Latinoamericanos en los Estados Unidos

De acuerdo con las informaciones divulgadas por el Census Bureau en 2005, los latinoamericanos residentes en los Estados Unidos –39.565.869 personas– representaban el 13,4% de la población del país, constituyendo el segundo grupo étnico. La mayor parte de ese contingente se concentraba en los grandes centros urbanos, principalmente en las ciudades de Nueva York, Los Ángeles y en otras cuatro de las diez mayores ciudades del país: Houston, San Diego, Phoenix y San Antonio, en las cuales superaba la población negra. En las ciudades de San Diego, Phoenix y San Antonio los latinoamericanos constituían el mayor grupo étnico.

La población llamada “latina” residente en los Estados Unidos tenía una composición heterogénea. En Los Ángeles era, en su mayoría, de origen mexicano (80%), mientras en Miami predominaban los inmigrantes cubanos (66%), siguiendo los nicaragüenses (11%) y puertorriqueños (6%). En Nueva York, el 46% de los latinos eran oriundos de Puerto Rico y el 15% de la República Dominicana, en tanto los mexicanos, colombianos y ecuatorianos representaban, cada uno, el 5% de la población latinoamericana de la ciudad.

En el período comprendido entre 1990 y 1996, la población latina de los Estados Unidos creció diez veces más rápido que la anglosajona, sumando aproximadamente un millón de personas por año. Contrariamente a la creencia de que sería la inmigración la causa determinante de su crecimiento, el fenómeno parece más directamente vinculado al aumento de la tasa de natalidad que, según las estadísticas oficiales, es mayor en las familias de origen mexicano, que representan dos tercios de la población latina en el país.

A mediados de la década de 2000, los latinos residentes en los Estados Unidos ya representaban la quinta comunidad más grande de todo el continente americano. Se estima que, en cincuenta años, serán la tercera, apenas por debajo de las poblaciones de Brasil y México. Según las proyecciones estadísticas, en 2025 habrá aproximadamente 59 millones de latinoamericanos en los Estados Unidos, cantidad que superará en 16 millones a la población afrodescendiente. Ese fenómeno producirá, sin duda, transformaciones políticas (geopolíticas) y culturales.

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Frontera México-Estados Unidos, en San Ysidro, Estados Unidos, en 2002 (Zach Tirrell/Creative Commons)

Dinamismo económico y desigualdad social

La comunidad latina de los Estados Unidos demuestra un dinamismo económico sorprendente, lo que ha permitido que mantuviese un crecimiento acelerado durante períodos en los cuales la mayoría de las grandes ciudades estadounidenses decrecía, como resultado de la desindustrialización. A pesar de la impresión superficial muy difundida de que los latinos estarían tomando el lugar de la mano de obra nativa en algunos ramos de actividades, las investigaciones académicas demostraron que la mayoría de los inmigrantes ocupa nichos del mercado de trabajo creados por ellos mismos, como restaurantes étnicos y pequeñas oficinas de manufactura, o empleos abandonados por nativos, que pasan a desempeñar trabajos más calificados y mejor remunerados.

En vez de una invasión latina del mercado de trabajo, que tomaría los empleos de los no latinos, sería más preciso hablar de sustitución. La verdadera competencia en el mercado de trabajo norteamericano no sería más entre inmigrantes y nativos, sino entre los mismos inmigrantes.

Debido al exceso de oferta de mano de obra para tareas como las de jardinero y de servicios domésticos, que ayudaron a las generaciones anteriores a ascender socialmente, las condiciones económicas de los inmigrantes se deterioraron en los últimos años. Según un estudio de 1998, los latinos representan el 28% de la fuerza de trabajo de California, pero se quedarían sólo con el 19% de la masa salarial; mientras que los afroamericanos habrían participado en el volumen total de salarios proporcional a su peso en el total de trabajadores. Las investigaciones también indicaban sintomáticamente que los latinos no tendrían inserción en sectores de innovación tecnológica y en las principales actividades que impulsan las economías de sus áreas de residencia: los servicios financieros y la industria del espectáculo. De esa forma quedan excluidos de la dinámica de la new economy.

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Trabajadores migrantes cosechando pepinos en un campo en Blackwater, en Virginia, Estados Unidos, en 2011 (Laura Elizabeth Pohl/Bread for the World)

Los latinos, según los datos, también estarían subrepresentados en el Ejército, ocupando sólo un tercio de los puestos en las Fuerzas Armadas, pero estarían desproporcionadamente concentrados en niveles mal remunerados y en tareas con escasas responsabilidades y oportunidades de ascensión social.

Los latinos de todos los niveles de instrucción perdieron terreno en la economía. Aunque es cierto que la caída de la renta durante los últimos veinte años del siglo XX se debe a la baja escolarización, sorprende comprobar que los grupos de latinos con más instrucción obtenían un ingreso menor que los de otras comunidades. Se cree que eso se debe a una forma innegable de racismo. Según algunos estudios, la discriminación racial sería responsable de un tercio de las diferencias de ingreso entre latinos y blancos.

Educación y empleo

En los Estados Unidos existe la tendencia de concebir la educación como un factor determinante tanto para el éxito individual como para el futuro de determinados grupos sociales. En ese sentido, la relación entre escuelas de bajo nivel y empleos descalificados y mal remunerados es realmente compleja, ya que los empleadores tienden a valorizar de forma desigual los diplomas de los diferentes grupos étnicos y sociales.

Los problemas educativos de los latinos en los Estados Unidos, a comienzos del siglo XXI, eran realmente significativos. Se considera que dentro de la población de entre 18 y 24 años, sólo el 22,9% de los jóvenes estaban matriculados en instituciones de nivel superior. Dentro de ese grupo, el 30% de los estudiantes habrían abandonado los estudios, porcentaje comparativamente mayor que el registrado entre los estudiantes blancos (8%) y afroamericanos (13%). Como consecuencia de esa situación, aproximadamente el 60% de los jóvenes de 25 años de edad carecían de diploma de formación superior. Aunque el déficit educativo de la población latina haya sido importado de los países de origen, las instituciones educativas de los Estados Unidos contribuían muy poco para revertir el problema.

La crisis educacional que afectaba a la población residente en los Estados Unidos se basaba en la combinación de la situación de pobreza con la decadencia del sistema escolar estadounidense, principalmente en las grandes metrópolis. Sin embargo, y a pesar de las condiciones adversas, muchas de las familias pobres financiaban la educación de sólo un miembro de la familia, sacrificando la escolaridad de los demás. Existían también innumerables obstáculos para que la población adulta consiguiese retornar (o reintegrarse) al sistema educativo, dada la cantidad de horas dedicadas al trabajo y las actividades domésticas y la escasez de oferta de cursos destinados a ese grupo etario.

La ola migratoria a los Estados Unidos

Para analizar el proceso migratorio latinoamericano a los Estados Unidos, es importante distinguir entre viejos y nuevos patrones en la construcción de cadenas migratorias hacia aquel país. Durante el siglo XIX, los inmigrantes eran predominantemente hombres jóvenes que llegaban al nuevo continente buscando una oportunidad de trabajo. Con el tiempo, fueron construyendo redes migratorias que sirvieron de base para reclutar paisanos del mismo clan, poblado o región. Esas redes se convirtieron en un inestimable “capital social” para las comunidades inmigrantes, ya que simplificaban la recepción de nuevos contingentes, ofreciendo oportunidades de trabajo a los recién llegados y ayudando a los nuevos a adquirir habilidades que facilitaban la inserción en el mercado de trabajo. Las redes operaban como un sistema de protección social, contribuyendo para integrar a los inmigrantes a la comunidad local.

Las redes eran creadas y mantenidas por hombres jóvenes (raramente por mujeres jóvenes) que emigraban con la expectativa de trabajar en los Estados Unidos por algunas temporadas y retornar a sus países de origen, normalmente con la fortuna aumentada. Sólo una cierta minoría permanecía “del otro lado de la frontera o del océano”, para, años más tarde, llevar a la familia al nuevo lugar de residencia.

Las últimas olas migratorias de latinoamericanos, así como las migraciones europeas anteriores, estuvieron determinadas por el aumento de la demanda de mano de obra temporaria en las grandes metrópolis. Las nuevas cadenas migratorias tienen nuevas características. Durante la “década perdida”, a lo largo de los años 80, a medida que las crisis generaban millones de desempleados y nuevos pobres en América Latina (la pobreza en México, por ejemplo, saltó del 28,5% de la población en 1984 al 36% en 1996), y las guerras civiles salvajes, muchas de las cuales eran patrocinadas por los Estados Unidos, afectaban significativamente a la población de América Central, la emigración cobró un fuerte impulso.

Como consecuencia de la crisis política, económica y social de los años 80 y 90, los flujos de inmigrantes que antes eran absorbidos por las grandes metrópolis latinoamericanas (como la Ciudad de México, por ejemplo) fueron redirigidos hacia el sur de California y Nueva York. Un contingente significativo de mujeres jóvenes comenzó a unirse al éxodo hacia el Norte, de la misma forma que lo hicieron los desempleados capacitados y los profesionales urbanos.

El fuerte aumento de flujos migratorios de latinoamericanos llevó a los Estados Unidos a realizar, en 1986, una reforma de las leyes migratorias, orientada a estimular la instalación definitiva de los trabajadores que migraban cíclicamente. La reforma tuvo efectos tanto positivos –por ejemplo, la amnistía para 3,1 millones de inmigrantes ilegales–, como negativos –la ejecución de sanciones a los empleadores de inmigrantes ilegales y la militarización de las zonas de frontera–.

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Hombres reman en una canoa presumiblemente intentando llegar a los Estados Unidos provenientes de Cuba, Florida, en 2011 (Dave Wilson/Creative Commons)

Flujo de “migradólares”

Los inmigrantes con permiso de trabajo comenzaron a aprovechar cada vez más la ventaja legal para llevar a la familia a los Estados Unidos y hacer inversiones sin precedentes en la compra de propiedades, en educación para sus hijos y en la instalación de pequeños negocios. Algunos observadores veían en ese tipo de inversión señales de una posible reducción del compromiso de los inmigrantes latinos con sus lugares de origen.

Durante la década de 1990, sin embargo, el creciente enriquecimiento de la comunidad latina estimuló como nunca el flujo de los “migradólares” (el dinero enviado por los latinos a sus países de origen, estimado en US$ 8.000 a 10.000 millones anuales), que se convirtieron en el principal recurso para las comunidades rurales de México y de América Central, superando los ingresos provenientes de la producción de café y azúcar.

Con la creciente incorporación de los inmigrantes a la cultura estadounidense, comunidades enteras se transformaron en transnacionales, o sea, pasaron a responder a los cambios coyunturales, a veces catastróficos, creando un equilibrio estratégico de bienes y de poblaciones incluso entre dos polos geográficos: la comunidad de origen y la de los residentes en los Estados Unidos. Las comunidades que migraron se integraron totalmente a la economía de las metrópolis, como si los Estados Unidos fuesen su propia nación (proceso denominado “norteamericanización”), creando verdaderos suburbios transnacionales y transformando la fisonomía de las grandes ciudades contemporáneas.

El concepto de transnacionalización no es una mera metáfora. Implica la construcción de nuevas trayectorias de vida, geográficas y sociales, creadas con habilidad por las comunidades y hogares más excluidos desde el punto de vista del mercado mundial. Irónicamente, las estrategias de supervivencia de las comunidades se apoyan fuertemente en las tecnologías que suelen identificarse con la globalización y la desterritorialización, como las comunicaciones instantáneas y las bajas tarifas del transporte aéreo. La utilización de esos medios permite hoy que los inmigrantes actuales y la segunda generación mantengan experiencias de vida simultáneamente en sus comunidades de origen y de destino.

Esa doble experiencia se refleja en la esfera política. Los inmigrantes, en su país de residencia, influyen en sus respectivas naciones. Aunque no se trate de un fenómeno nuevo, actualmente los inmigrantes pueden participar de la vida nacional. Un ejemplo: los 10 millones de mexicanos adultos residentes en los Estados Unidos constituyen el 15% del electorado de México, un porcentaje mayor que el de votantes de la Ciudad de México. Por otro lado, algunos inmigrantes han llevado consigo hacia los Estados Unidos sus sistemas políticos, junto con otros elementos de su bagaje cultural, como los consejos que los migrantes mexicanos de Oaxaca crearon en Los Ángeles para resolver sus dificultades cotidianas.

Los procesos migratorios también provocaron cambios significativos en las relaciones de género, en la movilidad social y en las relaciones de solidaridad entre los inmigrantes de origen latinoamericano.

Frontera reforzada

El aumento del flujo migratorio durante los años 90 hizo recrudecer los mecanismos de control del gobierno estadounidense. Los visitantes del sur de California frecuentemente se sorprenden con la cantidad de puestos de control del Servicio de Inmigración y Naturalización (SIN) –una verdadera segunda frontera–, que actúan bloqueando la principal ruta internacional en San Clemente y Trémula, a cerca de 100 kilómetros de Tijuana.

Proyectados para interceptar el contrabando de inmigrantes a la ciudad de Los Ángeles, realizado por los llamados coyotes (los agenciadores –contrabandistas– de travesías de los ilegales) y dar confianza a la población suburbana, demostrando que Washington “controla la situación”, los controvertidos puestos de control y la presencia de la “migra” (policía encargada de controlar la circulación de inmigrantes ilegales), se convirtieron en símbolos de un poder policial que se extiende más allá de las fronteras, odiado por los latinos.

Para los inmigrantes ilegales, los puestos de control –especialmente en San Clemente– son lugares peligrosos. Para evitar que sean descubiertos por la “migra”, los agenciadores se deshacen de su “carga” algunos kilómetros antes de los puestos, obligando a los inmigrantes a cruzar la autopista y continuar la travesía por sus propios medios, hasta alcanzar un lugar más seguro, al norte de los puestos de control del SIN. En los últimos quince años, más de cien personas murieron en atropellamientos, incluso familias enteras, corriendo de la mano al intentar cruzar la autopista.

Después de gastar más de US$ 1 millón para estudiar posibles soluciones para el problema de los atropellamientos (menos la de cerrar el puesto de control de San Clemente), la agencia de transporte del Estado de California (Calatrans), creó a fines de los años 80 la “primera zona oficial mundial de accidentes peatonales”, donde fueron colocados extraños carteles de advertencia, que contienen, por ejemplo, representaciones de una familia asustada huyendo por la autopista.

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Inmigrantes y policías en el muro de la frontera entre México y los Estados Unidos, en California, en mayo de 2007 (qbac07/Creative Commons)

Pero la frontera no termina en San Clemente, ya que la persecución se extiende a los latinos pertenecientes a las clases trabajadoras dondequiera que vivan y sin tener en cuenta cuánto tiempo hace que están en los Estados Unidos. En los suburbios de Los Ángeles y Chicago, por ejemplo, la convivencia entre las opulentas mayorías anglosajonas y las crecientes comunidades latinas está regulada por la “tercera frontera”. Mientras que la segunda frontera está directamente ligada a la frontera internacional, la tercera frontera es el mecanismo que regula las relaciones cotidianas entre los dos grupos. Invisible para muchos anglosajones, ella implica un límite en la disposición espacial y en la circulación que, a menudo, termina excluyendo a los latinos más pobres del uso del espacio público por diversos medios.

Ciudades gemelas

La aparición de las empresas maquiladoras, que actualmente emplean un millón de trabajadores en el Norte de México, de los cuales el 60% son mujeres, no consiguió contener el flujo de trabajadores rumbo al país vecino. El término “maquiladoras” (o maquilas) es usado para denominar a las montadoras que se instalaron en México y, que –con insumos importados de los Estados Unidos– producen bienes que deben ser obligatoriamente exportados para aquel país, aprovechando así los bajos costos de mano de obra local.

El contrapunto del crecimiento de la economía mexicana en la frontera es la decadencia de la industria manufacturera del interior de México. A pesar de que el boom de las maquiladoras fue sólo una ilusión de desarrollo económico para México, sin duda ha reconfigurado las interrelaciones entre las ciudades gemelas (ciudades vecinas, una mexicana, otra norteamericana) que se extienden a lo largo de la frontera. Los dos principales ejemplos de esa dinámica son las ciudades de El Paso/Ciudad Juárez (1,5 millones de habitantes, 372 maquilas) y San Diego/Tijuana (4,3 millones de residentes, 719 maquilas).

Las ciudades gemelas evolucionaron por caminos similares, creando complejas divisiones del trabajo, que atraviesan las fronteras y funcionan en redes mayores de comercio internacional. Basta recordar que, con el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA ), los capitales asiáticos han ejercido un papel fundamental: en 1997, de los componentes utilizados en las maquilas, 60% provenía de Asia, 38% de los Estados Unidos y 2% de México.

Aunque hace veinte años que la frontera México-Estados Unidos está marcada por la oposición entre Primer Mundo y Tercer Mundo, hoy se caracteriza por la interpenetración de temporalidades nacionales, formas de asentamiento y sistemas ecológicos. El intercambio urbano ha fortalecido la evolución de la frontera como un sistema cultural y económico transnacional y diferenciado, que cuenta con la presencia de empresas como Samsung, Sony, Sanyo y Hyundai, que dominan la economía maquiladora.

El contacto genera paradojas, como el surgimiento de parques industriales hipermodernos del lado mexicano (como Ciudad Industrial Nueva y El Florido) y la aparición de asentamientos precarios habitados por latinos, con graves problemas de infraestructura, del lado de los Estados Unidos (como en los alrededores de El Paso), que se asemejan a los paisajes urbanos característicos del Tercer Mundo. El hecho de que las ciudades gemelas tengan problemas comunes, como el impacto en el medio ambiente y la falta de infraestructura, las ha obligado a buscar soluciones transnacionales e invertir en proyectos como el reciclaje de residuos tóxicos, provisión de agua potable, etc.

Las ciudades fronterizas tienen también que enfrentar el problema de que, en la era del NAFTA, los bienes económicos, el capital y la contaminación circulan libremente, mientras que la circulación de trabajadores sufre una criminalización y una represión sin precedentes, a partir de la militarización de la frontera iniciada por el gobierno de Bill Clinton. Hay grandes inversiones en tecnología para detectar a los inmigrantes ilegales, con intervención de diversas agencias gubernamentales, como la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Para complicar todavía más el cuadro, la llamada “guerra contra las drogas” ha movilizado a varios países, desde los andinos, como Perú, Bolivia y Colombia, hasta la frontera con México, compartiendo la lógica norteamericana según la cual el suministro externo es la principal causa del problema y que sólo se resolvería impidiendo la entrada de drogas por medio de un control fronterizo riguroso. Así, las autoridades han tratado conjuntamente los dos problemas, como si el conflicto fuese uno solo: la guerra contra las drogas y los inmigrantes. De hecho, se trata de una guerra con muchas víctimas. Las operaciones de control (un millón de detenciones por año) obligan a muchos inmigrantes a intentar atravesar la frontera en lugares más peligrosos, con el consecuente aumento del número de muertes por accidentes y por enfrentamientos, cada vez más violentos, con las patrullas fronterizas.

Metrópolis cada vez más latinizadas

La presencia de los latinoamericanos en las grandes metrópolis estadounidenses provocó una innovadora reorganización del espacio urbano, que no puede asociarse simplemente a las reorganizaciones anteriores, llevadas adelante por afroamericanos y luego por los inmigrantes europeos. A pesar de que diversos sociólogos urbanos e historiadores utilizan las mismas categorías de análisis para las dos experiencias, las principales ciudades latinas son radicalmente diferentes en su organización económico-espacial.

El caso de la ciudad de Los Ángeles es emblemático, ya que representa una nueva organización del espacio urbano determinada por la compleja división étnica del trabajo. Los anglosajones tienden a concentrarse en la administración del sector privado y en la industria del entretenimiento. Los asiáticos ocupan puestos de profesionales liberales o en algunos sectores industriales, los afroamericanos trabajan en empleos públicos y los latinos en servicios e industrias de mano de obra intensiva. Nueva York, al contrario, mantiene una clase trabajadora más multiétnica que Los Ángeles, mientras que Miami tiene un grupo importante de capitalistas con apellidos latinos.

Los Ángeles se distingue de otras grandes metrópolis por el peso económico de las interacciones diarias entre asiáticos y latinos, motivo por el cual el español ya se convirtió en la segunda lengua obligatoria de los asiáticos, superando al inglés. Considerando el número de latinos residentes en el área metropolitana de Los Ángeles, es posible concluir que la conquista de California, llevada a cabo por los anglosajones a mediados del siglo XIX, puede llegar a ser vista, analizada históricamente, como un fenómeno transitorio.

Los latinos están llevando nuevos aires a los suburbios norteamericanos. En muchos casos, consiguen transformarse en propietarios de sus viviendas, gracias a las hipotecas que, a menudo, consumen los bajos ingresos de tres a cuatro adultos miembros de la familia. Muchas de las viviendas son reformadas con la utilización de elementos estéticos característicos de los lugares de origen de sus habitantes, como colores fuertes y cactus, lo que revitaliza los vecindarios degradados. Sin embargo, ese proceso está entrando en conflicto con las leyes y reglamentos urbanos, como los códigos de edificación. Hay normas que llegan a criminalizar esas iniciativas, favoreciendo la construcción de complejos habitacionales populares, en detrimento de las moradas unifamiliares.

Esa situación expresa un conflicto por el uso del espacio urbano en que los micro-
emprendimientos de los latinos son aplaudidos en la teoría, pero perseguidos en la práctica. Aunque la división entre áreas residenciales y áreas comerciales sea irrelevante para los trabajadores del sector de servicios, que pueden ejercer sus tareas en casa, como diseñadores gráficos, analistas de sistemas, etc., existe castigo para los pequeños emprendimientos comerciales instalados en viviendas, como talleres de arreglo de automóviles, peluquerías, etc., con los cuales los latinos acostumbran complementar sus rendimientos.

Así, los latinos luchan para reestructurar la “fría” estética geométrica del viejo orden espacial, incorporando una concepción urbana más “caliente” y exuberante. En todas las culturas latinoamericanas, la reproducción de la latinidad presupone la utilización del espacio público, ya que la socialización se construye a través del intercambio diario en lugares como la plaza y el mercado. Los latinos y sus hijos utilizan los parques, las plazas, las librerías y otros lugares públicos (espacios amenazados de extinción en los Estados Unidos) tal vez más que ningún otro grupo de la población, demostrando una capacidad original de transformar espacios urbanos que ilumina nuevamente los espacios muertos de muchas ciudades estadounidenses.

Construyendo la identidad latina

Ser latino en los Estados Unidos presupone la construcción de una identidad, proceso que no debe ser comprendido sólo como sincretismo cultural. Esa construcción de identidad es la instalación de un modelo de transformación que afecta toda la sociedad. El concepto de latinidad, como lo enfatiza Juan Flores, no tiene nada que ver con la indeterminación estética de lo posmoderno. Es una práctica, más que una representación de la identidad latina. Los latinos construyen su política cultural como un auténtico movimiento social. Como afirma Octavio Paz al definir la mexicanidad, ser latino “no es una esencia, sino una historia”. Una historia que, se puede agregar, será ampliamente construida durante la próxima generación.

La construcción de la latinidad asume un significado geopolítico, considerando que los latinoamericanos residentes en los Estados Unidos constituyen en la actualidad la quinta “nación” de América Latina. Como las actuales grandes ciudades norteamericanas poseen las más diversas mezclas de culturas latinoamericanas, parecen destinadas a ocupar un papel central en la nueva configuración de las identidades del continente.

La construcción de la identidad latina en territorio norteamericano es, sin embargo, más compleja, porque en cada una de las tres ciudades que reivindican ser la “capital de América Latina” en los Estados Unidos (Los Ángeles, Nueva York y Miami), las recetas de latinidad incluyen ingredientes nacionales específicos. Los variados elementos de las identidades anteriores de los inmigrantes, incluyendo férreas lealtades subnacionales, regionales y locales, así como las profundas divisiones ideológicas entre subculturas religiosas y seculares radicales, son estratégicamente utilizadas (frecuentemente de forma simplificada) frente a las reivindicaciones y presiones de otros grupos similares, generando conflictos entre “etnias” latinas. Y esas identidades étnicas no son necesariamente estables, sufren modificaciones a lo largo del tiempo.

La formación de la identidad latina sufre una fuerte influencia del contexto regional específico donde se da, del grupo nacional o étnico que controla, en esa o en aquella ciudad, de los sistemas mediáticos y simbólicos. La programación de las quinientas estaciones de radio y de las redes de televisión que transmiten en español en general no refleja la heterogeneidad cultural de los latinos en toda su dimensión. Varios grupos luchan para manifestar sus identidades particulares, como es el caso de los ecuatorianos y los nicaragüenses, que enfrentan frecuentemente la hegemonía de cubanos y mexicanos, por ejemplo.

En algunas ciudades, como Nueva York, no existe un único grupo dominante. Eso incentiva el intercambio cultural y se manifiesta en el sabor tropical de la comida, la música, la moda, etc. Esas expresiones presentes en la vida cotidiana se colocan como alternativas a la hegemonía de la cultura estadounidense. Ciertos autores consideran que la cultura latina ya está indisolublemente incorporada a la cultura hegemónica, dentro del complejo intercambio transcultural entre la vieja y la nueva América. El crecimiento de los “latinos agringados”, consumidores de hamburguesas y fútbol americano, tienen como contrapartida la emergencia de “gringos hispanizados”, encantados con los chiles y el merengue.

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Protesta de inmigrantes en Chicago, Estados Unidos, en mayo de 2006 (Jvoves/Creative Commons)

Descalificando el español

El español es la segunda lengua más hablada en los Estados Unidos y su vitalidad se expresa en el gran número de medios de comunicación en ese idioma. Actualmente, cuatro cadenas de televisión abierta y tres por cable transmiten programación en español. Tienen también fuerte presencia en internet, en el medio radiofónico (578 emisoras de radio AM y FM) y en la prensa escrita. Hay periódicos respetables en las tres ciudades con mayor concentración de latinos: Los Ángeles (La Opinión), Nueva York (La Prensa) y Miami (El Nuevo Herald). Además de ello, existen cerca de 1.500 publicaciones, entre pequeños diarios y semanarios, y cuarenta revistas mensuales en español. Y grandes revistas también publican versiones en español, como Time, Newsweek, People y Vanity Fair (Vanidades . Actores, deportistas y políticos aparecen en los medios de comunicación de masas hablando en español, para seducir a consumidores y electores.

En los últimos años, hay una tendencia a descalificar la lengua española, contrariando la idea general de que, en un mundo globalizado, el bilingüismo constituiría una ventaja competitiva. En muchas escuelas estadounidenses, niños que hablan español han sido considerados portadores de una especie de “discapacidad”. Una campaña reciente demoniza el bilingüismo, considerándolo la causa del fracaso escolar de los estudiantes latinos.

Hay una gran confusión entre los estadounidenses sobre la relación entre idioma, nacionalidad y ciudadanía. A pesar de la creencia de que los fundadores de la nación establecieron el inglés como lengua oficial, la diversidad lingüística floreció en los Estados Unidos gracias a diversas olas migratorias. A lo largo de la historia, hubo varios intentos de imponer el inglés como única lengua a los inmigrantes, como forma de “americanizarlos” y, al mismo tiempo, controlar la supuesta amenaza de la integración de extranjeros a la cultura local.

En el centro de la discusión se encuentra la educación bilingüe, atacada fuertemente por los defensores del english-only. Como afirma Alicia Rodríguez, esa política ha conseguido que mucha gente crea que la educación bilingüe limita el rendimiento de los alumnos en el aprendizaje del inglés, cuando, en realidad, la mayoría de los problemas ligados a ese tipo de educación se deben a fallas como la falta de profesores capacitados.

Muchos de los políticos latinos electos son bastante tímidos, o interesados en no perder el voto de los no hispánicos, para promover abiertamente la idea de que el bilingüismo es una solución y no un problema. Independientemente de esa discusión, las proyecciones indican que el español ganará terreno en los próximos años debido a los flujos migratorios y al alto índice de crecimiento demográfico de la población latina.

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Manifestación por los derechos de los inmigrantes, con el lema “Una Nación trabajando junta”, en Washington, Estados Unidos, en 2010 (Eric Purcell/Creative Commons)

Los latinos y la vida política

La caída del ingreso y del grado de instrucción han llevado a las comunidades latinas estadounidenses a buscar un mayor poder económico y político. Millones de latinos en edad de votar están excluidos de la posibilidad de participar de las elecciones. En algunos distritos de Los Ángeles, por ejemplo, dos tercios de los adultos no son electores y el porcentaje de votantes no supera el 2% de la población.

El ejemplo de Los Ángeles ilustra por qué los latinos están significativamente subrepresentados en los cargos públicos de la mayoría de los estados. En Dallas, donde los niños con apellidos latinos constituyen el 51% de la población estudiantil, los latinos tienen 1 miembro en el consejo escolar, mientras que los blancos (12% de los estudiantes) tienen 5 puestos. Aunque con peso demográfico similar al de los afroamericanos, los latinos tienen 18 escaños en la Cámara y ningún representante en el Senado.

La marginalización de los latinos de la vida política, sin embargo, parece estar llegando al fin. De hecho, el proceso de naturalizaciones de extranjeros entró en colapso debido a un boom de solicitaciones por parte de asiáticos y latinos. El aumento vertiginoso en los pedidos de naturalización era consecuencia de la decisión del Congreso mexicano de aceptar la doble nacionalidad de sus ciudadanos. En 1997 se convirtieron en ciudadanos de los Estados Unidos 255.000 inmigrantes mexicanos, más del doble del último récord de nacionalización de inmigrantes de un único origen establecido por la comunidad italiana en 1944 (106.626 naturalizaciones). Aunque los latinos constituyan solamente el 7% del elec-
torado, su importancia proviene del hecho de que sus votos están concentrados estratégicamente en los cuatro estados que mantienen el control del Colegio Electoral: California, Texas, Florida y Nueva York. En consecuencia, los candidatos a la presidencia comienzan a desempolvar el español estudiado en la escuela secundaria, intentando ampliar su base electoral entre la comunidad latina.

Bibliografía

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por admin Conteúdo atualizado em 18/05/2017 14:20