Hijo de una familia latifundista, completó su educación básica y universitaria en Medellín. Ocupó cargos públicos municipales y nacionales: alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia (1995-1997) y director del Departamento Administrativo de Aeronáutica Civil. Fue elegido senador de la República y cumplió dos mandatos consecutivos (1986-1994).
Su carrera política se ha visto ensombrecida por supuestos lazos con familias y personajes del narcotráfico, o por su connivencia con el paramilitarismo. Su padre fue asesinado en junio de 1983, al defenderse de un intento de secuestro por parte de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Algunos comentaristas asocian el hecho a algunas actuaciones ligadas al narcotráfico y a los grupos armados paraestatales, circunstancias que siempre han sido rechazadas enérgicamente y que, en efecto, no han sido demostradas.
En materia de políticas sociales, sus orientaciones fueron formuladas sobre la base de la Ley n.º 50 de 1990 de reforma laboral y sobre la Ley n.º 100 de 1993, estatutos mencionados como los primeros pasos serios de carácter neoliberal en muchos de los programas adelantados por él en la gobernación de Antioquia.
La figura de Uribe reúne rasgos muy especiales que le han permitido dar cuerpo a un régimen autoritario, con fuertes connotaciones personalistas carismáticas, pero sin abandonar el esquema formal del gobierno civil. Por su origen muy ligado al establishment político tradicional, en su experiencia como gobernador del Departamento de Antioquia, combatió a los grupos guerrilleros con el modelo de cooperativas ciudadanas de autodefensa (llamadas “Convivir”), antecesoras de las fuerzas paramilitares con las que se encuentra en avanzado proceso de negociación.
Se distingue por ser individualista, trabajador, tenaz, festivo y católico. Se afirma que es uno de los 3.300 colombianos propietarios de más de 2.000 hectáreas, que se enorgullece de ser un buen jinete porque, según dice, “el caballo exige que, antes de pensar en disciplinarlo, uno tenga que disciplinarse a sí mismo para lograr el equilibrio. Porque el caballo no acepta zalamería ni maltrato; exige equilibrio. Lo mismo que exige el gobierno”.
Álvaro Uribe es un representante típico del grupo social de los grandes hacendados, con toda la carga de tradicionalismo que ello representa, pero renovado por sus vínculos con la explotación ganadera, por el conocimiento de las multinacionales dedicadas a la explotación de los recursos naturales y a ciertos cultivos de exportación, y por su cercanía con el control de las economías campesinas y con las relaciones laborales de tipo precario.
Esas condiciones subjetivas para el autoritarismo se han visto explícitamente potenciadas. La máxima suprema del presidente es “trabajar, trabajar y trabajar”; acostumbra vestirse de paisano con sombrero y poncho; expone sus habilidades de avezado y experto chalán. Hace gala de sus virtudes cristianas, de su austeridad y rigor, de su valor frente a las amenazas. Da órdenes con la suavidad del trato de confianza e impide toda controversia sustancial bajo pretexto de evitar los discursos para concentrarse en lo inmediato y práctico. Utilizando un lenguaje coloquial y parroquiano, introdujo una nueva forma de reverenciar los símbolos patrios con la mano en el corazón, que afirma grande, y cada vez más los emplea para indicar que, a diferencia de otros, tiene especial contacto directo con el pueblo. La opinión pública, así, lo acoge y lo agiganta: es considerado la autoridad que hacía falta, con pulso firme y decisiones irrevocables.
Triunfó en la elección presidencial en la primera vuelta con una votación muy superior al 50% y con una diferencia muy amplia en votos respecto del candidato oficial del Partido Liberal (2.347.876 votos). Debe destacarse, además, como componente importante de ese sesgo personalista, que la campaña que lo condujo a la presidencia no se hizo bajo la estructura de los partidos tradicionales, sino con un movimiento nuevo y propio, con metodologías y prácticas muy diferentes de las formas proselitistas que han caracterizado los procesos electorales en Colombia.
Su gobierno se ha estructurado principalmente sobre la política de seguridad democrática, que comporta un tratamiento exclusivamente militar de los grupos guerrilleros y una negociación puntual con las organizaciones paramilitares, lejana de los estándares internacionales de verdad, justicia y reparación. Asimismo continuó y profundizó las orientaciones de tipo neoliberal y la reorganización del Estado acordes con la fase actual del capitalismo. Gozó de un altísimo índice de popularidad (aproximadamente un 70%). Promovió y logró la modificación de la prohibición constitucional de la reelección presidencial, con el propósito de continuar su gobierno por cuatro años más y en junio de 2006 fue elegido con más del 60% de los votos.