Geopolítica

Desde que los Estados Unidos surgieron como potencia regional capaz de disputar el territorio de las Américas con los europeos, su historia en el mundo se ha orientado por las líneas generales marcadas en 1823 por el presidente James Monroe. Su comunicación al Congreso afirmaba:

El continente americano, debido a las condiciones de libertad e independencia que conquistó y mantiene, no puede más ser considerado como terreno de una futura colonización por parte de ninguna de las potencias europeas. […] Estamos obligados a considerar todo intento de [Europa para] extender su sistema a cualquier nación de este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad […] como la manifestación de una disposición hostil a los Estados Unidos […]

En aquella época, la emergente República iniciaba su búsqueda de recursos, mano de obra y territorios. Después de la brutal “conquista del Oeste”, que arrasó los pueblos nativos, comenzó la conquista del continente. Las riquezas de América y del Caribe fueron fundamentales para que los Estados Unidos se convirtieran en el gigante mundial. De los metales para la construcción de ferrovías y maquinarias y de los cereales para su creciente población trabajadora fue transitando al petróleo, la goma, el henequén, el café, las frutas tropicales, la biodiversidad, la electricidad y el agua. Cada momento tecnológico indica las capacidades de apropiación y transformación de la naturaleza y las necesidades introducidas por el desarrollo industrial en las sociedades modernas.

Si el hierro y el acero fueron trazando el esqueleto de las comunicaciones por tierra, el caucho dio paso al uso de automóviles más livianos, dotados de neumáticos. Los crecientes ritmos de trabajo agradecieron el uso del café y el azúcar por mantener operarios atentos y ágiles, mientras la luz emergía de los hilos de cobre. El estaño iniciaba la conservación de alimentos y la sofisticación de las máquinas, y los grandes volúmenes de producción hacían uso de las fibras duras como el henequén para el embalaje, antes de que surgieran fibras producidas químicamente, capaces de recrear, y hasta de multiplicar, algunas cualidades de las naturales.

A mediados del siglo XX, los Estados Unidos estaban en pleno auge tecnológico. La Segunda Guerra Mundial les había permitido acelerar su ritmo de innovación y ampliar espectacularmente las escalas de producción y comercialización sin sufrir mucho desgaste debido al conflicto. Su participación en el momento de la victoria y en los proyectos de reconstrucción posteriores los convirtió en líder indiscutible del mundo capitalista, aunque sin eliminar la competencia proveniente del mundo socialista, liderado por la Unión Soviética. De todos modos, su estilo productivo y organizativo se impuso como paradigma. América Latina seguía sus pasos, como proveedora de materias primas y en el papel de receptora de la tecnología obsoleta que expulsaban sus industrias renovadas.

El conflicto había generado una situación de relativa prosperidad en América Latina. Sus bienes primarios tenían salida garantizada (alimentos o insumos para la industria de guerra); los empresarios locales consiguieron, con tecnología media, colocarse en un mercado que se descuidaba circunstancialmente para privilegiar la producción bélica; las fuentes de trabajo aumentaron en las ciudades dando una sensación de progreso, aunque todo esto soportado por un estrangulamiento del campo, que hizo crisis hacia mediados de los años 60.

Ese florecimiento de la posguerra llevó a América Latina a subestimar el significado de la competencia, a pesar de encontrarse geográficamente en el área de despliegue del capitalismo norteamericano. Se pensó en la posibilidad de quemar etapas y alcanzar un desarrollo equivalente, o por lo menos próximo, al del coloso del norte. Nada más ilusorio. No bien terminaron la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea, los Estados Unidos volvieron a concentrar sus intereses en el continente americano, buscando alternativas de inversión, mercados y el suministro confiable de las materias primas que su pujante industria estaba exigiendo.

La condición insular de América y los lazos económicos creados hasta ese momento ofrecían la posibilidad de convertir el continente en una fortaleza que, protegida por los océanos, permitiese a los Estados Unidos crear condiciones inigualables de competencia, garantizando su relativa autosuficiencia frente al resto del mundo.

De hecho, ya en 1947 se firmó un compromiso continental estableciendo que

un ataque armado por parte de cualquier Estado contra un Estado americano será considerado como un ataque contra todos los Estados americanos. Cada una de las partes contratantes se compromete a ayudar a hacer frente al ataque.

Firmado por 22 países americanos, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) buscaba adelantarse a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en los asuntos relativos al continente. Los Estados Unidos aseguraban de esa manera que su posición prevaleciera sobre la de los competidores.

Estaba en juego el principio panamericano de Monroe en dos sentidos: intentando excluir la competencia interna para construir una situación de invulnerabilidad relativa y, simultáneamente, consolidando la posición de superioridad hacia el exterior, actuando como bloque frente al resto del mundo.

América Latina en la encrucijada

El continente, sin embargo, era sumamente heterogéneo. Aunque en algunos casos el entendimiento de intereses con los Estados Unidos parecía contar con las condiciones para sostenerse, en muchos otros había un espíritu nacionalista descolonizador, que se mantenía desde las luchas de independencia y se reforzaba con las amenazas imperialistas venidas del norte. En GuatemalaJacobo Arbenz Guzmán asumió la presidencia en 1951 e inició una serie de reformas nacionalistas que afectaban los intereses de algunas de las primeras transnacionales del mundo, como la United Fruit Company, paradigma de las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina en aquella época. Arbenz intentó romper el monopolio del transporte de la empresa creando un sistema estatal y expropió parte de sus tierras después de aprobar leyes agrarias que procuraban su redistribución. Planeó también crear una industria eléctrica nacional para disminuir los costos y la dependencia y maximizar las posibilidades de desarrollo del país. La aplicación de esas políticas fue enseguida interrumpida por un golpe de Estado organizado por la Central Intelligence Agency (CIA), práctica que se repetiría desde entonces, sistemáticamente, en la historia de América Latina.

La caída de Arbenz ocurrió en 1954, el mismo año en que el presidente Getúlio Vargas, de Brasil, luego de recuperar el petróleo y la electricidad, de defender los precios de productos primarios de exportación y de los salarios, presionado por los mismos intereses externos, decidió suicidarse ante la inminencia de un golpe militar.

El continente se encontraba en un momento de definición. La guerra había estimulado el desarrollo económico por lo menos en las actividades relacionadas con la satisfacción de mercados internos y de sustitución de manufacturas para industrias básicas que trabajaban a plena capacidad. La ilusión de un desarrollo autónomo, o por lo menos con un margen de maniobra y posibilidades mayores que las conocidas antes del conflicto mundial, encendía pasiones nacionalistas. Siguiendo la teoría de Rostow, muchos afirmaban que el desarrollo era una cuestión de etapas secuenciales, en las que los países de América Latina estaban más atrasados por haber llegado al capitalismo un poco más tarde que Europa y los Estados Unidos. La versión latinoamericana de esa teoría, formulada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), estimaba que el camino del desarrollo consistía en avanzar ocupando los nichos que los Estados Unidos –y el mundo desarrollado– dejaba a su paso. Sería posible pasar, a ritmo acelerado y saltando etapas, de la producción de bienes básicos hacia la de insumos intermedios y después a la de medios de producción.

Victoriosos en la guerra mundial, los Estados Unidos se preparaban para una época de bonanza y expansión de su dominio. La ampliación de la escala de negocios durante los años de guerra sirvió para consolidar en la industria el modelo fordista, que había alcanzado una producción en masa de mercaderías para el gran público, con una tecnología que se convirtió en paradigma del desarrollo. La línea de montaje, ya puesta en práctica en las fábricas de automóviles de Henry Ford, en la década de 1910, se difundía rápidamente. La modalidad industrial de enormes colectivos de operarios, que alimentaba un sistema de producción que les imponía tiempos precisos y tareas repetitivas que favorecían la intensificación de la jornada de trabajo, y la introducción de los electrodomésticos y de nuevas dinámicas en la vida cotidiana para limitar el tiempo empleado en actividades consideradas no productivas –aunque fuesen reproductivas de la fuerza de trabajo– fueron adoptadas en todo el mundo occidental. Las masas eran incorporadas a nuevas disciplinas de vida y de trabajo, pero también al consumo de algunos bienes industriales, obviamente, con una diferencia notable entre aquellas que habitaban las regiones desarrolladas y las del resto del planeta. En el caso de América Latina, las bondades de la generalización del fordismo fueron percibidas fundamentalmente por las clases medias que crecieron al amparo del aumento de la explotación del sector industrial y de la precarización del campo, mientras que los trabajadores eran sometidos a rígidas rutinas de trabajo en las fábricas o a una creciente pauperización en el medio rural.

Por otro lado, el avance del socialismo, –fortalecido, paradójicamente, también por la Segunda Guerra Mundial–, era visto como horizonte posible por las fuerzas de izquierda y por los movimientos populares, que luchaban por una reforma agraria, por la nacionalización-estatización de los bienes estratégicos y por la imposición de límites al capital extranjero, ya en aquella época con fuerte presencia en actividades extractivas básicas y en todos los sectores industriales importantes.

El antecedente de la expropiación del petróleo en México, en 1938, marcó una ruta de tránsito. Las fuerzas “antiimperialistas”, algunas crecidas en la ilusión desarrollista y otras inspiradas en los logros del socialismo de ese momento, dieron lugar a gobiernos nacionalistas en varios países latinoamericanos e iniciaron una nueva gesta independentista en el terreno de la salvaguarda de sus recursos y de la protección a los procesos internos de industrialización.

Nacionalismo y antiimperialismo, aunque confrontados en muchos puntos, caminaban en una dirección que los contraponía a las políticas de los Estados Unidos y los convertía en amenazas a los intereses norteamericanos.

América Latina se encontraba, en aquel momento, al igual que en los días actuales, a comienzos del siglo XXI, en una encrucijada.

Redefiniciones estratégicas de la Gue­rra Fría

Desde los anos 40, las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial se dividieron en términos del juego de fuerzas internacional. Presagiaban así un nuevo conflicto que cuestionaba al propio sistema capitalista. El socialismo real ofrecía, con todas sus limitaciones, una alternativa de organización social que ponía en duda (y en riesgo) la legitimidad del lucro como principio dinámico de una sociedad que producía simultáneamente riqueza y miseria.

En 1947, el Congreso de los Estados Unidos emitió el National Security Act, por medio del cual el Departamento de Defensa fue ungido como entidad suprema de política militar y se creó la CIA para hacer frente a una guerra disfrazada, la llamada Guerra Fría, en la que algunos de los principales ejecutores eran espías.

En este marco se inició un nuevo estilo de intervenciones en América Latina, donde la de Guatemala (1954) fue considerada ejemplar. Los Estados Unidos, colocándose como árbitro y policía, se atribuyeron la “misión” de garantizar universalmente la propiedad privada y el estilo de desarrollo que les era propio. La batalla contra el comunismo, entonces, fue la piedra de toque de una estrategia de dominación mundial que fue llamada de “seguridad nacional”.

Pero si bien en el plano internacional la simple existencia del bloque socialista era el elemento visible que justificaba la reorganización completa del Estado norteamericano rumbo a la confrontación en las Américas, Cuba, esa isla pequeña a apenas 145 km de las costas de los Estados Unidos, era la inminencia de un peligro real y cercano, dentro de lo que se entendía en un sentido amplio, monroeano, como su propio territorio.

En ese momento, la corriente de pensamiento llamada nacional-desarrollista, elaborada por la CEPAL y forjada al calor del crecimiento industrial que acompañó la guerra, proponía una vía de desarrollo, fortaleciendo los procesos capitalistas nacionales. Ya comenzaba a surgir, sin embargo, la visión marxista de las teorías de la dependencia, desarrollada por Andre Gunder FrankRuy Mauro Marini, Bambirra, dos Santos y otros, cuyos antecesores, como Ramiro Guerra, José Carlos Mariátegui y Sergio Bagú, entre los más destacados, habían lanzado las bases del latinoamericanismo. Todos ellos se empeñaron en demostrar que el desarrollo del capitalismo implicaba la “colonialidad” y el subdesarrollo de una gran parte del planeta –que incluía a América Latina y el Caribe–, y que, por lo tanto, las alternativas en el capitalismo se limitaban a juegos de fuerza, pero no a transformaciones sustanciales. Cuba era considerada la mejor imagen de una nueva búsqueda descolonizadora por la independencia y la autodeterminación, que, en un contexto delimitado por la disputa capitalismo-socialismo, emprendía un camino propio rumbo a la construcción de una sociedad sin explotación.

Las luchas de liberación nacional, influidas por el éxito de la Revolución Cubana, se sucedieron en toda la región, mientras que los Estados Unidos intentaban afianzar su posición de fuerza en el continente, tejiendo fuertes compromisos con los otros gobiernos latinoamericanos.

Respondiendo a ese desafío tan próximo, se definió rápidamente una política continental que se anunciaba como una Alianza para el Progreso. Un plan de diez años entre los “gobiernos libres” del continente –entre los cuales evidentemente no estaba el de Cuba–, que trabajaría para “eliminar la tiranía en el hemisferio”. El 13 de marzo de 1961, el presidente Kennedy, en una comunicación histórica al Congreso de su país y a los miembros del cuerpo diplomático de América Latina, decía: “Proponemos completar la revolución de las Américas”, y ofrecía apoyo a los gobiernos del área para mejorar las condiciones de vida de la población y controlar cualquier tentativa de reproducir la experiencia cubana, la cual, desde su perspectiva, no era revolucionaria ni desarrollista, sino totalitaria y comunista.

La Alianza marcó un hito en las relaciones continentales. Enfocada en la educación, movilizó a los recién creados “Cuerpos de Paz”, formados por voluntarios habilitados militarmente, que en muchos casos eran reservistas o veteranos del Ejército de los Estados Unidos, para que apoyaran con entrenamiento programas técnicos o asesoraran a universidades e institutos de investigación de América Latina. Eso puso en evidencia la concepción contrainsurgente que tuvo el plan, cuestión que se refuerza al revisar el destino de los recursos canalizados por medio de la USAID (United States Agency for International Development), agencia creada, ex professo, para garantizar materialmente la Alianza. El financiamiento estaba repartido en ayuda al desarrollo y asistencia militar, pero los mayores montos se otorgaron en los momentos de los golpes de Estado o en las dictaduras.

En el plano mundial, la retirada de las tropas norteamericanas de Vietnam, en 1973, prenuncio del triunfo de los vietcongs y norvietnamitas de 1975, pesó fuertemente sobre una reorientación de los intereses en el control y la seguridad interna del continente americano, por medio del incremento del despliegue militar, policial y de inteligencia previsto en la Alianza para el Progreso y mediante la ampliación de las relaciones económicas.

Presencia de la USAID

Así, América del Sur, escenario de luchas guerrilleras y de insurrecciones populares a lo largo de los años 60 y 80, fue la principal área de atracción de los recursos de la USAID en ese período. Brasil fue el país más favorecido en asistencia militar, con un monto de US$ 1.062 millones entre 1961 y 1968, y porcentajes por encima del 33% entre 1964, año del golpe militar, y 1968, año en que la dictadura de Costa e Silva emitió el tristemente célebre Acto Institucional n.º 5 (AI-5), que volvió al régimen todavía más represor. La vigencia del AI-5 se extendió hasta 1978, acompañada por el apoyo financiero de la USAID, que entre 1974 y 1976 otorgó otros US$ 477 millones en ayuda militar. A eso se debe agregar un financiamiento de US$ 10.350 millones entre 1961 y 1974 para apuntalar un modelo económico, impuesto por las dictaduras, permisivo con las inversiones norteamericanas.

Los destinos y momentos de interés en cada uno resaltan al observar los montos otorgados y la selección de países mayoritariamente receptores.

Es posible comprobar que las dictaduras de la Argentina recibieron, sobre todo, ayuda militar, mientras ColombiaChileBoliviaEcuador y Perú fueron favorecidos con los dos tipos de asistencia durante los años de insurgencia guerrillera y de golpes militares.

Después de ese período, el foco de la ayuda se transfirió a América Central, donde un país tan pequeño como El Salvador recibió US$ 1.460 millones en asistencia militar y US$ 4.040 millones en ayuda económica entre 1982 y 1990, años fundamentales de la lucha del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) y principalmente de los procesos revolucionarios en la región. A Honduras llegaron US$ 1.890 millones en ayuda económica y US$ 675 millones en asistencia militar, montos que cubrieron también el apoyo a las actividades de los “contras” nicaragüenses. En realidad, en esos años, toda el área centroamericana fue foco de atención y los recursos se pulverizaban entre varios de los siete países que la componían, con El Salvador como enclave principal.

El ciclo revolucionario fue así seguido o acompañado por un ciclo represivo que impuso presidentes, sustentó dictaduras militares (y algunas civiles) y terminó por derrotar a las fuerzas libertarias, usando los recursos de la USAID y las habilidades de la CIA. Su más acabada expresión fue el Plan Cóndor (también conocido como Operación Cóndor), que inauguró un nuevo sistema de inteligencia multinacional, basado en la tortura y en la desaparición de los militantes presos, completamente inescrupuloso y violador de los derechos humanos.

Aunque efectivamente haya una lógica regional en las políticas de la USAID, las dinámicas locales marcaron las oscilaciones o “picos” de la política general. Algunas de las intervenciones que coincidieron con los picos más altos en la provisión de recursos fueron las que muestra el cuadro siguiente.

Competencia mundial y hegemonía

Si Vietnam representó una derrota política y militar para los poderes concentrados en los Estados Unidos, las amenazas de renegociación internacional de los precios de los hidrocarburos, avanzadas por la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en los años 70, se perfilaban como una amenaza económica que ponía en riesgo el sistema de obtención de lucros en su conjunto, marcando uno de los momentos de competencia más destacados del siglo XX.

La búsqueda de sistemas productivos y de comunicación ahorradores de energía llevó al desarrollo de tecnologías de miniaturización que comenzaron a reducir el peso de los aparatos de producción y transporte. Un nuevo campo de competencia desencadenaba una lucha encarnizada, permitía una redefinición de jerarquías en el interior del mundo capitalista y daba oportunidad a los países europeos y asiáticos de despuntar con sus propuestas de aceleración. El liderazgo del sistema capitalista estaba en disputa.

Los Estados Unidos, el principal consumidor de hidrocarburos en el mundo (cerca del 25% del petróleo mundial), se vieron directamente afectados por la iniciativa de la OPEP. Fue preciso dinamizar su aparato de generación de tecnología para enfrentar la competencia. Evidentemente, también resultó indispensable disciplinar el mercado petrolero con estrategias de debilitación de la OPEP que intentaron –y en gran medida lo consiguieron– dividir el bloque árabe. Mientras tanto se construía un contrapeso con la apertura de todos los yacimientos petrolíferos del continente americano, el que, adicionalmente, contribuyó para mantener el campo energético bajo control de los Estados Unidos. Las desregulaciones y las políticas de ajuste promotoras de la privatización de los recursos naturales esenciales se convirtieron en una de las herramientas privilegiadas de la reorganización capitalista en curso. Lo mismo ocurrió con la deuda externa.

Simultáneamente, la necesidad de hacer frente a los colectivos obreros de los grandes sindicatos estimuló el desarrollo de sistemas de codificación. Ellos permitían elevar los niveles de automatización, sobre todo en los puestos de trabajo, funcionaban como engranaje entre dos fases sucesivas o constituían un enlace o nudo en el proceso de trabajo, que se efectuaba de acuerdo con las líneas de montaje del fordismo. De ese modo se conseguía recuperar el control de conjunto del proceso de trabajo y se debilitaba la capacidad de lucha de los trabajadores.

La microelectrónica, la informática y su aplicación en el ámbito de las comunicaciones, desarrolladas en el contexto de la Guerra Fría por los centros de producción tecnológica del Ejército de los Estados Unidos, potenciaron los procesos productivos en todo el planeta. Con ello, fueron capaces de deshabilitar las estructuras de organización obrera, construidas con la euforia posterior a la Segunda Guerra Mundial, y de incorporar todas las fuerzas productivas al mercado de trabajo. El abaratamiento del costo salarial y el derrame de los procesos productivos en la sociedad toda, descontadas las fronteras fabriles, fueron resultados importantes de esa renovación tecnológica. Nuevo trabajo en domicilio, subcontratación, industrias maquiladoras (off shore), fragmentación social y aislamiento caracterizaron a las sociedades de los años 80, los más exitosos del neoliberalismo.

La lucha por el liderazgo mundial se centró en la creación de nuevas tecnologías y en la capacidad para tener acceso a territorios con los recursos que, por su esencialidad en los procesos de producción, marcaban la diferencia en la competencia.

Para los Estados Unidos, sin abandonar su interés en el resto del mundo (en esa época fue muy importante su penetración en el mercado europeo y su despliegue productivo hacia el Sudeste asiático), la consolidación de su posición continental fue la base de su sustento, tanto de su reconversión productiva como del afianzamiento de su superioridad, relativa en el terreno de la autosuficiencia y de la disponibilidad de los recursos naturales críticos.

América Latina, blanco geopolítico

Una vez liquidada la resistencia en el continente y con la introducción de las nuevas tecnologías, la relación de los Estados Unidos con América Latina se modificó. La derrota política de las luchas revolucionarias dejó poco margen a la protesta y las imágenes de las cruentas torturas en Brasil, del terror pinochetista en Chile, de los 30.000 desaparecidos en la Argentina, de las cárceles para tupamaros en Uruguay o de la represión a cielo abierto en Paraguay, sumados al desempleo que ya crecía con la reconversión tecnológica, eran las mejores formas de disuasión para cualquier pretensión salarial o democrática.

Ya en ese momento, en vez de fábricas “llave en mano” que producían para el mercado interno, se buscaba la implantación solamente de algunas fases del proceso productivo, atendiendo a las características ventajosas de cada lugar y sin restricciones de mercado. Lo importante era el abaratamiento de los costos para enfrentar la competencia internacional. Los costos salariales en América Latina eran comparativamente menores, en alrededor de diez a uno, con respecto a los de los Estados Unidos, y la independencia geográfica o autonomización de las esferas de la producción y del consumo permitía hasta deprimirlos más, sin comprometer la realización de los productos. El uso de la fuerza de trabajo barata (no sólo de América Latina, sino también del Sudeste asiático) desplazó recursos destinados a la reproducción de los trabajadores para dedicarlos a la investigación científica y tecnológica y a la reconversión del aparato industrial. Por dar sólo una cifra, el traslado de ese tipo de fábrica (industria liviana) al norte del México permitió a las empresas retener un monto adicional de US$ 1.770 millones, en 1980, sólo como producto de la diferencia salarial, valor que en 1990 llegó a US$ 10.790 millones. Eso sólo en México, país que tiene con los Estados Unidos una frontera de aproximadamente 3.152 km; no obstante, esos tipos de parque proliferaron en todos los países con bajos salarios del mundo.

La reconversión tecnológica general, además de propiciar una nueva geografía del trabajo, promueve una reorientación de intereses hacia nuevos recursos. Las selvas pierden su intimidad con la secuenciación en escala industrial de códigos genéticos y, según el antropólogo Arturo Escobar, la naturaleza es transformada en biodiversidad, esto es, en materia prima desintegrable. La medida alcanzada por el proceso de acumulación y la escasez relativa de hidrocarburos refuerzan el interés por controlar los yacimientos, la producción, la venta y el uso de los energéticos. A los metales que materializan el esqueleto general del proceso productivo, se suman nuevos que aligeran los materiales, los hacen más resistentes, más dúctiles y más adecuados para los viajes espaciales, para el transporte planetario, para penetrar en los ambientes subterráneos, para soportar las técnicas modernas de comunicación y para economizar energía en su funcionamiento. El agua dulce, indispensable para los seres vivos, comienza a escasear por la deforestación, los desechos industriales y por el desperdicio, y se convierte en el elemento central de disputa, que permite pensar en una política de control de la población y de la dinámica del mundo entero.

Se desencadena, así, una carrera por el monopolio de territorios, pues las materias primas estratégicas son recursos naturales geográficamente situados. América Latina resurge entonces como blanco geopolítico.

Intereses vitales de los Estados Unidos

Desde la concepción de James Monroe hasta la de George W. Bush, se transita de un expansionismo limitado al continente americano a uno planetario. Primero, los Estados Unidos avanzaron hacia el oeste y ocuparon territorios de los pobladores indígenas, que terminaron encerrados en reservas que mutilaban sus perspectivas de vida, sus cosmovisiones y su dignidad. Después del oeste, siguieron hacia el sur y, mediante diversos mecanismos, despojaron a México de la mitad de su territorio. En Texas, donde se localizan algunos de los mejores yacimientos petroleros, primero se colonizó y luego se promovió una separación de México, en 1836, una especie de independencia temporaria que preparó su incorporación a la Unión Americana, en 1845. Con respecto a la Alta California, Nuevo México y parte de los estados de Tamaulipas, Coahuila, Chihuahua y Sonora (que se tornarían los estados norteamericanos de Arizona, Nevada, Utah, y parte del Colorado y del Wyoming), a los cuales se sumó Texas, se firmó un tratado de compra y venta, aprovechando la presencia del Ejército de ocupación norteamericano en la Ciudad de México, luego de la invasión de 1847. El gobierno de Santa Anna cedió a los Estados Unidos, en el marco de la invasión, un área de 2,3 millones de km2, más de la mitad del territorio mexicano original.

Ahora bien, esta vocación expansionista, propia del capitalismo, pero protagonizada ejemplarmente por los Estados Unidos, tiene como motivación la búsqueda incesante de una mejor posición en el juego de fuerzas, en la competencia y en la disputa hegemónica. No existe un mecanismo único de monopolio o control territorial. Las posibilidades son múltiples y van desde la ocupación física abierta hasta las sutiles imposiciones de reglas, mediante planes económicos como el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

En lo que los Estados Unidos han definido como sus intereses vitales se encuentra la esencia de su concepción de mundo, un mundo de competencia perpetua, donde la supervivencia sólo puede asegurarse construyendo condiciones de fuerza o superioridad relativa, colocándose por encima de los demás. Esa convicción, y su vocación de vanguardia, que en algunas ocasiones (en el gobierno de George W. Bush, por ejemplo) fue asumida como responsabilidad civilizatoria o legado divino, llevó al Estado norteamericano a formular estrategias de largo alcance, con horizontes concretos de 25 y 50 años, pero con una visión de futuro casi atemporal.

Desde la fundación de la República, los Estados Unidos –como nación– persiguieron varios objetivos fundamentales permanentes: el mantenimiento de la soberanía; la libertad política y su independencia con sus valores, instituciones y territorio intactos; la protección de vidas y seguridad personal de los norteamericanos dentro y fuera del territorio y la búsqueda del bienestar para la nación y su pueblo.

Alcanzar estos objetivos […] requiere fomentar un ambiente internacional en que las regiones decisivas (críticas) tengan estabilidad […] y estén libres del dominio de poderes hostiles […] (US Department of Defense, National Security Strategy for a New Century, 1998).

Si bien la constitución del Estado-nación, en general, responde al propósito de defender colectivos humanos asentados en territorios específicos y con sentidos culturales compartidos, en el caso de los Estados Unidos, la salvaguarda de su seguridad “nacional” supone su acción ilimitada en todo el planeta.

La formulación más elocuente de esa estrategia se encuentra en el Departamento de Defensa, que define cuatro ejes prioritarios de atención para cumplir esa alta misión:

• prevenir la emergencia de hegemonías o coaliciones regionales hostiles;

• asegurar el acceso incondicional a los mercados decisivos, a los suministros de energía y a los recursos estratégicos;

• disuadir y, si es necesario, derrotar cualquier agresión contra los Estados Unidos o sus aliados; y

• garantizar la libertad de los mares, vías de tráfico aéreo y espacial, y la seguridad de las líneas vitales de comunicación.

Esos cuatro propósitos generales se aplican tanto a las actividades económicas como a las militares, sin dejar de abordar el ámbito cultural o de construcción de imaginarios que les sirva de soporte.

¿De qué manera América se relaciona con esas líneas estratégicas?

América es un continente-isla, y eso le otorga características especiales. Rodeada por mares, tiene las condiciones de una fortaleza protegida por una fosa natural. Su geografía alargada, que va de polo a polo, la ubica como frontera entre dos océanos, y sus canales de pasaje adquieren con esto una importancia mayor, ya que la mejor ruta entre Europa y “las Indias” continúa siendo, como se pensaba en el siglo XV, la que mejor permite la comunicación por los océanos. Esto, por sí sólo, coloca a América en posición geopolítica privilegiada. Y, además de ello, América Latina tiene un potencial de autosuficiencia que, bien gestionado, puede otorgar a los Estados Unidos –o al continente en general– la posibilidad de jugar con una situación de invulnerabilidad relativa que, dadas las circunstancias actuales, no tiene ningún otro país o potencia en el mundo.

Serán examinadas, a continuación, las riquezas estratégicas de América Latina.

Cinturón de América

En la exuberante región tropical de América se encuentra una extensa selva, desde las márgenes del impetuoso río Amazonas hasta las tierras mayas y zapotecas del sudeste mexicano. Los biólogos le atribuyen el origen de múltiples y variadas especies: entre las cuales la nauyaca (cascabel), la iguana, los cocodrilos y otros cientos de reptiles; la danta, el puma, el jaguar y más de 369 mamíferos acuáticos o terrestres. También existen muchas especies de aves no migratorias como el quetzal, y migratorias que vienen de Canadá o de la cordillera de los Andes, para reproducirse en los cálidos rincones del trópico. Entre los anfibios, los taxonomistas identificaron 326, originarios de la región de Puebla (Panamá). Las ranas de esa zona, junto con las de la cuenca amazónica, son altamente valoradas por los laboratorios farmacéuticos, así como miles de otras especies de ese continente originario del coyote, el tepezcuintle (paca), el ajolote (anfibio de la especie de la salamandra) y de muchas variedades de tortuga, como se puede observar en el cuadro de abajo.

Venezuela, Bolivia y Ecuador, que también se encuentran en esa faja, tienen entre 15.000 y 20.000 plantas raras cada uno (World Resources, 1992-1993) y gran abundancia y variedad de animales.

A lo largo de toda la región latinoamericana se reparten especies muy diversas por las diferencias de clima y otras condiciones geográficas, pero también por la perseverancia de culturas que las han desarrollado en su interacción con ellas (véase tabla). Se sabe que los seres humanos propiciaron la evolución de la naturaleza junto con la suya propia.

La mayoría de las culturas que existieron en el mundo mantuvo una relación intersubjetiva con la naturaleza, que permitió su crecimiento y su multiplicación. El capitalismo, por su parte, propuso otro tipo de relación, buscando dominarla y reproducirla artificialmente. Eso llevó, sobre todo en la última mitad del siglo XX, cuando se contó con una capacidad tecnológica mucho más poderosa, a un proceso de achicamiento y extinción de otras formas de vida, convirtiéndolas en materias primas para la apropiación.

Recursos minerales

Además de las enormes riquezas biológicas, muchas regiones del continente se encuentran surcadas por múltiples metales. Algunos, como el oro y la plata, llevaron a los europeos al delirio y fueron motivo de grandes catástrofes humanas; otros son menos vistosos, como el cobre, el hierro, el estaño, el tungsteno, etc. Los relatos de Potosí, en los Andes, o de las minas de lo que hoy es México son de una suntuosidad que testimonia la abundancia metálica de los suelos de esa gran isla continental.

Aunque el oro y la plata no hayan perdido importancia, la necesidad creciente del uso de metales y metaloides en los procesos productivos y de comunicación, en la generación de máquinas y equipamientos nuevos y más eficientes, desplaza la atención hacia los otros, mucho más vinculados a las definiciones de la competencia mundial.

América, en ese terreno, tiene un grado razonable de autosuficiencia, siendo los mayores contribuyentes Canadá, Brasil, Chile, México, Colombia y los Estados Unidos, aunque con un relativo crecimiento de Bolivia y de la Argentina, en algunos metales específicos. Lo que hay que valorar es mucho más la variedad que la cantidad de metales importantes, aunque en los casos del columbio (100%), el cromo (61%), el cobalto (25%) y el níquel (32%), que son usados en la tecnología de punta, se cuenta con reservas que otorgan una posición de superioridad en la competencia internacional. América presenta una ventaja adicional, la facilidad de acceso, que contrasta con las complicaciones de otras regiones de abundantes metales como Asia Central, China, Rusia y varios países africanos, en los cuales se combinan guerras y políticas nacionalistas o de rechazo a la explotación de los recursos del subsuelo por parte de empresas extranjeras.

Si los minerales metálicos no permiten más que mantener una estabilidad suficiente, aunque no abundante, los minerales orgánicos proporcionan una situación de mayor confort. Los yacimientos de hidrocarburos nutren la insaciable economía norteamericana y le permiten enfrentar el mundo en condiciones de superioridad.

Desde que la OPEP se organizó para defender los precios de sus recursos, América Latina comenzó a tener un papel central como contrapeso y abastecedora de los Estados Unidos. Actualmente, aunque, grosso modo, las reservas petroleras del Medio Oriente sean las más abundantes (63% de las mundiales), la producción de petróleo de América y de esa región es equivalente, y las reservas venezolanas revalorizadas (80.580 millones de barriles en 2004) son comparables a las de Iraq antes de la última invasión.

Los Estados Unidos, aunque estén mejor dotados que las otras potencias mundiales de petróleo (tercer productor) y de gas (segundo productor), son también el mayor consumidor. De acuerdo con datos del Departamento de Energía, su creciente actividad económica permite estimar un aumento en el consumo de petróleo en un tercio y de 50% en el de gas, entre 2000 y 2020. En torno del 16% del consumo de petróleo es cubierto actualmente con importaciones, 45% de las cuales provienen de Canadá, Venezuela y México. En el año 2004, las importaciones petroleras de los Estados Unidos provinieron principalmente de Canadá (16,4%), México (12,7%), Arabia Saudita (12,1%), Venezuela (11,8%) y Nigeria (8,7%), que en total cubrieron el 61,7% de las necesidades externas de ese líquido.

Los proveedores de los Estados Unidos, fundamentalmente de su propio continente, aseguran su superioridad geopolítica, por más que, estratégicamente, el liderazgo mundial que pretenden mantener exija su control sobre los hidrocarburos de Medio Oriente y de África. De allí, en gran medida, las invasiones a Afganistán e Iraq. De allí también el refuerzo de su control militar sobre el continente americano.

El sur de hielo

Aunque la Tierra sea un planeta con abundancia de agua, 99,7% de sus reservas no son aptas para el consumo humano y animal. Del agua dulce existente, 7 millones de millas cúbicas están concentradas en forma de hielo en los polos y glaciares, y 3,1 millones en la atmósfera. El agua subterránea, los lagos y los ríos aportan otros 2 millones de millas cúbicas.

La mayor reserva de agua en glaciares, 70%, está localizada en el sur de la Argentina, en Chile y en la Antártida, cuestión que ha comenzado a dirigir los intereses estratégicos y empresariales hacia esas zonas. No obstante, la mayor extracción de agua proviene de los yacimientos en tierra, superficiales o subterráneos. De allí el creciente interés por regiones como la Triple Frontera, la cuenca amazónica y la selva maya. Entre éstas, la que concentra 
la mayor atención es la primera, por albergar ríos abundantes y un acuífero subterráneo que es el tercero del mundo por su tamaño y el más interesante por su accesibilidad. El magnífico caudal del Paraná, que baja de la cuenca amazónica, alimenta los mantos subterráneos que conforman el Sistema Acuífero Guaraní, rodea Paraguay y superficialmente alimenta la represa de Itaipú, la mayor del mundo en el momento de su construcción. La cuenca formada por ese río, con todos los sus afluentes, suma 970.000 km2, pero el Sistema Acuífero Guaraní abarca un área de 1.195.700 km2, 70% de los cuales están bajo suelo brasileño, 19% en la Argentina, 6% en Paraguay y 5% en Uruguay. Sus reservas de agua (su capacidad de almacenamiento) están estimadas en 40.000 km3, con una recarga de 160 km3. Se estima que “estas reservas pueden satisfacer las demandas de agua de 360 millones de habitantes (300 litros diarios por persona), a lo largo de 100 años y, agotando sólo cerca del 10% de su capacidad total” (Agencia Nacional de Aguas 2003, Proyecto para la Protección Ambiental y Desarrollo Sustentable del Sistema Acuífero Guaraní).

El río Amazonas, por su parte, recorre entre 6.785 y 7.200 km desde Arequipa, subiendo por el centro de Perú, hasta su desembocadura en el Estado de Pará, en Brasil. Con más de 7 millones de km2 de superficie y 3.666 diferentes especies de peces en su lecho, y un caudal de 120.000 m3 de agua por segundo, ese río es una de las reservas de agua y vida más maravillosas del planeta, alimento de la mayor selva tropical húmeda que se conoce. Sin embargo, sufre actualmente un desgaste acelerado debido a la deforestación y al mal uso de las aguas.

Efectivamente, la necesidad de agua como recurso vital se contrapone al uso negligente de ríos y lagunas como captadores de desechos, acompañada de su importancia como generadora de energía eléctrica, que es una de las formas de energía que registran mayor crecimiento en estos tiempos.

Los Estados Unidos calculan en 45% el aumento de su consumo en ese sector en el año de 2020. Eso incrementó el interés por la construcción de represas por todo el continente para garantizar un aumento correspondiente en la producción. Una zona blanco, por su proximidad con ese país, es la región de Puebla Panamá, de topografía muy accidentada, gran abundancia en aguas corrientes y una precipitación media de 2.400 mm anuales.

Continente militarizado y sublevado

La búsqueda por el control del territorio continental, una vez ganada la batalla tecnológica en esta fase –y como base para intentar ganar la siguiente–, condujo a los Estados Unidos a revitalizar viejos sueños. A partir del lanzamiento de las Iniciativas para las Américas, en 1990, rápidamente se propagó la idea de que la integración nacional y regional era la salida para las situaciones de desactivación industrial y atonía económica. Con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA) entre Canadá, los Estados Unidos y México, se desató la euforia de planes y tratados que promueven abiertamente la economía de mercado y la apertura de fronteras a mercaderías y capitales, no a la fuerza de trabajo. Las novedades en esos tratados fueron la desigualdad de las economías involucradas (no como en el tratado entre Canadá y los Estados Unidos, inmediatamente anterior) y las pocas consideraciones previas tendientes a equipararlas (como ocurrió con la Unión Europea).

El NAFTA fue sucedido por múltiples iniciativas de carácter similar que buscaban poco a poco cubrir todo el continente, mientras por otro lado avanzaba la iniciativa del ALCA, que intenta alcanzar la integración completa de un solo golpe, aunque dejando fuera a Cuba, como en la época de la Alianza para el Progreso.

El Plan Puebla Panamá (PPP), y su encadenamiento con el Plan Colombia, constituyó el intento más ambicioso de abarcar un área de gran tamaño pero, sobre todo, de mayor importancia estratégica por causa de los recursos que contiene, por albergar en su centro el Canal de Panamá y por su posición geográfica. Sin embargo, el carácter de esos planes varía de acuerdo con las condiciones de cada región, y el Plan Colombia es abiertamente de cooperación militar, mientras el NAFTA, el PPP y los otros acuerdos de libre comercio tienen prioritariamente un contenido económico.

El ALCA, como proyecto integral, es el más abarcador y pretencioso en la medida en que implica un reordenamiento general del continente bajo normatividades supranacionales generadas por los Estados Unidos, que les otorgan todas las ventajas sobre el uso y el abuso de los recursos, la geografía y la economía.

Ahora bien, todos estos tratados desplazan el umbral de permisividad que se otorga a las empresas transnacionales y adoptan la expropiación casi total de los recursos considerados de la nación o del pueblo. Eso, sumado a las políticas de ajuste que los precedieron y los acompañan, desencadenó el repudio de los pueblos que se organizan y se levantan en revueltas aparentemente pasajeras, en insurrecciones populares o en campañas, consiguiendo detener algunos de esos proyectos.

La urgencia por controlar el mundo tras la caída del Muro de Berlín y de la implosión de la Unión Soviética y la resistencia generada en América demostraron la insuficiencia del mercado para imponer las nuevas disciplinas del poder y derivaron en la militarización creciente de las relaciones internacionales. A la experiencia del Plan Colombia, iniciado en el año 2000, coincidiendo con la retirada de las tropas norteamericanas del Canal de Panamá (31 de diciembre de 1999), se van sumando la instalación de bases militares norteamericanas en otras zonas y la promoción de políticas de seguridad, de tolerancia cero y antiterroristas en todos los países del continente. Sin mencionar las patrullas marítimas y ribereñas contempladas en los sistemáticos ejercicios militares, en los cuales los Estados Unidos consiguieron involucrar a todos los Ejércitos y Fuerzas Armadas de los países latinoamericanos.

El plan general de las posiciones militares responde a una estrategia de envolvimiento y penetración que pretende establecer una “dominación de espectro completo” (Comando Conjunto de los Estados Unidos 2000, Joint vision 2020). Por un lado, ese plan crea cercos o zonas privilegiadas de acceso a los recursos naturales estratégicos y, por otro, busca intimidar, controlar, penetrar y desmovilizar, cuando no directamente destruir, cualquier signo de oposición a esas políticas de insurgencia.

El control militar del gran territorio continental responde a dos elementos: la competencia y la necesidad de monopolizar esa área geográfica con todo lo que contiene, y la necesidad de emprender políticas contrainsurgentes que detengan las capacidades organizativas, las movilizaciones y el rechazo a la dominación de los pueblos latinoamericanos. Todos los movimientos que entraron en escena en las últimas dos décadas (1985-2005) tienen, como referente central, las luchas por el territorio, por los recursos, por la autodeterminación y contra la ocupación por parte de las transnacionales. Es decir, son luchas que atentan contra la posibilidad de que los Estados Unidos construyan realmente una posición estratégica de autosuficiencia e invulnerabilidad relativa.

El nuevo despliegue de bases, soldados, equipamientos y fuerzas de inteligencia hacia América Latina es producto también de una nueva concepción estratégica sobre la región, contenida en la doctrina de seguridad nacional de los Estados Unidos, en las iniciativas relacionadas con la constitución de la fuerza de seguridad hemisférica y en su concepción general de la guerra de cuarta generación o guerra asimétrica.

La posición hegemónica de los Estados Unidos depende, en más de un sentido, de su relación segura con el resto del continente. América Latina es, en ese contexto, su mayor prioridad, pero también su mayor desafío.

La región, una vez más, se encuentra en una encrucijada: sucumbir ante esa nueva oleada colonizadora o reclamar su libertad para construir su propio futuro. Los pueblos latinoamericanos, en los comienzos del siglo XXI y después de quinientos años de dominio, parecen estar tomando este camino.

 Mapas

 

 

Datos estadísticos

USAID: ayuda militar (millones de dólares constantes)

1952-1959

1960-1969

1970-1979

1980-1989

1990-2003

América Latina
y el Caribe

2.174,3

4.647,1

2.816,8

2.742,5

1.694,5

Argentina

0,0

594,0

433,5

0,3

41,0

Bolivia

2,1

120,3

164,2

17,9

190,7

Brasil

976,4

1.233,9

658,6

0,3

5,2

Chile

171,0

572,2

173,0

0,1

24,1

Colombia

253,1

424,4

333,7

91,5

522,8

Ecuador

116,3

218,4

47,7

71,7

43,6

El Salvador

0,0

31,0

31,4

1434,2

257,8

Honduras

4,9

38,2

53,4

674,6

115,6

Nicaragua

7,3

51,7

62,4

0,0

25,1

Perú

301,3

473,8

243,1

0,0

0,0

República Dominicana

43,4

92,2

100,0

70,8

34,7

Uruguay

122,9

138,6

126,3

0,0

0,0

Fuente: Elaborado con datos de US Overseas Loans & Grants (Greenbook).

USAID: ayuda económica (millones de dólares constantes)

1952-1959

1960-1969

1970-1979

1980-1989

1990-2003

América Latina
y el Caribe

5.484,8

32.061,6

13.803,1

18.722,6

22.006,3

Argentina

231,4

932,1

6,5

4,7

29,2

Bolivia

807,2

1.604,2

1.045,3

881,8

2.333,4

Brasil

1.147,2

8.943,0

1.436,7

7,0

224,7

Chile

460,2

3915,1

835,6

75,4

87,4

Colombia

303,5

3753,6

2.048,6

162,6

2.189,8

Ecuador

158,5

905,5

376,2

504,2

574,9

El Salvador

41,6

514,6

239,9

4.046,9

1.923,1

Honduras

139,8

397,4

490,6

1.812,3

1.116,3

Nicaragua

113,4

568,3

476,8

203,1

1.413,5

Perú

307,0

1381,6

817,0

1.243,9

2.752,9

República Dominicana

10,5

1.854,5

651,2

1.238,4

480,0

Uruguay

87,9

447,6

205,4

43,4

32,6

Fuente: Elaborado con datos de US Overseas Loans & Grants (Greenbook).

Intervenciones de los Estados Unidos

Año

Acontecimiento

País

1961

Golpe de Estado contra Velasco Ibarra

Ecuador

Instalación de los Peace Corps

Colombia

1963

Golpe de Estado contra la elección de Juan José Arévalo

Guatemala

Golpe de Estado contra Juan Bosch

República Dominicana

1964

Golpe de Estado contra el presidente João Goulart apoyado por la Operación Brother Sam. Se inició la dictadura militar de Marechal Castelo Branco.

Brasil

Comienzo de la American Security Operation –conocida como plan LASO–, para controlar las insurrecciones populares independentistas que se iniciaron en Marquetalia

Colombia

Golpe de Estado contra Paz Estenssoro

Bolivia

Creación de la Organización Democrática Nacionalista, fuerza paramilitar contrainsurgente

El Salvador

1965

Invasión para impedir la reconducción al gobierno del presidente Bosch (los Estados Unidos desembarcaron más de 42.000 soldados con participación de fuerzas navales, aéreas y de infantería)

República Dominicana

1966

Golpe de Estado del general Onganía

Argentina

1967

Captura de Ernesto Che Guevara

Bolivia

1971

Golpe de Estado del general Banzer contra el presidente Juan José Torres con total apoyo de la CIA

Bolivia

1973

Golpe de Estado del general Augusto Pinochet contra el presidente Salvador Allende

Chile

1975

Inicio de la Operación Cóndor y consolidación del gobierno militar de Pinochet

Chile

1976

Acciones represivas que desembocaron en el golpe de Estado de la Junta compuesta por los militares Videla, Massera y Agosti

Argentina

1994

Invasión para reinstalar a Jean-Bertrand Aristide en el gobierno

Haití

Especies endémicas en el cinturón de América

País

Mamíferos

Aves

Reptiles

Anfibios

Plantas
superiores

México

140

92

368

194

12.500

América Central

30

17

121

132

3.698

Brasil

119

185

Colombia

34

67

1.500

Perú

49

112

5.356

Total

372

473

489

326

23.054

Fuentes: WRI: Recursos mundiales, 2002, Washington; INEGI: Plan Puebla Panamá (compendio de información
de la región), México.

Especies silvestres en el cinturón de América

País

Mamíferos

Aves

Reptiles

Anfibios

Plantas
superiores

México

491

800

704

310

26.071

América Central

1.306

3.353

1.178

634

49.790

Brasil

417

1.500

485

56.215

Colombia

359

1.700

51.220

Perú

460

1.541

233

18.245

Total

3.033

8.894

1.882

1662

201.541

Fuente: WRI: Recursos mundiales, 2002, Washington; INEGI: Plan Puebla Panamá (compendio de información
de la región), México; Estrada y Coates: Las selvas tropicales de México: recurso poderoso, aunque vulnerable.
SEP-FCE-CONACYT, México.

 

Bibliografía

  • CECEÑA, Ana Esther. La tecnología como instrumento de poder. México, D.F.: Ediciones El Caballito, 1998.
  • __________. La territorialidad de la dominación. Estados Unidos y América Latina. Chiapas, n. 12. México, D.F.: ERA-UNAM, 2001.
  • CECEÑA, Ana Esther (Coord.). Hegemonias e emancipações no século XXI. São Paulo: Clacso, 2005.
  • DINGES, John. Operación Cóndor. Santiago: Quebecor, 2004.
  • GALEANO, Eduardo. Las venas abiertas de América Latina. México, D.F.: Siglo XXI, 2004.
  • SELSER, Gregorio. Los marines: intervenciones norteamericanas en América Latina. Buenos Aires: Crisis, 1974.
  • __________. Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina. México, D.F.: UNAM, 1995, 1997. Tomos I e II.
por admin publicado 16/01/2017 13:47, Conteúdo atualizado em 08/07/2017 16:53