La visión de mundo que el escritor mexicano imprimió a la producción literaria reunida en prosa de ficción pone de relieve aspectos realistas, revolucionarios y poéticos. Para ello, se sirvió de relatos breves y de un lenguaje conciso. Las ambientaciones de sus textos revelan un país herido por revoluciones como la de los Cristeros y la Mexicana, que enfrenta en un universo movido por tragedias, violencia y miseria bajo un tiempo ficticio y no lineal.
Sólo publicó dos libros: el de cuentos El llano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1955). En ambos la preocupación social y política del autor es evidente. Asimismo, tienen en común la tradición indígena del mito azteca y la muerte, que abarca la cuestión de la violencia entre las disputas campesinas.
Para el mexicano Carlos Fuentes, uno de los seguidores de esta literatura, su pequeña obra tuvo un impacto universal. Gabriel García Márquez llama la atención sobre la recreación temporal de esa narrativa, compartida por muchos de los narradores de la generación del boom latinoamericano.
Al relatar las agruras de un pueblo que se vio envuelto por la triangulación de la mística, la disputa por la tierra y los problemas naturales, el escritor hizo resonar en otra clave las narrativas sociales del brasileño Graciliano Ramos.
Alternó la actividad literaria con la escritura de guiones de cine, creó la colección Voz Viva, que reunía grabaciones de escritores, trabajó en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en el Instituto Nacional Indigenista, colaboró con la fundación de la Comunidad Latinoamericana de Escritores y se desempeñó como asesor literario del Centro Mexicano de Escritores. Recibió los premios Nacional de Literatura (1970) y Príncipe de Asturias (1983).