Los versos de la escritora chilena, cuyo nombre de bautismo era Lucila Godoy Alcayaga –primera mujer y primera representante de América Latina para el Premio Nobel de Literatura (1945) en el escenario literario mundial–, tienen su origen en el Modernismo.
La ausencia de retórica y el gusto por el lenguaje informal se suman a la preferencia por símbolos en poemas que tratan con frecuencia temas relacionados con la maternidad, el amor, la muerte como destino, la diversidad religiosa, las culturas populares y mestizas. Éstos son los títulos de sus primeros poemas publicados, cuando tenía dieciséis años de edad, en los periódicos La Voz de Elqui y El Coquimbo, en 1905. De esta época data su primer libro, cuyo título, Desolación, no escamotea otra filiación de su poética: el sentimiento del dolor rescatado de experiencias personales. Huérfana desde los tres años, su vida y su obra estuvieron marcadas por la muerte de su primer amor, Romelio Ureta, en 1907.
La convivencia con el mundo rural donde nació sumada a la experiencia en las aulas como profesora primaria colaboró en la construcción de su trayectoria política comprometida, que la llevó a actuar incluso en la reforma del sistema educativo de su país. Su compromiso con causas sociales marcó su trayectoria intelectual y la llevó a ser cónsul de Chile en Nápoles, Lisboa y Nueva York.
Realizó innumerables viajes a otros países para dar conferencias, cursos y charlas –actividades que no le impidieron participar en acciones políticas nacionales, como la campaña electoral del Frente Popular (1938), que llevó a la presidencia de la República a su amigo de juventud Pedro Aguirre Cerda–. En la temática de su extensa obra –que reúne una significativa producción epistolar, artículos de tipo político y periodístico–, se hace presente otra de sus constantes preocupaciones: el universo femenino (Poemas de las madres, 1950).
Dedicó especial atención a la cultura popular, como muestran los poemas reunidos en Ternura (1924), basados en el rastreo de las canciones de cuna latinoamericanas, en las rondas españolas y en el cancionero italiano. La valorización de la tradición de las culturas indígenas y mestizas presentes en la fundación de su país es el eje temático de Tala (1938), que presenta versos con rimas asonantes, distanciados de las formas modernistas.
Al recuperar expresiones arcaicas del habla rural de la infancia, compartió el deseo americanista y el interés por las civilizaciones precolombinas de grandes representantes de la literatura del siglo XX, como Pablo Neruda y Miguel Ángel Asturias.
Gabriela Mistral fue una de las figuras latinoamericanas de mayor prestigio en el escenario humanístico internacional. Los últimos veinte años de su vida los pasó volcada a la escritura del Poema de Chile –obra póstuma que concentra en 77 poemas un retrato variado de su país, que remite a lugares, flora y fauna del territorio chileno–.
Por asociar el carácter lírico a cuestiones sociales y subjetivas y por moverse en un territorio lindante entre el modernismo y la vanguardia, se acercó al universo de la brasileña Cecília Meireles en una profunda expresión de sentimientos. Otra obra: Lecturas para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje (1924).