La Revolución Mexicana tuvo como uno de los principales objetivos transformar las miserables condiciones de vida existentes en las áreas rurales, en particular entre los pueblos indígenas. Aunque a lo largo de la segunda mitad del siglo XX se habían desarrollado ambiciosos planes educacionales y de salud pública a escala nacional, no se puede atribuir el mismo empeño en cuanto a la organización de asentamientos territoriales y en lo relativo a soluciones aceptables de viviendas campesinas.
Mientras se producía una arquitectura institucional y estatal, caracterizada por una expresión monumental y simbólica, y se construían gigantescos conjuntos
habitacionales urbanos diseñados por arquitectos, los suburbios de las grandes ciudades y los pequeños asentamientos diseminados por el país fueron definidos espontáneamente por los mismos usuarios a escala individual, con los precarios recursos disponibles, carentes, la mayoría de las veces, de infraestructura y servicios sociales. De allí el significado que tuvieron las iniciativas materializadas por Carlos González Lobo, reconocidas en el continente. Graduado en la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Autónoma de México (UNAM), en 1963, obtuvo su maestría en 1995, y en ese mismo año recibió el título de doctor honoris causa en Bellas Artes, por su trayectoria, en la Rhode Island School of Design, de los Estados Unidos. Desde fines de los años 60, se integró al Grupo Apoyo Técnico Solidario “Espacio máximo, costo mínimo”, formado por profesionales y estudiantes, con la finalidad de ayudar a las comunidades campesinas, en los diferentes estados, a configurar su propio ambiente por medio de la “autoconstrucción” y resolver los problemas básicos de infraestructura: hubo una acción continuada en el pueblo indígena Otomí, en el estado de México (1970-1996), donde se diseñaron las casas, la plaza, la iglesia y las instalaciones deportivas. González Lobo participó del diseño y la reconstrucción de 350 barrios “atípicos”, afectados por el terremoto de 1985. Entre los años 1991 y 1992, invitado por el gobierno del estado de Sinaloa, proyectó cuatro poblados de indios mayos (1.450 familias), perjudicados por la crecida del río Fuerte, integrando a los habitantes al proceso de diseño. En la Ciudad de México (1993-1997), construyó jardines de infantes por autogestión en comunidades pobres y, en 1998, Cuauhtémoc Cárdenas lo invitó a proyectar residencias para los niños de la calle y para los ancianos desvalidos y una casa en la periferia metropolitana, modelando los “muros habitables”. González Lobo desarrolló originales sistemas constructivos basados en el uso de bóvedas y cáscaras de “cerámica armada”, de fácil ejecución para los usuarios de las casas. Además de ello, creó diseños “dinámicos” –el gran galpón, viviendas desnudas y los populares pies de casa–, que permiten a los propietarios de las residencias ampliar sus espacios de acuerdo con sus necesidades crecientes, dentro de los parámetros establecidos por el arquitecto. La búsqueda de una arquitectura pobre y poética, basada en una tecnología apropiada y apropiable, integrada al tejido urbano, que establecía el diálogo entre la necesidad, la posibilidad y el deseo, repercutió en diversos países del continente, los cuales invitaron a González Lobo a participar de proyectos comunitarios en Bogotá, Cartagena de Indias, Quito y en la provincia de Buenos Aires.