Inflación y Planes de Estabilización

Proceso de devaluación de la moneda con relación a su respaldo, cuya evidencia es la elevación general de los precios. La inflación se ha manifestado en la historia económica latinoamericana de manera evidente y específica, provocando disputas intelectuales sobre su origen. En líneas generales, el debate involucró, por un lado, a la escuela estructuralista de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), y a las corrientes monetaristas, agrupadas en torno a las ideas del Fondo Monetario Internacional (FMI).

La escuela estructuralista, por medio de los trabajos de Juan Noyola, Oswaldo Sunkel, Aníbal Pinto, Celso Furtado y Raúl Prebisch buscaba identificar los mecanismos estructurales y de propagación de la inflación. Los monetaristas rechazaban el análisis estructural, afirmando que la inflación representaba una disfunción derivada principalmente del exceso de demanda, causada por el déficit público y la rigidez institucional que restringía la competencia y el libre funcionamiento de los mecanismos de mercado.

Al contrario de los estructuralistas y los monetaristas, los autores marxistas no atribuían la misma prioridad al tema o al combate contra la inflación. Su gran contribución fue enfatizar las luchas entre clases sociales, sectores de clase y su correlación de fuerzas, como condicionantes de la inflación y elementos centrales para su análisis, insertándolas en el contexto de la especificidad del capitalismo latinoamericano y de sus ciclos largos.

Teorías estructuralistas y de la dependencia

Un análisis de largo plazo durante el siglo XX muestra que la tendencia a la expansión inflacionaria es mucho más acentuada en América Latina que en los países centrales de la economía mundial. Considerando, de un lado, los seis grandes países latinoamericanos – Brasil, México, la Argentina, Colombia, Venezuela y Chile – y del otro los seis grandes países centrales –Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, Francia, Japón y Holanda–, se ve que la inflación anual latinoamericana superó largamente a la de los países centrales, con excepción de los períodos de las guerras mundiales. Ese fenómeno se tornó particularmente más agudo a partir de los años 50.

Entre 1900 y 1913, la inflación en América Latina fue del 3,7%, y del 1,4% en los países centrales. Entre 1929 y 1938, fue del 1,1% frente a la deflación del 0,7%. Entre 1950 y 1973, alcanzó respectivamente el 21,5% y el 4,1%. Entre 1973 y 1980 fue del 88,9% y el 9,6%, y entre 1980 y 1994 del 252,4% y el 4%. A partir de 1994, las tasas de inflación comenzaron a disminuir en América Latina, pero siguieron estando por encima de las de los países centrales.

Los indicadores de largo plazo, enfatizados por las tesis estructuralistas y marxistas, sugieren que la inflación de la región no se podría explicar mediante un modelo general de análisis, pero sí a partir de su historicidad y estructura propias, es decir, de los elementos constitutivos de su particularidad. Los análisis estructuralistas destacan que en las décadas de 1960 y 1970 la inflación latinoamericana respondió a factores como:

a) la escasez de divisas del sector externo, lo que llevó a la devaluación de la moneda local y a la elevación de los precios de los productos importados, cuya rigidez en el intercambio comercial aumentó con el desarrollo de la sustitución de importaciones.

b) el monopolio de la tierra, que determinó la rigidez relativa de la producción agrícola.

c) los monopolios industriales derivados de la heterogeneidad tecnológica provocada por la sustitución de importaciones.

Los estructuralistas interpretaban, por lo tanto, que los déficits fiscales, las presiones salariales y el carácter acumulativo de la inflación eran factores de su propagación –base de la posterior teoría de la inflación inercial–. Para contener las expectativas y el dinamismo de los precios, posteriormente implantaron las políticas de indexación de todos los precios.

Para los estructuralistas, por consiguiente, la inflación podría ser un factor positivo si contribuía a lograr el pleno empleo de los factores de producción, estimulada por los déficits fiscales del Estado asociados a la expansión del crédito y de la demanda. Según ellos, la inflación era negativa cuando se transformaba en obstáculo estructural para los intercambios, cuya expansión descontrolada desorganizaba la producción, trabando el progreso.

La teoría de la dependencia y el marxismo contribuyeron al análisis de la inflación mediante la teoría de los ciclos de Kondratiev y el concepto de superexplotación del trabajo, elaborados por Theotônio dos Santos y Ruy Mauro Marini. El análisis cíclico, al cual también había contribuido Ignácio Rangel, permitió destacar el papel del sector financiero sobre la inflación en los períodos donde la acumulación se traslada de la producción a las altas finanzas, trayendo consigo el descontrol de las deudas interna y externa. Permitió destacar, además, el papel de la superexplotación del trabajo en la inflación, al precipitar las crisis de superacumulación, debido a las dificultades que tiene el capitalismo dependiente para encauzar un mayor nivel de combatividad de los trabajadores y sus presiones alcistas sobre los salarios, tal como fue propiciado durante los ciclos económicos largos de crecimiento.

Planes heterodoxos antiinflacionarios

Enfatizando la idea de que la inflación tendría un carácter inercial, se implementaron planes heterodoxos de estabilización en los años 80, tales como el Austral en la Argentina, en 1985, y el Cruzado en el Brasil, en 1986.

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Presidente de Brasil, José Sarney, anuncia el Plan Cruzado, el 26 de febrero de 1986 (Reproducción)

Esos planes enfatizaban el control sobre las expectativas inflacionarias mediante el congelamiento transitorio de precios y salarios, la creación de una nueva moneda de referencia –el Austral en la Argentina y el Cruzado en Brasil– y, en el caso argentino, la suspensión de las emisiones monetarias. Ambos, sin embargo, debido al hecho de no haber desmontado las presiones causadas por la absorción de recursos provenientes del sector financiero, tanto el internacional como, principalmente, el nacional, y por no haber conseguido neutralizar los mecanismos de defensa del empresariado y de los trabajadores sindicalizados, alcanzaron un éxito efímero.

Después de haber alcanzado el 686% anual, en 1984, la inflación argentina cayó bruscamente hasta el 82% en el año 1986, pero volvió a subir y, en 1989, llegó al 4.924%. En Brasil, la inflación cayó del 233% al año en 1985 al 72,5% en 1986, para subir posteriormente hasta el 1.972% en 1989, y al 2.477% en 1993.

Fueron las políticas neoliberales impulsadas por el Consenso de Washington, en los años 90, las que destruyeron la hiperinflación de la región y aproximaron la inflación latinoamericana a sus componentes estructurales, lo que la situó en niveles todavía bastante superiores a los estadounidenses y europeos. Las medidas de combate neoliberal fueron parcialmente anticipadas en Bolivia, en 1986, donde la inflación había alcanzado el 8.170%, bajo influencia del economista Jeffrey Sachs. Posteriormente, negociadas en el marco del Plan Brady, con la contrapartida de la reducción de la deuda externa, se adoptaron medidas como las aperturas comercial y financiera, la indexación de la economía al dólar mediante la valorización y fijación del cambio por diversos mecanismos (paridad legal con el dólar, bandas cambiarias y flotación sucia), cortes en los gastos primarios del Estado, la privatización , la desindustrialización y la disolución de los instrumentos de defensa de precios y salarios, lo que afectó al parque productivo y a los niveles de empleo.

Esas políticas, adoptadas ampliamente en la región, permitieron que se regularan los precios internos conforme a los internacionales, sustituyendo el congelamiento por un cuadro de referencias que trasladó la presión monetaria de los productos hacia los endeudamientos externo e interno. Si embargo, tales políticas condujeron a las economías de la región a una fuerte crisis como resultado de las presiones para dotar de liquidez a la riqueza ficticia. La crisis estalló primero en México, en 1995, y llevó a la reformulación del Consenso de Washington, que sustituyó el tipo de cambio fijo por el flotante para generar saldos comerciales positivos que contribuyeran a superar la recesión y el estancamiento. Pero provocó también inflexiones políticas, es decir, respuestas contrahegemónicas, como las de Hugo Chávez y Néstor Kirchner .

por admin Conteúdo atualizado em 08/07/2017 18:22