La vida en el morro de la Mangueira, en la ciudad de Río de Janeiro, fue la principal materia prima de las canciones que hicieron de Angenor Oliveira, Cartola, uno de los mayores compositores e intérpretes de la música brasileña. Así como la de muchos otros artistas pobres y populares, la historia de este cancionista autodidacta también está marcada por la fragilidad material y la fuerza creativa.
Desde niño participó de las fiestas callejeras, siguiendo los pasos de su padre en el cavaquinho y la guitarra, el instrumento que utilizaría principalmente para la composición de sus canciones. Con la muerte de la madre, a sus quince años, abandonó la escuela y comenzó a hacer trabajos temporarios para ganarse la vida. De hecho, recibió el apodo con el que pasaría a la historia de la música brasileña debido al sombrero de copa que usaba para protegerse del sol cuando trabajaba como pintor y albañil.
A los veinte años fue uno de los fundadores, junto a su más fiel socio musical, Carlos Cachaça, de la segunda escuela de samba de Río de Janeiro, que se convertiría en una de las más conocidas: el Grêmio Recreativo Escola de Samba Estação Primeira da Mangueira.
En 1931, el famoso cantante Mário Reis fue a buscarlo al morro para que le vendiera una de sus músicas. Irónicamente, vendió por una buena suma el samba “Que infeliz sorte”, que acabó siendo grabado por Francisco Alves, “el cantor de las multitudes”. Así, sin saberlo, Cartola se integraba a la naciente industria fonográfica de Brasil, tras los pasos de la Revolución del 30. La escena de compra-venta habría de repetirse en los años siguientes, y los sambas de Cartola se volverían cada vez más conocidos.
Por intermedio de Pixinguinha, en 1940 fue invitado por Heitor Villa-Lobos a integrar el grupo de músicos que grabaría canciones populares a bordo del navío Uruguai, a fin de divulgar la música brasileña en los Estados Unidos. En esa ocasión, Cartola grabó uno de sus sambas más importantes, “Quem me vê sorrindo”.
Pero tras la grabación sufrió un período perturbador: se enfermó de gravedad, falleció su esposa, y abandonó el morro. Creyendo que efectivamente él también había muerto, algunos llegaron a dedicarle canciones. Ése bien podría haber sido el fin de la carrera de Cartola, si uno de esos encuentros casuales que cambian para siempre la historia de la música no hubiera ocurrido. En 1956, el cronista Sérgio Porto (Stanislaw Ponte Preta) se encontró con Cartola lavando autos en Ipanema, el bello barrio de Río de Janeiro. Sérgio lo llevó entonces a cantar en las radios y le consiguió un empleo en un periódico.
A principios de los años 50, Cartola volvió al morro de la Mangueira y comenzó a vivir con Eusébia Silva do Nascimento (Doña Zica), también viuda, con quien se casó en 1964. Con ella abrió, en 1963, el restaurante Zicartola, espacio de lanzamiento de futuros maestros como Paulinho da Viola y que promocionó la integración entre los artistas de izquierda de la bossa nova –que por entonces comenzaba a dividirse–, y los artistas del morro, o simplemente entre los “sambas del asfalto” y los “sambas del morro”.
El “trovador del samba” compuso cerca de quinientas canciones, pero sólo tuvo tiempo para grabar cuatro discos como solista. El primero de ellos, Cartola, fue producido por el conocido investigador y productor Marcus Pereira, en 1974. A pesar de los pocos álbumes, la interpretación innovadora de sus músicas y el refinamiento que fue adquiriendo con el paso de los años, expresado en canciones que reúnen con perfección letra y melodía, como “Acontece”, “Cordas de aço” y “Alvorada”, hicieron de esos discos un registro único en la historia de la música brasileña. Otra obra antológica es el álbum Fala mangueira, producido en 1968 por Hermínio Belo de Carvalho. En él, Cartola canta junto a Nelson Cavaquinho, Carlos Cachaça, Clementina de Jesus y Odete Amaral.
A mediados de 1970, cuando era funcionario público, con cargo de ordenanza, Cartola y doña Zica se mudaron a una pequeña casa que lograron construir en Jacarepaguá. En 1980, Cartola falleció a causa de un cáncer. En su entierro, una pequeña multitud cantó el hermoso samba-canción “As rosas não falam”, con el acompañamiento en bombo del ritmista de la Mangueira, Waldomiro, como el maestro de la Mangueira había pedido. Cartola será también recordado por las clásicas “O mundo é um moinho” y “O inverno de meu tempo”