Sólido fundador de la literatura latinoamericana del siglo XX, aseguró a un mismo tiempo su renovación y el retorno a las raíces de la cultura occidental. Creó el grupo Martín Fierro, portavoz de la vanguardia literaria de los años 20 y 30 en la Argentina, y se dedicó a la escritura de cuentos, poemas, ensayos y crítica literaria, así como a la traducción.
Reconocido por su extraordinaria erudición, el escritor mantuvo una posición conservadora ante los acontecimientos políticos de su país. Esta postura motivó polémicas y críticas por parte de los intelectuales más comprometidos, y María Kodama la justificó diciendo: “Borges apoyó la dictadura porque relacionaba a los militares de la década de 1970 con los de 1810, tiempo de las guerras de independencia”. Como contrapartida, fue el creador de una metamorfosis estética a la que la narrativa mundial deberá estar siempre agradecida.
El complejo universo que construyó en torno a las letras desde su adolescencia, en una relación íntima y cercana con libros, bibliotecas y saberes de diversa índole se reflejó en toda su trayectoria literaria. El lirismo melancólico y la subjetividad recorren los primeros libros de poemas Luna de enfrente (1925), Fervor de Buenos Aires (1923) y Cuaderno San Martín (1929), mientras que las publicaciones de los años 30 y 40, como Historia universal de la infamia (1935) y Ficciones (1944), se volcaron hacia la narrativa.
La originalidad de esas obras demuestra una determinada búsqueda de novedades estéticas, lo que dio por resultado textos marcados por lo insólito y lo fantástico, género del cual Borges es uno de los fundadores. Esos relatos crearon un universo particular, cargado de componentes subjetivos y metafísicos, y con una fuerte presencia del simbolismo. Así, mediante este tipo de ficción, el autor divulgó sus convicciones, como la no existencia de una realidad única y estable, lo que justifica que contemplara al arte realista como una impostura.
El motivo central de su escritura pasó a ser entonces la búsqueda de la esencia de la realidad mediante el cruce de conocimiento y sentimiento, combinando en un complejo tapiz cuestiones tan diversas como la cábala, la filosofía, los bestiarios, los silogismos, las éticas, las narrativas, las matemáticas imaginarias, los thrillers, la teología, la geometría, los mitos, la semiótica, la alquimia, el folclore, el tango, la historiografía y los paisajes. Sus producciones de 1940 a 1950, como El Aleph (1949) y Cuentos fantásticos, giraron en torno de la metafísica, aquello que posteriormente Julio Cortázar definiría como lo imposible de ser explicado. En esta época se dedicó también a la enseñanza de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (UBA) y al dictado de conferencias sobre literatura.
Colaboró con escritores y críticos como Adolfo Bioy Casares y Pedro Henríquez Ureña, con quien en 1937 publicó la Antología clásica de la literatura argentina. Fundó la revista Prisma y colaboró en Proa y Sur. Recibió el Premio Nacional de Literatura (1956), el International Formentor Prize de Literatura (1961) y el Premio Cervantes de Literatura (1979). Fue merecedor del título doctor honoris causa otorgado por la Universidad de Oxford (1971). Otras obras: El informe de Brodie (1970) y El libro de arena (1975).