La convulsión producida por el Concilio Vaticano II, iniciado en 1962, se proyectó hacia América Latina y el Caribe con una fuerza inusitada. Cambios como la posibilidad de desarrollar el ritual de la misa en el idioma de origen, abandonando el latín, y la aparición de la encíclica Populorum Progressio del Papa Pablo VI, en 1967, sentaron las bases para una reflexión propia de la región que se denominó Teología de la Liberación.
Era una nueva visión no sólo de las condiciones objetivas de la región, sino de la institución religiosa para desmantelar la triste historia de opresión que ella había ejercido desde la obra colonizadora.
La realidad que llevó a distintos especialistas a pensar una nueva teología estaba relacionada con una configuración social, política y económica que sumía a una importante parte de la población en la pobreza. La nueva visión se planteaba desde el cambio social, dado que las estructuras existentes no eran obra de la naturaleza sino de una acción política que, involucrando a las instituciones, derivaba en condiciones de pobreza e injusticia.
La Teología de la Liberación implicó una revisión en, por lo menos, tres instancias:
a) la interpretación de la fe cristiana bajo el prisma de la lucha y la esperanza de cambio de los pobres;
b) una crítica sostenida a la sociedad y las instituciones que abonan el mantenimiento de un estado de injusticia.
c) una reformulación de la acción pastoral y la actividad de la Iglesia desde una perspectiva crítica y adoptando el punto de vista de los más pobres.
Éstos son sus principales ejes a pesar de las múltiples interpretaciones que existen tanto en el terreno católico como en el protestante y no sólo en América Latina, sino también en África y Asia.
Uno de los exponentes de la nueva concepción fue el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, autor de Historia, política y salvación de una Teología de la Liberación escrito en 1973. Gutiérrez considera que la pobreza tiene un “valor redentor”. Su teología se concentra en una motivación profunda de amor por el prójimo y es significativa
solamente como compromiso de solidaridad con los pobres, con aquellos que sufren miseria e injusticia. El compromiso es ser testimonio del mal que proviene del pecado y transgrede la comunión. No se trata de idealizar la pobreza, sino de tomarla tal como es –un mal– para protestar contra ella y luchar por abolirla. Ir a los pobres, por crucial que fuese, era sólo el primer paso.
Otros teólogos destacados fueron Hugo Assman, brasileño, quien se concentró principalmente en plantear un nuevo método de teología. Enrique Dussel, argentino, quien desarrolló categorías filosóficas para comprender la situación de opresión. El libro Teologia e prática (Teología y práctica) escrito por Clodovis Boff en 1978, concierne a cuestiones metodológicas implicadas en la nueva teología. Su hermano Leonardo Boff con su Jesús Cristo libertador (Jesucristo el liberador), Jon Sobrino con Cristología en la encrucijada y Hugo Echegaray con La práctica de Jesús, discurrieron acerca de las lecciones y las implicaciones de la voz de Jesús, pero poniendo el eje en las condiciones objetivas del conflicto en América Latina.
Entre tanto, en los pasillos del Vaticano comenzaba a mirarse con ojos poco amigables el compromiso radical que habían adoptado la Teología de la Liberación y sus seguidores con los movimientos revolucionarios de América Latina y el Caribe. En 1983, el entonces cardenal y más tarde papa Joseph Ratzinger envió objeciones teológicas a Gustavo Gutiérrez, quien fue convocado a Roma para mantener consultas privadas.
En 1984 fue el turno de Leonardo Boff, convocado para realizar un debate luego de la publicación de su libro Igreja: carisma e poder (Iglesia: carisma y poder). A pesar de contar con el apoyo de la jerarquía eclesiástica brasileña, se le prohibió publicar y enseñar por un período de tiempo indefinido.
Verdaderamente, la Teología de la Liberación era un elemento altamente disonante con los proyectos del Vaticano, que estaban sustentados por organizaciones conservadoras como el Opus Dei.
A pesar del contexto eclesiástico adverso, el futuro de esa teología contestataria dependerá del desarrollo de los acontecimientos en la región y de cómo los pastores se sientan comprometidos con las condiciones de empobrecimiento cada vez mayor de sus comunidades.