Cuba
Cuba

Cuba

Emir Sader (texto de actualización de la entrada, 2005-2015)

Nombre oficial

República de Cuba

Localización

Caribe, entre el mar Caribe y el océano Atlántico norte, al sur del Estado de Florida (Estados Unidos)

Estado y gobierno¹

República socialista

Idioma

Español

Moneda¹

Peso cubano

Capital¹

La Habana (2,136 millones de hab. en 2014)

Superficie¹

110.860 km²

Población²

11,28 millones (2010)

Densidad demográfica²

102 hab./km² (2010)

Distribución
de la población³

Urbana (76,60%) y
rural (23,40%) (2010)

Analfabetismo¹

0,2% (2015)

Composición étnica¹

Blancos (64,1%), mestizos (26,6%), 
negros (9,3%) (2012)

Religiones⁴

Católica romana (39,4%), ateísmo (6,4%), 
evangélicas (3,3%), afrocubanas (50,9%)

PBI (a precios constantes de 2010)⁵

US$ 69.990 millones (2013)

PBI per cápita (a precios constantes de 2010)⁵

US$ 6.199,2 (2013)

Deuda externa pública⁵

US$ 12.310 millones (2013)

IDH⁶

0,815 (2013)

IDH en el mundo
y en AL⁶

44° y 2.°

Elecciones⁷

Presidentes del Consejo de Estado y de Ministros electos por la Asamblea Nacional del Poder Popular para mandatos de 5 años. La Asamblea Nacional es el poder legislativo unicameral compuesto de 614 miembros electos directa y secretamente en dos turnos por mayoría absoluta modificada, pues, en caso de que un candidato no alcance más del 50% de los votos, el cargo quedará vacante, a menos que el Consejo de Estado decida una nueva elección. La Constitución del 15 de noviembre de 1976 estableció un sistema de asambleas representativas organizadas de forma piramidal que designan a los candidatos: la mitad de los diputados son elegidos delegados en cada municipio y la otra mitad por comités representativos de trabajadores, jóvenes, mujeres, estudiantes y agricultores. Algunas de las particularidades de la democracia cubana son la posibilidad de la Asamblea Municipal de revocar los mandatos del diputado en cualquier momento; el derecho de los miembros de las fuerzas armadas de votar y ser votados; y, si bien el voto no es obligatorio, la participación popular superó el 90% en todos los procesos electorales desde 1976. Las elecciones para la Asamblea Nacional son cada 5 años, y cada 2 años y medio hay elecciones para los órganos locales, que eligen los delegados para las Asambleas Provinciales y Municipales.

Fuentes:

¹ CIA: World Factbook
² ONU: World Population Prospects: The 2012 Revision Database.
³ ONU: World Urbanization Prospects, the 2014 Revision.
4 Enciclopédia do mundo contemporâneo.
5 CEPALSTAT.
6 ONU/PNUD: Human Development Report, 2014.
7 Página de Inter-Parliamentary Union, complementada por la Constitución de la República de Cuba, disponible en: http://www.cubadebate.cu/wp-content/uploads/2009/06/go_x_03_2003.pdf

Cuba es el país más occidental de la región del Caribe. El área del archipiélago cubano es aproximadamente la suma de la extensión de todo el resto del Caribe insular; ocupa una posición singular en las Américas con respecto a las comunicaciones continentales, entre el golfo de México y el mar Caribe. Domina los estrechos del área y es contigua a los Estados Unidos y al Atlántico norte. Esa situación geográfica tan estratégica siempre ha tenido una influencia notable en su historia.

Cuba está habitada desde hace por lo menos 10.000 años y, cuando Cristóbal Colón desembarcó en la isla en su primer viaje, el 28 de octubre de 1492, ya existía una población estimada en no menos de 200.000 habitantes en estadios diversos, desde conocedores de la agricultura y la cerámica hasta recolectores. Fue ocupada y colonizada por España a partir de 1510. De Cuba partieron las expediciones que conquistaron el actual México y otras regiones entre la península de Florida y el norte de América del Sur. Los colonialistas fundaron pueblos en toda la isla e impusieron un gobierno general; su primera economía, de estancias, consistió en someter a la población a relaciones de explotación y opresión, básicamente a la llamada encomienda (institución jurídica creada por España en América para reglamentar las relaciones entre españoles e indígenas), que buscaba oro y medios de subsistencia. Los aborígenes fueron rápidamente diezmados por las enfermedades, los trabajos forzados, las matanzas y el maltrato, y por el brutal despojo cultural que se abatió sobre ellos. En un período no demasiado prolongado, lo que quedaba de esa población prácticamente desapareció, absorbido por el mestizaje. De ella subsiste gran parte de la toponimia y un cierto número de palabras de uso corriente, algunos rasgos físicos en determinados grupos de la población, y cierta influencia en cuanto a formas de religiosidad, vivienda y otros rasgos culturales.

Hegemonía española

Durante tres siglos Cuba fue estratégica para el imperio español como plaza militar y de comunicaciones, y continuó siendo colonia española hasta 1898. Lugar estratégico y preferido de tránsito entre España y América, La Habana se convirtió luego en la capital del país además de ser una plaza fuerte y un puerto muy importante en el que se reunían las flotas antes de salir al Atlántico para llevar a España, año tras año, las riquezas extraídas del continente. “Antemuro de las Indias y llave del Nuevo Mundo”: así llamaba a Cuba la metrópoli española. Los astilleros, el poblamiento con personas venidas de la península ibérica, las fortalezas, los almacenes, los funcionarios, los militares, los esclavos africanos, la extracción de maderas preciosas, azúcar y cobre conformaban el paisaje de una colonia regida por el interés y el lucro metropolitanos y por una oligarquía local. El este del país estaba fuera del circuito principal, pero su ganado complementaba la economía de las colonias europeas de las pequeñas islas del Caribe, negocios “de contrabando” que no podían ser impedidos por la ley española ni por los enredos geopolíticos de las potencias. La primera estructura social de la Cuba colonial duró casi tres siglos. En la isla se formó y predominó una cultura criolla (de descendientes de europeos nacidos en América), vasalla de una metrópoli que trató de renovar y fortalecer su poder en la segunda mitad del siglo XVIII.

El lugar de España entre las potencias había decaído bastante, y, cuando una gran expedición inglesa atacó en el verano de 1762, logró tomar La Habana. Los británicos ocuparon la región durante un año, hasta que, con la firma de la Paz de París, la cambiaron por la península de Florida. Antes de que finalizara el siglo comenzó una nueva época con la extraor­dinaria expansión de la exportación del azúcar y el café de la isla, núcleo de la crea­ción de una nueva formación social que transformó profundamente la sociedad del oeste y centro de Cuba. Entre 1787 y 1841, la población del país aumentó de 176.000 personas a un millón y, en la composición racial, el número de blancos cayó de una ligera mayoría al 41,5%, habiendo entonces un 43,3% de esclavos y un 15,2% de negros y mulatos libres (Instituto de Historia de Cuba, 1994). La exportación de azúcar subió de 10.890 toneladas métricas a 169.886, y la de melado de 144 a 15.694 galones. La de ron aumentó de 388.000 a 5,188 millones de litros (Moreno, 1978, pp. 43-44). Cuba se convirtió en una de las colonias más modernas y “ricas” del mundo, primera exportadora mundial de azúcar de caña, muy bien integrada al capitalismo mundial y siempre en la avanzada de las nuevas tecnologías. Mientras los patriotas venezolanos luchaban en el Congreso de Angostura y la batalla de Carabobo, la máquina de vapor se establecía en los grandes ingenios de Cuba. El ferrocarril –que amplió considerablemente la cantidad de tierras vírgenes disponibles– y luego el telégrafo y el teléfono, fueron los primeros de América Latina. Los extraordinarios adelantos en técnicas empresariales, el consumo sofisticado, el pensamiento sobre problemas peculiares y el trato con las bellas artes convivían con la más salvaje y cruel explotación y aculturación masiva de los esclavos, un régimen de castas y un racismo oficializados, y la
pérdida progresiva del poder político de la clase dominante criolla frente a un despotismo colonial destinado a llevarse buena parte de la renta de Cuba.

Esa clase dominante en la economía renunció a todo designio de convertirse en clase nacional y emancipar al país, mientras casi todo el continente se liberaba de las metrópolis europeas, y mantuvo la misma actitud a lo largo de todo el siglo XIX. Privilegió sus lucros e intereses inmediatos, destruyó la vida de un millón de esclavos africanos y de 125.000 culíes chinos en plena modernidad del siglo XIX; se asoció en negocios con los españoles y apoyó, toleró o sobornó a las autoridades de España cambiando dinero y subordinación por protección para que Cuba no se convirtiera en “otro Haití”. Después de mediados de siglo, la mecanización de las fábricas, la conversión de los Estados Unidos en mayor comprador y su exigencia de azúcar no refinado, entre otros factores, se sumaron para modificar las bases del régimen económico. El proceso de eliminación de la esclavitud no concluyó sino hasta 1886. En 1892, ya sin esclavos, la exportación de azúcar alcanzó un millón de toneladas métricas. Para sustentar y expandir la producción azucarera llegó –hacia mediados del siglo siguiente a la emancipación– otro millón de inmigrantes europeos y casi medio millón de caribeños. Durante cerca de 150 años, entre 1780 y 1930, se configuró la composición racial del país, lo esencial de su estructura económica y muchos de los aspectos principales de su cultura. La política constante de dominación consistía en disponer de los trabajadores en grado muy alto, aumentar sin cesar el monto del producto exportado y cerrar el acceso a la tierra como medio de producción independiente, en el marco de una economía financiera liberal y unas relaciones sociales autoritarias. Después de 1930 el capitalismo neocolonial cubano tuvo que modificar su política.

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El Capitolio Nacional, antigua sede del gobierno cubano, actual sede de la Academia Cubana de Ciencias, en La Habana (Guillaume Baviere/Creative Commons)

Pero el destino de Cuba no fue decidido por la dinámica de la conformación económica sino por las terribles luchas de liberación armada que se sucedieron entre 1868 y 1898. La primera Revolución (1868-1878) propugnó la independencia y la abolición de la esclavitud, constituyó una república en armas y combatió muy duramente en el este y el centro del 
país, pero no logró llegar al oeste, centro de la economía de la colonia. Se enredó en disensos internos y terminó firmando acuerdos de paz sin independencia. El balance de ese proceso muestra, sin embargo, aspectos muy positivos: el sentimiento y las eepresentaciones nacionales fueron profundos y masivos, vinculados a una historia de luchas y de radicalismo político; la emancipación de los esclavos estuvo ligada a una gran guerra en la que combatieron juntas personas de todas las razas y condiciones –cosa que hizo que los no-blancos se sintieran orgullosos de sí mismos y significó también un carácter multirracial del nacionalismo y un retroceso del racismo–; España reconoció la libertad de los esclavos que habían combatido contra ella y, después de 1879-1880, estableció un régimen legal en parte semejante al de una provincia metropolitana. La estructura social pasó a ser plenamente capitalista, se organizaron varios sectores de trabajadores y, por primera vez, existió una política dirigida a las masas, con tres partidos políticos y cierta libertad de expresión. Pero el colonialismo español no abrió paso a ninguna reforma que concediese autonomía y libertades y continuó empobreciendo al país, mientras los burgueses de Cuba se limitaban a sustentar a ese gobierno fuerte que defendía sus lucros y su poder sobre los trabajadores y el pueblo.

José Martí (1853-1895), la personalidad más sobresaliente de la historia cubana, hizo confluir desde el exilio las diversas motivaciones y conspiraciones emancipacionistas en un órgano político –el Partido Revolucionario Cubano–, que gestó una nueva guerra con el objetivo de crear una república independiente y democrática, liquidar el colonialismo, impedir que los Estados Unidos se apoderasen de Cuba e iniciar una nueva etapa revolucionaria en la región: “la segunda independencia de América Latina”. La insurrección, iniciada en febrero de 1895, terminó en una inmensa guerra popular irregular. Los insurrectos invadieron todo el país, decenas de millares de combatientes formaron parte del Ejército Libertador y un cuarto de millón de ciudadanos vivió en los campamentos de la República en Armas. Los dos líderes de la guerra, Martí y Antonio Maceo, cayeron en combate y casi el 20% de la población pereció en el holocausto provocado por la política colonialista genocida. Pero a pesar de eso y de su gigantesco esfuerzo bélico, la causa de España ya estaba perdida cuando los Estados Unidos le declararon la guerra en abril de 1898 e invadieron la isla. El Ejército cubano facilitó la victoria de los Estados Unidos, pero el nuevo imperialismo llegó para impedir el triunfo revolucionario y establecer su dominio sobre Cuba. Las movilizaciones y la resistencia cívica popular a la ocupación estadounidense (1898-1902) completaron el ciclo revolucionario. El 20 de mayo de 1902 se creó el Estado nacional, la República de Cuba, una victoria del patriotismo y del sacrificio de un pueblo que ya poseía una poderosa conciencia política nacionalista de carácter predominantemente popular.

Invasión estadounidense

Mientras tanto, las antiguas relaciones de Cuba con las Trece Colonias y con los Estados Unidos se habían convertido en una dependencia económica creciente durante las cuatro décadas anteriores, y la intervención militar había propiciado e impuesto una completa subordinación neocolonial que deformó y limitó la república hasta 1959. La burguesía de Cuba se sometió a esa dominación imperialista o bien colaboró con ella cuando comenzó a ejercer un dominio más explícito sobre el pueblo cubano. El capitalismo liberal clausuró el acceso a la tierra –o a su propiedad– para la mayoría de los trabajadores y familias rurales y mantuvo el trabajo sometido al capital, aunque con movimientos opositores de trabajadores cada vez más activos. La Constitución de 1901 consagró el sistema político representativo, pero no contempló las conquistas sociales. Además, los Estados Unidos le impusieron un apéndice, la Enmienda Platt, que legalizaba su derecho de intervenir en Cuba si lo consideraban necesario. La nueva hegemonía tuvo que dar los principales puestos políticos a los antiguos insurrectos y reconocer el nacionalismo como ideología dominante, aunque en última instancia predominaron los sentimientos de frustración y de incapacidad para el gobierno autónomo. Después de la reconstrucción del país se produjo un nuevo gran pico azucarero que elevó la producción a 5,4 millones de toneladas métricas de azúcar en 1925, con una enorme inversión de capital estadounidense. Pero el modelo de crecimiento exportador de azúcar no refinado se agotó poco antes de la mayor crisis económica de la historia mundial, y la combinación de estos dos factores derrumbó los precios y el volumen de la exportación, el empleo y la calidad de vida. El recurso a un gobierno autoritario, iniciado en 1925, degeneró en dictadura militar y el sistema político perdió legitimidad.

Entonces el país se levantó en una nueva revolución (1930-1935). Esta vez las principales acciones fueron las de los estudiantes y los trabajadores, y el antiimperialismo, la justicia social, la democracia y el socialismo ocuparon el centro de las motivaciones políticas y sociales. El 12 de agosto de 1933 fue derrotada la tiranía. La revolución rechazó el intervencionismo yanqui y un gobierno que duró cuatro meses enfrentó a los Estados Unidos, destituyó a los comandantes del Ejército, combatió la contrarrevolución y promulgó numerosas leyes sociales de avanzada. La rebelión popular sólo pudo ser controlada por el golpe de enero de 1934 y los dos años de represión desencadenada por una coalición reaccionaria subordinada al imperialismo. Los años de dictadura y legalidad manipulada sirvieron como etapa de transición. La Revolución de 1930 terminó con el viejo orden republicano, exigió y obtuvo cambios notables en el sistema político, el papel del Estado, la organización de la sociedad, la confianza del gobierno autónomo, las ideas y las relaciones con los Estados Unidos, lo que permite afirmar que surgió una segunda república.

Esa república, no obstante, siguió siendo burguesa neocolonial porque no afectó nada que fuese esencial para el dominio capitalista y neocolonial. La Constitución de 1940 configuró las conquistas políticas y sociales de la Revolución de 1930. Se implantó un orden jurídico muy desa­rrollado, un Estado mediador entre clases e interventor en la economía, un sistema político de democracia representativa y partidos pluriclasistas con verdadero alcance nacional, libertades de expresión y asociación, más nacionalismo, aunque también ideas socialistas y otras avanzadas. En este contexto no se cumplieron todos los preceptos y derechos, y eso fue tema de embates sociales y políticos y se volvió parte de una hegemonía otra vez intrincada, que debía evitar que la población recurriera, una vez más, a la revo­lución. Pero la segunda república mantuvo la sumisión neocolonial al imperialismo, jamás pretendió hacer una reforma agraria ni una industrialización nacional, y en ella perduraron niveles gigantescos permanentes de desempleo estructural y temporal, servicios sociales sumamente deficientes y de cobertura parcial y una corrupción administrativa enorme. Con una altísima proporción de organización sindical urbana, en el campo el trabajo era superexplotado y reinaban la falta de servicios y la miseria. La Habana era “la París del Caribe”, pero con barrios marginados y 100.000 analfabetos. La mitad de los niños en edad escolar no iban a la escuela, y la gastroenteritis y la tuberculosis prosperaban entre los pobres. Convivían y luchaban con esas realidades grandes y activísimos movimientos de la sociedad civil, proyectos políticos avanzados, ideas de justicia social y de cambios a favor de las mayorías y del país, cosa que se creía factible obtener en el sistema vigente.

La Revolución. Los años 50

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Fidel Castro llega a Washington, Estados Unidos, en abril de 1959 (US Library of Congress)

En marzo de 1952, un golpe militar quebró la institucionalidad a ochenta días de las elecciones presidenciales que serían ganadas por el nuevo Partido Ortodoxo, en el que el pueblo había depositado grandes esperanzas de cambios positivos. La revuelta militar puso en el poder a Fulgencio Batista quien, entre 1934 y 1944, fue jefe de la contrarrevolución, dictador y presidente. La clase dominante y los Estados Unidos cometieron el error del siglo al aprobar el gobierno de un grupo de aventureros, confiados en que reprimirían al pueblo y harían retroceder las conquistas de la etapa anterior. El país repudiaba la dictadura pero no parecía tener otra salida. Entonces comenzó a actuar una nueva generación revolucionaria. El asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953, fracasó y decenas de jóvenes fueron asesinados. Su líder Fidel Castro y más de veinte sobrevivientes fueron condenados a prisión. Pero el hecho logró trascender las incomprensiones y los intereses adversos. Dos años más tarde aquellos jóvenes –amnistiados tras una campaña popular– y otros revolucionarios fundaron el Movimiento 26 de Julio (MR-26 de Julio), una organización de lucha armada y clandestina, con el objetivo de desarrollar una insurrección, agrupar a las masas y tomar el poder para realizar una revolución profunda. Al movimiento estudiantil se sumaron los trabajadores de la ciudad y el campo, además de los desempleados. Juntos desencadenaron la protesta popular y las luchas ilegales de masas entre 1955 y 1956 y desacreditaron las medidas políticas legales creando un contexto potencial de rebelión.

El MR-26 de Julio, dirigido por Fidel Castro, se organizó en todo el país mientras en México se preparaba la expedición del yate Granma, que arribó al este de Cuba el 2 de diciembre de 1956. Comenzó entonces un enfrentamiento de gue­rrillas en Sierra Maestra y una lucha de acciones y resistencia clandestinas en todo el país. El asalto al palacio presidencial por un comando de la organización del Directorio Revolucionario, la insurrección de los marineros y del pueblo en Cienfuegos y la huelga general de abril de 1958 fueron los tres episodios iniciales de esa lucha. En el ínterin, el Ejército Rebelde logró consolidarse, dominar la montaña, vencer combates, construir su base de población rural, formar columnas e invadir otras zonas del este hasta transformarse en la esperanza del pueblo y de los luchadores del país. Fidel se convirtió en el líder de la insurrección. En mayo, la tiranía lanzó su mayor ofensiva contra la Sierra Maestra, pero durante el verano de 1958 los rebeldes la derrotaron en una serie de grandes combates. Durante una intensa última fase que duró cuatro meses, los rebeldes dominaron el campo del este de la isla y divulgaron con medios propios sus hechos armados y las posiciones revolucionarias, invadieron el centro del país, obtuvieron el apoyo de grandes sectores a la insurrec­ción y lanzaron una gran ofensiva final que derrocó a la dictadura el 1.º de enero de 1959. La política firme y radical dirigida por Fidel y una huelga general de apoyo a la insurrección victoriosa derrotaron una maniobra imperialista y de reacción cubana destinada a impedir que la Revolución tomase el poder de hecho. El poder revolucionario se estableció en todo el país en los primeros días de ese año.

En un lapso histórico brevísimo, ese poder y el pueblo desenfrenado dieron por tierra con el orden de dominación interna y sumisión neocolonial que había regido el país y desterraron de plano la idea de que aquel orden pudiese retornar alguna vez. En tres años, mil leyes transformaron las instituciones y las relaciones fundamentales poniéndolas al servicio de la población, entre ellas la agraria, el sistema político, el sistema represivo, la produc­ción y las empresas, la vivienda, el sistema bancario, el comercio, la educación, la salud, la previsión social, los medios de comunicación, los municipios y muchas otras esferas. Pero lo esencial no eran las leyes sino la actividad sintonizada de un nuevo poder popular y las movilizaciones prácticamente permanentes de las masas, cada vez mayores, que modificaban las relaciones y las instituciones sociales al mismo tiempo que se transformaban.

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La embarcación soviética Ansov abandona Cuba durante la Crisis de los Misiles, en junio de 1962 (NARA)

El imperialismo no aceptó una Cuba independiente después de un siglo y medio de pretender engullirla y sesenta años de dominación neocolonial. Su aparato agresor se propuso estrangular la economía cubana desde 1960. Para lograrlo orquestó una violencia creciente, desde sabotajes y terrorismo hasta la invasión de playa Girón, en abril de 1961, que fue contrarrestada en tres días por las Milicias y Fuerzas Armadas Revolucionarias. En la víspera de la invasión Fidel declaró que Cuba era socialista. Los Estados Unidos, contrariando las normas del derecho internacional, decidieron un bloqueo económico contra Cuba que se ha prolongado hasta hoy a pesar del repudio mundial. La defensa de la Revolución se convirtió en una actividad vital, pero al mismo tiempo también eran vitales los cambios más radicales en la economía, la redistribución de la riqueza nacional y la revolución educativa. Cuba y la Unión Soviética establecieron vínculos de defensa y de intercambios comerciales que resultaron básicos para el país. El carácter socialista de liberación nacional de la Revolución Cubana acercó a los dos países, pero también introdujo a Cuba en el conflicto geopolítico mundial. Los Estados Unidos avanzaron hacia la agresión directa y Cuba puso todas sus fuerzas en estado de alerta, permitiendo que la 
Unión Soviética instalase misiles nucleares en la isla. En octubre de 1962 se inició una crisis que colocó al mundo al borde de la guerra nuclear. La nación entera enfrentó la amenaza estadounidense sin ceder un milímetro, pero la Unión Soviética y los Estados Unidos pactaron a sus espaldas el retiro de los misiles. La intransigencia revolucionaria, la unidad nacional, la fe en la victoria y la confianza en las propias fuerzas fueron las lecciones de las jornadas de aquellos años, aprendidas por el pueblo y por sus dirigentes.

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El presidente Kennedy, el secretario de Estado Dean Rusk y el secretario de Defensa Robert McNamara, en la Casa Blanca, Estados Unidos, durante la Crisis de Cuba, en octubre de 1962 (NARA)

 Socialismo en el Caribe

 Entre 1959 y 1963 se desarrolló una verdadera revolución agraria, y los esfuerzos y la conciencia del país se volcaron al campo. La Revolución nacionalizó los bancos y casi todo el comercio, el transporte y las empresas de producción y servicios. Millares de personas debieron aprender a ejecutar los procesos de producción y dirección en todos los niveles y entender la economía. Aumentaron los salarios, se abolieron los alquileres y se asumió el principio de que la vivienda pertenecía a quien vivía en ella; se destinaron abundantes recursos a los servicios sociales y el mejoramiento de la situación de los más pobres. En 1961 concluyó la Campaña de Alfabetización, una gigantesca proeza cultural en cuyo proceso alumnos y profesores se educaron mutuamente. En cinco años se eliminó el desempleo. Ante las dificultades, la Revolución asumió el principio socialista de “comida igual para todos”; se regularizó la distribución de alimentos y otros productos básicos a precios subsidiados. Aunque hace ya bastante tiempo que desempeña un papel muy relativo en relación con el consumo total, el sistema de abastecimientos subsidiados continúa vigente. En esos años se produjeron confusiones formidables y maravillosas iniciativas e invenciones, privaciones durísimas y alegrías extraordinarias. Los cambios en las maneras de ser y pensar fueron grandiosos, pero acompañados por duras y dolorosas transiciones. Entre 1959 y 1965, 230.000 personas salieron del país; la Ley de Ajuste Cubano, de los Estados Unidos, dio el toque final a la politización de la emigración y convirtió a los cubanos en los inmigrantes más protegidos en aquel país. La contrarrevolución interna, azuzada por los Estados Unidos, reclutó a millares de personas –la mayoría pobres– que se levantaron en armas en la primera mitad de los años 60. Derrotarla costó muchas vidas y recursos.

En un país de América Latina se empezó a crear una nueva manera de vivir y una nueva sociedad. El tiempo se volvió denso y se transformaron las ideas, creencias y sentimientos con respecto a la vida cívica en su conjunto y a gran parte de la vida cotidiana. Los antiguos dueños de Cuba fueron expropiados y el pueblo perdió el respeto por la propiedad privada. Las personas se apoderaron del país, aprendieron a ocuparse de su funcionamiento y a vivir en él de otra manera, y tuvieron acceso a los bienes materiales disponibles al tiempo que asumían la dignidad humana, la palabra escrita y el mayor control sobre la propia vida. De esta manera se comenzó a edificar la pacificación de la existencia.

Para que Cuba sobreviviera, fuese viable y continuara el proceso de cambios fue necesario establecer un nuevo poder muy fuerte, el Gobierno Revolucionario, que partió de principios políticos diferentes, actuó con gran decisión y creatividad, erigió un nuevo sistema de instituciones y relaciones sociales y políticas, aseguró su permanencia, impidió el cambio del sistema y obtuvo la confianza ilimitada de la mayoría de la población. Hizo retroceder las fronteras de lo posible, y en ocasiones encalló. El elaborado sistema político anterior fue abominado y destruido. Fidel fue el primer líder del mundo que, además de convivir con el pueblo, llevó a cabo una campaña de concientización por televisión, consumó su liderazgo en el transcurso de las jornadas, conflictos y dilemas de aquellos años y fue el conductor máximo del proceso. El nuevo régimen se reconocía como una “democracia de trabajadores” y consideraba la Revolu­ción como fuente de derecho. El espíritu libertario y el poder revolucionario marcharon juntos durante largos años. Todas las oposiciones, ataques y resistencias a los cambios fueron derrotados, al igual que las carencias (que eran casi insondables), en el transcurso de jornadas y años maravillosos y traumáticos.

Las dimensiones profundas de la dominación entre seres humanos se escindieron, cayeron en el desprestigio y fueron modificadas. La subordinación de la mujer sufrió graves impactos y se inició un proceso que estableció las bases para una ulterior transformación de la condición femenina. Las inferioridades sociales y la discriminación racial de negros y mestizos diminuyeron notablemente, no por favores ni por ley sino mediante la participa­ción de estos en el proceso y como parte de las tareas de la Revolución. Las normas y valores familiares fueron impactados por el proceso, caracterizado también por una extraordinaria movilidad social y por modificaciones notables en la concepción del mundo y la vida en el ámbito de la sociedad. Es difícil exagerar el alcance que tuvo la gran Revolución “de los años 60” y es imposible entender la Cuba actual sin tener en cuenta todo ese proceso.

El socialismo cubano no fue consecuencia de un proceso cuyas supuestas etapas debían ser seguidas por los países colonizados por el capitalismo europeo, bautizados primero como “atrasados” o “coloniales y semicoloniales” y después llamados países “subdesarrollados” o “en vías de desarrollo”. Según la corriente dominante del pensamiento liberal, esos países debían seguir el mismo camino de los países clasificados como desarrollados, como si no existiese una íntima relación entre los dos resultados históricos. Para el movimiento comunista y el marxismo liderados por la Unión Soviética, los “subdesarrollados” estaban destinados a hacer “revoluciones agrarias y antiimperialistas” o “democrático-burguesas” y a establecer “democracias nacionales”. La cubana fue la primera Revolución socialista autóctona en pleno Occidente, vencedora de la dominación burguesa y neocolonial. Tuvo que ser socialista de liberación nacional desde el inicio, o de lo contrario no habría triunfado. Tuvo que ser socialista para liberar a Cuba del imperialismo estadounidense y ser capaz de resistir victoriosamente las agresiones y el asedio sistemáticos de la mayor potencia mundial, y para motivar a todo un pueblo a luchar y desarrollar sus potenciales de liberación en busca de la justicia social y la libertad: objetivos que se condicionan mutuamente. Tuvo que ser socialista para que la idea de desa­rrollo económico se volviera un derecho a realizar, para que la política se relacionase íntimamente con la ética y la administración de la honestidad, para que el poder tuviera autoridad sobre la economía, y la economía se midiera por su capacidad de servir al bienestar de la población y a la distribución justa de la riqueza social.

La Revolución socialista cubana trascendió su ámbito nacional. Se proclamó sobre todo latinoamericana y asumió un diálogo fraternal con los pueblos y relaciones con los estados basadas en principios, a veces flexibles, como parte de una nueva diplomacia. América Latina y el Caribe es la verdadera región a la que pertenece Cuba –geográfica, histórica, cultural, de situación compartida y de economías, objetivos nacionales y destino que pueden ser comunes–. Pero el continente fue apartado de Cuba. La Organización de los Estados Americanos (OEA) ratificó su sumisión a los Estados Unidos al expulsar a Cuba de su seno. Y una ola de dictaduras de tendencia burguesa e imperialista se propagó por la región con el fin de sofocar las protestas políticas y sociales e imponer una nueva fase de dominación. Las dictaduras y la mayoría de los regímenes capitalistas más o menos democráticos combatieron la Revolución Cubana o fueron cómplices de su aislamiento y hostigamiento. Algunas fuerzas capitalistas nacionales establecieron relaciones con Cuba o se mostraron dispuestas a hacerlo, pero la tendencia general siguió siendo contraria. Fue el pueblo el que reconoció, de 1959 en adelante, el significado de la Revolución Cubana, practicó la solidaridad y la defendió, o la percibió como una esperanza cierta, un ejemplo palpable de que la soberanía plena y los cambios sociales profundos para beneficio popular eran factibles en América. Esas funciones de Cuba en la región fueron una de las conquistas más valiosas de la Revolución, y la solidaridad con Cuba fue un adelanto notable de la cultura latinoamericana.

El contenido del régimen y de los ideales socialistas establecidos en Cuba constituyó una renovación práctica del socialismo en el mundo contemporáneo y una afirmación de la necesidad del carácter anticapitalista de las revoluciones de liberación nacional y de que exista y se desarrolle un internacionalismo consecuente. Cuba fue una herejía para los poderes que por entonces usufructuaban la representación del socialismo, y también un polo atractivo y una alternativa política e ideológica para muchos movimientos que pugnaban por la liberación nacional y social. Fidel se convirtió en uno de los principales dirigentes revolucionarios del mundo. Ernesto Che Guevara perfeccionó su personalidad y leyenda de guerrillero con una actuación ejemplar como dirigente en los terrenos político, económico, ideológico e internacional. El Che Guevara fue el teórico más destacado de la posición cubana y un renovador del marxismo. En 1965 encabezó la ayuda internacionalista cubana a la revolución en el Congo y hacia fines de 1966 marchó a Bolivia al frente de un grupo de cubanos para apoyar y extender la Revolución. Allí murió en octubre de 1967. En la segunda mitad de los años 60, mientras trataba de profundizar su proyecto comunista, Cuba redobló sus esfuerzos internacionalistas, iniciados en 1959, asumiendo todas las consecuencias grandiosas y difíciles que implicaba esa actitud. Eso potenció la cultura de su población y el alcance de su emprendimiento nacional y su posición revolucionaria.

La creación de organizaciones sociales durante la Revolución abrió canales para actividades e iniciativas de diferentes sectores, uniendo el apoyo político e ideológico al proceso de reconocimiento de las identidades y demandas de la diversidad social –una actitud conveniente en la fortísima tendencia de unificación que ha predominado y ocasionado la formación de numerosos cuadros y activistas–. Los sindicatos se democratizaron y se universalizaron, renovando la Central de Trabajadores de Cuba. Su actuación fue crucial en los primeros años. Los Comités de Defensa de la Revolución (1960), la más amplia de las organizaciones sociales, agruparon a los vecinos en cuadras para enfrentar a los enemigos y también para numerosas tareas en beneficio de la comunidad. Desde 1976 constituyen la base de las circunscripciones electorales. La Federación de Mujeres Cubanas, las federaciones de estudiantes de nivel medio y universitario, la Unión de Pioneros y la Asociación Nacional de Pequeños Agricultores son otras importantes organizaciones sociales. Las Milicias Nacionales Revolucionarias fueron la más importante organización de masas durante la gran transformación. Asociaron vivencias, conciencia, disciplina, decisión de lucha, universalización de la postura rebelde y proletarización. Cuba se vio obligada a emplear una inmensa masa de jóvenes y de recursos para defenderse con éxito de los ataques de los Estados Unidos.

Cuando se formó el nuevo sistema político de la Revolución, no quedaba nada de los partidos y del sistema político anterior. Después de un proceso de unificación, se crearon la Unión de Jóvenes Comunistas y el Partido Unido de la Revolución Socialista (1962), que en 1965 pasó a ser el Partido Comunista de Cuba. Las funciones de ese sector del campo político son muy diferentes de las que cumplen los partidos en los países capitalistas. En los primeros años, las funciones ejecutiva y de promulgación de leyes fueron desempeñadas por una dirección revolucionaria cuya cúpula reunía los principales cargos políticos y estatales. El Estado revolucionario creó los organismos que el país necesitaba, aunque luego esas estructuras experimentaron diversas crisis y reformas. Los poderes locales siempre fueron muy activos y el número de municipios creció mucho hasta 1976.

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Fidel Castro, presidente de Cuba, en la Asamblea de la ONU, en septiembre de 1960 (US Library of Congress)

A mediados de los años 70, los límites que enfrentaba el proceso cubano se hicieron palpables. La estrategia económica llamada “desarrollo socialista acelerado” no contaba con fuerzas suficientes para modificar la condición “subdesarrollada” de Cuba, en un mundo en el que la centralización capitalista avanzaba a grandes trancos. No se alcanzaba la autosuficiencia alimentaria y la necesidad de exportar cantidades enormes de azúcar no refinado –que desvirtuaba los progresos hacia el mejor uso del suelo y los saludables complementos entre agricultura e industria– desembocó en la cosecha de 1970, esfuerzo gigantesco que desorganizó al país y lo dejó exhausto. La relación con la Unión Soviética era la opción principal para la economía de una nación sistemáticamente bloqueada por los Estados Unidos, pero, a pesar de sus aspectos positivos, no estaba madura para contribuir eficazmente al desarrollo autónomo de Cuba. Las relaciones con otros países desarrollados capitalistas siempre fueron tan necesarias para Cuba como accidentadas e insuficientes.

Cuba ingresó en el Consejo de Ayuda Económica Mutua (CAME) –el órgano de integración de los países del así llamado sistema socialista– en 1972, cuando ya estaba en marcha la segunda etapa de la Revolución en el poder, que abarcó desde el inicio de los años 70 hasta comienzos de los 90. Durante esas dos décadas el país multiplicó sus fuerzas de manera sistemática y consiguió: a) un Estado de bienestar para la población con oferta de servicios y productos de consumo y una perspectiva diferente de la de los países capitalistas desarrollados; b) la universalización de los servicios educativos y de salud gratuitos, y el sistema de previsión social más avanzado de la región; c) la continuación y la reorganización del esfuerzo económico, esfuerzo destinado a volver más eficiente y humana la producción azucarera y el fomento o la ampliación de otras áreas de producción, y el fortalecimiento de una infraestructura notable; d) un proceso de institucionalización que consolidó el anteriormente conseguido e incluyó poderes municipales democráticos, un orden legal compacto y una nueva Constitución en 1976; e) un salto decisivo en la escolarización, en la pirámide escolar, en la cultura política y general, y en el desarrollo técnico y científico.

La economía venció obstáculos y desafíos con una alta tasa de crecimiento medio anual entre 1959 y 1988, mientras que la distribución del ingreso fue inversa a lo usual en América Latina. También se multiplicó la actuación internacionalista cubana en el así llamado Tercer Mundo, que incluyó esfuerzos masivos como los de la Guerra de Angola –400.000 internacionalistas, de los cuales murieron más de 2.000– y la solidaridad con la Nicaragua sandinista. Pero en esta segunda etapa la transición socialista empezó a sufrir los límites de sus posibilidades y se desarrollaron graves deformaciones y procesos de burocratización. La relación con la Unión Soviética, que durante treinta años tuvo una importancia capital, se vio afectada por la autonomía cubana y por numerosas contradicciones en los años 60, en un período en que el desempeño económico cubano se limitó excesivamente a los intercambios con la Unión Soviética. La base de la relación era el intercambio de productos primarios cubanos por insumos energéticos, manufacturas, equipamientos y alimentos soviéticos. El intercambio desigual fue compensado con ventajas en los precios y un sistema de créditos. Cuba renunció a la autosuficiencia alimentaria, la diversidad, la autonomía y el proyecto propio a cambio de seguridad en su sector externo frente al bloqueo y el subdesarrollo, además de recibir productos de consumo y servicios sociales y de contar con una asociación confiable gracias a las afinidades ideológicas y el peso de la Unión Soviética como única superpotencia rival de los Estados Unidos. Pero la estrategia, la práctica y la ideología económicas tuvieron cada vez más influencias de esas relaciones debido al así llamado socialismo real. Eso perjudicó la dirección, la eficiencia, el control y también el papel de la actividad económica en las transformaciones socialistas de los individuos, las instituciones, la sociedad y su identidad socialista.

Crisis en el proceso revolucionario

El proyecto socialista original de la Revolución sufrió retrocesos y abandonos parciales. Se desvalorizaron las experiencias, ideas y búsquedas propias para imitar las ajenas. En franca contradicción con las realidades de la Revolución, se llegó a creer que el socialismo se “construiría” combinando los mecanismos mercantiles y las motivaciones individualistas con una construcción mercantilizada sin capitalismo y que sería tutelada por el Estado socialista hasta alcanzar el “desarrollo”. El auge de la burocratización, el formalismo y la elimina­ción del debate fortalecieron esas ilusiones. En esta segunda etapa coexistieron –y en ocasiones chocaron– la acumulación cultural de la liberación ya conseguida con las deformaciones que se introducían o se reanimaban. Una nueva generación más sana y más preparada entraba en escena, con vivencias y experiencias diferentes. La dinámica económica del país fue inferior al tremendo salto hacia adelante de las capacidades de la población joven. La primera revolución educativa alfabetizó y concientizó; la segunda universalizó, formó a casi un millón de personas e implantó el sistema estudio-trabajo; pero no hubo una tercera que formase capacidades y valores para la nueva contradicción creada por los adelantos mismos: enormes conocimientos para recursos escasos, individualidades impactadas por una modernización extrema –cuyo símbolo mundial pertenece al capitalismo– en una sociedad cuyos ideales y forma de vida son diametralmente opuestos a los del capitalismo.

Es que, pese a las deficiencias, el factor determinante era la Revolución. En los años 80, el país que avanzaba en muchos terrenos y practicaba la solidaridad con ardor enfrentó una nueva fase del capitalismo mundial: la centralización extrema y la dictadura de las finanzas parasitarias en la economía, además del conservadurismo en política. Mientras tanto, la segunda ola de revoluciones del siglo XX –que tuvo su epicentro en el Tercer Mundo– llegaba a su fin, la promesa de desa­rrollo para esas regiones se agotaba, y en la Unión Soviética comenzaba el proceso de autoliquidación del régimen y de todo el sistema socialista. La política cubana se dinamizó. Ese mismo año de 1985 –en el que se llevó a cabo en La Habana una gran reunión continental por el no-pago de la deuda externa–, el presidente Fidel encabezó un proceso que se denominó de “rectificación de los errores y tendencias negativas”, con el objetivo de recuperar el propio rumbo y utilizar las fuerzas, los recursos y los valores cubanos, hacer grandes cambios políticos, económicos e ideológicos, y evitar las consecuencias de lo que después se conocería como la “Perestroika”. Aunque debió afrontar grandes dificultades, el proceso de rectificación permitió avanzar con celeridad por el camino de la movilización y la participación popular en el debate de los problemas, la realización de importantes cambios y la reafirmación del rumbo socialista. Después de cuarenta años de triunfo de la Revolución Cubana se desencadenó la crisis que acabó con los regímenes de Europa Oriental. Hacia fines de 1989 los cubanos hicieron entie­rros masivos municipales de los restos de los mártires de la Guerra de Angola y se manifestaron, en toda la isla, contra la invasión estadounidense a Panamá.

A comienzos de los años 90 se desató una terrible crisis económica, producto de
la caída brusca y sin compensaciones de las relaciones con el CAME, que signi­ficaban el 83,2% del comercio total cubano en 1985 e implicaban la especialización cubana en el azúcar –mercadería en franco declive internacional–, en los cítricos –el mercado mundial estaba muy controlado– y en el níquel –por suerte una materia prima a buen precio–. Además, durante el período 1986-1990 se redujeron los intercambios con el resto del mundo –debido a una merma en las divisas y los créditos– y se agravó el deterioro de los términos de intercambio con los países del CAME. Los Estados Unidos dejaron en claro que, a pesar del fin de la bipolaridad, las hostilidades contra Cuba no cesarían después de haber usado como pretexto, durante treinta años, que su agresión sistemática se debía a la Guerra Fría. La supervivencia del sistema económico y la seguridad nacional corrían peligro de muerte en un momento en que el prestigio mundial del socialismo caía vertiginosamente.

En apenas dos años, las exportaciones totales de Cuba se redujeron el 62% y cayeron las importaciones. Se desencadenaron carencias agudas de petróleo y derivados, además de otros productos básicos. Entre 1991 y 1993 el desempeño económico del país fue destrozado. La producción cayó en todos los ramos por carecer de insumos, piezas y equipamientos, demanda externa y motivaciones. En 1993, el PBI fue un 35% inferior al de 1989. La alta calidad de vida alcanzada sufrió un gravísimo deterioro, desde la alimentación y la canasta básica hasta el transporte y la electricidad. Asomó el peligro del desempleo, que afectó al 8,1% de la población económicamente activa (PEA) en 1995, una tasa alta para Cuba. El poder adquisitivo de la moneda se desbarrancó. El país tuvo que volver a sus raíces, el papel de la economía y la organización locales fue destacado, y se multiplicaron las actividades productoras particulares de bienes y servicios, que en Cuba se conocen como “por cuenta propia”. Éstas abastecieron una parte importante del consumo. La actuación del poder revolucionario –férrea pero flexible– mantuvo su línea central, su estrategia y sus tácticas, el orden público, los servicios sociales, la asignación de los escasos recursos con que contaba y la conducción de la mayoría de la población.

Desde 1992 se produjeron cambios institucionales y se instrumentaron medidas concretas para enfrentar la crisis. La Constitución de 1976 fue reformada ese mismo año para propiciar un amplio espectro de transformaciones. Se amplió el orden legal con el objetivo de posibilitar la profusión de relaciones mercantiles creadas con las actividades por cuenta propia y los mercados libres agropecuarios y artesanales, y para favorecer la inversión extranjera, sobre todo en forma de empresas y asociaciones mixtas. Desde julio de 1993 se estableció un régimen bimonetario con libre circulación del dólar, recepción legal de remesas familiares del exterior y cuentas bancarias personales en divisas. El Estado, de recursos muy limitados, racionalizó su estructura, aumentó bastante la autonomía de sus órganos económicos, prescindió del monopolio del comercio exterior, reformó el sistema bancario y fue cediendo en materia de planeamiento central en favor de los controles indirectos y los mecanismos de mercado. El sector agropecuario se transformó. En octubre de 1993 la mayor parte de las empresas estatales –dueñas del 80% de la tierra en uso– fue transformada en cooperativas agropecuarias.

¿Cómo y por qué no se consumó en Cuba, sin embargo, el modelo de liquidación de regímenes no capitalistas vigentes en aquellos años? Ante todo, la sociedad y el sistema político cubanos no abandonaron previamente su organización social, sus instituciones y sus ideales socialistas, y éstos constituían una acumulación cultural y de prestigio para el socialismo resistente y movilizable frente a la crisis económica. El hecho político fundamental fue la cohesión, la disciplina y el respaldo activo de la mayoría de los cubanos a la manera de vivir creada en Cuba, a pesar de que ese modo de vida fue sometido a la fuerte erosión de los efectos de la crisis y tam­bién, en parte, de las medidas tomadas contra la crisis. Se desarrollaron numerosas estrategias de supervivencia, pero nunca se cuestionó la continuidad del régimen. Este comportamiento social fue la clave de la política de ese período y expresó una conciencia guiada por tres certezas: la de que la unidad entre los cubanos era vital para enfrentar tantas dificultades y desa­fíos; la de que el régimen político luchaba con energía y honestidad para mantener la justicia social y la redistribución sistemática de la riqueza nacional, defendiendo eficazmente la soberanía nacional y controlando la economía nacional; y la de que un retorno al capitalismo en Cuba sería un desastre para la mayoría de los cubanos y significaría graves pérdidas de derechos sociales, soberanía popular y calidad de vida, explotación del trabajo, pobreza y humillaciones. Consciente del respaldo que esa cultura política ofrecía, Fidel convocó las elecciones de diputados en febrero de 1993 como un plebiscito a favor o en contra del socialismo: 7,85 millones de votantes eligieron por vía directa a sus diputados.

La emigración a los Estados Unidos es un buen ejemplo porque ha sido politizada durante décadas. En 1980, ante la liberación repentina de los obstáculos que los Estados Unidos habían impuesto desde 1973 para la entrada de inmigrantes cubanos legales, emigraron 125.000 personas por el puerto de El Mariel. En el verano de 1994 –el momento más agudo de la crisis social–, el éxodo ilegal de los “balseros”, tolerado por los dos países, fue de apenas 37.000 personas. Mariel fue una correc­ción de la media anual de 31.000 emigrantes en el período 1959-1973 –aunque haya mostrado la existencia de nuevos problemas ideológicos–, una generación después del triunfo revolucionario. Los balseros de 1994 –si no tomamos en cuenta la gigantesca manipulación mediática internacional– formaron parte del cuadro migratorio de la segunda mitad del siglo. La inmensa mayoría de los cubanos no “votó con los pies” y siguió en su país. La emigración de los años 90 mostró dos nuevas peculiaridades: la despolitización consecuente del hecho de emigrar y el deseo de obtener éxito en base a las capacidades y las expectativas personales, motivación sobre todo de los más jóvenes. Junto a estas peculiaridades persistió la tradicional salida a los Estados Unidos, usualmente con la ayuda de familiares que ya vivían allí. Por otro lado, ya estaba en marcha el crecimiento de la emigración hacia otros países. Esa tendencia se mantiene hasta hoy y es muy probable que su número exceda un tercio del total de emigrantes.

El hecho de que exista una Cuba socialista niega una exigencia básica de la ideología que prevalece en la actualidad: que es necesario resignarse al triple dominio del capitalismo sobre la existencia cotidiana, la organización social y la vida de cada país, y lo mismo se aplica a escala mundial. Apenas treinta años después de que los Estados Unidos impusieran el primer corte de relaciones, el país vivió por segunda vez otro corte brusco y sin indem­nizaciones de sus principales relaciones económicas, pactadas a largo plazo. Este golpe provocó una crisis económica muy profunda y un gran deterioro social, pero, por segunda vez, el país logró sobrevivir. Cuba no se sumó a la cadena de “caídas del socialismo” ocurrida en 1990, pese a los agravantes que sufrió con el fin de la bipolaridad monopolizadora entre superpotencias. Tuvo que hacer enormes y sistemáticos esfuerzos a lo largo de los años 90 para que la supervivencia del régimen resultara viable, pero en la actua­lidad nadie niega que ese objetivo fue alcanzado. En síntesis, se puede afirmar que la Cuba actual es un complejo compuesto de acumulación social revolucionaria, elementos de la crisis de los años 90 y sus consecuencias, y de los cambios y permanencias todavía en curso. La continuidad de su tipo de organización social socialista es la tendencia dominante en sus expresiones políticas y en el balance que se puede hacer de su sociedad.

La extraordinaria resistencia cubana logró superar la crisis de la primera mitad de los años 90. El país demostró ser viable sin aplicar las políticas económicas que se exigen en el mundo actual y siguió adelante sin perjudicar la vida de las mayorías, contrariamente a lo que se considera inevitable, y por lo tanto, se ha tornado habitual. El Estado siguió siendo muy fuerte e intervencionista en altísimo grado en materia económica, al contrario de lo que se esperaba. Desde 1995, la economía se ha venido recuperando con ritmo paulatino pero estable y ha crecido en productos, servicios y eficiencia, a pesar de haberse visto obligada a realizar enormes cambios en varias esferas. Una de las razones básicas de ese éxito es que Cuba utiliza eficazmente sus propias fuerzas. Su población posee un alto nivel general de conocimientos, capacidades y hábitos útiles, que en muchos aspectos son realmente notables y están consolidados; la economía presenta importantes niveles de reproducción, control, diversificación y otros aspectos positivos; la infraestructura se desarrolla; el sistema de servicios sociales está entre los más avanzados del mundo y ha resistido el deterioro que la crisis le infligió; la paz social y política favorecen bastante la actividad económica; el Estado y las estructuras de poder en general se muestran capaces en la realización de sus tareas.

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Hombre armando habanos, en Viñales, Cuba (Bryan Ledgard/Creative Commons)

Políticas y prácticas culturales

Es insólita la combinación que presenta el sistema en cuanto a capacidad de actividad económica, flexibilidad y ejercicio de controles severos, grados de libertad en políticas económicas y gran capacidad negociadora externa. A continuación se incluyen algunos datos por áreas. El turismo, que casi no existía, creció velozmente y se asoció con empresas extranjeras; ya en 1998 fue responsable del 50% del total de ingresos en divisas. Actualmente es un sector consolidado y dinámico –con cerca de 100.000 empleados– que supo afrontar los difíciles primeros años de esa década y recibió dos millones de visitantes en 2004. El azúcar cayó desde 1993, pero no colapsó; redujo ordenadamente su producción y su cultivo a menos de la mitad; el personal excedente fue reubicado y, en su mayor parte, recalificado. El níquel multiplicó su importancia, registrando una sólida expansión productiva y comercial –más de 70.000 toneladas métricas en 2004, con ventas a numerosos países–, alta eficiencia y renovación tecnológica, asociación provechosa con el capital extranjero, óptima conjunción de precios y grandes perspectivas de ampliaciones. En el área energética, la empresa estatal Cubapetróleo aprovechó el enorme conocimiento acumulado y, en plena crisis, continuó su expansión productiva de petróleo –de 0,8 millones de toneladas métricas en 1991 a 3,7 en 2003– y de gas, que en el mismo período aumentó de 33 a 658 millones de metros cúbicos –una conquista estratégica y de sustitución de importaciones–, y creó empresas mixtas con compañías de otros paí­ses. Hallazgos recientes han revelado un enorme potencial de producción. El área de telecomunicaciones es una de las más dinámicas en ampliación, inversiones extranjeras, modernización y contribu­ción al desarrollo económico y social.

La combinación de una sólida forma­ción de profesionales altamente calificados con la inversión en investigaciones científicas aplicadas al campo de la salud –política mantenida durante varias décadas– está rindiendo excelentes frutos: alta calidad de vida de los cubanos debido a las tareas de prevención y el cuidado de la salud; descubrimientos muy importantes, gran competitividad internacional y negocios en vacunas, medicamentos, equipamientos y atención médica altamente especializados; capacidad de intervenir mediante asesoría o bien concretamente en otros países en casos de atención médica y de salud. Tanto los productos y equipamientos como el personal –pertenecientes al sector público en su totalidad– constituyen valores importantes para la política social y las relaciones internacionales de Cuba.

Cuba no está sujeta a las orientaciones del FMI ni del Banco Mundial y controla sus relaciones con las inversiones extranjeras en vez de ser controlada por ellas. En los primeros años de la década de 1990 se estimularon las inversiones externas 
y se consiguieron relaciones notables en algunos campos, dentro de un espectro modesto y bajo el recrudecimiento de las medidas persecutorias de los Estados Unidos contra los intereses y la soberanía de aquellos países que se relacionaban con Cuba. Pero el país que contó con una formidable inversión externa en la industria azucarera en la segunda década del siglo XX, en condiciones neocoloniales, ya liberado, no pudo encontrar créditos externos para su industria en la última década del siglo. Consciente de sus fortalezas y debilidades, no cedió sus controles al negociar con los intereses externos. Mantuvo centralizadas sus decisiones y principales dotaciones de recursos, el peso de la economía interna y el equilibrio entre gastos sociales e inversiones. Después de 2002 diminuyó el número de empresas mixtas y aumentó el control, concentrándose más en la relación con socios de envergadura en aquellos campos que se consideraban más procedentes.

El dólar, como moneda legal y preferida en Cuba, produjo conmoción en un comienzo y contribuyó al deterioro de los valores socialistas en los años 90, pero también alentó toda una gama de motivaciones para iniciativas y actuaciones económicas, y dio recursos al país para enfrentar la gran crisis, impulsar los cambios y también las permanencias –como la de los presupuestos de política social–. El Estado captó divisas indispensables procedentes de las remesas y de otras fuentes, y, por otra parte, la red comercial legal en divisas es monopolio estatal. Después de once años de moneda doble, en noviembre de 2004, el dólar dejó de circular. Con orden encomiable, la población cambió sus dólares por pesos cubanos convertibles, que ocuparon su lugar en la economía interna y en la vida cotidiana. El peso cubano –que se estabilizó en 26 x 1 con el dólar en los últimos años– fue objeto de revaluaciones en 2005 con relación al convertible, que a su vez se revaluó frente a todas las divisas. Cuba ha fortalecido en buena medida su posición frente a los riesgos y exacciones que implica el dominio de la economía dolarizada, ha aumentado los fondos estatales y mejorado el equilibrio financiero interno. Por otro lado, el dinero cubano colocado en bancos por particulares –concentrado en pocas manos– disminuyó la capacidad adquisitiva del dinero del turista y los precios al consumidor no bajaron. Esas medidas, como tantas otras, muestran que se prefiere la vía social de redistribu­ción de la riqueza a las vías personales.

La cultura socialista está vigorosamente sustentada por la política social del poder revolucionario. Su mecanismo principal es el abastecimiento de recursos por medio del presupuesto central del Estado, que los redistribuye en beneficio de la salud, la educación, la previsión social y otros servicios sociales, sectores estatales priorizados e iniciativas de interés para la sociedad; los gastos sociales han aumentado año tras año, durante la crisis y hasta el día de hoy. La gobernabilidad mantiene la confianza en los objetivos de las medidas y políticas económicas. En cuanto a políticas de empleo, el régimen rechazó la “solución” capitalista de “racionalización”. En los primeros años de la década de 1990 se modificó la composición del trabajo (el 94,4% de los trabajadores eran estatales en 1988) y aumentó el número de cooperativas y de trabajadores por cuenta propia. Pero el empleo estatal ha sido protegido hasta hoy, sin que prevalezcan los criterios de eficiencia en su contra. De todos modos, el ingreso ganó bastante terreno en la estrategia trabajadora y vital de muchas personas y familias. Cientos de miles se hicieron trabajadores por cuenta propia, sea como actividad exclusiva o como complemento del salario estatal –que no aumentaba a pesar del alza constante en los precios de los productos–. Asociada al riesgo de alza del desempleo, la gestión privada continuó siendo necesaria ante las carencias y dificultades en el campo del consumo de productos y servicios –y debido también a la insuficiencia de gran parte de los salarios en virtud de los altos precios de muchos bienes y servicios necesarios o deseables–. El Estado trata de disminuir el papel y el peso de la gestión privada ofreciendo más productos y servicios, pero también estableciendo controles y normas cada vez más restrictivos para esas actividades.

Entre 1999 y 2004, los salarios estatales aumentaron, aunque modestamente. La renta media de los asalariados se elevó paulatinamente y, además, entre el 33 y el 50% de los asalariados recibieron estímulos varios: pagos por producción, divisas (dólares), alimentos, ropas y otros artículos. En 2005, ante la coyuntura financiera favorable, el Estado elevó notablemente las pensiones, el salario mínimo y las recompensas de un amplio sector. Se invocó que era justo aumentar los modestos haberes jubilatorios de aquellos que tanto habían trabajado. Casi un millón y medio de personas comenzaron a recibir un incremento de 1.035 millones de pesos al año y la Asistencia Social, que cuida diferencialmente a las personas que perciben jubilaciones bajas y otras menos favorecidas, elevó los beneficios de otras 476.000 personas en 154 millones anuales. El salario mínimo aumentó de 100 a 225 pesos mensuales, favoreciendo a 1,6 millones de trabajadores. Otro aumento, a los técnicos de la salud y la educación –en total 857.000–, sumó 523 millones al año. Los nuevos pagos totalizaron 3,5 millones de pesos anuales, a cargo del presupuesto nacional. El gobierno de-
claró que esos incrementos, como parte de una política de aumentos a ser continuada, eran modestos frente a las necesidades de los cubanos y que se debía evitar un desequilibrio financiero interno. Se empezaron a distribuir suplementos alimenticios y algunos productos domésticos duraderos entre toda la población, utilizando la “libreta” que la Revolución implantó desde 1962 y que hasta hoy permite vender al consumidor productos subsidiados.

El consumo de alimentos per cápita diario se fue recuperando hasta llegar en 2003 a lo que había llegado en 1989, y subió a 3.305 quilocalorías en 2004; alcanzó el estándar requerido en proteínas y mantuvo el déficit en grasas. Aumentó la oferta estatal en los mercados “liberados” y en su red gastronómica. La producción de alimentos aumentó en vegetales y carnes envasadas pero disminuyó en ganado y arroz debido a la intensa sequía que, en el año 2004, fue particularmente grave. La sociedad cubana es capaz de mitigar los efectos de las sequías y los ciclones tropicales y de atender a aquellas regiones afectadas o perjudicadas; la defensa civil y el sistema de prevención y actuación ante desastres naturales de Cuba son considerados uno de los mejores del mundo por su cobertura y eficiencia. Su organización social y las prioridades que determina han abierto el camino para esas conquistas. Y es por eso que un país que enfrenta fuertes carencias y dificultades es celebrado por su destacada atención a la infancia; y a ello también se debe que su política de empleo destine sumas ingentes al gasto social ante el envejecimiento de la población, tenga un importante programa de universalización de los estudios superiores y priorice los centros de salud y educación en lo que atañe a construcciones y reformas. Y también hace que sus ciudadanos y su gobierno expresen incomodidad y preocupación ante aquellas necesidades básicas que continúan insatisfechas, como la escasez y el mal estado de las viviendas, o ante la crisis reciente en el abastecimiento de energía eléctrica.

Política económica exterior

Cuba reorientó sus relaciones económicas exteriores de manera radical desde 1990. Como los demás países colonizados y neocolonizados, fue durante siglos un gran exportador de productos primarios, y desde su liberación enfrenta, como todos, graves desventajas y obstáculos para dejar de serlo por su debilidad relativa ante los intereses de los países más desarrollados. Además, el bloqueo económico sistemático de los Estados Unidos ha convertido a Cuba en un caso ejemplar: el capitalismo no sólo creó el “subdesarrollo” sino que también se empeñó en impedir que un pequeño país libre diese el ejemplo de superarlo por su cuenta. Porque el caso de Cuba es original: al contar con la soberanía nacional y popular, puede combinar –en sus relaciones internacionales– sus recursos y fuerzas con estrategias y tácticas propias y obtener niveles de autonomía notables. Desde 1990 el sector externo viene sobreviviendo al desmoronamiento de los años de crisis y realizando innumerables negocios y gestiones, siempre enfrentando la penuria de los créditos y las malas condiciones financieras y comerciales agravadas por el capitalismo actual. A pesar de todo, continúa avanzando rumbo a una situación más favorable. El dinamismo del turismo marcó los años 90 pero el níquel mantuvo el liderazgo del sector productivo exportador y lo aumentará; también se exportan zumos cítricos, ron, tabaco, miel y otras mercaderías. Los medicamentos y equipos de salud están a la vanguardia de las exportaciones no tradicionales actuales, con franca tendencia a la ampliación. Los servicios de alta complejidad, sobre todo en el sector de la salud, contribuyen hoy extraordinariamente a la balanza comercial.

Durante este período el intercambio con América Latina y el Caribe aumentó de una proporción ínfima al 28,3% del total de Cuba en 2003, pero la mitad del comercio de ese año fue con Venezuela. La relación entre los dos países dio un nuevo vuelco desde diciembre de 2004, cuando se concretó la propuesta del presidente Hugo Chávez de una Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), una integración latinoamericana contra los instrumentos neocoloniales del imperialismo. En abril de 2005, Cuba y Venezuela establecieron formalmente vínculos excepcionales. En relación con los combustibles, se pasó del simple abastecimiento venezolano en condiciones ventajosas a relaciones que abarcan todos los campos, lo que impulsará la producción, la tecnología y los transportes cubanos. Se pusieron en marcha proyectos mixtos de desarrollo siderúrgico, de níquel y cobalto, de agricultura, energía eléctrica, infraestructura ferroviaria, aeronáutica civil, transporte marítimo, reparación naval y construcción de embarcaciones, vivienda, pesca, empresas culturales, artículos deportivos, producción animal y vegetal. Se firmaron acuerdos modelo en varios campos. Cuba compra de inicio bienes de producción y consumo a la industria venezolana por valor de US$ 412 millones. El intercambio de filiales bancarias y las exenciones aduaneras y de impuestos sobre utilidades que ya han sido aprobadas abren paso a una integración más profunda. Cuba multiplica y amplía sus ámbitos de colaboración en salud y educación –que ya era la mayor entre dos países en América–, cooperando para que Venezuela consiga un extraordinario desarrollo en esos campos.

El desarrollo anterior de relaciones políticas bilaterales fraternas y de colaboración –sobre todo en misiones de salud y en lo que atañe al abastecimiento de combustibles– preparó ese salto. En rea­lidad, Venezuela y Cuba se han podido integrar hasta ese punto porque sus poderes políticos y sus proyectos de país les posibilitan la autonomía y el control de sus recursos, imprescindibles para alcanzar esos resultados. La puesta en práctica del ALBA entre Venezuela y Cuba le ha mostrado al continente que es posible una asociación profunda de iguales provechosa para todos, y fortalece la vía hacia una integración regional independiente que articule socios y situaciones más heterogéneas. Petrocaribe, fundada en junio de 2005, es otro paso multilateral del ALBA que incluye a Cuba.

Las relaciones con China crecen rápidamente. En noviembre de 2004, los dos países firmaron acuerdos que viabilizaron el crédito y el comercio. Dos nuevas empresas mixtas tendrán que producir más de 70.000 toneladas métricas de níquel por año, con una inversión china de US$ 1.800 millones. Ya están en funcionamiento otras dos empresas mixtas que producen medicamentos biotecnológicos. Se esperan ampliaciones en esas áreas y nuevos emprendimientos en siderurgia y otras. La asociación con la Sherritt –de Canadá– en el ramo del níquel ha sido muy positiva y las dos partes acordaron recientemente una nueva inversión que duplicará la producción. La combinación que resultó en la mayor entrada de divisas por exportaciones de bienes y servicios, turismo, intercambios favorables, remesas familiares y política monetaria consiguió en 2004 que, por primera vez desde la crisis, la balanza de pagos fuera positiva. La reserva de divisas pasó de casi cero a US$ 1.477 millones. La política económica y la posición internacional de Cuba se ha fortalecido.

Aunque sus productos no tradicionales y sus servicios de alta complejidad crezcan en valor e importancia, Cuba continúa siendo un gran exportador de productos primarios. Además, está muy lejos de tener autosuficiencia alimentaria. Desde fines de 2001 se abrió un canal de compras en efectivo de alimentos en los Estados Unidos, por un valor cercano a los US$ 400 millones anuales, que suple un tercio de sus importaciones. Las medidas del gobierno Bush limitan su crecimiento, pero cada vez más productores y empresas de los Estados Unidos interesados luchan por esa relación, apoyados por políticos de los dos partidos estadounidenses.

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El presidente de los Estados Unidos Barack Obama saluda al presidente cubano Raúl Castro, en el encuentro histórico durante la Cumbre de las Américas, en la ciudad de Panamá, en abril de 2014 (Amanda Lucidon/White House)

Balance y desafíos

A pesar de todos los elementos positivos aludidos, los límites de su desarrollo acarrean situaciones difíciles para Cuba a partir del doble efecto de la aguda crisis de los años 90 y del agravamiento de la posición de la mayoría de los países por causa del altísimo grado de centralización actual del sistema capitalista mundial y de la naturaleza de
su forma dominante, transnacional y de finanzas parasitarias. Los “subdesa­rrollados” son muy vulnerables en sus relaciones internacionales, y los poderes mayores del capitalismo los empobrecen y subyugan combinando medios económicos y extraeconómicos. Cuba enfrenta el intercambio desigual y el escaso control de las condiciones en que efectúa una parte importante de sus relaciones económicas, se ve constantemente perjudicada por las acciones de los grandes capitales internacionales, y, por si esto fuera poco, obtener financiamientos es muy difícil y oneroso y el país tiene una alta deuda externa. Además, los Estados Unidos agreden sistemáticamente a Cuba, sin respetar la legalidad internacional ni la soberanía de otros países. Todo eso hace más relevante aún que resista con éxito, que su organización social privilegie a las mayorías y que éstas disfruten de una vida digna y pongan en práctica un proyecto nacional y una solidaridad notable con numerosos pueblos de América y del mundo.

Por otro lado, a consecuencia de la crisis de los años 90 –y de las medidas adoptadas– han aumentado las desigualdades sociales, cosa que afecta la esencia igualitaria del sistema de transición socialista cubano en cuanto a la redistribución de la riqueza y las oportunidades. Debido a la existencia de un mercado de productos y servicios escasos, del desempeño de tareas que pasaron a ser cuantiosamente remuneradas y de ciertos aspectos de la coyuntura, determinados grupos e individuos obtuvieron más dinero y situaciones ventajosas. Grandes sectores de trabajadores –como los de la educación y la salud– conservaron su elevada posición social, pero su situa­ción material se deterioró. La desigualdad principal reside en el ingreso y en el acceso a los bienes de consumo. Ella está asociada a la doble moneda, y cabe señalar que muchos no disponen de la más fuerte por realizar el trabajo más complejo o por tener actitudes individuales merecedoras de mayor reconocimiento de la sociedad. Las ventajas se obtienen sobre todo en aquellas actividades relacionadas con la economía mixta, el turismo, la recepción de remesas –un hecho aleatorio– y una amplia gama de actos que van desde la oferta privada de servicios y productos hasta el lucro de intermediarios y negocios ilegales, en las dos monedas. Los precios informales en moneda cubana todavía son demasiado altos para las rentas personales y familiares de la mayoría. La corrupción es muy combatida, pero de modo oscuro desempeña papeles sociales en la Cuba actual.

La cultura política de los cubanos es decisiva, y dos de sus características principales se han vuelto muy relevantes. La primera es la actitud ante los objetivos del trabajo y la relación indirecta entre sus resultados generales y las remuneraciones personales –característicos de la transición socialista cubana, tan diferentes a lo que es normal en el capitalismo–, que se sigue manifestando en la abnegación con que masas enormes de trabajadores y técnicos han dado y dan continuidad a la producción y los servicios, en condiciones nuevas en las que los fines del trabajo y de las remuneraciones socialistas se debilitan y oscurecen y se refuerzan la remuneración directa y el egoísmo. La segunda característica es la peculiar relación con el consumo creada por la Revolución, que se volvió parte de la cultura cubana contemporánea y que ha resistido la tremenda ofensiva de una década de cambios e influencias que en gran medida favorecen ciertas modificaciones en las necesidades y los deseos, y también la adopción de representaciones y relaciones capitalistas. A pesar del deterioro que registra, la relación con el consumo continúa siendo un valor socialista y un factor decisivo para la estrategia nacional y el desempeño económico de un país en el que el apoyo de la mayoría es indispensable. Esas dos características expresan la permanencia que los cambios socialistas fundamentales han conseguido mantener en las relaciones sociales.

La conciencia social avanzada ha dado un altísimo grado de autonomía política al sistema, que ha sabido utilizarla para tomar decisiones y conducir el país en las coyunturas de estos años. La sagacidad, la previsión, la calidad de la conducción de masas y la combinación de flexibilidad táctica y estratégica sujeta a los principios de Fidel han sido características decisivas para la actuación de ese poder político. El desgaste del discurso político ya era notable a mediados de los años 80, y si bien la rectificación ha sido una inyección positiva, los años más críticos que siguieron sin duda deterioraron en cierta medida la credibilidad y la aceptación del régimen. Pero nunca perdió su legitimidad, y la firmeza y la eficiencia de su actuación en medio de la tormenta le permitieron recuperar terreno. La administración pública y el mantenimiento del orden se basan en el consenso, no en la represión. El mismo poder político que garantiza todos los cambios y las medidas tan diversas de la transición actual es claramente entendido como defensor del socialismo y de la soberanía. Es eje de la situación cubana y depositario de las esperanzas de la mayoría.

La estructura social cubana actual es transicional en dos sentidos: por un lado, es de transición socialista porque reproduce las condiciones que dan continuidad a ese tipo de régimen, y éste, a su vez, es la base de la forma de gobierno; por otro lado, se encuentra en un proceso de reinserción limitada en el sistema de la economía mundial controlado por el capitalismo, pero de tal modo que hasta ahora maneja todas sus variables favorables para mantener el control, tomar decisiones y redestinar recursos, o sea, para continuar siendo de transición socialista en vez de realizar una integración progresiva hacia el capitalismo mundial. Está basado en su tipo de relación entre el poder económico y el poder político, y en el consenso mayoritario con que cuenta. Aunque con diferencias entre sí, uno y otro fundan su legitimidad en la Revolución y en el régimen de transición socialista, y no en la reinserción en curso.

Las tensiones fundamentales no se dan actualmente en el terreno de la economía o de la política del día sino en el plano ideológico, o, más precisamente, en un te­rreno cultural en el que están incluidas las ideologías. Naturalmente, en esa lucha, las influencias externas de cuño capitalista son más fuertes que las de cuño socialista. En una manera muy particular, Cuba también participa de la actual guerra cultural mundial. Desde el año 2000 está en curso la ofensiva cultural cubana, que comenzó con enormes movilizaciones a partir de una cuestión puntual: la devolución del niño Elián González, retenido en Miami por sus familiares exiliados con apoyo del gobierno de los Estados Unidos, que se convirtió en una reafirmación sistemática del antiimperialismo, un atributo esencial del socialismo cubano. Pero el plano interno, como de costumbre, es decisivo. Perduran las multitudinarias demostraciones populares, la divulgación política sistemática y el funcionamiento de organizaciones de masas y políticas. Fue implementada una enorme expansión de las acciones educativas y de su lugar en la vida cultural. Se realizan campañas contra la corrupción y las fallas éticas de los funcionarios públicos. El carácter socialista del proceso se reafirma de múltiples maneras. Frente a la escalada de agresiones y amenazas del imperialismo en 2002, las organizaciones de masas –apoyadas por un documento firmado por casi 8 millones de ciudadanos– pidieron a la Asamblea Nacional una reforma constitucional en defensa de los artículos 3 y 63. La Asamblea aprobó una enmienda al artículo 3 –que establecía que el sistema político y social socialista es intocable–, otra al artículo 11 –que declaraba la nulidad de toda negociación efectuada bajo amenaza o coacción venida del exterior–, y también la eliminación de la facultad de la Asamblea de reformar el sistema económico, político o social, derecho que solamente el pueblo podrá ejercer.

Las medidas contra la expansión de las desigualdades sociales, la pobreza y el desvalimiento de ciertos sectores de la población –y el riesgo de su transformación en hechos “naturales”– son parte de la misma batalla cultural. Entre sus acciones cabe mencionar la incorporación al estudio y al trabajo por medio de becas destinadas a una gran cantidad de jóvenes desfavorecidos, atención calificada a niños y ancianos, ampliación del trabajo social, solidaridad entre todos los cubanos, sin exclusiones, como un valor que hace frente al egoísmo y al afán de lucro. El auge de la actividad internacionalista en América Latina y otras regiones, sobre todo en el sector de la salud, fortalece ese valor y su esencia socialista, muy distinto de la “ayuda humanitaria” y la filantropía capitalistas. Mantener de manera sistemática la justa redistribución de la riqueza social es un atributo esencial del socialismo cubano, y ello sólo será posible si el poder político ejerce control suficiente sobre el destino de los recursos, que es la vía utilizada. Lo que podría verse como un problema de distribución tiene, en la práctica, implicaciones de mayor alcance. El sistema cubano ha mantenido bajo control las variables fundamentales de la dimensión económica, la política social, el sistema político, los medios de comunicación, la educación y otros circuitos de la producción espiritual.

Ése es el contexto del proceso reciente de centralización de la actividad económica, que aumenta las capacidades de la dirección estatal de controlarla, tomar decisiones importantes, llevar adelante las iniciativas económicas, optimizar el uso de los recursos, redistribuir riquezas y luchar contra la corrupción y la forma­ción de grupos privilegiados y con intereses sectoriales en el sistema. La acción se rea­liza mediante instrumentos legales que centralizan todos los ingresos en divisas y su operación en una cuenta única en el Banco Central de Cuba y regularizan estrictamente las autorizaciones para su uso, las nuevas reglamentaciones de comercio exterior, la reestructuración del sector turismo y otras disposiciones. Por sus finalidades el proceso es irreprochable para una sociedad socialista, pero existe cierta preocupación por los posibles perjuicios para la eficiencia empresarial y administrativa. Analizado desde una perspectiva más amplia, es más una acción del complejo y permanente combate de los procesos de transición socialista –que realmente lo son– contra el peligro de reabsorción por las potencias del sistema mercantil capitalista y su cultura. Y también se lo puede relacionar con la cultura generada por el proceso nacional de liberación y de justicia social cubano desde el siglo XX, que combina las tradiciones de ciudadanía y democracia con la apelación a organismos poderosos e ideologías de gran unificación para la ejecución de los proyectos.

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La ciudad histórica de Trinidad, en Cuba, Patrimonio Mundial de la Humanidad desde 1988 (Bud Ellison/Creative Commons)

El sistema político funciona normalmente, regido por la Constitución de 1976 y sus modificaciones. En el terreno electoral, la Asamblea Nacional de 609 diputados y el Consejo de Estado son elegidos cada cinco años, mientras que los delegados de las Asambleas de los Poderes Populares municipales –un total de 15.112 en 2005– y provinciales son electos cada dos años y medio; vota la inmensa mayoría del electorado, en colegios con mesas integradas por vecinos y controladas por jóvenes estudiantes. La campaña electoral se reduce a la divulgación de los datos de los candidatos, que son seleccionados, en el caso de los delegados, por los electores de cada circunscripción, y en el de los diputados, por las organizaciones de masas del país entre los ciudadanos de mayor prestigio en las diversas actividades del país. Ninguno de estos representantes electos es remunerado por sus servicios, por lo cual deben continuar en su empleo habitual. La Constitución establece el derecho de revocación de los funcionarios electos. El Consejo de Estado es elegido por la Asamblea Nacional, que escoge al presidente entre sus miembros. La iniciativa de las leyes suele ser tomada por el Ejecutivo, que en general posee las mayores atribuciones del sistema. El Poder Judicial es realmente autónomo. La institución municipal tiene un profundo contenido popular, aunque con insuficiencia de recursos propios.

En general, el sistema cubano no se encuadra en las clasificaciones habituales de “democracia representativa”, “autoritarismo” u otras, ni tampoco en los conceptos usuales relativos a los sistemas políticos. Medido por sus realizaciones y por sus valores, se destaca por la calidad de vida y por los derechos efectivos que disfrutan sus ciudadanos, por la redistribución sistemática de las riquezas y por la honestidad de la gestión pública, por la extensión de las oportunidades, por la pacificación de la existencia y por el respeto a la dignidad humana. Sus problemas son diferentes de los que aquejan a los países capitalistas. La transición socialista está obligada a basarse en la intencionalidad de la construcción social, en el uso cada vez mayor y mejor planeado de los bienes y las ideas con que cuenta, y en la cada vez mayor participación democrática de la población, porque ella es la fuerza fundamental del régimen, y su motivación y eficiencia dependen de que se comprometa realmente con una estructura social tan radicalmente nueva y diferente.

Los cubanos han recorrido todo el camino “moderno” de la individualización y han aprendido a crear y ampliar vínculos de solidaridad para enfrentar y superar la modernidad mercantil capitalista. Si su extraordinaria cultura política se moviliza todavía más y ejerce su discernimiento y su acción para enfrentar los problemas y peligros reales actuales, y si se utilizan sus ideas, opiniones, iniciativas y esfuerzos, esa cultura será decisiva para el desarrollo de las personas y las instituciones en un sentido socialista. El apolitismo y el pensamiento y los sentimientos conservadores han registrado avances en la nueva etapa iniciada en los años 90. Pero no se han generalizado; Cuba está en medio de un intenso conflicto de valores. Debe de­rrotar la creencia de que las relaciones y representaciones capitalistas son algo dado, de origen externo, que es inevitable aceptar. Y seguir impidiendo que la existencia de desigualdades sociales y jerarquías –en tanto consecuencia directa del poder del dinero– se convierta en algo “natural”. También se está dirimiendo la cuestión, por demás crucial, del vínculo o la disociación entre el cubano y el socialismo, después de haber estado unidos en la identidad nacional durante décadas. Identidad y nacionalismo han integrado en su núcleo la justicia social, cosa que los ha enriquecido decisivamente y significó un aporte muy valioso de Cuba al pensamiento y las luchas por la liberación del así llamado Tercer Mundo. Las reelaboraciones del problema deben constituir un aspecto central de la cultura cubana actual.

La Revolución acabó con la sujeción de la sociedad al poder de la república burguesa neocolonial, cambió la vida social, levantó su propio sistema de relaciones e instituciones sociedad-poder y sociedad-Estado, e hizo de la unidad un principio de uso casi universal. Actualmente, Cuba constata el vigor y la complejidad de sus diversidades sociales antiguas y emergentes. La crisis de los años 90 y los cambios y desigualdades sociales recientes han contribuido mucho, pero sería un error reducir la cuestión a esos elementos o creer que la diversidad social activa expresa necesariamente la debilidad del Estado. Ese error participa de la funesta confusión entre Estado y socialismo que tanto daño causó en las experiencias del siglo XX. La diversidad social en movimiento es una gran riqueza del país y un potencial de renovación de todos los aspectos de la vida social, que puede fortalecer mucho al socialismo si sus ideales, actividades y organizaciones sienten que el sistema es su vehículo, y si los órganos y la cultura socialista son capaces de hegemonizarla.

Cuba socialista es una alternativa latinoamericana, con un sistema social y una estrategia que le permiten conservar su manera de vivir, su soberanía nacional y su autonomía en el mundo actual, una opción que existe y muestra –a través de sus conquistas, realidades, insuficiencias y problemas– que es posible vivir de manera más humana y que los países pueden ser otra cosa que lugares de contrastes inaceptables, frustraciones e iniquidades. Los peligros y tareas que Cuba tiene por delante no pueden ser enfrentados por un país dependiente, sea éste pequeño o grande: sólo puede hacerlo un país que sujete sus propias riendas, un país en el que las personas estén dispuestas a cambiar y busquen ser más plenas. Pero no alcanzará con persistir y resistir. Ante las opciones y los problemas, sólo acertará si avanza por el camino del socialismo –en vez de detenerse o retroceder–. Entre esos adelantos estará la multiplicación de los participantes sistemáticos en el control y las decisiones de la economía, la política y la reproducción de las ideas, y la elaboración de un proyecto socialista más avanzado, integrador, complejo, capaz y participativo que los que han existido hasta hoy. Estará la continuación de la estrategia económica basada en la premisa de que su primer objetivo es el bienestar de la población, el aprovechamiento racional de los recursos y el aumento de la eficiencia, además de la obtención de una mayor autonomía. Estará poner en primer plano la batalla por el predominio de los vínculos de solidaridad sobre las motivaciones egoístas e individualistas, y lograr que la libertad y el interés social se complementen.

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La ciudad antigua de La Habana, y sus construcciones, también declarada Patrimonio Mundial en 1982 (Andrzej Wrotek/Creative Commons)

(actualización) 2005 - 2015

 por Emir Sader

El 31 de julio de 2006, sorprendió al mundo la noticia de que Fidel Castro se retiraba del gobierno cubano por causa de una cirugía. El poder, entonces, pasaba a las manos de su hermano, Raúl Castro. Casi dos años después, el 19 de febrero de 2008, el líder máximo de la revolución cubana renunció a la presidencia de la República. Y cinco días más tarde, Raúl Castro fue elegido presidente del Consejo de Estado. Así, después de prácticamente medio siglo de comandancia ininterrumpida, Fidel Castro se retiraba del día a día político cubano, limitándose a partir de ese momento a escribir artículos en el periódico Granma y a recibir personalidades o delegaciones que visitaban la isla. De ese modo, quedaba abierto el camino para que Raúl pusiera en práctica las nuevas directrices del régimen. 

Ya en 2006 el gobierno había anunciado el término del período especial, iniciado con el colapso del régimen soviético y del bloque socialista. La decisión se vinculaba con las nuevas relaciones comerciales entabladas por el país, especialmente con Venezuela, Brasil y China. Raúl Castro anunció también que el Estado cubano pasaría por una actualización: un nuevo modelo económico comenzaría lenta y gradualmente a cambiar la vida cotidiana de la población. El modelo podía resumirse en las siguientes medidas:

1. Reanudación de la reforma económica interrumpida en 2000, con la diversificación del comercio internacional, la descentralización de decisiones estratégicas, la concesión de facilidades para la inversión extranjera y la garantía de mayor autonomía de decisión para las empresas estatales;

2. Desarrollo de nuevas formas de autogestión económica (empresas familiares, trabajo autónomo, etc.), especialmente en el área de la agricultura y en el sector de servicios, con el fin de tornar viable para los cubanos la doble condición de productor y propietario;

3. Planificación y control democráticos de la producción y de los servicios, de acuerdo con prioridades locales y en coordinación con las determinaciones nacionales. Establecimiento de relaciones monetario-mercantiles contractuales entre todos los sectores involucrados en el proyecto;

4. Incremento del régimen de propiedad mixta en la mayoría de los sectores de la economía. Desarrollo de un empresariado cubano capaz de establecer empresas conjuntamente con el Estado;

5. Incremento del número de trabajadores autónomos y reconocimiento de su importancia para el conjunto de la economía. Concesión de licencias para el trabajo autónomo y la cobranza de impuestos de acuerdo con el ingreso obtenido anualmente por esos profesionales;

6. Reducción de la presencia del Estado en la economía y desburocratización de la actividad económica;

7. Redefinición del papel orientador y regulador del Estado, mediante la elaboración de un plan que garantice los intereses nacionales básicos;

8. Desarrollo de un sistema empresarial que incluya empresas estatales, mixtas y privadas, preservando los servicios públicos fundamentales;

9. Perfeccionamiento de la política fiscal y financiera, con el establecimiento de un sistema de impuestos progresivos sobre el ingreso, así como sobre la ganancia de cubanos y extranjeros residentes en el país, además de la cobranza de impuestos indirectos relacionados con el consumo;

10. Eliminación de la doble moneda, con el establecimiento de una moneda única, que gane convertibilidad internacional;

11. Establecimiento de un régimen salarial basado en el principio de isonomía y capaz de reconocer las diferencias de calificación, productividad y condiciones de trabajo;

12. Eliminación del impuesto de cambio al dólar;

13. Unificación del comercio, para terminar con la división entre tiendas para “cubanos” y para “turistas”. Adopción de una política de precios de bienes de consumo sobre la base del mercado internacional. Aplicación de un impuesto indirecto sobre el consumo;

14. Fin de la libreta de abastecimiento. Institución de subvenciones directas a la población de bajos ingresos, con la supervisión de órganos del Poder Popular;

15. Creación de una nueva cultura económica entre dirigentes, ejecutivos y trabajadores, que coloque en el centro de los análisis la rentabilidad y la eficiencia. Promoción de la competición económica a fin de elevar la calidad de la producción de bienes y servicios. Vinculación de los salarios a los resultados de la actividad, perfeccionamiento de la política de precios y autofinanciamiento pleno como criterio esencial de las actividades económicas, de manera de reducir al mínimo las subsidiadas;

16. Distribución del porcentaje de ganancias de la empresa entre los trabajadores;

17. Fin de las trabas a la producción agropecuaria y aceleración de la entrega de las tierras ociosas cultivables a los campesinos y a las cooperativas;

18. Establecimiento de redes y mecanismos de crédito para campesinos, cooperativas y demás trabajadores;

19. Liberación de todos los productos agropecuarios y de pesca para el consumo del mercado doméstico;

20. Elaboración de una nueva legislación para regular el alquiler de inmuebles de cubanos para cubanos, de modo de aliviar el déficit habitacional, así como del alquiler de inmuebles para extranjeros;

21. Liberación de la compra y la venta de inmuebles entre cubanos;

22. Acceso libre a bienes durables, tales como automóviles, computadoras, etc.;

23. Eliminación del llamado “mercado negro” de bienes y servicios.

Estos lineamientos vienen siendo puestos en práctica paulatinamente, con el fin de que el Estado posea el control absoluto sobre la apertura económica. El resultado más visible de tales cambios es la mayor entrada de inversiones extranjeras y la creación de pequeñas empresas privadas y de cooperativas. Un buen ejemplo del primer caso fue la inauguración del puerto de Mariel, construido por el gobierno brasileño, que permitirá a Cuba intensificar y diversificar su comercio exterior.

Los cubanos también comenzaron a convivir con una gama de impuestos que varía según la actividad empresarial desarrollada. Otro cambio importante ocurrió en el sistema de previsión social. Las edades jubilatorias se prorrogaron cinco años: a los 60 años para las mujeres y a los 65 años para los hombres.

En el plano político, el hecho más significativo fue la puesta en marcha del proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos, anunciado en diciembre de 2014. El acercamiento entre los dos países será lento. Ya en abril de 2015, los Estados Unidos retiraron a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Con esta iniciativa, la isla podrá recibir financiamiento del Banco Mundial. Sin embargo, el embargo económico, financiero y comercial impuesto por los Estados Unidos ya hace más de medio siglo aún continúa. Su fin deberá ser votado por el Congreso norteamericano. De todos modos, el comienzo del entendimiento entre los países puso en evidencia –como el mismo gobierno norteamericano lo admitió‒ el fracaso de la política del bloqueo decretado por Washington. 

Así, el proceso de normalización de las relaciones con los Estados Unidos, sumado a la apertura del puerto de Mariel, permitirá a Cuba avanzar en el proceso de reformulación económica interna y de reinserción internacional del país.

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La Bodeguita, en La Habana vieja, uno de los puntos turísticos más importantes de Cuba, tiene las paredes escritas y firmadas por sus visitantes: Ernest Hemingway, Salvador Allende y Pablo Neruda, entre los más ilustres (João Vicente/Creative Commons)

Datos Estadísticos 

Indicadores demográficos de Cuba

1950

1960

1970

1980

1990

2000

2010

2020*

Población
(en mil habitantes)

5.920

7.141

8.715

9.835

10.601

11.138

11.282

11.162 

• Sexo masculino (%)

51,64

51,09

50,84

50,60

50,39

50,24

50,28

... 

• Sexo femenino (%)

48,36

48,91

49,16

49,40

49,61

49,76

49,72

... 

Densidad demográfica 
(hab./km²
)

53

64

79

89

96

100

102

101 

Tasa bruta de natalidad 
(por mil habitantes)**

31,60

35,44

26,45

16,55

15,44

12,46

9,6*

8,8 

Tasa de crecimiento 
poblacional**

1,99

2,15

1,60

0,53

0,62

0,27

-0,06

-0,26 

Expectativa de vida 
(años)**

59,40

65,35

70,98

74,24

74,79

77,16

79,2*

79,3 

Población entre 
0 y 14 años(%)

36,35

35,06

37,59

31,69

23,17

21,65

17,32

14,1 

Población con más
de 65 años (%)

4,40

4,65

5,85

7,76

8,83

9,87

12,44

16,4 

Población urbana (%)¹

56,51

58,40

60,27

68,11

73,36

75,32

76,60

77,69 

Población rural (%)¹

43,49

41,60

39,73

31,89

26,64

24,68

23,40

22,32

Participación en la población
latinoamericana (%)***

3,53

3,24

3,03

2,70

2,38

2,12

1,89

1,69 

Participación en la
población mundial (%)

0,234

0,236

0,236

0,221

0,199

0,182

0,163

0,145 

Fuente: ONU. World Population Prospects: The 2012 Revision Database
¹ Datos sobre la población urbana y rural tomados de ONU. World Urbanization Prospects, the 2014 Revision. 
* Projecciones. | ** Estimaciones por quinquenios. | *** Incluido el Caribe.
Obs.: Informaciones sobre fuentes primarias y metodología de cálculo (incluidos eventuales cambios) se encuentran en la base de datos o en los documentos indicados.

 

Indicadores socioeconómicos de Cuba

1960

1970

1980

1990

2000

2010

2020*

PBI (en millones de US$ a 
precios constantes de 2010)

44.721,4

38.731,0

64.328,2

...

• Participación en el PBI 
latinoamericano (%)

1,690

1,082

1,293

... 

PBI per capita 
(en US$ a precios
constantes de 2010)

4.218,6

3.477,1

5.693,6

... 

Exportaciones anuales 
(en millones de US$)

5.415,0

1.675,3

...

Importaciones anuales
(en millones de US$)

7.417,0

4.795,6

... 

Exportaciones-importaciones 
(en millones de US$)

-2.002,0

-3.120,0

...

Deuda externa total 
(en millones de US$)

10.961,3

...

Población Económicamente 
Activa (PEA)

...

...

3.435.692

4.150.477

4.421.870

4.940.558

5.172.872 

• PEA del sexo 
masculino (%)

...

...

70,14

67,59

65,72

62,67

60,41

• PEA del sexo 
femenino (%)

...

...

29,86

32,41

34,28

37,33

39,59 

Matrículas en el
primer nivel¹

...

1.550.323

885.576

1.004.578

852.744

... 

Matrículas en el
segundo nivel¹

...

1.127.591

1.073.119

789.927

808.904

... 

Matrículas en el 
tercer nivel¹

...

146.240

242.366

158.674

800.873

... 

Profesores

...

...

...

...

331.691

... 

Médicos

6.609

6.152

15.247

38.690

65.997

76.506

... 

Índice de Desarrollo
Humano (IDH)³

0,681

0,729

0,742

0,824

...

Fuentes: CEPALSTAT
¹ UNESCO Institute for Statistics
² Calculado a partir de datos del Global Health Observatory de la Organización Mundial de la Salud 
³ Fonte: UNDP. Countries Profiles
* Projecciones. 
Obs.: Informaciones sobre fuentes primarias y metodología de cálculo (incluidos eventuales cambios) se encuentran en la base de datos o en los documentos indicados.

 

Mapas 

 

 

Bibliografía

  • INSTITUTO DE HISTÓRIA DE CUBA. Principales censos de la Isla de Cuba de 1768 a 1879. In: Historia de Cuba. La colonia. La Habana: Política, 1994. p. 466.
  • MORENO, Manuel Fraginals. El Ingenio. Complejo económico social cubano del azúcar. La Habana: Ciencias Sociales, 1978. t. III, p. 43-44.
por admin publicado 01/09/2016 16:30, Conteúdo atualizado em 05/07/2017 19:14