En 1999, con 72 años, después de 55 años de vida política ininterrumpida, el colorado Jorge Batlle venció a Tabaré Vázquez en el segundo turno de las elecciones presidenciales uruguayas, después de firmar un acuerdo con los blancos.
Hijo y sobrino-nieto de presidentes, Batlle ya había sido candidato presidencial en 1966, 1971, 1989 y 1994, pero fue derrotado en todas las ocasiones. Paralelamente, le tocó presidir un cambio ideológico profundo de su grupo a favor de las ideas de un nítido liberalismo económico. A pesar de este cambio, fue tal vez el gran agitador de la agenda política uruguaya antes del golpe de Estado de junio de 1973 y después: en el período 1980-1985, y durante los gobiernos democráticos, entre 1985 y 2000.
Finalmente se convirtió en presidente de la República en el año 2000, gracias a las nuevas reglas electorales aprobadas en la reforma constitucional de 1996. Le tocó a Jorge Batlle dirigir un gobierno cargado de dificultades externas e internas, en medio a la recesión económica más larga que el país recuerda y con una crisis financiera explosiva. Muy desprestigiado en su gestión, pudo, sin embargo, enfrentar las conspiraciones para sacarlo del poder en el peor momento de la crisis, en 2002, y entregar el 1.º de marzo de 2005 la banda presidencial al primer jefe de Estado proveniente de un partido de izquierda en el país.
La dinastía Batlle
A pesar de haber declarado que se dio un “año sabático” después de su controvertida gestión, nada indica que Jorge Batlle se haya retirado de la vida pública. De todos modos, sus hijos no se dedican a la política y no hay indicios del surgimiento de un nuevo Batlle presidente. El tiempo dirá si se terminó la “dinastía” que proveyó a Uruguay de cuatro presidentes constitucionales a lo largo de cinco generaciones. La trayectoria política de la familia Batlle es inseparable de la trayectoria del país.
El primer Batlle en llegar al Río de la Plata fue el comerciante catalán José Batlle y Carreó, en 1800. Al obtener, en 1806, el monopolio de la provisión de víveres para la Real Marina Española con sede en Montevideo, comenzaron sus tribulaciones. Arruinado por la revolución, pasó el resto de sus días (murió en 1854) intentando cobrar lo que la Corona española le debía, desplazada de Montevideo para siempre en 1814.
Entre los cinco hijos que tuvo con Gertrudis Grau figuraba Lorenzo Batlle, nacido en 1810, quien después de una cuidadosa educación en España regresó al país en 1831. Al iniciarse la Guerra Grande (1839-1851), fue movilizado dentro del grupo colorado-unitario, tocándole inaugurar la saga política de la familia. A partir del “sitio grande”, iniciado en 1843 y que sólo terminó en 1851, tuvo una participación activa en la defensa de Montevideo, llegando a ejercer el cargo de ministro de Guerra y Marina. En este papel le tocó la difícil tarea de capturar y mandar al exilio nada más ni nada menos que a Fructuoso Rivera, caudillo rural fundador de su partido.
En 1852, Lorenzo Batlle fue uno de los fundadores de la Sociedad de Amigos del País; al año siguiente se dirigió a las filas del Partido Conservador. En 1855 se integró a la Unión Liberal. Después fue ministro de Hacienda hasta noviembre de 1857, cuando abandonó la política por varios años.
Con el triunfo de la revolución del caudillo Venancio Flores, aceptó de su ex adversario dentro de las filas coloradas el Ministerio de Guerra y Marina, que ocupó durante tres años. En 1868, después de la trágica muerte de Flores, fue elegido presidente tras un conflictivo proceso electoral, en el cual acabó enfrentando al temido caudillo colorado José Gregorio Suárez.
Su presidencia quedó marcada por las dificultades y, en gran medida, por el fracaso: su política excluyente (“gobernaré con mi partido y para mi partido”) generó una férrea oposición de los blancos; dentro de su propio partido también tuvo serios conflictos con los caudillos colorados regionales; una grave crisis económico-financiera desestabilizó profundamente su gobierno. En 1870, liderada por Timoteo Aparicio, se inició la llamada Revolución de las Lanzas, que colocó en jaque definitivo el futuro de su administración.
Dejó el cargo en el fin de su mandato constitucional, sin participar del pacto de abril de 1872, que puso fin a la revolución e inició la política de coparticipación entre blancos y colorados. Cargando el peso de fuertes críticas a su período de gobierno, dejó nuevamente la política, para volver al final de su vida para enfrentar el gobierno militarista y corrupto de Máximo Santos. Lorenzo Batlle integró el Comité Revolucionario de Quebracho en 1886 (en el que lucharon sus dos hijos, José y Luis), y falleció al año siguiente.
Batllistización
Entre estos dos hijos, le tocó fundamentalmente a José Batlle y Ordóñez asumir la herencia política de la familia. Nacido el 21 de mayo de 1856, se inclinó desde temprano a la filosofía y al periodismo; en sus primeros trabajos como periodista (en periódicos como La Razón, La Lucha o El Espíritu Nuevo), afirmó su vocación por un oficio que no abandonaría por el resto de su vida.
Su primera militancia política lo perfiló como un férreo opositor de las dictaduras de Latorre y Santos. En 1886 fundó El Día, y participó junto a su padre y su hermano de la Revolución de Quebracho, a raíz de la cual cayó prisionero. Acompañó la transición civilista de Tajes, que lo designó, en 1887, como jefe político del Departamentos de Minas.
Siguió a Julio Herrera y Obes, presidente entre 1890 y 1894, para después confrontarse duramente con él, pasando a liderar la iniciativa para constituir un nuevo sector popular y renovador dentro del Partido Colorado. En este proyecto, Batlle y Ordóñez desarrolló una acción política innovadora, por medio de la creación de clubes seccionales y de la venta en las calles de una publicación más próxima al pueblo, por su costo y contenido. Fue elegido diputado por el Departamento de Salto en 1890, integrante del Consejo de Estado que siguió al golpe anticolectivista de Cuestas, en 1898, y después electo senador por Montevideo, en 1899. En esta década, afirmó un liderazgo ascendente y polémico que lo llevaría a la presidencia de la República en marzo de 1903.
En esa época, en el país predominaba la política de coparticipación, que otorgaba a la oposición nacionalista, acaudillada por Aparicio Saravia, el gobierno de seis jefaturas departamentales. Contrario a esta política, Batlle venció militarmente la Revolución Nacionalista Saravista de 1904, en la cual murió el célebre caudillo blanco.
Después de una estadía en Europa entre 1907 y 1911, durante su segunda presidencia (1911-1915) impulsó un amplio paquete de reformas en diversos planos: económico (nacionalización, estatización e industrialización); social (legislación social de cuño solidarista y apoyo crítico al movimiento obrero); rural (aumento de la presión fiscal sobre el latifundio, planes de colonización y recuperación de tierras fiscales para promover un “país de pequeños propietarios” efectivamente agropecuario); tributario (aumento de
los impuestos directos y disminución de los indirectos); moral (anticlericalismo y propuesta de secularización, cosmopolitismo basado en valores universales y defensa de los derechos femeninos); políticos (defensa de un Ejecutivo colegiado y referendo), etc. En la defensa de estas y otras reformas, como sintetizador a partir del Estado de un conjunto de iniciativas de transformación provenientes de distintas tendencias (socialistas, anarquistas, nacionalistas, etc.), le tocó a Batlle y Ordóñez simbolizar un país que de este modo culminaba en su proceso de modernización capitalista.
Después de 1915, presidió por dos veces (1921 y 1927) y durante algunos pocos meses el Consejo Nacional de Administración, el ramo colegiado de este exótico “Ejecutivo Bicéfalo” de la Constitución de 1919. Polémico, apasionado, admirado y rechazado al extremo, después de su muerte, ocurrida en 1929, don Pepe –como era llamado– se conviritió en figura emblemática de lo que pasó a ser la batllistización de la sociedad uruguaya.
A pesar de que los hijos de José Batlle (en especial César) también se dedicaron a la política partidista, fue a su sobrino, Luis Batlle Verres, a quien le tocó tomar el puesto de su generación. En 1947, Luis Batlle llegó a la presidencia de la República. Cuando ocurrió la muerte de Tomás Verreta –a quien había acompañado como candidato a la vicepresidencia en las elecciones del año anterior–, Luis ya contaba con una intensa carrera en la política. Fue un activo parlamentario desde 1923 hasta el golpe de Estado de Gabriel Terra en 1933, y después de los años de abstencionismo, en la legislatura de 1942-1946; fue jefe de redacción del periódico El Día; fundador de La Lucha contra la dictadura “terrista”; exiliado en la Argentina y revolucionario bajo las órdenes de Basilio Muñoz y Tomás Berreta, en 1934.
En 1950, la fracción que dirigía ganó las elecciones por un amplio margen, así como en 1954. En contrapartida, perdió de forma definitiva en 1958 y, aunque supo recuperarse en los años siguientes, volvió a perder en 1962 por una pequeña diferencia, a pesar de que fue el candidato que obtuvo el mayor número de votos.
Elocuente y enérgico, Luis Batlle tuvo dos poderes centrales: primero, el del Estado, que colocó al servicio de su concepto de cambio, y que le dio la fuerza de su carisma (“mi padre era caudillo hasta de espaldas”, dice su hijo, el ex presidente Jorge Batlle Ibáñez). Y, en segundo lugar, su vocación de periodista, tanto en la prensa escrita (en Acción) como en la radiofónica (radio Ariel), desde la cual ejerció una forma renovada de lucha política.
Electo senador en 1963, fue sorprendido por la muerte el 15 de julio de 1964, cuando preparaba sus huestes para retornar al gobierno en las elecciones de 1966. Admirador intransigente de Don Pepe, Luis Batlle intentó restaurar los tiempos reformistas de su tío y consiguió impulsar varias iniciativas victoriosas. Pero el país y el mundo habían cambiado y las propuestas del primer batllismo ya no podían ser restauradas con éxito.