la división internacional del trabajo, en las que países dependientes y centrales están integrados y desempeñan papeles complementarios.

Las teorías de la dependencia abandonaron la tesis de un modelo nacional de capitalismo a ser internalizado y buscaron nuestra originalidad en una forma específica de inserción en la situación mundial que constituye el capitalismo y es constituida por él. Pero esa convergencia inicial ocasionó importantes divergencias en su ámbito, referentes al modo de posicionarse políticamente ante el capitalismo dependiente. Se establecieron dos grandes enfoques: el weberiano, de Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto; y el marxista, principalmente de Theotônio dos Santos, Ruy Mauro Marini, Vania Bambirra y Orlando Caputo. El primero teorizó la dependencia para aceptarla como el patrón de desarrollo y dominación de las sociedades latinoamericanas; en cambio, el segundo, latinoamericanista, lo hizo para buscar su superación.

Paradigma

Para Cardoso y Faletto, la dependencia es el paradigma de desarrollo de los países de la región. Dependencia e desenvolvimento na América Latina (Dependencia y desarrollo en América Latina) (1969), la mayor expresión de ese enfoque, se vuelve contra las interpretaciones nacionalistas y socialistas del capitalismo latinoamericano. Ellas verían en el capital extranjero un obstáculo al desarrollo, en particular a la industrialización, y buscarían en la burguesía nacional, y en su asociación con el Estado, o en el proletariado, las fuentes de superación del bloqueo.

Según los autores, era necesario diferenciar la vieja dominación imperialista, analizada por Lenin, de la nueva dependencia, establecida por el capital extranjero en la posguerra. Ésta se inclinaba hacia la internacionalización del mercado interno y diferenciaba las formas políticas de dominación de las económicas, permitiendo a aquéllas la soberanía formal y mayor capacidad de negociación internacional. En el ámbito económico, el capital extranjero se solidarizaba con la expansión del mercado interno. Mientras en el viejo imperialismo, el equilibrio de la balanza de pagos era amenazado por las remesas de ganancias, pagos de intereses, servicios técnicos y royalties que superaban los ingresos, en la nueva dependencia esa descapitalización es más que compensada por la dependencia financiera internacional que moviliza los excedentes de capital en los países centrales hacia el mercado interno de los países dependientes, posibilitando el desarrollo dependiente.

Los lazos financieros, tecnológicos y comerciales del capitalismo dependiente lo unen a la economía mundial, sin conducir al dominio de la burguesía nacional y del Estado sobre la acumulación. Es un capitalismo dinámico, aun cuando implica un grado mayor de concentración de riqueza y desigualdad. En el ámbito político, tiende a desdoblarse en la democracia burguesa. El nacionalismo y el socialismo, por el contrario, aunque puedan generar mayor igualdad, conducen al estancamiento, el estatismo y el autoritarismo, y deben ser descartados como alternativas a la dependencia.

La asociación entre las dictaduras y la nueva dependencia en los años 60 y 70 fue explicada por los autores en razón de los excesos distributivos de los regímenes populistas que amenazarían la acumulación, lo que llevaría al gran capital a buscar en el autoritarismo una solución para defenderla. A su vez, la redemocratización desarrollada en los años 80 fue vista, principalmente por Cardoso, como la adquisición o restauración para el capitalismo dependiente maduro de su normalidad política. Ésta se revela capaz de proporcionar a la burguesía el ejercicio de la dependencia negociada, por medio de la cual establece el protagonis­mo de la acumulación y atiende a moderadas presiones sociales y nacionales para la participación en sus resultados.

La acumulación en el capitalismo dependiente

La visión marxista de la dependencia recibió gran influencia del latinoamericanismo de la década de 1920, expresado en Mariátegui y Ramiro Guerra, y del pensamiento de Paul Baran y Andre Gunder Frank, en los años 50 y 60. Ahí se destacaban la descapitalización que el capital monopolista extranjero ejercía sobre los países periféricos y la articulación de éste con una burguesía local, compradora, latifundista y dirigida para la exportación; o la debilidad de esa clase para romper con el imperialismo, liderar la industrialización y el desarrollo, lo que pasaría a ser tarea del proletariado, con el establecimiento del socialismo. Pero esa visión presentaba limitaciones para el pleno desarrollo del enfoque de la dependencia. La principal era que olvidaba la dimensión competitiva del monopolio capitalista, lo que resultaba en una presentación estática de la relación entre externo e interno que constituía la dependencia, y esto impidió la construcción de una teoría del capitalismo dependiente. El dilema entre socialismo y desarrollo, por un lado, o capitalismo y estancamiento, por otro, no era acertado para situar la problemática latinoamericana.

En las obras de Theotônio dos Santos y Ruy Mauro Marini el enfoque de la dependencia alcanzó madurez. Ellos establecieron una teoría del capitalismo dependiente capaz de ofrecer una visión dinámica de las relaciones de poder internas y externas que la constituyen. Reafirmaron la tesis de Baran y Frank del papel de descapitalizador del capital extranjero en los países dependientes, pero la superaron al mostrar que éste derivaba de la competencia monopólica: los monopolios compiten entre sí y sólo obtienen éxito y amplían la masa de plusvalía de la que se apropian en el caso de que presenten dinamismo tecnológico. Los países dependientes, al ser objeto de esa competencia, se incorporan a la división internacional en una especialización productiva que los vuelve inferiores.

Theotônio dos Santos y Marini destacan las especificidades del proceso de acumulación en el capitalismo dependiente. Su fundamento es la búsqueda de ganancias extraordinarias que impulsa a las burguesías periféricas al compromiso con los monopolios internacionales. Al asociarse a sus bases tecnológicas, financieras, comerciales e institucionales, superan los límites endógenos de su capacidad de acumulación y asumen una condición monopólica en el ámbito de sus segmentos productivos de actuación y de sus Estados nacionales. Sin embargo, eso implica una importante contradicción: la plusvalía extraordinaria asume un aspecto central en el capitalismo dependiente, pero el hecho de basarse en la tecnología extranjera acarrea transferencias de plusvalía para el exterior.

La plusvalía extraordinaria implica el aumento de la plusvalía apropiada por el capitalista individual sin el aumento de la tasa de plusvalía media en el sector productivo. El capitalista individual reduce el valor individual de la mercadería que produce y mantiene su valor social, pero la elevación de la productividad, generada por la absorción de la tecnología extranjera, tiende a desvalorizar los productos de los países dependientes en el mercado internacional –en el que no representan un monopolio tecnológico– y ahonda el deterioro de los términos del intercambio. El resultado es la caída de la tasa de plusvalía y de ganancia en el ramo, así como la supresión de la plusvalía extraordinaria, lo que provoca la crisis de la economía exportadora que mueve las primeras etapas del capitalismo dependiente.

Las alternativas para el restablecimiento de la plusvalía extraordinaria y de la tasa media de ganancia que impulsan la acumulación de capital y el progreso técnico son la mayor explotación del trabajador, para recuperar las tasas de plusvalía de la economía exportadora, o el desplazamiento de la realización de mercancías hacia el interior de la economía dependiente, buscando allí una fuente sustentable de plusvalía extraordinaria. El desplazamiento se hace hacia los sectores productores de bienes de consumo suntuario, los más adecuados para sustentar la reducción del valor individual de las mercancías independientemente de su valor social y ejercer, en razón del mayor dinamismo de su demanda, una ganancia extraordinaria que, en su beneficio, actúa sobre el conjunto de la economía periférica. Pero ese movimiento no puede separarse de la mayor explotación del trabajo que sustenta la economía exportadora, y antes la refuerza en las formaciones sociales dependientes. Eso se debe a que la plusvalía extraordinaria deprime las tasas de plusvalía en el segmento de bienes salario; y el sector de bienes de consumo suntuario financia, por esa depresión, la transferencia hacia la economía mundial de las divisas necesarias para interiorizar el progreso técnico que sustenta su liderazgo en la economía dependiente.

Las caídas de las tasas globales de plusvalía y de ganancia en función de esa transferencia y de la fijación interna de plusvalía extraordinaria, que fundamentan el capitalismo dependiente, lo llevan a basarse en la superexplotación del trabajo para neutralizarlas total o parcialmente. Eso significa una caída de los precios de la fuerza de trabajo por medio de tres mecanismos: la extensión de la jornada de trabajo o la elevación de la intensidad del trabajo, ambas sin el aumento equivalente de la remuneración que corresponda al mayor desgaste de la fuerza de trabajo; y la reducción salarial. Sería posible agregar incluso el aumento del valor de la fuerza de trabajo, vía calificación, sin el aumento correspondiente del salario. Esas tesis fueron expuestas, sobre todo, por Marini. De sus trabajos se destacan un conjunto que constituye el núcleo de la economía política de la dependencia: Dialética da dependência (Dialéctica de la dependencia) (1973), O ciclo do capital na economia dependente (1978) y Mais-valia extraordinária e acumulação de capital (1979).

Debates sobre las teorías de la dependencia

Algunas discusiones asociadas a las teorías de la dependencia enfocaron la inestabilidad política y la falta de legitimidad del capitalismo dependiente. La sucesión de golpes militares en América del Sur fue vista como expresión de esa inestabilidad, responsable por la destrucción del movimiento popular que se desarrolló a partir de la experiencia democrática de posguerra y dio lugar a Estados de contrainsurgencia, como los denominó Marini, o a Estados fascistas en condiciones de dependencia, como los calificó Theotônio dos Santos.

En Socialismo o fascismo: el nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano (1978), Theotônio dos Santos distingue Estado fascista y movimiento fascista. El primero es un régimen de terror del gran capital y somete al segundo, de origen pequeñoburgués, en el que se apoya. En los países dependientes, esa sumisión implica el desbaratamiento del movimiento fascista, en razón de las contradicciones entre su dinámica nacionalista y la base social del Estado: el capital extranjero y la burguesía asociada. El fascismo dependiente no creó un partido político propio, se quedó limitado en su ofensiva ideológica por su bajo grado de legitimidad y se basó en el control del Estado por las Fuerzas Armadas. La relación del gran capital con ese fascismo es dialéctica. Una vez cumplida la tarea de destruir el movimiento popular, la centralización del poder estatal que el terror exige entra en contradicción con la desnacionalización del poder económico, impulsando al nacionalismo bajo la forma de capitalismo de Estado. Ese proceso lleva a la burguesía dependiente a apoyar una redemocratización restringida, pero su limitación ideológica permite al movimiento popular adelantarse y ampliarla. Sobre la restauración democrática pesa el mismo dilema que la confrontó en la posguerra: avanzar en dirección al socialismo o debilitarse y abrir espacio al fascismo.

Para los teóricos marxistas de la dependencia, el socialismo, al romper con la dependencia, debe eliminar la superexplotación del trabajo y la pobreza, pero su gran desafío es superar la condición periférica. Para eso tiene que conjugar la preservación de la soberanía nacional y regional con la inserción en una economía mundial donde domina el capitalismo.

Las diferencias entre los elaboradores de las dos grandes vertientes de las teorías de la dependencia dieron lugar a polémicas contundentes. Las desventuras de la dialéctica de la dependencia (1978), de Fernando Henrique Cardoso y José Serra, y Las razones del neodesarrollismo, la respuesta de Marini, publicada en el mismo año, marcaron el auge de esas polémicas. Una evaluación contemporánea de esas discusiones permite destacar algunos aspectos importantes.

Cardoso y Faletto sobrestimaron la expansión de la demanda interna de los países periféricos y del financiamiento externo para neutralizar las salidas de capital y conciliar dependencia y desarrollo. De 1956 a 2004, se registraron salidas de aproximadamente US$ 1.427 billones e ingresos de US$ 1.061 billones, con una tasa de ganancia de 34% para los propietarios no residentes (gráfico 1). Y los siguientes movimientos cíclicos: de entradas, 1956-60, 1968-81, 1991-98; y de salidas, 1961-67, 1982-90 y 1999-2004 (gráfico 2).

1) Remesas de ganancias, intereses y servicios no-factoriales versus entradas de capital extranjero en América Latina (1956-2004)

 

 2) Remesas de ganancias, intereses y servicios no-factoriales versus entradas de capital extranjero en América Latina

Fuente: Elaborado por el autor con datos de anuarios estadísticos de la CEPAL (1986, 1992 y 2005). Se excluyen viajes de servicios no-factoriales.

Eso subraya la relevancia de las tesis de Theotônio dos Santos, en Dependencia y cambio social (1972) e Imperialismo y dependencia (1978), y de Orlando Caputo y Roberto Pizarro, en Dependencia y relaciones internacionales (1973). Ellos demostraron que los movimientos de salidas de capital superan cíclicamente las entradas por medio de diversos mecanismos: remesas de ganancias, pagos de intereses, servicios de la deuda, etc. El capital circula en busca de ganancias y concentra sus inversiones en aquellos sitios que pueden proporcionarle liderazgo tecnológico y plusvalía extraordinaria en la economía global. Las entradas de capital en América Latina son limitadas por el deterioro de los términos del intercambio, que baja la tasa de ganancia, y por la superexplotación del trabajo, que restringe la demanda interna. Una vez alcanzados esos límites, se generan períodos de salidas de divisas que sobrepasan ampliamente las entradas.

Además, la descapitalización a que se ven sometidos los países dependientes implica el crecimiento exponencial de la deuda externa y el destino de partes crecientes de los nuevos ciclos de entrada de capitales al financiamiento de los déficit anteriores a la balanza de pagos. Eso acarrea una pérdida de calidad productiva del ingreso de capital, y conduce a lo que Theotônio dos Santos denomina tendencia al estancamiento relativo del capitalismo dependiente. Esa tesis no afirma la incapacidad para industrializarse y crecer, sino que, como resultado de ese crecimiento, la dependencia trae un creciente gravamen financiero, cuyos efectos depresivos sobre la tasa de ganancia apenas serán neutralizados con la profundización de la superexplotación. La historia latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX ilustra esa situación. Desde 1982, América Latina cambió su nivel de egresos financieros y redujo el dinamismo y el peso relativo de su PBI per cápita en la economía mundial a niveles anteriores a los de la sustitución de importaciones.

En tercer lugar, los procesos de redemocratización en el capitalismo dependiente no llevaron a la reducción de la exclusión social y de la pobreza y a la generalización de la plusvalía relativa en los años 1980 y 1990. La combinación, que los acompañó, de elevación de la intensidad del trabajo, aumento de la cualificación, regresión salarial y precarización de los trabajadores, indicó la profundización de la superexplotación en América Latina. Esta situación fue parcialmente revertida en la primera década de los años 2000 con el boom de las commodities que favoreció la balanza comercial latinoamericana, la desvalorización de los bienes de consumo suntuarios impulsado por la fase expansiva del ciclo de Kondriatev, el ascenso de gobiernos de centro-izquierda e izquierda en América del Sur y el envío de remesas por inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos y en Europa, principalmente para México y América Central. La desvalorización de los bienes de consumo suntuario, en función de la competencia intercapitalista, puede compensar parcialmente la superexplotación del trabajo, ampliando el consumo interno, en particular, en los períodos cíclicos de larga expansión. Este aspecto no recibió suficiente atención en la obra de Marini en la construcción de este importante concepto, lo que puede llevar a una subestimación de la capacidad del capitalismo  dependiente articular hegemonías políticas e ideológicas.

La democratización, sin embargo, no ha demostrado bases sólidas. La imposición del neoliberalismo, en la década de 1990, dio lugar a una brutal centralización del poder institucional en el Ejecutivo, cuya mayor expresión fue la dictadura de Alberto Fujimori, en Perú. La pérdida de la legitimidad neoliberal, al final de la década, amenaza la estabilidad institucional. Si el poder popular avanza, ocurren intentos de golpe apoyados por el imperialismo. Varios son los casos, los más notorios, el intento de golpe contra Hugo Chávez en el 2002, el golpe contra Manuel Zelaya en el 2009 y contra Fernando Lugo en el 2012. El fin del período del boom de las commodities, reduce el espacio de consenso, amenaza las conquistas populares y acentúa los procesos de desestabilización, particularmente contra los gobiernos de Nicolás Maduro y Dilma Rousseff, incluyéndose allí el intento de suspender los derechos políticos de Luiz Inácio Lula da Silva. Los gobiernos de Evo Morales, Rafael Correa y Cristina Kirchner fueron igualmente objetos de intentos de desestabilización.

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Panel de discusión “De la pobreza a la prosperidad” que tuvo lugar en el Foro Económico Mundial para América Latina 2015, en Cancún, México (Benedikt von Loebell/World Economic Forum)

Impacto teórico

La influencia del lati­noamericanismo y de la teoría de la dependencia se hizo sentir sobre los más diversos campos de las ciencias sociales y de la cultura latinoamericana, y alcanzó incluso a los países centrales.

En la antropología se destaca la obra de Darcy Ribeiro. En libros como O processo civilizatório (El proceso civilizatorio) (1968), As Américas e a civilização (Las Américas y la civilización) (1969) o O dilema da América Latina (El dilema de América Latina) (1971), sitúa la identidad de los distintos pueblos latinoamericanos en su condición de “proletariado externo” de los centros del capitalismo mundial e inserta la trayectoria de esos pueblos en las diferentes etapas del desarrollo de la civilización occidental: las revoluciones mercantil, industrial y postindustrial.

En la sociología, Aníbal Quijano articula modernidad y marginalidad como parte de un mismo proceso de expansión histórica. Por su parte, Florestan Fernandes, sobre todo con Revolução burguesa no Brasil (La revolución burguesa en el Brasil) (1974), recurre a la dependencia para teorizar sobre un capitalismo sui generis, en el que la herencia colonial tiene un gran peso. Octavio Ianni, su principal discípulo, extiende y amplía esos análisis. En México despunta la obra de Pablo González Casanova.

En la ciencia política se desarrollan las teorías de transición al socialismo, bajo el ímpetu de la radicalización social en la región, en particular en Chile. Se destacan las discusiones sobre la naturaleza del poder dual, polarizadas por Sergio Ramos y Ruy Mauro Marini. Éste señala, en la dualidad de poderes, un proceso revolucionario que sobrepasa y supera el Estado burgués al someter sus instituciones a los intereses de las organizaciones populares. Ramos, expresando el pensamiento de la Unidad Popular, se preocupa con la representación de la dualidad de poderes para acomodarla en el interior del Estado burgués. En la religión se elabora la Teología de la Liberación que, en las obras de Gustavo GutiérrezLeonardo Boff y Enrique Dussel, toma la teoría de la dependencia como base para situar la problemática del humanismo cristiano ante la coyuntura latinoamericana. Esta teología propone que se inicie en este mundo, por la praxis de los pobres y oprimidos, la concretización de las esperanzas del reino de Dios, cuya construcción exige la liquidación de las estructuras del pecado social que generan pobreza y riqueza. En educación despunta Paulo Freire, que propone la pedagogía y la creación del saber como obras colectivas y recíprocas de educadores y alumnos. En filosofía, Leopoldo Zea desarrolla, hacia fines de los años 60, su filosofía de la liberación latinoamericana. En geografía, Milton Santos afirma su obra y Amílcar Herrera se aproxima a la teoría de la dependencia para, a comienzos de los años 70, esbozar la noción de sistemas de ciencia y tecnología.

En los países centrales, la teoría de la dependencia fue la base para la elaboración de los análisis del sistema-mundo, desarrollados por Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi y Terence Hopkins, en el Fernand Braudel Center, o, fuera de él, por Samir Amin y André Gunder Frank.

Del endogenismo al neodesarrollismo

La crisis de las teorías de la dependencia estuvo vinculada con las derrotas del movimiento socialista en los años 70, que restringieron los enfrentamientos con el imperialismo. Surgió entonces el endogenismo, que acusaba al paradigma anterior de contaminar los análisis de clase con el concepto de nación, de despreciar la lucha de clases y las determinaciones internas a favor de las externas. Sus mayores expresiones se encuentran en los trabajos de Francisco Weffort, Agustín Cueva, Ciro Flamarion Cardoso y Carlos Sempat Assadourian.

El endogenismo enfatiza el concepto de articulación de modos de producción: en una formación social existen diversos modos de producción que se articulan para conformar una totalidad social y le confieren particularidad. La especificidad de América Latina y de su capitalismo sui generis se buscará en esa articulación interna. Sin embargo, en varios textos, la visión de modo de producción se restringe a los aspectos económicos, apartados de la dimensión superestructural que los dirige, en particular el Estado. Un ejemplo es el concepto de modo de producción colonial de Ciro Flamarion Cardoso, que, al definirlo, ignora la subordinación de las instituciones coloniales a la metrópoli.

Aislando lo interno de su articulación con lo externo, en significativo retroceso metodológico, las críticas endogenistas prepararon el terreno para el despuntar del neodesarrollismo. Éste retomó la problemática de la industrialización articulándola con la democratización del Estado. La democracia es vista, inicialmente, como condición para la atención de las demandas sociales y, después, para el propio éxito de la industrialización, invirtiendo la lógica inicial del pensamiento desarrollista. Sus principales autores son Maria da Conceição Tavares, Aníbal Pinto, Jorge Graciena, Fernando Fajnzylber, Raúl Prebisch, Celso Furtado, João Manuel Cardoso de Mello y José Luís Fiori.

Fundamental para el neodesarrollismo es el concepto de estilos de desarrollo, formulado por Aníbal Pinto y Jorge Graciena, que concilia, en un concepto unificado, las dimensiones económicas y sociales del desarrollo, analizadas, respectivamente, por la CEPAL y por el ILPES (Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social), fundado bajo su inspiración. Uno de sus principales antecedentes fue el texto de Maria da Conceição Tavares y José Serra, Mais além da estagnação (1971). Allí se afirma el círculo de causalidad acumulativa entre los patrones de desarrollo económicos y sociales, superándose la tesis de que los primeros llevarían necesariamente a la reducción de las desigualdades. El desarrollo se basa en fuerzas sociales y políticas y, de acuerdo con su composición, ocurren distintos impactos en la distribución del ingreso y la reducción de la pobreza.

Se pueden distinguir dos ejes básicos de preocupación del neodesarrollismo: la demostración de la viabilidad del desarrollo en condiciones de desigualdad social y la reformulación del estilo del desarrollo. El primero enfatiza el dinamismo de la demanda interna y su capacidad para arrastrar consigo un patrón de financiamiento internacional. Maria da Conceição Tavares, en Acumulação de capital e industrialização no Brasil (1974) y Ciclo e crise: o movimento recente da industrialização brasileira (1978), y João Manuel Cardoso de Mello, en O capitalismo tardio (1975), destacan, bajo inspiración kaleckiana, la capacidad del sector de bienes de capital de la economía brasileña, a partir del final de los años 50, de crear endógenamente la demanda y superar los estrangulamientos de la balanza de pagos. El consumo suntuario impulsa el sector de bienes de consumo durables y desvincula de la distribución del ingreso la producción de mercaderías. El financiamiento del consumo por el capital financiero, garantizado por la expansión industrial, alcanza a los más pobres, que se benefician más lentamente con esa expansión. La crisis económica y la eclosión de la deuda externa, en la década de 1980, colocaron en jaque ese pensamiento, a pesar del intento de Antônio Barros de Castro para reorientarlo, al afirmar en A economia brasileira sob marcha forçada (1985) la madurez tecnológica de la economía brasileña y su capacidad de generar saldos comerciales para financiar la deuda externa y su crecimiento.

La preocupación por reformular los estilos de desarrollo está presente en los trabajos de Fernando Fajnzylber y Prebisch, de los años 80, que se aproximaron a la teoría de la dependencia en una versión radicalizada de socialdemocracia. Los autores señalan que la condición periférica y la desigualdad no impiden el desarrollo, pero lo limitan y le confieren características particulares. Fanjzylber destaca en La industrialización trunca de América Latina (1983) y en Industrialización de América Latina: de la caja negra al casillero vacío (1990) que la debilidad del empresariado latinoamericano no conduce a la creación de un núcleo nacional productivo-financiero generador de las bases tecnológicas de su expansión nacional e internacional. El resultado es el proteccionismo frívolo –el empresariado local se apoya en el Estado para practicar elevaciones de precios y el rentismo–, la penetración de las empresas multinacionales en los espacios nacionales y la limitación del segmento de bienes de capital, generador de encadenamientos tecnológicos, en nuestra industrialización. La corrección de ese estilo de desarrollo no estaría en la apertura a la competencia internacional, que destruiría las precarias bases empresariales locales, sino en la ampliación de las alianzas sociales y políticas que sustentan la industrialización y en el desplazamiento de su centro de gravedad hacia los sectores sociales mayoritarios, creándose el encadenamiento virtuoso: equidad, austeridad, crecimiento y competitividad. En una línea de argumentación semejante, Prebisch propone, en Capitalismo periférico: crisis y transformación (1981), una síntesis entre el socialismo y el liberalismo económico para superar las debilidades del capitalismo periférico. Una perspectiva más conservadora de corrección de los estilos de desarrollo es defendida por José Luís Fiori, en O vôo da coruja (1984), y por Maria da Conceição Tavares, en sus escritos de los años 80, y apunta hacia la construcción de un capitalismo democrático, monopólico y centralizado, capaz de crear un patrón endógeno de financiamiento, que lleve al protagonismo de un empresariado neo­schumpeteriano dedicado a la modernización social y tecnológica.

El neogramscianismo

Otra expresión del aislamiento de lo interno es el pensamiento neogramsciano, impulsado en la región por la combinación entre derrota de la izquierda revolucionaria, crisis económica y redemocratización. Éste describe, a partir de lo que denomina Occidente, la democracia como valor universal, e inscribe la lucha política en los marcos de la legalidad. Sus principales autores son José Carlos Portantiero, Carlos Nelson Coutinho, Carlos Pereyra y Luiz Werneck Vianna.

América Latina está dividida en dos grandes unidades: el Occidente tardío, que se asemeja a la Europa mediterránea, constituido por los países que avanzaron en la industrialización y en la diferenciación de las estructuras de clases (Brasil, México, ArgentinaUruguay y Venezuela); y su parte no occidental, constituida por las sociedades agrarias. Si en las últimas, las luchas nacionales-populares prevalecen, en el Occidente tardío estarían subordinadas al enfrentamiento democrático. La democracia se vuelve espacio condicionante de las contradicciones entre la burguesía y el proletariado, o entre el imperialismo y la cuestión nacional. Por medio de la democracia, es posible reestructurar esas contradicciones y superarlas, en un juego de guerra de posiciones a ser dirigido por un bloque histórico al mando del proletariado y de sus intelectuales orgánicos. El esfuerzo principal debe ser el de desarrollar la autonomía de la sociedad civil y sus articulaciones con el Estado, para garantizar la expresión, sin interrupciones, de la acumulación gradual de las fuerzas socialistas. La revolución se expresaría en un proceso acumulativo de reformas en el ámbito de la legalidad de los espacios nacionales.

El neogramscianismo realiza una interpretación particular del teórico marxista italiano al valorizar unilateralmente la dimensión consensual de la hegemonía y la guerra de posición. Para Gramsci, aquélla también se constituye por la coerción y exige, como contrapartida, la guerra del movimiento por las luchas sociales. Más que una oposición entre las guerras de posición y de movimiento, que respalde una sólida continuidad democrática, lo que parece desarrollarse en las sociedades capitalistas industrializadas es una forma específica de complementariedad, que no elimina la insurrección como una dimensión importante de las luchas político-ideológicas.

Hacia fines de los años 80, la incapacidad de los neodesarrollistas y neogramscianos para articular avances democráticos y desarrollo económico abrió un espacio para el neoliberalismo, que restringió el desarrollo político a favor de los intereses del capital.

El neoliberalismo y la década de 1990

El fracaso del pensamiento socialdemócrata tiene su raíz en la tolerancia a la hegemonía de los Estados Unidos. La crisis de esa hegemonía en América Latina se manifestó en los años 60, con la sustitución de las democracias por dictaduras militares, y se profundizó en los años 80, conduciendo a la redemocratización al instituirse un período en que predominan cíclicamente las salidas de capitales. La tentativa de conciliarlo con el desarrollo económico y con las presiones populares para la distribución del ingreso condujo a la explosión inflacionaria, a la crisis en la balanza de pagos y a la moratoria técnica. El prestigio creciente de la formulación cubana de una negociación conjunta para la deuda externa, la aproximación entre los países latinoamericanos y los riesgos políticos del avance de la radicalización social conducen a la reestructuración de las bases de la hegemonía estadounidense. Ésta se concretó en torno al Consenso de Washington, que propuso la renegociación de la deuda externa latinoamericana a cambio de la apertura comercial y financiera de la región, de la privatización de las empresas estatales, de la elevación de los intereses y de la amplia desregulación de la economía, en particular de los mercados de trabajo. Ante la falta de alternativas de socialdemócratas y liberales –hegemónicos en el contexto de la redemocratización– para la crisis, el neoliberalismo se impuso.

Los pioneros en el pensamiento neoliberal en América Latina fueron representantes de la derecha tradicional monetarista que, en los años 50 y 60, incorporaron influencias estructuralistas. Dieron prioridad al combate de la inflación partiendo de la superación de puntos de estrangulamiento inherentes al subdesarrollo. Esto exigiría la apertura al capital extranjero y la intervención estatal para complementarlo o para contener la demanda, si fuera necesario, por el autoritarismo. La mayor expresión de esa vertiente fue Roberto Campos.

Vinieron a continuación, hasta los años 70, los economistas formados bajo la influencia monetaria de la Escuela de Chicago, donde se destacaron los becados de la Universidad Católica de Chile. Este grupo tuvo una penetración más extensa que el anterior en el aparato de Estado y ejerció una influencia ideológica más vasta. Inicialmente por medio de dictaduras, en Chile, Uruguay, Argentina y Bolivia y, en los años 80, por medio de mecanismos de representación en Costa RicaEcuador, Bolivia, la República Dominicana, México y Venezuela.

La ofensiva neoliberal también se benefició de las inversiones de fundaciones norteamericanas –principalmente la Fundación Ford–, en la reformulación de la comunidad científica de la región. América Latina se convirtió en la principal receptora de sus recursos en los años 70, destacándose Brasil, seguido a distancia por Chile y México. Se trataba de crear una intelectualidad que fuera una fuerza de contención para la amenaza socialista representada por la Revolución Cubana, pero que no estuviera comprometida con el autoritarismo, y fuera capaz de dirigir la expansión del capitalismo mediante la organización de un consenso en su favor. Así, la Fundación Ford no se identificó principalmente con el imperialismo de los Estados Unidos, sino con la formulación de su hegemonía. Ésta supone la combinación entre el mercado –en la dominación económica del capital internacional– y la libertad y autonomía políticas. El concepto de dependencia negociada, de Fernando Henrique Cardoso, fue fundamental para el desarrollo de esa perspectiva. El Centro Brasileño de Análisis y Planeamiento (Cebrap), institución organizada por su liderazgo, fue el más importante captador de recursos de la Fundación Ford en Brasil.

La entidad invirtió en el entrenamiento de intelectuales de la región en los Estados Unidos y destinó importantes recursos a centros de investigación independientes y programas específicos de posgrado. Entre ellos estaban, además del Cebrap, el Departamento de Economía y el Instituto de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica (PUC-RJ), los Departamentos de Economía y Administración de la Fundación Getúlio Vargas (FGV-RJ y FGV-SP), el Instituto Universitario de Investigaciones de Río de
Janeiro (Iuperj, Instituto Universitário de Pesquisas do Rio de Janeiro), la Asociación Nacional de Posgraduación e Investigación en Ciencias Sociales (Anpocs), el Programa de Posgraduación en Antropología Social/UFRJ y la ANPEC. El proyecto era crear una nueva elite dirigente regional dentro de una perspectiva especializada, que diera prioridad a un enfoque analítico y poco integrado del proceso social latinoamericano, restringiendo las posibilidades de una intervención sistémica en nuestras sociedades a políticas compensatorias, de tercera vía.

Conversiones

La fuerza del pensamiento neoliberal en la región se debió, en gran parte, a la conversión de neodesarrollistas y dependentistas, cuyo liderazgo político le aseguró el control del Estado.

La conversión de los neodesarrollistas al neoliberalismo siguió dos recorridos. Uno de ellos fue el de la reformulación de las teorías de la inflación inercial, que repercutieron en el fracaso de los planes heterodoxos de estabilización económica, a mediados de los años 80. Las dificultades para mantener el congelamiento de precios en economías de mercado
condujeron a la utilización del mercado internacional como instrumento de control inflacionario. Sus ideólogos locales fueron Pérsio Arida, André Lara Resende, Gustavo Franco, todos provenientes del Departamento de Economía de la PUC-RJ, y Mário Henrique Simonsen, de la FGV-RJ. El otro trayecto, más amplio, redefinió teóricamente el Estado y las relaciones sociales y económicas internacionales. El concepto de regionalismo abierto, de Gert Rosenthal, enfocó las bases del paradigma de integración de la CEPAL, al proponer la apertura comercial y financiera de la región como forma de impulsar su competitividad internacional. La reformulación del Estado y de las relaciones sociales fue pensada a partir de un modelo gerencial, basado en el nuevo laborismo de Tony Blair, y difundido por Luiz Carlos Bresser Pereira, desde el Ministerio de la Administración y Reforma del Estado (MARE) del gobierno Fernando Henrique Cardoso. Se proponía la retirada del Estado del sector productivo y la introducción de mecanismos gerenciales en la administración pública –exceptuando los sectores estratégicos–, incluso para las políticas de combate a la exclusión social.

También ocurrió la conversión de los dependentistas de extracción weberiana al neoliberalismo, en particular, Fernando Henrique Cardoso. Clave para eso fue la idea de que la dependencia constituye el paradigma de desarrollo de las sociedades periféricas. Al cambiar el paradigma de desarrollo de la economía mundial, del proteccionismo moderado que hizo viable la sustitución de importaciones hacia el neoliberalismo, se modificó su propuesta de políticas públicas.

La hegemonía del neoliberalismo condujo a una profunda crisis de las sociedades latinoamericanas que, al final de la década de 1990, se vieron amenazadas por la expansión del endeudamiento externo e interno, la desnacionalización, el desempleo y la pobreza.

El pensamiento social en el siglo XXI

La reorganización del pensamiento crítico en América Latina se articula en torno de seis grandes enfoques que se dedican al análisis de un mundo en globalización y del papel que la región puede cumplir en este proceso.

El primero, desarrolla la aproximación entre las teorías de la dependencia y las del sistema mundial, viendo las primeras como una etapa inicial de la construcción de una teoría marxista del sistema mundial. Esta aproximación se esbozó desde mediados de la década de 1970 y en los años 80 y 90, con los análisis de Theotonio dos Santos y se profundizó a partir de mediados de los años 90 con los estudios sobre globalización y el diálogo de pensadores latinoamericanos con las obras de Immanuel Wallerstein, Giovanni Arrighi, Andre Gunder Frank y Samir Amin. Este enfoque sitúa la formación de un sistema mundial capitalista en el siglo XV y su desarrollo en la articulación de sus tendencias seculares y cíclicas. Para esto, utiliza los conceptos de revolución científico-técnica, ciclos sistémicos, ciclos de Kondratiev y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Distingue el período que se abre, a partir de 1967–1973, como de crisis simultánea de la hegemonía de los Estados Unidos y de las tendencias seculares del sistema mundial capitalista. Esta crisis, contenida parcialmente por la emergencia de un nuevo Kondriatiev, desde 1994, abre espacio a las políticas de contra-hegemonía, por parte de Estados y movimientos sociales. El desarrollo del regionalismo, la proyección del esta asiático y su periferia – en especial China – y la expansión de los movimientos sociales señalan las guerras de posición y de movimiento de la contra-hegemonía en el sistema mundial. América Latina le cabe la elección entre sumergirse al neoliberalismo o luchar por la ruptura con la dependencia y la participación activa en la reconducción del sistema mundial. El agotamiento de la actual fase del ciclo de Kondriatiev podrá abrir, a partir del 2020, un período de transformaciones concentradas y decisivo para la redefinición del sistema mundial, en el cual el socialismo no será la única alternativa. Entre los principales autores de este enfoque está Theotonio dos Santos y Carlos Eduardo Martins. Otro importante articulador de la teoría del sistema mundial en América Latina es Carlos Aguirre Rojas, aunque este se aparte de una articulación más próxima con la teoría de la dependencia.

El segundo enfoque que se destaca tiene sus mayores expresiones en María da Conceição Tavares y José Luís Fiori. Se basa en la reformulación del pensamiento neo-desarrollista, que desplaza el eje de su análisis a la economía mundial y sitúa, como centro más importante del poder, a partir de los años 80, la financierización del capitalismo articulada por los Estados Unidos. La hegemonía de los Estados Unidos se redefine y los aproxima de la condición de imperio, apoyada por la fuerza del dólar y de las armas. Este enfoque se desarrolla con la obra más reciente de Fiori, que, aunque establezca periodizaciones, rechaza la noción de ciclos o de agotamiento de las tendencias seculares de un sistema, cuyo inicio sitúa en el siglo XII. Analiza la coyuntura contemporánea como un período de big bang expansivo imperialista, similar al de 1150-1350, 1450-1650, 1790-1914; donde la competencia en el sistema inter-estatal se intensificaría y el protagonismo innegable de los Estados Unidos ya no será absoluto y se acomodaría a la proyección creciente de China y de Rusia.

El tercero, se vincula a la construcción de una teoría geopolítica latinoamericana y tiene en Ana Esther Ceceña una precursora e importante liderazgo. Este enfoque apunta a la vulnerabilidad creciente de los países centrales por sus necesidades cada vez mayores de consumo de recursos estratégicos de los países periféricos y del sur. Enfatiza la importancia del territorialismo para las nuevas formas de dominación, que incorporan la biodiversidad, el petróleo, el agua, la producción de alimentos, destacando la potencialidad de nuevos recursos como el litio. Sitúa, en este contexto, la importancia de América Latina como zona tropical y denuncia las formas de penetración del imperialismo para obtener el control económico, político y territorial de la región, a través de formas disuasivas que incluyen el establecimiento de bases o de acuerdos militares en la región, o del terrorismo y desestabilización política o económica de gobiernos nacionalistas. Este enfoque se aproxima del pensamiento anti-imperialista y de la teoría marxista de la dependencia para situar la integración regional como un objetivo estratégico. Partiendo del ascenso de las izquierdas en América del Sur, también se desarrolla el concepto de integración soberana que sitúa como central la construcción de una arquitectura financiera soberana, basada en la construcción de instancias supra-nacionales y democráticas de gestión: un banco de desarrollo, un fondo de estabilización y una moneda de conversión suramericana que libere a la región de la dependencia del dólar, que se articule a una cesta de monedas que preserva la soberanía de las políticas monetarias nacionales. Entre los principales autores de este enfoque, además de Ana Esther Ceceña, están Gian Carlos Delgado Ramos, Atilio Borón, Pedro Pes Pérez y Oscar Ugarteche.

El cuarto enfoque que gana bastante proyección es el del pensamiento decolonial, que busca realizar una crítica radical a la modernidad proponiendo en su lugar la transmodernidad. Apunta que la modernidad es inseparable de la colonialidad, encubierta bajo la retórica del progreso e impone la herida colonial, creando también la decolonialidad como reacción a esta. La colonialidad impone el pensamiento único y crea una enorme asimetría entre los pocos que se constituyen como sujetos legítimos y las amplias mayorías a quien se le niega la legitimidad de pensar y construir otras formas de vida y de racionalidad, siendo reducidos a la condición de explotados, exóticos y sin valor. La colonialidad, diferentemente del colonialismo que se refiere a las relaciones políticas de dominación entre estados y pueblos, dice respecto a las relaciones de poder, ser y saber, a las subjetividades y a la cultura. De esta forma, la colonialidad abarca fenómenos históricos más amplios que el colonialismo y puede permanecer después de su desaparición. La modernidad/colonialidad se caracteriza por el eurocentrismo, y se presentaría tanto bajo el discurso burgués liberal o conservador, como en el discurso comunista marxista, centra en la universalización de los intereses del proletariado europeo sobre otros pueblos y grupos sociales. El marxismo es visto por este enfoque como un discurso unitario y universalista, que buscaría construir desde la experiencia europea una solución única para la humanidad: el comunismo. La propuesta leninista de partido, centrado en vanguardias y en jerarquías aglutinadoras, generaría nuevas formas de colonialidad y de subordinación de particulares y la dialéctica trituraría las diferencias en el mismo.

El proyecto decolonial prioriza la descolonización epistemológica y en seguida la comunicación intercultural para dar fundamento a nuevas legitimidades pluri-universales, donde los consensos son el resultado del acuerdo entre formas particulares de organización de la existencia. Las categorías de la modernidad, como Estado y desarrollo debería ser sometidas a la descolonialidad y las nuevas formas de organización económica, social y política serían el resultado de proyectos éticos y epistemológicos locales. El pensamiento decolonial, tendría antecedentes en los siglos XVI, XVII y XVIII, pero se desarrollaría principalmente a través de tres grandes giros descoloniales: a) la independencia haitiana hasta la segunda guerra mundial ; b) de las luchas por la descolonización de Asia y África hasta los movimientos de 1968; c) de la que se inicia con el fin de la URSS, el surgimiento de los movimientos por otra globalización y la discusión de los 500 años de la colonización en las Américas. El pensamiento decolonial se aproxima fuertemente del pensamiento post-estructuralista francés y del proyecto genealógico de Michel Foucault que critican el marxismo y sitúan las emancipaciones en la emergencia de sujetos particulares y de saberes históricos contra proyectos totalizantes, científicos y universales. Las emergencias se tornan epistemológicamente desconectadas de cualquier perspectiva colectiva totalizante, asumiendo una fuerte dimensión anárquica, abriéndose un enorme espacio de indeterminación sobre el tipo de consenso social pluriversal a ser construido y sus alianzas de clase. Algunos autores como Walter Mignolo afirman que le pensamiento pluriversal a ser construido no es de izquierda ni de centro y ni de derecha, porque estas serían categorías de la modernidad contra la cual este se opone. Otros, como Héctor Díaz-Polanco y Enrique Dussel, más a la izquierda, buscaría articular y limitar normativamente el giro a lo particular de las nuevas emergencias a la construcción de proyectos políticos emancipatorios que articulen los conceptos de Estado nacional, centro y periferia. La crítica epistemológica que el pensamiento decolonial hace al marxismo es liberal y reaccionaria. El proyecto de Marx es el desdoblamiento de lo abstracto en dirección a lo concreto y el de redefinición de la abstracción en este proceso de concretización cada vez más amplio. No se trata de construir universales predefinidos por un sujeto particular, el proletariado europeo, por ejemplo, y sí de redefinirlo en función de la construcción de un sujeto mucho más amplio: la unidad del proletariado y de la clase trabajadora en el mundo, como resultado de la lucha de clases contra el proceso de internacionalización del capitalismo. Dialécticamente este universal no destruye la particularidad y será tan más amplio, cuanto mayores las pluralidades que sintetiza y con quien se articula. Las limitaciones que ciertas formas concretas de marxismo presentan, como el estalinismo, no constituyen el límite epistémico y político de la propuesta de Marx y Engels.

El proyecto capitalista de civilización, por su parte, no se presenta apenas bajo la forma abiertamente conservadora, colonial e imperialista y si también bajo la forma liberal, emancipadora y multi-culturalista. No apenas bajo la forma explícita de negación de la racionalidad y legitimidad de ciertos sujetos, también bajo la forma de discursos emancipatorios particularistas y unilaterales que produzcan la competencia de todos contra todas: en vez de “trabajadores del todo el mundo, uníos” individuos del mundo entero compiten entre si en función de sus identidades locales y particulares. Monopolio y competencia se repelen y se articulan dialécticamente en el proceso histórico de desarrollo de la civilización europea y de su propuesta universalista, el pensamiento decolonial adopta una premisa epistemológica regresiva y abre un peligroso precedente para sus formulaciones políticas.

El pensamiento decolonial realiza, sin embargo, un gran rescate del pensamiento latinoamericano o periférico que se insurge contra la colonialidad del saber y pone en destaque el concepto de “buen vivir” como marco de un nuevo estándar civilizatorio, caracterizado por la democracia social y ambiental e la inclusión existencial y psico-afectiva del individuo en el ámbito de la comunidad y del medio ambiente. La civilización capitalista, diferentemente, al oponer individuo a la comunidad y la tecnología a la naturaleza, general el “mal vivir”, marcado por el empobrecimiento de la vida comunitaria y ambiental del individuo y por el fetichismo de la mercancía como ilusión de satisfacción. Entre los antecedentes del pensamiento decolonial, en los siglos XVI-XIX están Guaman Poma de Ayala, Ottabbah Cugoano, Antenor Firmín y Luis Joseph Janvier. En el siglo XX se confiere un fuerte énfasis a las obras de Aimé Cesaire, Mahatma Gandhi, Frantz Fannon, Amilcar Cabral, Rigoberta Menchú y al pensamiento zapatista. También, gran parte del pensamiento marxista es excluido de la genealogía de la decolonialidad como, por ejemplo, el relacionado a la teoría de la dependencia. El concepto de inter-culturalidad gana fuerte centralidad como forma de organización democrática de la vida social y comunitaria, muchas veces parece asumir independencia de las clases sociales en la fabricación de consensos, definiéndose apenas como producto de la decisión libre de gente libre. De la misma forma la negación radical, en ciertos autores, de formas jerárquicas de organización contra-hegemónicas, manifiesta en la crítica al leninismo, parece simplificar las complejas dimensiones de articulación del movimiento popular en la lucha contra el imperialismo y la dependencia en nombre de un igualitarismo radical, estilizando las formas comunitarias de organización de los pueblos originarios.

También, el pensamiento decolonial trae el mérito de pautar una crítica civilizatoria radical a la civilización capitalista, expresada en los conceptos de buen vivir y de interculturalidad, con poderosos efectos de media y larga duración en la construcción de otra temporalidad. Su emergencia refleja la crisis de hegemonía estadounidense y atlantista en la región. Entre sus principales autores están Enrique Dussel, Anibal Quijano, Walter Mignolo, Héctor Díaz-Polanco, Ramon Grosfuegel y Nelson Maldonado Torres.

El quinto  enfoque que merece destaque es el de las teorías del populismo. La visión sobre populismo ha sido profundamente renovada a partir de los análisis de Ernesto Laclau. Las teorías del populismo se desarrollaron en América Latina en las décadas del 60 y 70, restringiendo la ocurrencia del fenómeno del populismo al período de crisis de hegemonía provocado por la decadencia de las estructuras agrarias y oligárquicas y por la incapacidad de la burguesía nacional de asumir tareas nacionales-democráticas. Estos análisis afirmaban que, en este contexto, segmentos minoritarios de las capas medias y de las fracciones del empresariado apelaban a la movilización popular para alcanzar la hegemonía y resolver el impase de poder.

También, la participación popular impulsada por el populismo no habría llevado a la organización propia e independiente de las masas que, articuladas por liderazgos de la pequeña burguesía o fracciones disidentes del empresariado y de las oligarquías, permanecían heterogéneas y desorganizadas. Las presiones por la ampliación del consumo y participación política de las masas al contar con un precario soporte organizacional, centralizado en el liderazgo carismático y autoritario del líder populista y enfrentar la resistencia de las estructuras agrarias y del conjunto de la burguesía industrial, colapsarían después de radicalizar sus demandas, no resolviendo las cuestiones que se proponían. Este enfoque ganó su mayor proyección con la obra de Francisco Weffort, el Populismo en la política brasileña (1979). En esta, el autor propone la reorganización del movimiento obrero en torno de liderazgos propios y su inscripción como un soporte de la modernización del orden capitalista por la alianza con el capital extranjero y asociado, una vez que la revolución burguesa en la periferia no sería nacional. Esta alianza se daría por presiones moderadas por la ampliación del consumo, de forma a estimular la innovación tecnológica para reducir los costos de producción.

También Ernesto Laclau renueva ampliamente los análisis sobre el populismo.  Para el autor este no se resume a una coyuntura específica, posee elementos generales y se reapresenta en diversos momentos de la historia. El populismo se vincula al impulso nivelador contra las desigualdades, presente en todas las sociedades, cuando este articula demandas plurales y heterogéneas a través de un discurso hegemónico que construye el campo del pueblo en oposición al del status quo. Para esto exige liderazgos que unifiquen estas demandas, tornándolas equivalentes y horizontales, por medio de una retórica de antagonismo a los grupos dominantes. El populismo se construye a partir de una profunda crisis de las sociedades liberales-democráticas que atienden a las demandas plurales de forma diferencial y vertical, impidiendo su unificación fuera del campo jerárquico e institucional, al cual permanece integradas. El populismo no tiene un contenido político predefinido. No es en si mismo de derecha o de izquierda, todo dependerá de las articulaciones discursivas, una vez que los significados solamente adquieren sentido en el universo relacional. Para definirlos, se vuelve fundamental el ejercicio del liderazgo hegemónico, porque este construirá el enemigo antagónico a ser derrotado y, como tal, el significado de pueblo articulando de forma específica la nivelación y la equivalencia de sus demandas plurales. Tanto el fascismo como el socialismo pueden ser resultados de formas de construcción del discurso populista, aunque sean radicalmente distintas, una vez que el campo en que se inscriben las demandas populares relacional y, por lo tanto, de significados fluctuantes.

Según Laclau, cualquier proyecto socialista democrático deberá ser necesariamente populista, necesidad que se acentúa por la amplia heterogeneidad de demandas que debe articular y unificar, las cuales se amplían con la complejidad y desigualdad crecientes y la violación del ecosistema del planeta que va imponiendo el desarrollo capitalista. El proyecto populista busca su propia superación al pretender eliminar el antagonismo entre pueblo y élite, o la división entre estos campos, aunque Laclau considere imposible la existencia de sociedades sin jerarquías, lo que le rindió críticas de apoyarse en concepciones ahistóricas de estructura.

El sexto enfoque que debemos destacar es constituido por los análisis sobre los modelos de desarrollo que se afirman después de la crisis de la hegemonía neoliberal en la década del 90 y los proyectos alternativos que surgen en el siglo XXI. En este contexto se destacan los trabajos de Emir Sader sobre el post-neoliberalismo, las críticas al modelo neo-extractivista y re-primarizador que persiste en América Latina realizadas por autores como Carlos Walter Porto Gonçalves y Alberto Acosta, los trabajos de Alvaro Garcia Linera sobre el socialismo comunitario como proyecto de transición a una nueva sociedad post-capitalista y los de Michael Lowy y Enrique Leff sobre la cuestión ambiental y el ecosocialismo.

Con estos enfoques el pensamiento social latinoamericano se lanza sobre el siglo XXI oponiéndose al neoliberalismo para reconstruir la región y el poder mundial en dirección a la democracia, al desarrollo y a la igualdad. Cabrá a las luchas sociales y a la historia responder si tendrá éxito. 

Conferencia “Desafíos de América Latina en la Geopolítica Mundial”, presentada por la Dra. Ana Esther Ceceña, en Quito, Ecuador, febrero de 2015 (Luis Astudillo C./Cancillería del Ecuador)

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por admin publicado 19/05/2017 18:44, Conteúdo atualizado em 13/06/2017 15:58