Amazonia

copy_of_Aerial_view_of_the_Amazon_Rainforest.jpg
El río Solimões visto desde arriba parece una serpiente enorme, así lo llaman los indígenas (Lucia Barreiros/Lubasi/Wikimedia Commons)

La Amazonia corresponde a un área de aproximadamente 8 millones de km2, conformada por la mayor cuenca hidrográfica del mundo, la del Amazonas, y otras cuencas importantes como la del Orinoco (Venezuela) y la del Essequibo (Guyana). Los ríos de la cuenca amazónica se forman a partir de los contrafuertes andinos, la meseta central brasileña y la meseta de las Guayanas. Estas dos mesetas se originaron en las eras geológicas más antiguas del planeta y estuvieron separadas hasta la formación de los Andes en la Era Terciaria, cuando constituyeron ese gran anfiteatro que es la cuenca amazónica.

El área está cubierta, en más del 90% de su extensión, por selva ecuatorial (ombrófila) y por manchas significativas de sabanas y manglares. El diseño geográfico de la cobertura vegetal de la Amazonia tiene menos de 12.000 años, época en que los climas del mundo se configuraron con sus características actuales tras el retroceso de la última glaciación, que hizo subir el nivel de los océanos y mares cerca de 100 metros. En los períodos más secos, correspondientes al avance de los glaciares en las latitudes mayores, la región estaba cubierta de extensas áreas de sabanas (cerrados y llanos) y la selva se reducía a las áreas-refugios, verdaderas reliquias genéticas. De esas áreas habrían salido –en los períodos más húmedos, durante el retroceso de los glaciares– diferentes especies a colonizar el espacio, dando origen a la enorme diversidad biológica que alberga la región.

Durante la última glaciación, algunos pueblos originarios de Asia cruzaron el estrecho de Bering, que pasó a ser la principal vía de población de América. Por lo tanto, el tiempo de presencia humana en la Amazonia coincide con el tiempo de formación de sus ecosistemas, y cabe señalar que la relación de esas poblaciones originarias con la naturaleza no fue pasiva. En un trabajo titulado Selvas culturales de la Amazonia, el antropólogo William Balée atribuye el perfil actual de la selva a la manipulación realizada por las poblaciones originarias:

En cierto sentido, los diferentes perfiles de esas selvas pueden ser considerados artefactos arqueológicos, para nada distintos de los instrumentos y cuencos de cerámica, dado que nos abren una ventana al pasado de la Amazonia.

Especialistas e investigadores han señalado que las poblaciones originarias serían responsables del aumento de la diversidad biológica, sobre todo mediante la agricultura de bajo impacto. Por medio de esa actividad, que consistió en abrir pequeños claros durante períodos sucesivos a lo largo de los últimos seis a ocho milenios, los habitantes primitivos favorecieron el aumento de la incidencia solar y, con ello, el desarrollo de nuevas especies.

Las lluvias intensas (más de 2.000 mm anuales) durante casi todo el año –sobre todo en las áreas próximas a la línea del Ecuador– y la fuerte insolación son condiciones favorables para el desarrollo de la vida. Las investigaciones señalan que, en la Amazonia, el volumen de biomasa varía de 350 a 550 toneladas por hectárea, con una tasa de reciclaje anual próxima al 8%; vale decir, de 28 a 44 toneladas anuales de biomasa por hectárea.

Es probable que esta productividad biológica primaria –la mayor del mundo– ayude a entender por qué tantos pequeños grupos humanos lograron sobrevivir en la región y también, según el escritor José Veríssimo, por qué siempre fue difícil conseguir mano de obra asalariada, dado que siempre es posible volverse autónomo en una naturaleza tan pródiga (“una naturaleza pródiga puede llevar al hombre de la mano, como se lleva un niño en brazos”, dijo Karl Marx).

Según el geógrafo William M. Denevan, la población de la Amazonia habría sido de 5,1 millones de habitantes antes de 1492, calculándose un promedio de población de 28 hab./km2 en las regiones más densas

[…] a lo largo de la costa brasileña, en las amplias zonas de llanuras, en los grandes ríos y las sabanas inundables durante la estación lluviosa, tales como la Isla de Marajó y los llanos de Mojos, en Bolivia. Todas esas áreas son ricas en fuentes de proteínas.

El cálculo de la densidad promedio en las regiones de tierra firme era bastante más bajo: 1,2 hab./km2. Hay regiones, como Cocamilla, en el río Huallaga (Perú), donde, según el antropólogo Anthony Stocks, las vegas y lagos tienen capacidad para sustentar a cerca de 170 hab./km2, dado que la producción de pescado alcanza un promedio de 17,6 toneladas por km2 –tres veces las del río Xingu–.

Según Nieta Lindenberg, de la Comisión Pro-Indio del Acre, existen cerca de 206 etnias en el territorio brasileño, donde se hablan 180 lenguas indígenas –el 70% de ellas en la Amazonia–. Semejante exuberancia sorprende, incluso en un escenario de gran diversidad lingüística como el latinoamericano. De las cerca de 500 lenguas indígenas que se hablan en América Latina, casi el 40% pertenece a los indígenas brasileños, quienes, a su vez, constituyen apenas el 1% de la población indígena. Cuatro de esas 206 etnias poseen más de 10.000 hablantes –dos de ellas en la Amazonia–, mientras que en otras 110 hay menos de 400 hablantes y, entre éstas, hay 24 con menos de 50 y 9 con menos de 20 hablantes. Por lo tanto, estamos ante una extraordinaria riqueza lingüístico-cultural y, al mismo tiempo, un gran desafío ético-político, con implicaciones ecológicas explícitas. Esto nos da una idea de la complejidad ecológica, cultural y política de la denominada “cuestión amazónica”.

La fantástica productividad biológica primaria de la Amazonia también posibilitó la formación de pequeñas comunidades campesinas a lo largo de los ríos desde comienzos del período colonial. Esto produjo un tipo sociológico característico –el mestizo ribereño–, dedicado a múltiples actividades como la caza, la recolección de frutos, la pesca, la agricultura y la cría de animales. También se destacan las comunidades campesinas negras que, huyendo de la esclavitud de las grandes fincas rurales, buscaron la libertad en las selvas, sobre todo en aquellas regiones situadas encima de cascadas que facilitaban el aislamiento y la defensa, como es el caso de los quilombolas [negros fugitivos que se refugiaban en chozas o quilombos] del río Trombetas, cuyo imaginario asocia la cascada a la libertad. La asociación de Amazonia y libertad también se dio entre los emigrantes del sertón semiárido nordestino, quienes se dirigieron hacia la región durante el llamado “ciclo del caucho” –entre 1870 y 1920– evitando así ser trasladados a las plantas esclavócratas de café de São Paulo y Río de Janeiro, en franca expansión en la época. La diversidad de las exportaciones durante todo el período conocido como “ciclo de las drogas do sertão” [designación genérica de ciertos productos vegetales –canela, castañas, pimienta, cacao, entre otros– que se extraían en la región amazónica a fines del siglo XVII y comienzos del XVIII] es indicio de la riqueza producida por esas poblaciones. Hasta el día de hoy es posible verificarla en otra figura típica de la región, el regatero, que con sus embarcaciones sube y baja por los ríos comprando, vendiendo, intercambiando informaciones, abasteciendo ciudades, pueblos, aldeas y hasta las más recónditas comunidades de la Amazonia.

Todo esto configura la gran diversidad cultural de la región, y en ella reside el mayor patrimonio de conocimientos de la Amazonia. Una heladería en la ciudad de Belém, por citar sólo un ejemplo, ofrecía, en la década de 1980, más de cien sabores diferentes de helados de frutas. Como no existen sabores que no sean producto de la convivencia con la selva, no existe mejor ejemplo de esa riqueza cultural y biológica. Pero ello no impidió que la primera fábrica inaugurada en la Zona Franca de Macapá, a comienzos de los años 90, fuese la de Coca-Cola, y no precisamente utilizando esos frutos. La colonización del saber y el poder continúa vigente.

La Amazonia en el contexto geopolítico mundial

Es imposible comprender la Amazonia sin considerar la dimensión geopolítica de su formación territorial, desde el inicio del período colonial. La región abarca ocho países –BrasilBolivia, Perú, EcuadorColombia, Venezuela, Guayana y Surinam– y un territorio todavía sometido al estatuto colonial, la Guayana Francesa. Las lenguas oficiales de estos países son los idiomas impuestos por las diferentes potencias colonialistas e imperialistas desde 1492: portugués, español, francés, inglés y holandés. Por lo tanto, la codicia internacional hacia la región donde vivían los pueblos originarios está marcada en la geografía política y en las lenguas que le fueron impuestas.

Las regiones amazónicas son áreas periféricas de países periféricos y, por ese motivo, extremadamente vulnerables a las acciones políticas externas. Hay razones históricas para ello. Ante todo, la ocupación de una extensión de selvas tan densas como la Amazonia exigía un activo demográfico del que los conquistadores portugueses y españoles no disponían, y que tampoco encontraron disponible en la región. Además, tenían dificultades para controlar a la población en un área con tantas posibilidades de supervivencia y libertad. Si a estos hechos se suma la prioridad de enriquecimiento rápido de los invasores, no habrá dificultad alguna en comprender por qué la Amazonia tuvo una ocupación demográfica débil. Debido a ello, las zonas amazónicas continúan siendo regiones políticamente débiles –como lo manifiesta su peso electoral marginal en la conformación de los bloques de poder nacional de cada país–. Ante tantas dificultades, los conquistadores implementaron estrategias para captar las poblaciones, sobre todo mediante la evangelización y la catequesis. Varias órdenes religiosas se encargaron de llevar a cabo el pacto político-religioso que, literalmente, consagró la invasión.

La propia condición de países periféricos en el (des)orden geopolítico mundial implica que los bloques de poder dominantes negocien las más variadas concesiones, sobre todo en las regiones periféricas nacionales –donde todavía hay riquezas disponibles– y casi siempre aliándose con las clases dominantes internacionales. Más allá de esto, entre los “de arriba” y los “de abajo”, tanto del interior de cada país como del exterior, existen complejas relaciones geopolíticas en curso, y a cada protagonista le cabe evaluar el contenido emancipador y de justicia u opresor y sustentador del statu quo que, en mayor o menor medida, sustenta con sus acciones.

El significado ecológico de la Amazonia

Es necesario realizar un balance contextualizado del significado de las riquezas amazónicas para comprender el futuro de la región en el panorama geopolítico. Para ello es imprescindible considerar que, desde los años 70, enfrentan una nueva configuración en las relaciones sociales y de poder debido a los adelantos de la tecnología. En este contexto, algunos recursos hasta ahora no revaluados como tales desempeñan un papel estratégico –como es el caso del agua–, mientras otros siguen siendo apreciados como lo han sido siempre –es el caso de la energía y los minerales metálicos y los no-metálicos–. Los minerales continúan siendo estratégicos porque la demanda industrial de recursos naturales no-renovables –como los minerales– sigue aumentando. Según datos de la ONU, el 20% más rico de la población mundial, localizado, sobre todo, en los países centrales, es responsable de la demanda del 80% de los recursos naturales del planeta. Es por ello que la mayor parte de los recursos financieros y tecnológicos se encuentran en los países centrales, en general pobres en recursos naturales.

Los yacimientos minerales de hierro, manganeso, bauxita (aluminio), casiterita (estaño), cobre, níquel, oro, diamante, caolín, petróleo y gas –cuya exploración implica energía– son inmensos, y algunos países, como Brasil, prácticamente han agotado su capacidad de explotación de energía hidroeléctrica. Las industrias que requieren mucha agua y energía se han ido trasladando de los países centrales a los periféricos, movimiento que ya se registra en la Amazonia con la industria del aluminio (Brasil, Venezuela, Surinam) y del papel y la celulosa (en el estado de Amapá, Brasil). A esto cabe agregar el dato fehaciente de que gran parte de estos grandes proyectos minero-metalúrgicos instalados en la Amazonia brasileña funcionan con energía subsidiada.

El (des)orden ecológico global se manifiesta cada vez con más frecuencia (temporadas de huracanes más intensos, olas de calor, crecientes e inminencia de pandemias), lo que coloca a la Amazonia en el centro del debate mundial por el papel que desempeña en el equilibrio global –pero no por ser el pulmón del mundo, como se afirmó equivocadamente–. Por ser la mayor extensión de selvas relativamente continuas junto a la franja intertropical –donde la intensidad de la radiación solar (energía) es mayor– cumple un papel decisivo en el equilibrio energético del planeta, ya que buena parte de la energía es consumida en la evapotranspiración, la fotosíntesis (producción de biomasa) y el traslado de las masas de aire y vientos hacia otras áreas.

Esta extensión selvática está constituida por un volumen de biomasa que varía entre 350 y 550 toneladas por hectárea. Dado que la vida biológica se compone casi de un 70% de agua, la Amazonia puede considerarse un verdadero océano verde, tan inmensa es la cantidad de agua en forma de selva. La evapotranspiración de la selva alimenta la masa de aire ecuatorial continental, que alternativamente se traslada al norte y al sur redistribuyendo las aguas amazónicas: hacia el norte, por el Caribe, el Golfo de México y el sur de los Estados Unidos; al sur por todo Brasil y el Chaco boliviano-paraguayo hasta llegar a la pampa uruguaya-argentina.

Es necesario reevaluar los suelos de la Amazonia basándose en teorías más complejas y menos reduccionistas que las que hasta ahora han caracterizado la mayor parte de los suelos de la región como pobres y resaltando procesos de lixiviación y laterización (producción de laterita). Aunque esos procesos efectivamente ocurren, están relativizados por otros dos aspectos: en la región hay otros tipos de suelo en proporciones considerables –las extensas vegas, más del 70% de los suelos del Acre, las tierras negras de los indios y otros–; e, incluso en las áreas donde predominan los latosuelos, abunda sobre ellos una extraordinaria biomasa que no puede ser ignorada. Suele decirse que los suelos de la Amazonia son pobres porque, una vez deforestados, quedan todavía más expuestos a los procesos de lixiviación y laterización, cosa que es cierta. Pero esa verdad no autoriza a caracterizarlos como suelos pobres ignorando el hecho concreto de que sobre ellos se desarrolla el mayor volumen de biomasa que se haya encontrado en un suelo del mundo. El problema, obviamente, no está en los suelos sino en la mirada reduccionista que pretende descalificarlos. En última instancia, los suelos de la Amazonia no son ricos ni pobres; son compatibles con la selva y con el horizonte superficial de materia orgánica que la sustenta. Esta caracterización no deja de tener graves implicaciones técnicas y políticas, dado que nos obliga a pensar la posibilidad de una ocupación de la región destinada a valorizar el potencial productivo que encierran las complejas relaciones clima/suelo/selva –un potencial, cabe recordar, capaz de reciclar anualmente cerca del 8% del total de ese extraordinario volumen de biomasa (de 28 a 44 toneladas de biomasa por hectárea/año), sin necesidad de importar ninguna clase de energía, puesto que la recibe gratuita y generosamente durante todo el día directamente del sol–. Tal vez en ello resida la gran sabiduría de los pueblos de la selva que allí viven.

La Amazonia desempeña un papel fundamental en toda dinámica climática global. Si a esto le sumamos la enorme diversidad biológica, el acervo de conocimiento que conservan los pueblos originarios y campesinos del territorio y la riqueza que alberga su subsuelo, llegaremos a la conclusión de que la región plantea enormes desafíos políticos y geopolíticos.

El futuro de la Amazonia

La tasa de deforestación en la región sigue siendo elevada, y la presión con el fin de que se explote la vasta riqueza del subsuelo y la energía del agua para la construcción de hidroeléctricas no ha cesado. Los indígenas protagonizan luchas de resistencia contra la explotación del gas y el petróleo en la región, y las comunidades quilombolas y campesinas vienen haciendo otro tanto contra la construcción de barreras fluviales. El paradigma productivista, que tanta devastación ha causado en América Latina desde 1492, sigue vigente. La Iniciativa de Integración de Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA) provocará gravísimas consecuencias socioambientales al crear las bases necesarias para la exportación de madera, minerales y granos.

Considerando la importancia que la Amazonia tiene para el mundo, no es de extrañar que surjan propuestas que pretendan someter la región a la tutela de organismos internacionales –como considerarla patrimonio común de la humanidad, restringiendo la soberanía de los países amazónicos–. Aunque la soberanía nacional ya no pueda ser pensada como hace cuarenta años, la idea de una Amazonia patrimonio común de la humanidad no puede ignorar el lugar especial que ocupan las poblaciones amazónicas debido al conocimiento con que cuentan, fundamental para establecer un verdadero diálogo con otros saberes, incluso con el conocimiento científico y tecnológico convencional. Y también cabe preguntarse por qué ese conocimiento científico y tecnológico convencional, esencialmente dominado por los países centrales, no es considerado también patrimonio común de la humanidad, teniendo en cuenta lo importante que sería para el planeta si fuese realmente democratizado.

Todo indica que los países que poseen soberanía sobre la Amazonia deberán reforzar sus políticas comunes y dar curso al Tratado de Cooperación Amazónico firmado en los años 70, puesto que la presencia militar norteamericana en la Amazonia ya no es algo abstracto –como lo demuestran el Plan Colombia y la Base de Manta en Ecuador–. Es necesario romper con los prejuicios en lo que atañe a las poblaciones originarias campesinas y quilombolas y sus conocimientos, para poder dialogar con ellas. Y las mayores dificultades que deben enfrentar esas poblaciones surgen dentro de sus propios países, donde son privadas de poder político y descalificadas como interlocutoras. El mayor desafío es hacer coincidir la soberanía nacional con la popular, aliando el derecho a la igualdad con el derecho a la diferencia.

Mapas

 

 

 

 

por admin publicado 31/08/2016 12:02, Conteúdo atualizado em 03/07/2017 18:00