Los discursos y silencios sobre lo sexual ocuparon y actualmente ocupan una posición fundamental en la construcción de los sujetos y de las complejas relaciones de dominación que operan en América Latina, tanto en el espacio público como en el privado.
Desde el tiempo de la conquista, la regulación de los cuerpos sexuados –del mismo modo que de los racializados– fue una característica fundamental de la diferenciación salvaje/civilizado, metáfora constitutiva del sistema colonial latinoamericano. El patriarcado, en ese contexto, se construyó según la formación discursiva del patrón masculino “activo”, que reservó la potestad sobre los demás cuerpos “pasivos” al artífice de la civilidad: el señor propietario, blanco y cristiano. Así, el proceso de formación de la diferenciación masculina/activa se fundó en la apropiación de los bienes económicos y simbólicos de los otros pasivos: las mujeres en tanto diferenciación anatómica y de roles (masculino/femenino), los machos en tanto femeninos (sodomitas), los otros en tanto esclavos (en medio también a las diferencias de color o de raza) y los declarados irresponsables (niños y enfermos mentales).
El poder civil, nunca diferenciado claramente del religioso, fue el principal artífice de las interpelaciones que fundaron las bases de la persecución y la represión contra los que alteraron los cánones de la diferenciación sexual y de género. Ora se trataba de los habituales sodomitas expurgando sus infames pecados en el fuego inquisitorial (México fue uno de los peores ejemplos en ese sentido; sólo en el año de 1658 fueron denunciados 123 sodomitas, 19 de ellos fueron apresados y 14 quemados en la hoguera). Ora de los putos, fanchonos o mariquitas, clasificados como “homosexuales”, en consonancia con el discurso modernizador de los Estados nacionales desde fines del siglo XIX.
La construcción de las naciones latinoamericanas, en los moldes de las mentalidades burguesas en boga en Europa, tuvo una correspondencia inmediata con la interpelación de sus ciudadanos como individuos “sanos” y “trabajadores”. Cualquier desorden y exceso, especialmente en el campo de la moral sexual, entraba en el territorio de la “enfermedad”. El patrón de “normalidad” era la familia y sus pilares. Por un lado, la mujer/madre en oposición a la meretriz, al servicio del marido, de los hijos y de la patria, responsable por la generación de hijos sanos y, en consecuencia, por el mejoramiento de la raza y de la nación. Por otro lado, el marido/padre, virtuoso y buen trabajador, en oposición al libertino, el vagabundo, o, aún peor, al pervertido homosexual.
En las nuevas articulaciones estatales, se definieron así, a partir del sanitarismo médico, también importado de Europa, un sinfín de categorías patológicas, taxonomías y clasificaciones de lo “anormal”: perversión, ninfomanía, histeria, homosexualismo, safismo, onanismo, etcétera.
El siglo XX no hizo más que profundizar esa situación, sometiendo sistemáticamente a los homosexuales a los más crueles tratamientos, a la discriminación y a la burla: desde la humillación a los 41 (a los 41 maricas presos en una sola noche y sometidos a torturas) en la Ciudad de México, en 1901, los experimentos y estudios antropométricos de los médicos paulistas de la década de 1930, hasta la desaparición sistemática, nunca reconocida oficialmente, de gays argentinos en la truculenta dictadura de 1976-1983. Incluso en la actualidad, en países como Jamaica, algunas canciones populares hablan de “cazar a los gays y quemarlos vivos”.
En las décadas de la Identidad y Unidad Nacional mexicana, del populismo argentino y del Estado Nuevo brasileño, explícitas políticas de Estado regulaban la moral sexual de los ciudadanos. Muchos países incluyeron entonces la homosexualidad como delito en sus códigos penales. En otros países, como la Argentina, surgieron los decretos policiales, destinados a regular las llamadas “faltas menores”. De esa manera, el engendro jurídico que constituían (y constituyen) los decretos o faltas penalizaban a los homosexuales, creando una nueva forma jurídica y tipificación delictiva no prevista en el Código Penal.
No obstante, desde siempre, sodomitas, homosexuales, invertidos y lesbianas sedimentaron espacios, trayectorias y prácticas de resistencia y vivencia, a partir de lo artístico, lúdico, corporal y cotidiano. Desde los años 50, es posible visualizar importantes experiencias de socialización gay y lésbica en las principales ciudades latinoamericanas: los clubes y los grupos de los jornais cariocas, los grupos lésbicos de las beeter o “fiesteras”, en Buenos Aires, y las asociaciones de los “felipitos”, en Bogotá. Sin embargo, esas experiencias no planteaban todavía una política de la visibilidad en el contexto de un espacio público fuertemente marcado por la represión sexual, en general, y por la homofobia, en particular.
Los últimos años de la década de 1960 se caracterizaron por una notable efervescencia en la cultura y la sociedad mundial y latinoamericana. El orden vigente parecía “deshacerse en el aire”. Acontecimientos como el Mayo Francés y las protestas estudiantiles, las manifestaciones contra la Guerra de Vietnam y la consternación ante el fin de la Primavera de Praga, la liberación cubana, la difusión del ideario hippie, el consumo de marihuana, los Beatles y sus conciertos ante multitudes, la píldora anticonceptiva y el “amor libre” marcaron una época y abrieron espacios y oportunidades para que las redes de homosexuales y lesbianas que hasta entonces interactuaban de forma oculta y clandestina se hicieran visibles.
La salida del armario
En el marco imperante de la contestación cultural de fines de los años 60, se crearon las condiciones para la visibilidad del movimiento homosexual, al mismo tiempo que se organizaban los movimientos indígenas, de negros y de mujeres en algunos países de América Latina.
El movimiento homosexual comenzó a inscribir en la agenda política, valores de su vida cotidiana, el hacer público lo privado y el autoafirmarse como sujeto homosexual en la sociedad. Esto último suponía una reversión identitaria en la categoría de interpelación definida como homosexual, que, de término médico para clasificar una enfermedad, pasó a ser una categoría política afirmativa de la diferencia.
Al mismo tiempo que se constituían, los colectivos homosexuales trataban de definir una identidad, por medio de la construcción, en redes, de acciones colectivas o de reflexiones teóricas. La concepción de la “identidad unitaria” partía de la tentativa de definir los rasgos característicos o típicos de ser homosexual.
Los movimientos más significativos pos-68 surgieron en Nueva York y en Buenos Aires. En el último fin de semana de junio de 1969 comenzó la violenta resistencia de un grupo de gays de Nueva York ante la invasión policial del bar Stonewall Inn (en la calle Christopher del Greenwich Village). La acción, que duró tres días, se transformó en el “mito de origen” del movimiento homosexual, conmemorado el 28 de junio. En el año siguiente, comenzó a celebrarse la “semana del orgullo gay”, que culminó con la Marcha del Orgullo, que partía de la calle Christopher.
Por otro lado, en la Argentina, Nuestro Mundo, que surgió en 1967, fue la primera organización constituida públicamente bajo una orientación homosexual en América del Sur. Con mayoría de base operaria y sindical, se definió como grupo homosexual sexo-político. En 1971, con la entrada de los intelectuales de clase media, daría origen al Frente de Liberación Homosexual (FLH), de clara orientación marxista. En los años 70, el grupo desarrolló un intenso activismo: participación en protestas, grupos de estudio, alianzas con grupos feministas y contactos con grupos gays en el exterior. En 1973, el FLH publicó Somos, la primera revista homosexual de América Latina. La violencia política desatada entonces en la Argentina culminó con la dictadura militar de 1976 y el FLH se disolvió, pero decidió funcionar en el exilio.
Los homosexuales fueron uno de los blancos predilectos del régimen militar. Como parte de las actividades preparatorias de la Copa del Mundo de Fútbol de 1978, se organizó una campaña de limpieza, emprendida por la Brigada de Moralidad de la Policía Federal, con la finalidad de “espantar a los homosexuales de las calles para que no perturbasen a las personas decentes”. Por otro lado, entre 1982 y 1983, ocurrió un significativo número de asesinatos de homosexuales, nunca esclarecidos, concomitantes con la actuación de grupos de exterminio (como en la Operación Cóndor y en el Comando de Moralidad) que instigaban a que se acabase con los homosexuales en la Argentina.
Al mismo tiempo que la Argentina entraba en su período más difícil y represivo, en Brasil se vivían nuevos aires libertarios. El año de 1978, especialmente, fue un momento catalizador de las más diversas redes de conflictos que operaron en la sociedad brasileña. Precedidos por las manifestaciones estudiantiles del año anterior, entraban en huelga trabajadores de la industria automovilística de São Paulo, al mismo tiempo que feministas, negros y homosexuales establecían sus organizaciones.
Las primeras agrupaciones públicas y políticas de homosexuales brasileñas fueron el periódico Lampião da Esquina, en Río de Janeiro, y el Grupo Somos, en São Paulo, así llamado en homenaje a la publicación del FLH argentino, ya extinta en esa época. Ambas participaron en la disputa político-ideológica que dominaba entonces todos esos movimientos. Una línea, de tendencia anarquista, ponía el acento en la reflexión sobre lo que significaba “ser homosexual”, sus vivencias y represiones, postulándose como una minoría autónoma y cuestionadora del sistema. Otra, a partir del marxismo, señalaba que ésta era una instancia de lucha menor, que debía insertarse en el combate más amplio por una sociedad sin clases y supuestamente sin diferencias sexuales. Producto de esas discusiones y de la necesidad de vivenciar su especificidad, el subgrupo lésbico que existía en SOMOS se separó y formó el Grupo de Acción Lésbica Feminista (GALF), aproximándose a las recién creadas organizaciones feministas. En 1983, ese grupo protagonizó “nuestro pequeño Stonewall”, según la definición del periódico Lampião, cuando un tradicional bar de lesbianas de São Paulo (Ferro’s Bar) censuró la venta del boletín Chanacomchana. El propietario llegó incluso a llamar a la policía para reprimirlas. La censura y las agresiones serían respondidas con una protesta masiva de lesbianas, gays y otros simpatizantes. No obstante, sin conseguir un consenso sobre el “ser homosexual”, que unificase sus luchas, el movimiento prácticamente desaparecería en los próximos años.
Colombia conoció sus primeras agrupaciones homosexuales en los años 70. León Zuleta fue el primero en organizar un grupo de homosexuales en Medellín. Poco después, él y Manuel Velandia fundaron el Movimiento por la Liberación Homosexual, en Bogotá.
En México también se organizaron varias agrupaciones: el Frente de Liberación Homosexual de México, liderado por Nancy Cárdenas, y otros como los Grupos de los Martes y los Viernes, el Grupo-Grupo y el Sexpol, todos con carácter fuertemente reflexivo y de concientización sobre el “ser homosexual”. Aparecieron públicamente por primera vez, en julio de 1978, en una manifestación política conmemorativa de la Revolución Cubana y del movimiento estudiantil del 68. En 1978 nacieron el Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), el Grupo Lambda de Liberación y la organización lésbica Oikabeth. Sin embargo, las diferencias políticas, entre otras causas, determinarían la casi extinción del movimiento homosexual a comienzos de los años 80.
El gay ciudadano
A mediados de la década de 1980, el movimiento homosexual resurgió con ímpetu. La identificación del virus VIH (de la sigla en inglés, HIV, “virus de inmunodeficiencia humana”), asociado al sida (por su sigla en inglés AIDS, “síndrome de inmunodeficiencia adquirida”), determinó en gran medida el nuevo estilo de organización del movimiento. Nunca la cuestión homosexual estuvo tan visible. Era una cuestión imposible de ignorar, sea por los que levantaban la voz para condenar y estigmatizar, con los viejos preceptos inquisitoriales, los entones llamados “grupos de riesgo”, sea por los que veían en el reconocimiento de la diversidad una cuestión vital de salud pública.
Los nuevos tipos de grupos que surgieron fueron la ONG/Gay y la ONG/Sida, estimulados por las políticas de financiamiento para el combate y la prevención del virus, desarrolladas por las organizaciones de cooperación internacional o del propio Estado.
Los grupos más activos en la primera mitad de la década de 1980, en Brasil, como el Grupo Gay da Bahia (GGB) y el Triângulo Rosa, de Río de Janeiro, postulaban objetivos “integracionistas”, es decir, se preocupaban en mejorar la posición del homosexual en la sociedad, combatir el estigma y ampliar su base de derechos. Ya no estaba en juego la lucha contra el capitalismo, pero sí la mejor manera de vivir integrado en las sociedades modernas.
El GGB, surgido en 1980, puso en marcha una campaña para que el Ministerio de Salud dejase de lado el Código 302.0, de la Organización Mundial de la Salud (OMS), referente a la clasificación internacional de las enfermedades, en la cual el homosexualismo estaba clasificado como “desvío o trastorno sexual”, hecho que tuvo lugar el 9 de febrero de 1985.
La tentativa de incluir la orientación sexual en el Artículo 3, inciso IV, de la Constitución Federal falló en dos oportunidades. En el año de 1988, a pesar de la intensa campaña llevada a cabo por João Antônio Mascarenhas, del Triângulo Rosa, Luiz Mott, del GGB, y por el grupo Lambda de São Paulo, la enmienda fue rechazada. En 1994 ocurrió lo mismo.
La relación entre Estado y homosexualidad sería, desde entonces, compleja y oportunista. En las elecciones presidenciales de 1994, el candidato del PT Luiz Inácio Lula da Silva apoyó la inserción de la cuestión en su programa de gobierno, pero después se echó atrás presionado por los sectores “progresistas” de la Iglesia Católica. El otro candidato de izquierda, Leonel Brizola (PDT), expresaba, sin embargo, que “el homosexualismo puede provenir de una enfermedad, de una deformación” y que por ese motivo se debía tener con tales individuos la misma tolerancia que se tenía con los viciados a las drogas (O Globo, 7 de julio de 1994).
Sintomáticamente, en el mismo año, João Antônio Mascarenhas fue condecorado con la medalla Pedro Ernesto en la Cámara de Representantes de la ciudad de Río de Janeiro (por moción de la concejala del PT Jurema Batista): “es la primera vez que un veado [homosexual] gana una medalla por ser veado”, declaró en esa ocasión el homenajeado. Mientras tanto, en el mismo momento, el entonces alcalde César Maia desalojaba a golpes de la policía a los michês (taxi boy) de Cinelândia, en el centro de la ciudad.
En la Argentina, con el retorno a la democracia, se organizaron diversos grupos en Buenos Aires: Grupo de Acción Gay (GAG), Pluralista, San Telmo y Oscar Wilde. Esas organizaciones formaron una coordinadora para tratar la cuestión homosexual en las elecciones de 1983 y elaboraron un cuestionario para ser aplicado a los diversos partidos que se presentaban. Pero el retorno de la democracia no significó el desmantelamiento de los aparatos represivos contra los homosexuales. Las detenciones por averiguación de antecedentes en virtud de los decretos policiales aumentaron a una cifra escandalosa para un gobierno democrático, así como la represión policial constante en los lugares de circulación o socialización gay.
En abril de 1984, miembros de la ex coordinadora y otros homosexuales fundaron la Comunidad Homosexual Argentina (CHA), que el 28 de mayo hizo su anuncio a la sociedad a través del diario Clarín, y en septiembre participó de la marcha de apoyo a la entrega del informe de la Comisión Nacional de Desaparecidos (Conadep) a la Justicia.
En esa misma época, en Perú, surgieron el Movimiento Homosexual de Lima (MOHL) y el Grupo de Autoconciencia de Lesbianas Feministas (GALF). Mientras tanto, en Chile, en plena dictadura, se creó el grupo lesbiano-feminista Ayuquelén, luego del trágico asesinato, en el centro de Santiago, de la artista lesbiana Mónica Briones, a manos de las fuerzas de seguridad.
Años 1990 y 2000: sexualidades diversas
Las últimas décadas se caracterizaron por el surgimiento de múltiples y diversos grupos en todo el continente, especialmente en las principales ciudades latinoamericanas. Entre los más importantes podemos mencionar: en Río de Janeiro, el Coletivo Arco-Íris de Conscientização Homossexual, Atoba, 28 de Junho y Associação de Travestis e Liberados (Astral), además de grupos lésbicos, como Colerj y el Movimento D’ellas; en São Paulo, la red de información Um Otro Olhar; en Porto Alegre, Nuances e Igualdade, grupo de travestis y transexuales; en Buenos Aires, se sumaron a la CHA: SIGLA, Área de Estudios Queer, Asociación de Travestis, Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTA), Asociación por la Identidad Travesti Transexual (ALITT), los grupos de lesbianas La Fulana, Las Lunas y las Otras, Puerta Abierta y Escrita en el Cuerpo; y A.Co.D.HO. También se formó la Asociación de Travestis Unidas de Córdoba (ATUC).
En poco tiempo, el movimiento ganó dimensiones continentales. En México, Guerrilla Gay y Closet de Sor Juana. En Santiago de Chile, el Movimiento de Liberación Homosexual (MOVILH) y Ayuquelén. En Colombia, Colombia Diversa, Red de Apoyo a Transgeneristas, Mujeres al Borde y Triángulo Negro. En Paraguay, el Grupo de Acción Gay-Lésbico de Asunción. En Ecuador, la Fundación Ecuatoriana de Minorías Sexuales (FEMIS). En Nicaragua, la Asociación de Promoción y Desarrollo de la Mujer: Acahualt. En Honduras, grupos Kukulcan, Comunidad Gay Sampedrana para la Salud Integral y Colectivo Violeta. En Panamá, Asociación Hombres y Mujeres Nuevos de Panamá (AHMNP). En Barbados, United Gays and Lesbians Against Aids. En la República Dominicana, el Colectivo de Gay-Lesbianas Dominicanas (Gaylesdom) y el grupo de lésbicas feministas Las Chinchetas. En Costa Rica, la Asociación Triángulo Rosa y el Movimiento Gay-Lésbico 5 de abril. En El Salvador, la Asociación Salvadoreña de Derechos Humanos Entre Amigos. En Jamaica, J-FLAG. En la capital de Bolivia, el grupo anarquista Mujeres Creando. En Venezuela, el Movimiento Gay Revolucionario de Venezuela, que se inserta en la llamada Revolución Bolivariana, en curso en el país.
Los militantes de varios de esos grupos pueden ser encuadrados en la categoría de los “transgéneros”, término que incluye a los transexuales, travestis y todas las personas a las que los estereotipos de género y sexo no son aplicables directamente. Los intersexuales son individuos cuyos genitales difieren de los estereotipos masculino y femenino, sin que esa diferencia en la apariencia genital signifique malformación innata o patológica. Esos colectivos exigen, actualmente, el respeto a sus derechos humanos y la eliminación de las prácticas médicas “normalizadoras”, basadas en la mutilación infantil.
Surgieron, además, poderosas y articuladas asociaciones internacionales de organizaciones GLTTBI (gays, lesbianas, travestis, transexuales, bisexuales e intersexuales), como la ILGA (International Lesbian and Gay Association), mundial, y la ILGA-LAC, en América Latina. También hubo encuentros lésbico-feministas en el ámbito latinoamericano. Otras articulaciones se realizaron a nivel nacional, como la Asociación Brasileña de Gays, Lesbianas y Transgéneros (ABGLT), la Asociación Colombiana de Lésbicas y Homosexuales y la Red Nacional GLBT, de Ecuador.
Por otro lado, aparecieron nuevos espacios de articulación y visibilidad, entre los cuales se destacaron, en varias ciudades latinoamericanas, las Marchas del Orgullo. Al mismo tiempo, internet despuntó como espacio privilegiado de encuentro y organización virtual y un mercado específicamente dirigido al público GLTTBI.
Todo eso permitió una fragmentación identitaria cada vez mayor en los más diversos “estilos de vida”, o sea, el surgimiento de nuevas experiencias e identidades homoeróticas sin la existencia necesariamente de anuncios o demandas políticas. Cada vez más, las personas se organizaron o simplemente se “agruparon” en función de sus gustos, preferencias y estilos, diferenciándose a partir de una sofisticación y estetización del deseo y del consumo. Se formaron tribus de “musculosas” o “barbies” (gays con cuerpos esculturales), “osos” (gays generalmente peludos y robustos o gordos), cross-dressers (hombres heterosexuales u homosexuales que se visten de mujer), los S/M (sadomasoquistas), las lesbianas butchs (mujeres que reinventan la masculinidad), drag-queens y drag-kings (producciones estilizadas de los géneros), entre otros.
Varios grupos suman también su preferencia sexual a otras especificidades corporales, culturales y religiosas. Además de numerosos grupos cristianos, existen agrupaciones judías, de sordos/as, de ciegos/as, de negros/as y de personas más viejas o coroas, en varias ciudades latinoamericanas. También existen asociaciones de amigos, simpatizantes, padres, madres y familiares de personas GLTTBI.
Es verdad que algunos de esos colectivos pueden ser interpretados a partir de la complejidad y del hibridismo de la lógica multicultural del capitalismo tardío, que facilita la celebración de las diferencias, mientras no se cuestionen las bases estructurales de la desigualdad en términos de clase. Pero también por ese motivo pierden una faceta crítica, ya que el juego de recreación de lo genérico/sexual opera en el sentido de mostrar cómo los géneros y el propio sexo biológico son construidos y, por consiguiente, también susceptibles de cambiar e incluso de ser revertidos. En ese sentido, esas neoidentidades, aun cuando no se lo propongan, realizan una tarea permanente de deconstrucción simbólica de las identidades disciplinarias, pero también reinterpretativa de nuevas posibilidades de llegar a ser.
Límites de la ciudadanía
Las diversas agrupaciones que aparecieron desde mediados de los años 80 persiguieron, en términos generales, una política afirmativa que enfatizó los derechos reconocidos por el Estado y las posibilidades abstractas de igualdad normativa. Con un pie en el mercado, la política del gay ciudadano se confunde por momentos con la del gay consumidor y no pocas veces con la del gay contribuyente, que usufructúa los mismos derechos que los demás ciudadanos (o por lo menos las mismas garantías de consumo que los contribuyentes de su franja tributaria).
Paralelamente, la noción de identidad homosexual como sujeto único comenzó a perder fuerza. La homosexualidad, desde su aparición como categoría de la taxonomía médico-legal, siempre fue explicada por posturas esencialistas, o sea, como si apenas existiese un tipo o una única manera de ser homosexual. Esa postura sería cuestionada tanto a partir de la teoría como de la militancia política, al relativizarse la univocidad del “ser homosexual”, destacando la necesidad de conectar cada identidad con el contexto histórico específico.
En los Estados Unidos, negros y chicanos homosexuales comenzaron a criticar el “solipsismo blanco de clase media”. Es decir, una identidad vista y construida a partir de la posición del gay, hombre, blanco y de clase media. Anzaldúa y Moraga reflexionaron, por ejemplo, sobre su condición de lesbianas chicanas y la problemática de las diferencias que se entrecruzan (raza, clase, edad, género, etc.). Esas corrientes serían introducidas, con sus particularidades –y no sin grandes debates–, en los movimientos: en la Argentina, por Néstor Perlongher y, en Brasil, por Herbert Daniel y Leila Micolis.
Por otro lado, comenzó a abandonarse la designación “homosexual” y se impusieron las denominaciones gay, lesbiana, travesti, transexual, bisexual, transgénero, intersexual en los nuevos movimientos que comenzaron a tener visibilidad en el espacio público, agrupándose según sus especificidades.
Por ejemplo, fueron los travestis argentinos quienes, en su lucha contra el artículo 71 del Código Contravencional (que les impedía el ejercicio de la prostitución), mostraron los límites de la política de reconocimiento. Hicieron su propaganda, no sólo en términos de su identidad, sino también del acceso negado a los derechos al trabajo, la educación y la salud. Es decir, reconectaron el conflicto cultural con el material, devolviendo a su política el carácter de crítica al sistema. En un sentido semejante, los travestis brasileños, con una postura radical de defensa de su ciudadanía negada, proclamaron el derecho a la “no-ciudadanía”. Lo hicieron simbólicamente al colocar, delante del Tribunal Supremo de Justicia, la exención a los impuestos para los travestis, argumentando que no tenían derecho a la salud, a la educación ni a la seguridad.
Otro cuestionamiento a la noción del ser ciudadano fue formulado por Entre Nós, un grupo de negras lesbianas, que actúa como un subgrupo del agrupamiento feminista carioca Crioula. Conflictivas dentro de los movimientos negro, feminista u homosexual, ellas colocaron los límites no sólo de las identidades, sino de la ciudadanía, destacando la especificidad sobredeterminante del corte racial en relación con las condiciones sociales e históricas de la realidad brasileña: “el color de la piel aquí en Brasil define si uno muere, si uno consigue sobrevivir al primer año de vida”, expresó Jurema Werneck.
Esa postura crítica con respecto a la identidad y a la ciudadanía está asociada a la llamada teoría queer. El término queer significa “raro” o “extraño” e intenta captar la complejidad que supone cada sujeto que está intersectado por múltiples cruces identitarias (clase, raza/etnia, nacionalidad, sexo, género, edad, etc.). A partir de esa perspectiva, la teoría realiza una crítica a las políticas de la identidad, en la medida en que ellas serían disciplinarias y excluyentes de otras instancias posibles de identificación.
Ejemplo zapatista
Una de las más claras evidencias de cuestionamiento a la ciudadanía y a la política de reconocimiento homosexual, en los términos de las democracias liberales latinoamericanas, está dada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que sostiene una política identitaria abierta, distante de cualquier esencialismo y no, por ese motivo, menos efectiva políticamente. Por ejemplo, cuando un diario mexicano acusó al subcomandante Marcos de haber sido un joven homosexual en San Francisco, el EZLN respondió:
Marcos es un gay en San Francisco, un negro en Sudáfrica, un asiático en Europa, un chicano en San Isidro, un anarquista en España, un palestino en Israel, un indígena en las calles de San Cristóbal, un miembro de una banda de gángsters en Niza, un rockero en la ex Unión Soviética, un judío en la Alemania nazi, un pacifista en la Secretaría de Defensa, una feminista en un partido político, un comunista en el período pos Guerra Fría, un preso en Cintalapa, un pacifista en Bosnia, un mapuche en los Andes, un profesor en la Confederación Nacional de los Trabajadores de Educación (CNTE), un artista sin galería o portfolio, un ama de casa en cualquier lugar de cualquier barrio de México un sábado a la noche, un guerrillero en México a fines del siglo XX, un sexista en un movimiento feminista, una mujer solitaria en una estación vacía a las 10 de la noche, un jubilado de pie junto al Zócalo, un campesino sin tierra, un editor underground, un trabajador en huelga, un estudiante no conformista, un disidente contra el neoliberalismo, un escritor sin libros ni lectores y, lógicamente, un zapatista en el Sudeste de México.
En la carta, cuya consigna puede resumirse en: “todos somos los otros”, Marcos realiza el gesto crítico por excelencia que pone en suspenso cualquier diferencia en términos de dominación y de alteridad. Es la lógica que reproduce las palabras de la Comandancia General del EZLN, en el Acto de Inicio del Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo del 27 de julio de 1996:
Éramos como piedras, como plantas que hay en los caminos./No teníamos palabra./No teníamos rostro./No teníamos nombre./No teníamos mañana./Nosotros no existíamos…
Esto somos nosotros./El Ejército Zapatista de Liberación Nacional./… El nombre que se calla para ser nombrado […]
Detrás de nuestro rostro negro./Detrás de nuestra voz armada./Detrás de nuestro innombrable nombre./Detrás de los nosotros que ustedes ven./Detrás estamos ustedes./Detrás estamos los mismos hombres y mujeres simples y ordinarios que se repiten en todas las razas, se pintan de todos los colores, se hablan en todas las lenguas y se viven en todos los lugares.
Los mismos hombres y mujeres olvidados./Los mismos excluidos./Los mismos intolerados./Los mismos perseguidos./Somos los mismos ustedes./Detrás de nosotros estamos ustedes./Detrás de nuestros pasamontañas está el rostro de todas las mujeres excluidas./De todos los indígenas olvidados./De todos los homosexuales perseguidos./De todos los jóvenes despreciados./De todos los migrantes golpeados./De todos los presos por su palabra y pensamiento./De todos los trabajadores humillados./De todos los muertos de olvido./De todos los hombres y mujeres simples y ordinarios que no cuentan, que no son vistos, que no son nombrados, que no tienen mañana…
Los invitamos para escucharnos y hablarnos todos./Para vernos los todos que somos
Bienvenidos a este rincón del mundo donde todos somos iguales porque somos Diferentes.
Por otro lado, en 1997 se formó el grupo Lesbianas Zapatistas en apoyo al EZLN, desde su especificidad lesbiana.
Con una lógica impecable y una retórica en clave poética, el EZLN fue, sin duda, el que instaló, en su forma más amplia, la lucha por la justicia y por los derechos humanos de todos los sectores involucrados, no solamente en México, sino en toda América Latina.
En el espectro de la izquierda política fueron los zapatistas quienes han interpretado las pervivencias de marcas de lo premoderno, la violencia de la modernidad y los rasgos de la posmodernidad en América Latina, conjugando todo eso en sus discursos y en sus prácticas. Pero también pudieron articular y unir las luchas, tanto en su dimensión cultural como material, sin plantear falsas dicotomías, explicando al mundo que una verdadera revolución sólo podrá ser hecha cuando se asuma el gesto crítico que supone la identificación plena, y de la manera que fuese, con el “otro” excluido. Eso puede resumirse en la famosa frase: “Detrás de nosotros estamos ustedes”.
Diversidad sexual y represión
A pesar de la gran organización y de la conquista de los derechos obtenidos por los movimientos gays en el campo jurídico-formal, hasta mediados de los años 90, la homosexualidad continuaba siendo un delito en Chile y en Ecuador. Incluso es penalizada, en diversos grados y formas, en Costa Rica, Nicaragua, Cuba, Puerto Rico, Guyana, Belice, y en la mayoría de las islas caribeñas. En Nicaragua es castigado con hasta tres años de prisión cualquier acto sodomita, aunque sea cometido en la privacidad del propio hogar. En Jamaica, donde se castiga el “abominable delito de la sodomía” con hasta diez años de prisión, la homofobia es una tradición en las letras de la música rastafari. Por otro lado, el Congreso hondureño ratificó una reforma constitucional que prohíbe los casamientos entre personas del mismo sexo e impide la adopción de niños por parejas homosexuales.
A pesar de los notables avances sociales de la Revolución Cubana, el modelo de “hombre nuevo” propugnado por el socialismo no puede superar la base cultural del patriarcalismo y el machismo de la isla. En ese sentido, en los primeros años del sistema, fueron más que frecuentes las persecuciones a las “aberraciones sociales”, entre las que se contaban los homosexuales, recluidos en los tristemente célebres campamentos de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP). Todavía en la actualidad, las relaciones de las agrupaciones homosexuales con el Estado son fuente de conflictos en Cuba.
Tradicionalmente, la Iglesia Católica y, en los últimos años, muchas iglesias neopentecostales están entre las instituciones más homofóbicas de América Latina, junto a las Fuerzas Armadas y la policía. Las iglesias, en particular, se oponen a cualquier modificación legislativa en favor de los derechos GLTTBI y las campañas de prevención del VIH/Sida; no pocas, sobre todo en Brasil, propician clínicas de “cura” para homosexuales. En los últimos años, en Perú, la policía viene reprimiendo las manifestaciones públicas de los gays limeños, y en las Fuerzas Armadas, en el poder judicial y en el sistema educativo se esgrimen discursos y campañas claramente homofóbicos y persecutorios.
América Latina es también una de las regiones donde más se contabilizan crímenes de odio ocasionados por homofobia. Los travestis y los transexuales, especialmente, sufren una violencia inhumana. La mayoría de las agresiones provienen de las fuerzas de seguridad. Existen innumerables denuncias sobre la brutalidad de los vejámenes, abusos y prisiones por los que pasan travestis y transexuales. En 2001, por ejemplo, la policía de Tegucigalpa anunció que iniciaría operaciones de captura a travestis y homosexuales, “pues éstos representan un mal social para los menores de edad y un peligro para los turistas que visitan el país”. En el año 2003, el Comité de Derechos Humanos de la ONU interrogó al gobierno de El Salvador acerca de las prisiones arbitrarias y de las torturas infligidas a travestis. En el año 2004 fueron asesinados dieciocho travestis en Guatemala. En la Argentina, varios códigos penalizan el “vestir ropas del sexo opuesto”, lo que, de hecho, obstaculiza el derecho a la existencia de los travestis. En Cuba existen denuncias de que, en la aplicación de la “ley de peligrosidad”, los travestis pueden ser condenados hasta a cuatro años de prisión.
En Brasil, según números del GGB, en el período 1980-2000 ocurrieron 1.960 asesinatos homofóbicos, lo que representaría un homicidio cada dos días. En México, de acuerdo con casos relevados por la Comisión Ciudadana Contra Crímenes de Odio por Homofobia, hay registros de 213 personas ejecutadas por odio homofóbico entre 1995 y 2000. La media es de 35 homicidios por año, que hacen del país el segundo, después de Brasil, en el número de crímenes de odio contra personas GLTTBI.
Diversidad sexual y reconocimiento
La política de visibilidad de los grupos asociados a la diversidad sexual apunta al reconocimiento cultural y a la protesta como sujetos plenos de derecho ante el Estado. A partir de esa postura, consumo, estilos de vida y cuestiones políticas y sociales del colectivo se hicieron mucho más visibles en los medios de comunicación. La violencia homofóbica, la discriminación en el mercado de trabajo, las cuestiones relativas al derecho de adopción, la herencia y el casamiento pasaron a ser tratadas con inusitada frecuencia en diarios, revistas y programas de televisión.
Los grupos de homosexuales obtuvieron personalidad jurídica muy temprano en Brasil (GGB, en 1983) y más tarde, con la ayuda de importantes presiones internacionales, en la Argentina (CHA, en 1989). Las organizaciones de travestis están en una situación todavía peor. En la Argentina, sólo un grupo de travestis consiguió obtener reconocimiento jurídico: la ATUC, en 2004.
Los avances en términos de derechos y garantías jurídicas fueron notables, sobre todo en los grandes países y ciudades del continente. Sentencias judiciales, en diversos estados de Brasil, reconocieron a los homosexuales el derecho a la herencia del/la compañero/a, y también a la adopción o guarda de niños. En Rio Grande do Sul, en 2001, fue dada la primera sentencia contra una empresa privada, la General Motors, por daños morales, al haber echado a un gay de su plantel de funcionarios. El derecho a la pensión por viudez fue reconocido para gays y lesbianas, en Brasil y en la Argentina. El derecho a visitas íntimas a personas privadas de su libertad, sin distinción de su preferencia sexual, fue reglamentado en Pernambuco (Brasil) y en México. El cambio de sexo y de nombre para los transexuales se acepta en algunos estados de Brasil, en Chile, México y Cuba.
También fueron promulgadas muchas leyes que reconocen la libre orientación sexual. Paradójicamente, Ecuador dejó de penalizar la homosexualidad para transformarse en el segundo país del mundo, luego de Sudáfrica, en incluir en su Constitución la prohibición de discriminar por orientación sexual. Además de eso, se comenzó a eliminar la homosexualidad como causa de deshonra para ocupar cargos públicos o ejercer derechos políticos (por ejemplo, la imposibilidad de votar en la Provincia de Buenos Aires y la regulación de las conductas contra la dignidad de la administración de la justicia en Colombia).
En Buenos Aires, existe la “unión civil”, que regula las uniones consensuales entre personas sin distinción de sexo, y en Brasil, México y Colombia existen proyectos más o menos similares. Una sentencia judicial en el estado de Rio Grande do Sul autorizó el registro de uniones estables sin distinción de sexo, hecho que es válido en todo el país. En Colombia, las parejas de gays y lesbianas utilizan como práctica legalizar su unión ante un escribano público. Empresas privadas, en algunos casos, extienden los beneficios del cónyuge a los compañeros del mismo sexo (Aerolíneas Argentinas; IBM, en Brasil y México; Itaipú Binacional y el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, en Brasil; y la Cooperativa Bancaria, en Uruguay). En Perú se incluye la orientación sexual como causa para pedir protección en casos de discriminación. También cuentan con esa garantía Ecuador, Uruguay y México.
En los foros internacionales, la inclusión de la categoría “orientación sexual” e “identidad de género” fue sistemáticamente excluida. En abril de 2003, la delegación brasileña de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU introdujo el proyecto de resolución sobre derechos humanos y orientación sexual, conocido como “Resolución de Brasil”, por el cual está prohibida la discriminación por orientación sexual. Luego de intensos debates, la resolución fue postergada y, en al año siguiente, se retiró la moción.
El reconocimiento de los Estados latinoamericanos estuvo, en un primer momento, estrechamente relacionado con los programas de prevención del VIH/sida. Pero esa actitud es compleja. Por un lado, el Estado parece promover la imagen del “gay ciudadano”, que reclama sus derechos civiles y ejerce su sexualidad de manera controlada y responsable. Por otro lado, el poder público implementa una represión creciente, vía subterfugios legales (códigos de faltas y contravenciones). Más allá de los avances en el nivel formal-legal, la homofobia cultural parece dar respaldo a políticas, no explícitas, pero cómplices, de represión al diferente. Y eso, en su expresión más amplia, desde lo sexual hasta las protestas populares en la ciudad y en el campo.
Las fuerzas de seguridad, en particular –y, en los últimos años, el Poder Judicial–, parecen ser los encargados del control de lo diferente en América Latina, y de que los invariables cuadros de poder y de dominación mantengan un esquema de exclusión que ya existe hace quinientos años. Así, no sólo la diversidad sexual y de género está siempre en jaque, sino también la diversidad racial y étnica y, sobre todo, los movimientos que cuestionan las bases del sistema neoliberal: movimientos de campesinos, desempleados, operarios y mineros.
El desafío para el continente será revertir ese cuadro, a partir de la instalación de nuevas subjetividades basadas en el pluralismo y en la aceptación del otro, tanto en lo público como en lo cotidiano, hecho que no puede ser interpretado independientemente de la lucha por una nueva división de los bienes materiales y simbólicos y, sobre todo, de las posiciones de poder en las sociedades. En ese sentido, entonces, es que se debe entender la necesaria reconexión entre las políticas de reconocimiento y de desigualdad social.
Bibliografía
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