Las músicas de Martinica y Guadalupe –departamentos franceses de ultramar– son, junto a la champeta del Caribe colombiano, las músicas “mulatas” de América que mantuvieron comunicación constante con las africanas. El beguine, frecuentemente descrito como un calipso-rumba, surgió –como el calipso, la plena, los choros o la milonga– en la transición del siglo XIX al siglo XX y siguió una historia similar a la de estos géneros. Las primeras grabaciones de beguine se hicieron en 1929 en París, y poco después este ritmo alcanzó una amplia difusión internacional con las big-bands de Nueva York: en 1935 con el disco Begin the beguine de Xavier Cugat, en 1939 con la regrabación instrumental en el formato jazz-swing de Artie Shaw y en 1940 al ser bailado por Fred Astaire en la película Broadway Melody.
Del beguine surgió el cadence en los años 70, y fue a partir de entonces que el radio de intercomunicación musical tomó rumbos distintos. El cadence es un ritmo híbrido, como la salsa, que sobre la base del beguine fusionó elementos de diversos géneros “tropicales”, principalmente del merengue, el soca, el soul y el reggae. Pero, en contraposición con la salsa, adoptó los timbres eléctricos del rock en constante intercambio con el pop de África occidental (el Zaire y el Congo, en especial) que desarrollaba paralelamente sus propios híbridos electrificados. Entre sus varios exponentes, el difusor más conocido fue el grupo Kassav.
Del soukos africano (con fuerte influencia de la rumba cubana, pero hegemonizado por las guitarras eléctricas) combinado con el cadence surgió el antillano souk, que actualmente predomina en las Antillas francófonas menores y en su diáspora en París.