Se destacó entre los escritores de la Generación del 30, y fue responsable de la innovación de la prosa y la poesía ecuatorianas desde el punto de vista formal y temático tal como en Perú lo fueron los hermanos Arturo y Alejandro Peralta, al recrear estéticamente el indigenismo. En 1933 publicó El dictador, drama crítico que provocó la censura de las autoridades. A partir de entonces, el diplomático se dedicó a la literatura y en 1934 editó Huasipungo, novela que no sólo lo consagra como representante del indigenismo, sino que rompe con el romanticismo anterior.
En vez de idealizar a la población nativa o de imitar modelos españoles como tantos de sus contemporáneos, formuló una mirada no maniqueísta de la realidad e incorporó el léxico indígena al plano literario. Fue un precursor del realismo social de escritores como el activista político Manuel Scorza, expuso los problemas sociales, divulgó la violencia que marcó el encuentro entre los conquistadores y los colonizados, y criticó a las clases medias formadas por los mestizos. Otra obra: El chulla Romero y Flores (1958).