El desarrollismo estuvo ligado a los procesos de industrialización por sustitución de importaciones. Con este modelo, la región superó el paradigma de las ventajas comparativas que había dirigido su inserción en el mercado mundial entre los años 1870-1930. Presentó tres grandes fases: la primera, vinculada a la sustitución de bienes de consumo livianos; la segunda, asociada a la internalización de la producción de bienes de consumo durables; y la tercera, relacionada con la nacionalización de la producción de bienes de capital. El desarrollismo surgió como una práctica política, a partir de la ascensión al Estado de los movimientos revolucionarios de corte nacionalista, en los años 30. Alcanzó su más alta elaboración conceptual con las tesis de la CEPAL, en los años 1950-1960, pero la asociación de las burguesías latinoamericanas al capital extranjero fue limitando su influencia, al punto que se tornó una práctica marginal con la ascensión del neoliberalismo durante los años 1980-1990. Pero la crisis del neoliberalismo vuelve a colocar en la agenda social la problemática del desarrollismo, con otro perfil social y de clase.
Industria liviana
En su primera etapa, de producción industrial liviana, el desarrollismo asumió la forma de nacional-desarrollismo, partiendo de los movimientos revolucionarios de las décadas de 1930 y 1940 –como el cardenismo (de Lázaro Cárdenas) en México, el varguismo (de Getúlio Vargas) en Brasil y el peronismo (de Juan Domingo Perón) en la Argentina–, que redefinieron la actuación estatal.
El Estado pasó a ser promotor de la industrialización, desempeñando el papel de productor en los sectores de infraestructura (siderurgia, energía, petróleo, comunicaciones, etc.), de coordinador de políticas macroeconómicas y de organizador de una nueva política externa. Para que el Estado asumiera un papel de inductor del desarrollismo, garantizando la infraestructura de la industrialización, algunos sectores fueron estatizados, como la explotación de minas y energía y el monopolio de sectores estratégicos. Son ejemplos de ese período la nacionalización de compañías de petróleo estadounidenses realizadas por Lázaro Cárdenas y la creación de Petrobras en Brasil.
La política externa de los países latinoamericanos comenzó a presionar para que se concedieran préstamos y transfirieran tecnologías. La moratoria y la significativa desvalorización de la deuda externa actuaron como elementos indispensables en la promoción de las inversiones necesarias para la instalación de la industria de base. La protección al mercado interno, la transferencia, vía tributación, de los recursos obtenidos por los exportadores al empresariado industrial y el manejo de tasas múltiples de cambio y crédito posibilitaron la importación de la industria de bienes de consumo livianos (textiles, alimenticios, etc.). Ese proceso fue acompañado por la profesionalización de la administración pública –por medio de la consolidación de una tecnoburocracia gerencial– y de las carreras del funcionariado público, cuya mayor expresión en Brasil fue la creación en 1938 del Departamento Administrativo del Servidor Público (DASP).
El nacional-desarrollismo entró en crisis a mediados de los años 50, como consecuencia de la escasez de divisas que permitieran importar las tecnologías necesarias para implantar la industria de bienes de consumo durables (automovilística, de electrodomésticos, etc.) y de la restauración de los flujos internacionales de capital para la región. La escasez de divisas se relacionó con el hecho de no haber preservado una pauta exportadora intensiva en recursos naturales –una de las razones para haber dejado intacta durante mucho tiempo la estructura agraria–, con excepción de México, donde el petróleo se constituyó en fuente estratégica de exportación.
La llegada de industrias de bienes durables
Para avanzar en otras etapas de la sustitución de importaciones, el desarrollismo se internacionalizó y comenzó a combinar la entrada de capitales extranjeros, vía inversión directa, con la estructura proteccionista de la sustitución de importaciones. La mayor expresión de ese proceso fue el gobierno de Juscelino Kubitschek, en Brasil. Por la instrucción 113 de la Superintendencia de la Moneda y del Crédito (SUMOC), Kubitschek estimuló la importación de tecnologías sin cobertura cambiaria. La inversión extranjera se orientó, entonces, hacia la industria, en especial la industria automovilística, exigiendo la ampliación de los servicios de infraestructura urbana ofrecidos por el Estado.
El capital extranjero dirigido a la región no era un ahorro externo, como parte de la literatura y del pensamiento latinoamericano creía, ni se incorporaba definitivamente a los países receptores. A los períodos de entrada de recursos les seguían fases de salidas, con un drenaje de recursos superior a las entradas, para remunerar a los propietarios no residentes. La crisis de la balanza de pagos se reinstaló en un nivel superior, lo cual provocó el estancamiento del crecimiento.
Ese dramático proceso ocurrió en los años 60 y 70, promoviendo la destrucción de la base social del desarrollismo y dando lugar a dictaduras militares contrarrevolucionarias y fascistizantes –con excepción del gobierno del general Velasco Alvarado, en Perú, que se presentó con un enfoque antiimperialista–. Los regímenes militares retomaron el endeudamiento externo y profundizaron la superexplotación del trabajo como forma de obtener excedentes financieros.
La nacionalización de los bienes de producción
La fase depresiva del largo ciclo de “Kondratiev”, instalada en los países centrales entre 1967 y 1973, y el reciclamiento de los petrodólares por los grandes bancos internacionales trasladaron hacia los países de la periferia grandes masas de capital. Éstas financiaron los intentos de Brasil y México por profundizar el camino desarrollista rumbo a la tercera fase de la industrialización sustitutiva. Ese proyecto encontró su máxima expresión en Brasil, durante el gobierno del general Ernesto Geisel (1974-1978), con el lanzamiento del II Plan Nacional de Desarrollo (PND) y con las políticas de reserva del mercado de la informática –reforzadas en los gobiernos de João Figueiredo (1979-1984) y José Sarney (1985-1989)– que intentaron internalizar la producción de bienes de capital, química avanzada, energía nuclear, telecomunicaciones y microelectrónica.
Sin embargo, al apoyarse en el endeudamiento externo y en la superexplotación del trabajo, prescindiendo de una base financiera propia y los recursos humanos necesarios para impulsar el ingreso en la producción de bienes de producción, el proyecto fracasó, sin cumplir sus objetivos.
El regreso de las “ventajas comparativas”
El crecimiento económico de la década de 1970 se apoyó en significativos déficits comerciales, en cuenta corriente y en significativo endeudamiento externo, que creció geométricamente con el agotamiento del período de entradas de capital en 1981. A partir de entonces, el desarrollo nacional o regional, como prioridad estratégica de la gran burguesía, fue sepultado en América Latina y pasó a ser prioridad de otros grupos. La burguesía abrazó el neoliberalismo, ajustándose a las posibilidades ofrecidas por el mercado mundial como fundamento de su actuación y restableciendo la subordinación a la teoría de las ventajas comparativas.
Un balance del desarrollismo permite resaltar que la urbanización y el cambio de la estructura productiva de la región no fueron acompañados por reformas sociales profundas. Éstas permanecieron limitadas en virtud de la dependencia tecnológica y de la superexplotación del trabajo. Su ensayo fue abortado por la internacionalización financiera y productiva, que generó desequilibrios macroeconómicos profundos, que terminaron por llevar al desarrollismo al agotamiento.