Amílcar Herrera nació en la Argentina y se radicó en Brasil en la última etapa de su carrera profesional. Es una de las mayores referencias del pensamiento científico-tecnológico latinoamericano.
Formado en geología en la Argentina (1947) y los Estados Unidos (1951), trabajó en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y fundó el Instituto Nacional de Geología y Minería de la Argentina, del cual se transformó en vicepresidente en 1964. Sus primeros trabajos científicos estuvieron relacionados con el área de la minería. Sus dos libros sobre los recursos mineros en América Latina se convirtieron en importantes referencias del tema, como señaló Renato Dagnino en el texto Amílcar Herrera, un intelectual latinoamericano (1995). En 1966, la dictadura militar de Juan Carlos Onganía y la intervención de la universidad lo llevaron a alejarse del país. Se instaló en Chile, donde se vinculó con el Departamento de Geología de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Chile (UC).
En 1971, Herrera publicó Ciencia y política en América Latina, trabajo donde señala que la capacidad de una sociedad para incorporar la ciencia y la tecnología, como instrumentos dinámicos depende de condiciones sociales, económicas y políticas que la ciencia, por sí sola, no es capaz de crear. Próximo a la teoría de la dependencia, atribuyó el atraso científico y tecnológico de América Latina a la incapacidad de los gobiernos para superar la sustitución de importaciones, en beneficio de objetivos nacionales de creatividad y soberanía –única forma de superar el deterioro de los términos de intercambio que castiga a los países periféricos–, y a la constitución de un empresariado industrial de naturaleza mercantil y patrimonial, alienado y subordinado a los intereses extranjeros y oligárquicos. Según el autor, si en los países centrales las políticas de ciencia y tecnología deben manejar un sistema ya establecido, en el caso latinoamericano deben intentar crearlo. Herrera puso énfasis en la necesidad de articular las principales dimensiones de la investigación (básica, aplicada y de desarrollo) y vincularlas con la transferencia de tecnología para que ésta no dé lugar a la mera importación indiscriminada de tecnología o a la adaptación, sino que, por el contrario, alimente la creación original, como en los países centrales.
De vuelta en la Argentina en 1969, Herrera estuvo vinculado entre 1974 y 1976 a la Fundación Bariloche. Formuló allí el Modelo Mundial Latinoamericano –también conocido como Modelo Bariloche–, con el cual planteó la posibilidad de un desarrollo sustentado y equitativo, contra las previsiones catastróficas del Club de Roma. El golpe militar de 1976 lo alejó nuevamente de la Argentina. Esta vez fue la Universidad de Sussex, en Inglaterra, que lo había invitado a participar como Senior Visiting Fellow en el Science Policy Research Unit, uno de los principales centros mundiales de ciencia y tecnología.
En 1979 aceptó la invitación del rector de la Universidad de Campinas (Unicamp) para desarrollar el Instituto de Geociencias (IG) de esa universidad, y pasó a residir en Brasil. Dividió el IG en tres áreas básicas: Administración y Política de Recursos Minerales, Metalogénesis, y Política Científica y Tecnológica. Entre las actividades desempeñadas por el IG se destacó el proyecto “Prospectiva tecnológica para América Latina”, apoyado por la Universidad de las Naciones Unidas, desarrollado en la segunda mitad de los años 80 y concebido como una contribución y respuesta latinoamericana a la problemática mundial de la generación y difusión de las nuevas tecnologías microelectrónicas, en sintonía con la perspectiva de inserción de nuestro esfuerzo científico en la cima del conocimiento mundial.
Esa misma perspectiva acompañó su trabajo Longa jornada, en el cual, según Dagnino, Herrera discutió con pensadores internacionales los orígenes de la especie humana. Su muerte, en 1995, representó una pérdida irreparable para el desarrollo científico de la región.