El movimiento Arte Contra la Barbarie, surgido en São Paulo a principios de 1999, es una expresión medianamente consciente y organizada de la evaluación de las condiciones impuestas por el neoliberalismo a la producción cultural en Brasil. Las manifestaciones de la barbarie en São Paulo –que van desde la multiplicación de los números que cuantifican la población superflua hasta la ostentosa sumisión del aparato de Estado a los intereses del capital– llevaron a algunos artistas del teatro a reunirse en el año 1998 y a conversar sobre el estado de la situación. Finalmente, lanzaron el manifiesto “Arte contra la barbarie”, que, firmado por los grupos teatrales Companhia do Latão, Folias D’Arte, Parlapatões, Patifes e Paspalhões, Pia Fraus, Grupo Tapa, Teatro União e Olho Vivo y Monte Azul, pasó a designar el movimiento. Luego de exponer los modos en que la barbarie se manifestaba en el campo del arte como consecuencia de su mercantilización radical, el texto se centró en la cuestión que definiría la estrategia a largo plazo del movimiento: discutir (y, de ser posible, transformar) el pensamiento sobre la cultura en Brasil.
La formulación de ese objetivo se dedujo de la siguiente percepción: ya que nuestra propia experiencia de exclusión (no hay lugar para nosotros en el mercado del arte ni del trabajo, cualquiera fuere la actividad) nos permite formular nuevos conceptos y nuevas funciones para el arte y la cultura, tenemos entonces la posibilidad de elaborar una expresión teórica de esa experiencia y, por lo tanto, discutir, frente a la ideología del mercado, el pensamiento sobre el arte y la cultura.
Formas de lucha
Esa evaluación de la coyuntura se tradujo, desde un principio, en dos tipos de acciones, o dos formas de lucha, que aún hoy se encuentran vigentes.
En un primer frente de combate, se definió como táctica de largo alcance enfrentar la primera trinchera concreta: el Estado. Tomado por asalto por las fuerzas del neoliberalismo durante el gobierno de Fernando Collor de Mello, lo que hasta entonces había sido definido como un derecho del ciudadano y un deber del Estado (educación, salud, cultura y previsión social –la estocada más reciente en esta área ha sido la enmienda constitucional de reforma previsional aprobada por el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva–), fue entregado a la explotación capitalista. El movimiento insiste en no olvidar la reforma del Estado promovida por Collor, que implicó la extinción lisa y llana de varios órganos del Ministerio de Cultura para pavimentar el camino al capital; y que la Ley Rouanet (derivada de la Ley Sarney) fue elaborada como compensación a los estragos de la reforma neoliberal. Muy pocos advirtieron que esa ley no fue sino el caballo de Troya de las leyes de “incentivo”.
En un segundo frente se decidió elaborar una Ley de Fomento al Teatro, con el objetivo de llevar al Estado, a partir del municipio de São Paulo, a generar alternativas al proceso neoliberal. De este modo se intentaba apuntalar al menos tres objetivos. Primero, garantizar la supervivencia física y organizada de grupos teatrales constituidos por personas que, entre otras razones, se juntaron, por no haber otras alternativas, para hacer arte y no un producto de mercado; segundo, enfrentar y, de ser posible, quebrantar la dictadura del pensamiento único sobre el rol del Estado en la cultura, y por lo tanto sobre las leyes de evasión fiscal, también llamadas de “incentivo”; y, tercero, como consecuencia del segundo punto, avanzar en el debate sobre la función del arte.
Nuevos desafíos
La victoria inicial (tímida, limitada, contradictoria) que representó, en diciembre de 2001, la aprobación de la ley por la Cámara Municipal, creó las condiciones materiales para enfrentar el tercer desafío. Ese paso fue dado en 2003 con el lanzamiento del periódico O Sarrafo. Su primer editorial proclamó la intención de convertirse en vehículo de discusión del oficio teatral y ratificó el objetivo del primer manifiesto del movimiento: encontrar caminos que transformen la cultura cumpliendo un derecho elemental de todos los ciudadanos o, lo que es igual, luchar por la democratización de la cultura, causa que en la actualidad deja de ser una excusa para la expansión del mercado, tal como ha sucedido tantas veces en la historia de la cultura y, particularmente, en la historia del teatro nacional.
El movimiento no tiene representantes, no tiene jerarquía, ni está institucionalizado. Quizás, porque sus miembros más veteranos experimentaron con las organizaciones forjadas durante el siglo pasado y sus integrantes más jóvenes cultivan un enérgico instinto libertario, como corresponde a los verdaderos artistas. Unos y otros saben que el movimiento seguirá existiendo mientras sea capaz de encauzar las inquietudes de sus integrantes y mientras la lucha sea necesaria.