Pensador multifacético, Agustín Cueva supo combinar la crítica literaria, la investigación sociológica, la docencia universitaria y la actividad política. Su lucidez, sus profundas convicciones, su espíritu crítico y su compromiso con las causas libertarias hicieron de él una referencia indispensable para el estudio del pensamiento social en el continente.
Líder del agitado movimiento estudiantil ecuatoriano de finales de los años 50, Cueva fue expulsado de la Universidad Católica de Ecuador, donde estudiaba derecho, y entonces concluyó sus estudios en la Universidad Central de Ecuador. En 1960 obtuvo una beca para estudiar en la Ecole d’Hautes Etudes de París. De regreso en Ecuador estuvo entre los fundadores del movimiento cultural de los tzántzicos (tzantzas es el nombre que se les da a las cabezas reducidas por los indígenas de la Amazonia), que influyó fuertemente en las formas de comprender las artes y la realidad ecuatorianas. Como parte de las actividades desarrolladas por los tzántzicos, junto con Fernando Tinajero dirigió la evista Indoamérica.
En 1967, Cueva fundó la Escuela de Sociología de la Universidad Central de Ecuador, de la cual fue director. En 1970, la dictadura militar clausuró la universidad y él viajo a Chile, donde fue catedrático de la Universidad de Concepción. El golpe de Estado lo llevó a un nuevo exilio, esta vez en México. Entre los años 1973 y 1991 ejerció actividades docentes y de investigación en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Las armas de la crítica
Su producción intelectual comenzó con la publicación de Entre la ira y la esperanza (1967), obra declarada patrimonio literario de la humanidad por la Unesco. En este libro, Agustín Cueva abrió caminos para la construcción de una nueva crítica. El ensayo sociológico sobre literatura, la crítica literaria, las preocupaciones por el papel de la cultura en las formaciones sociales, la identidad nacional y el papel del indígena en la construcción nacional fueron temas constantes en su producción. Dentro de esa perspectiva se encuentra el libro Lecturas y rupturas, además de innumerables artículos como “Más allá de las palabras” (1967), “Dos estudios literarios” (1968), “Literatura ecuatoriana” (1968), “Ciencia en la literatura o ideología de clase en América Latina” (1972).
Durante los años 70, sus aportes a la sociología crítica lo convirtieron en uno de los más brillantes representantes del marxismo latinoamericano. En ese período se involucró en una intensa polémica sobre la teoría de la dependencia, tanto en sus versiones desarrollistas como en sus versiones marxistas. Él la cuestionó como paradigma explicativo por considerarla una prolongación de las tesis desarrollistas, por su uso mecánico y simplista, por lo cual todo se deduce de la articulación con la economía mundial, y por dejar de lado el tema de la explotación de clases. En ese marco se destacaron los artículos “Problemas y perspectivas de la teoría de la dependencia” (1974) y “¿Vigencia de la anticrítica o necesidad de autocrítica? (1979), en respuesta al libro de Vania Bambirra Teoria da dependência: uma anticrítica (1978).
Un segundo eje de su producción durante esos años fue la caracterización estructural de América Latina, expuesta en el libro El desarrollo del capitalismo en América Latina (1977), que recibió el premio Ensayo Editorial Siglo XXI. Cueva sostuvo el carácter oligárquico dependiente del capitalismo latinoamericano y su vinculación con la fase imperialista del capital. Otras obras de importancia, según ese eje, fueron El proceso de dominación política en Ecuador (1972), el cual compartió una mención de honor con Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, en el concurso de ensayos Casa de las Américas, y Teoría social y procesos políticos en América Latina (1979).
Defensa del marxismo
Pese a la arremetida conservadora en el campo de las ciencias sociales en los años 80, Cueva nunca abandonó la perspectiva marxista. Durante esos años trabó una batalla teórico-política fundamental con respecto a la situación de las ciencias sociales, la validez epistemológica del marxismo, la nueva situación política latinoamericana y el carácter de las democracias en el continente.
El pensador ecuatoriano llamó la atención sobre el proceso de privatización de las ciencias sociales, sobre el reflujo teórico y la predominancia de los análisis segmentados que dejaban de lado la tradición estructural y totalizadora de los años 70. Durante ese período se destacan los libros Teoría marxista: alegorías de base y problemas actuales (1987) y Tiempos conservadores — América Latina y la derechización de Occidente (1987, del cual fue compilador), y muchos artículos, entre los cuales se encuentran “El pensamiento social latinoamericano” (1980), “Sobre exilios y reinos: (notas) críticas sobre la evolución de la sociología latinoamericana” (1985) y “América Latina en las fronteras de los años 90” (1989). En 1991, el gobierno ecuatoriano le otorgó el Premio Nacional Eugenio Espejo en reconocimiento al conjunto de su obra que, sin duda, es un llamado a la utopía y a la esperanza.