Entre el elenco de grandes narradores que América Latina reveló al mundo literario en las últimas seis décadas figura este escritor y periodista colombiano, una de las personalidades intelectuales más activas y populares del mundo. Enmarcado en la narrativa del realismo mágico, el Nobel de Literatura (1982) instauró, con su novela Cien años de soledad (1967), la columna central de una literatura que funde en el universo múltiple próximo al Caribe la musicalidad del idioma castellano con el mundo mágico de sus pueblos mestizos, herederos directos o indirectos de indígenas, negros y europeos.
En la estela de la saga de los Buendía, desde la imaginaria Macondo, el conjunto de su obra reúne otras novelas, cuentos, crónicas, relatos infantiles, reportajes, artículos y la participación en un diccionario de la lengua española, una de las obsesiones lingüísticas del autor. Su narrativa de una saga familiar lo aproxima al brasileño Érico Veríssimo, cuyo O tempo e o vento fue una de sus lecturas dilectas. Su producción se desarrolló, en gran parte, a través de su trabajo periodístico iniciado en su país a fines de los años 40, cuando abandonó la carrera de derecho.
Tanto en sus novelas como en su obra periodística, García Márquez hizo evidente su postura ideológica de izquierda, expresada políticamente en textos que circulan en medios de comunicación masiva o mediante un abanico diversificado de actividades intelectuales, como la creación de la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), en la ciudad de Cartagena de Indias. Desde los años 60 actuó en movimientos políticos culturales de distintos países de América Latina, como asimismo en instituciones que trabajan por los derechos humanos. También se dedicó a causas que lo llevaron a realizar muchos viajes.
Donó el dinero del premio Rómulo Gallegos –obtenido con su novela La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada– al grupo venezolano Movimiento al Socialismo (MAS) y al Comité de Solidaridad con los presos políticos. Se incorporó a la compleja tarea de acercar a las dos facciones del poder colombiano: los jefes de gobierno y los responsables de los movimientos guerrilleros en los años 80.
Junto con Alejo Carpentier es maestro del género literario –surgido en los movimientos de vanguardia y continuado en los años 60 del siglo XX– que supo mezclar realidad y magia con rasgos de humor e ironía. García Márquez hizo de las dictaduras militares un tema recurrente, y así lo muestra el relato ficticio de la caída de tres gobernantes hispanoamericanos, El otoño del patriarca (1975). Abandonó Colombia a comienzos de los años 80 por divergencias políticas con el gobierno militar de Julio César Turbay.
Mantuvo fuertes vínculos con el cine y dió talleres de guión cinematográfico y televisivo en Cuba, en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) que él mismo ayudó a fundar.
A comienzos del siglo XXI publicó parte de sus memorias en Vivir para contarla (2002). Su actuación literario-periodística corrobora esa tradición en la escena hispanoamericana y dialoga con nombres como Rodolfo Walsh, Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska, y Carlos Fuentes.
Entre los galardones que recibió, cabe señalar: Esso (1961), el título de doctor honoris causa por la Universidad de Columbia, Nueva York (1971), y la medalla de la Legión de Honor del gobierno francés (1981).
En el 2004 publicó aquella que sería su última novela, Memorias de mis putas tristes. En el año siguiente concedió su postrera entrevista, en la que dijo que 2005 había sido el primer año de su vida en el que no había escrito nada. Acometido por demencia senil, fue poco a poco perdiendo la memoria. Murió en el 17 de abril de 2014 en la ciudad de México, a los 87 años. Dejó una obra inédita, la novela En agosto nos vemos.
Otras obras: Viva Sandino (1982); El amor en los tiempos del cólera (1985); Notas de prensa (1980-1984); La bendita manía de contar (1998).