En la segunda mitad del siglo XX, la arquitectura moderna brasileña estuvo encauzada en dos corrientes estéticas: la escuela “carioca”, identificada con Oscar Niemeyer, y la “paulista”, con João Vilanova Artigas. En la primera predominaron las formas plásticas curvas del maestro; en la segunda, el uso del hormigón “bruto” y los grandes espacios libres interiores. Las semejanzas y diferencias no se daban solamente en el plano estético. Ambos fueron activos militantes comunistas, pero la significativa combatividad de Artigas lo condujo a prisión y a la expulsión de la docencia universitaria de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de São Paulo (USP), durante la dictadura militar. Mientras Niemeyer tuvo pocos discípulos en Río de Janeiro, Artigas difundió apasionadamente sus ideas –tanto en la universidad como en la actividad profesional– entre los jóvenes estudiantes y dibujantes, quienes durante las décadas de 1970 y 1980 constituyeron la generación de la vanguardia paulista: Paulo Mendes da Rocha, Julio Katinsky, Dacio Ottoni, João Walter Toscano, Ruy Ohtake, Joaquim Guedes, Marcos Acayaba, Paulo Bastos, entre otros.
Habiéndose recibido de arquitecto-ingeniero en la Escuela Politécnica de la Universidad de São Paulo (1937), se acercó a los profesionales más reconocidos de aquel entonces: Rino Levi, Oswaldo Bratke, Eduardo Knesse de Mello, Roberto Cerqueira César. Su sensibilidad lo llevó a vincularse con los dos principales maestros del Movimiento Moderno –Frank Lloyd Wright y Le Corbusier–, a quienes muy pronto, en los años 50, sometería a una dura crítica ideológica, denunciando el carácter elitista de una arquitectura representativa del sistema capitalista. Estas ideas germinaron al recibir, en 1947, la beca Guggenheim de Nueva York, la que le permitiría conocer la arquitectura norteamericana.
Sus primeras obras reflejaron la polaridad entre la expresión “orgánica” en la casa Rio Branco Paranhos (1943) y la “racionalista” de los monoblocks Louveira (1946), ambos en São Paulo. Su preocupación por los sistemas estructurales en hormigón armado que permitieran los grandes vanos y los espacios cubiertos sin apoyos se vio concretada en la terminal de ómnibus de Londrina (1950) y en el estadio de Morumbi (1952). Artigas pudo mostrar la madurez de su lenguaje en las casas vacías sostenidas en el aire por apoyos leves, que circundaban patios interiores cubiertos e iluminados, como en el edificio de la Facultad de Arquitectura (1961) –en colaboración con Carlos Cascaldi–, en el Gimnasio Estatal de Guarulhos (1960), realizado en asociación con Paulo Mendes da Rocha y Fabio Penteado.
Las amarguras sufridas durante la dictadura y el humillante reingreso a la FAU-USP en 1979 deterioraron su salud, y el arquitecto murió en 1985, pocos meses después de reasumir su cátedra de titular. Recibió dos premios de la Unión Internacional de Arquitectos: el Jean Tschumi (1972), por su apoyo a la enseñanza de la arquitectura, y el póstumo Augusto Perret (1985), por sus contribuciones tecnológicas.