Partido fundado en 1890, la Unión Cívica Radical tuvo como principal mentor a Leandro N. Alem, un demócrata nacionalista que luchaba por el sufragio universal. Inicialmente reunió a los hijos de inmigrantes que buscaban espacio de participación política en un sistema dominado hasta entonces por la alianza entre latifundistas y la burguesía comercial. La elección de Hipólito Yrigoyen para la presidencia de la República en 1916 representó un giro democrático importante en la historia de la Argentina. Fue seguido por Marcelo T. de Alvear, de la derecha de la UCR, quien reaproximó el partido a las oligarquías tradicionales. Yrigoyen retornó a la presidencia, pero la sucesión de gobiernos radicales fue interrumpida por el golpe militar de 1930. Sus dirigentes y militantes comenzaron a ser perseguidos por la represión.
Para oponerse a la elección de Juan Domingo Perón en 1945, la UCR se alió a los partidos de izquierda –sobre todo al socialista y al comunista– y a sectores de derecha –desde la Iglesia Católica hasta la embajada de los Estados Unidos–.
La UCR se convirtió entonces en el principal partido opositor al peronismo, articulando una alianza entre sectores de la clase media urbana y pequeños propietarios rurales con grupos de la oligarquía tradicional, en la defensa de las tesis de la democracia liberal contra las posturas autoritarias de los gobiernos de Perón.
Las tres veces siguientes en las que el radicalismo –nombre con que la UCR es conocida– volvió a elegir presidentes en la Argentina, ellos no terminaron sus mandatos. Arturo Illia, elegido en 1963, fue derrocado por el golpe militar de Juan Carlos Onganía en 1966. Durante la dictadura militar, el partido también fue víctima de la represión. Al volver la democracia, logró elegir a Raúl Alfonsín en 1983. Alfonsín enfrentó dos problemas: el castigo de los involucrados con la tortura durante la dictadura militar y las presiones inflacionarias. Para resolver la dicotomía entre castigar a los militares que habían cometido crímenes y la necesidad de reinsertar a las Fuerzas Armadas en las instituciones democráticas, Alfonsín decretó las leyes de la “obediencia debida” y del “punto final”, con el fin de cerrar las heridas producidas por el terrorismo de Estado. Las presiones inflacionarias, por otro lado, se vieron agravadas por el hecho de que el sindicalismo peronista estaba en la oposición y organizó varias huelgas generales. Después de dos crisis de hiperinflación, bajo fuertes presiones, Alfonsín renunció antes de terminar su mandato.
Durante los gobiernos del peronista Carlos Saúl Menem, la UCR estuvo en la oposición, pero colaboró con el gobierno en varios aspectos de su política, incluso en la privatización de empresas públicas. Al final del segundo mandato de Menem, el radicalismo volvió a triunfar en las elecciones presidenciales, con Fernando de la Rúa, en 1999. A pesar de prometer lo contrario, De la Rúa mantuvo la política económica heredada –llegó a llamar a Domingo Cavallo, el ministro más importante del área económica de los gobiernos de Menem– para dirigir la economía, cuando la bomba de tiempo de la política de la paridad entre el dólar y el peso estaba a punto de explotar. Esto provocaría el fin abrupto de la convertibilidad, la fuga de capitales y una brusca elevación de los precios, con reacciones populares como los movimientos conocidos como el “cacerolazo ” y el de los piqueteros. Para controlar las manifestaciones de protesta, De la Rúa decretó el estado de sitio y ordenó que la policía saliera a la calle. Decenas de manifestantes fueron asesinados y millares resultaron heridos. Debilitado por la creciente pérdida de popularidad, el presidente radical debió renunciar al cargo. El nuevo fracaso prácticamente determinó el fin de la UCR como partido de proyección nacional que había protagonizado, junto con el peronismo, una especie de bipartidismo de hecho durante casi cinco décadas.