Rasgo más representativo de la cuestión social en América Latina, la desigualdad fue tornándose cada vez más compleja a medida que iban avanzando los procesos que modificaban estructuralmente las sociedades de la región –como la industrialización, la urbanización, la migración, y los cambios en el mercado de trabajo, entre otros–. Sus manifestaciones se dan en los ámbitos territorial y poblacional, con fuertes contrastes regionales y diferencias en lo urbano y lo rural.
La desigualdad latinoamericana es fruto de nuestro particular y tardío modo de producción capitalista, así como de las marcas históricas de nuestras formaciones sociales. El patrón combinado y desigual del proceso implicó la distribución desigual del ingreso, de los bienes y servicios, del empleo y de los recursos productivos (como la tierra). A pesar de la capacidad de incorporación de sectores sociales durante los ciclos “virtuosos” de nuestro desarrollo capitalista –con fenómenos como la movilidad social ascendente, la elevación de la escolaridad, el cambio en los modelos de salud–, la marca de la desigualdad siempre estuvo presente. Los países latinoamericanos, en mayor o menor grado, convivieron con la pobreza y la miseria, manifestaciones más o menos intensas de esa desigualdad. Obviamente, en situaciones de crisis y recesión económica, fueron los pobres y los indigentes los más afectados.
A partir de las dos últimas décadas del siglo XX, el paradigma de la “modernización” se volvió hegemónico en la justificación de las políticas neoliberales. Como contraposición a esa visión, no fue posible constatar una “evolución” en dirección al desarrollo, sino un retroceso social de sectores crecientes de la población latinoamericana. Con la imposición de las políticas de ajuste neoliberal –o desajuste social–, se verificó no sólo el agravamiento de las situaciones de pobreza y miseria, sino también el despuntar de nuevas manifestaciones o situaciones que pasaron a afectar a sectores anteriormente más protegidos por su inserción en el mercado de trabajo. Nuevas denominaciones surgieron en el intento de caracterizar esas situaciones, como vulnerabilidad, exclusión, precariedad.
O sea que, en los países latinoamericanos, donde ya existían desigualdades estructurales e históricas, la distancia entre los ricos y los pobres aumentó aún más, provocando una polarización inédita, que ha llevado a rupturas sociales agudas y violentas. Nuestros países quedaron en el “peor de los mundos”, y vieron agravada su situación de pobreza y extrema miseria, al mismo tiempo que se toparon con el proceso contemporáneo de desafiliación de aquellos que pertenecían al circuito del mercado de trabajo, con algún grado de protección social.
Así, lo que la “modernidad” trajo fue la superposición perversa de antiguas situaciones de desigualdad y miseria con una “nueva pobreza” causada por el aumento masivo e inusitado del desempleo y por la generalización de situaciones de precariedad e inestabilidad en el trabajo. En síntesis, aumentó el contingente de aquellos que se tornaron vulnerables por la reducción o directamente la ausencia de mecanismos de protección social.
Ocurrió, por lo tanto, una profundización de la desigualdad y de sus diversas manifestaciones, las cuales configuraron un cuadro social de enorme complejidad. En esa perspectiva, las “nuevas” denominaciones (exclusión, vulnerabilidad, etc.), así como la definición de desigualdades específicas en el ámbito de la población, como las de género y raza, no deben ocultar el carácter constitutivo de la desigualdad y la explicitación de sus determinaciones. Su mera sustitución por múltiples denominaciones ha llevado a una comprensión fragmentada de nuestra realidad e incluso a justificar la implementación de programas de alivio de la pobreza igualmente fragmentados y focalizados tan sólo en los clasificados como “más pobres”. Eso implica decir que, además de sus múltiples manifestaciones, es necesario atacar y remover las raíces de la desigualdad.
La reproducción de las desigualdades sociales y la pauperización generalizada de la población latinoamericana configuran un cuadro social que puede implicar “elecciones trágicas” desde el punto de vista de las políticas sociales.