El Proálcool se creó en Brasil durante el gobierno de Ernesto Geisel, con el objetivo de desarrollar motores de alcohol para automóviles. Esa política integraba la búsqueda de matrices de energía alternativas para reemplazar al petróleo, cuyos precios se habían elevado mucho con la crisis de 1974-1975 y presionaban la balanza de pagos. La biomasa, fuente de energía renovable, abundante en los trópicos, surgía como el nuevo gran recurso. El motor fue desarrollado por el Centro Tecnológico de la Aeronáutica (CTA), pero decisiones políticas marcaron el proceso: se transfirió la tecnología a las montadoras automovilísticas sin cobrarles royalties y se utilizó el alcohol de la caña –desestimándose la alternativa de la mandioca– como consecuencia de la presión de los ingenios, principalmente del Estado de São Paulo. Las plantas montadoras, que carecían de tradiciones en investigación, menospreciaron las dificultades tecnológicas aún existentes en el motor de alcohol, e ignoraron limitaciones como corrosión, necesidad de regulación de carburadores, problemas con la partida a frío y alto consumo. Tales contratiempos sólo fueron subsanados en 1983. La suba de los precios del petróleo y el bajo precio del azúcar hicieron del proyecto un éxito. En 1986, el 96% de los automóviles producidos en Brasil tenían motor con alcohol. Se buscó también la sustitución de motores de diésel –creándose para eso el Proyecto Motor–, pero las dificultades de ejecución presupuestaria limitaron el desembolso de recursos a sólo 10% de lo previsto.
Al final de los años 80, la caída de los precios del petróleo y la suba del precio del azúcar provocaron la crisis del Proálcool. La empresa Petrobras, que controlaba gran parte de la distribución física del alcohol combustible, fue presionada, a partir de 1985, por el déficit de la cuenta del alcohol, mientras los productores desviaban la caña para la producción de azúcar y generaban el desabastecimiento. La apertura comercial en los años 90 y el estímulo a la producción de autos de mil cilindradas, que no habían sido sometidos a la tecnología del alcohol, contribuyeron para el retroceso del programa. En 1995, sólo el 3% de los autos en Brasil eran fabricados con motores de alcohol. Sin embargo, las tendencias a la suba del precio del petróleo, que la recuperación de la economía mundial estimula, tienden a proyectar nuevamente esa tecnología, de la que Brasil dispone de gran capacidad acumulada.
En 2003, Volkswagen lanzó el primer carro del país con motor flexible, que funciona con gasolina o etanol. Luego después Chevrolet presentó su modelo y, desde entonces, las montadoras de automóviles del país pasaron a producir carros bi-combustibles. En 2015, los llamados motores flex correspondían a 85% de los automóviles vendidos en Brasil. En ese mismo año, la gasolina pasó a llevar 27 de etanol en su composición.
Segundo productor mundial de etanol del mundo y primero en alcanzar el consumo sustentable de biocombustibles, el uso preferencial de “combustible verde” –derivado de fuentes naturales y renovables– coloca a Brasil en la vanguardia del sector.