Chiapas ofrece un buen ejemplo para comprender la cuestión agraria en América Latina. En el Estado de Chiapas, localizado al sur de México, en la frontera con Guatemala, los campesinos indígenas mayas formaron el movimiento zapatista de insurgencia por los cinco siglos de explotación y expropiación. El crecimiento avasallador de las desigualdades, que jamás fueron minimizadas, aumentó de manera continua la pobreza de los campesinos chiapanecos. Al organizar la resistencia armada, el movimiento zapatista rebelde expuso, simultáneamente, la imposibilidad de resolver la cuestión agraria en la sociedad capitalista y la intensificación del problema como consecuencia de las políticas económicas neoliberales. En su primera aparición pública, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) invitó al diálogo y convocó a la sociedad a organizarse contra los acuerdos políticos y económicos, digitados principalmente por los Estados Unidos, que expandían el control territorial y promovían la explotación y la expropiación.
El alzamiento zapatista comenzó el día 1.º de enero de 1994, el mismo día en que entró en vigencia el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA). Ese acuerdo de integración económica dinamizó la expansión del capitalismo, intensificando los procesos expropiatorios. La revuelta zapatista repercutió en todo México, donde creó un importante espacio político para el debate que involucró a diversas organizaciones, como los movimientos gremiales y estudiantiles. Durante ese proceso, se organizó el Frente Zapatista de Liberación Nacional (FZLN). El modelo de desarrollo impuesto por el tratado de libre comercio se encontró entonces con un conjunto de actores que lo cuestionó. El surgimiento de esta nueva fuerza política también interpeló a las fuerzas convencionales, como los partidos. De hecho, esas acciones señalaron la necesidad de crear nuevos espacios para repensar las estructuras políticas, la democracia y la participación de la sociedad en la construcción del futuro del país.
El zapatismo no denunció solamente las desigualdades y la situación de exclusión de la mayoría de la población mexicana, sino que también destacó especialmente la pérdida de la soberanía nacional, acarreada por la adhesión al tratado de libre comercio. Igualmente, puso de relieve la negativa del gobierno de aceptar la pluralidad étnica y sus respectivas autonomías. A la vez que fomentaban el debate mediante acciones visibles, los zapatistas crearon nuevos espacios políticos y construyeron territorios, alimentando el diálogo con el Estado y con la sociedad. Pero en lugar de aceptar la invitación al diálogo, el gobierno federal optó por usar la violencia contra los integrantes del movimiento surgido de las comunidades chiapanecas. En febrero de 1995 el gobierno declaró la guerra al EZLN, pero el fracaso de semejante decisión, más la presión de la sociedad mexicana, lo obligaron a seguir la vía pacífica.
En estas condiciones fue posible retomar el diálogo y elaborar los Acuerdos de San Andrés, en febrero de 1996. En esos documentos, el gobierno mexicano se comprometió a reconocer a los pueblos indígenas y a sus representantes políticos, garantizar sus derechos en el desarrollo del país, y acatar principios como el pluralismo, la integridad y la libre determinación. Sin embargo, esos actos se vieron acompañados de acciones criminales por parte de grupos paramilitares que, en diciembre de 1997, asesinaron a 45 personas, en la así llamada Masacre de los Zapatistas de Acteal. Desde entonces, esa masacre quedó registrada como un crimen contra los intentos de autonomía de los pueblos indígenas en la defensa de sus derechos y la autodeterminación de sus territorios.
Así como la lucha de los campesinos indígenas mayas contra las desigualdades confrontó abiertamente las políticas neoliberales también generó conflictos permanentes, creó formas de resistencia e inició un proceso de transformación. La creación de los municipios autónomos explicitó el carácter territorial de la cuestión agraria y se constituyó en el marco de una serie de nuevas experiencias en las que los campesinos indígenas comenzaron a decidir y debatir políticas referentes a la producción, educación, salud, etc. La lucha zapatista puso de relieve que la resistencia es un proceso largo y que las transformaciones políticas se concretan en acciones de autonomía, pluralidad y soberanía. La existencia del movimiento zapatista no se reduce a la cuestión agraria, ella es tan expresiva como el problema que dio origen al EZLN, y la perspectiva de superación depende de la realización plena de los intereses de los pueblos indígenas, en sus territorios y en su país.