Catalino “Tite” Curet Alonso nació en un pueblo productor de caña de azúcar del sudeste de Puerto Rico y se crió en el proletario barrio obrero de Santurce, en la capital. Fue el compositor que mejor ha expresado la vida, sentimientos, historia y utopías de la cultura popular urbana caribeña durante las profundas transformaciones experimentadas en la segunda mitad del siglo XX, con los cambios de un mundo agrario a uno urbano y moderno atravesado por masivas migraciones a los centros metropolitanos. Junto con el nuevayorquino latino Tito Puente , fue el único puertorriqueño incluido en el listado del periódico madrileño ABC de los 100 más importantes forjadores del primer milenio de la humanidad.
“Tite” fue fundamentalmente un autodidacta, a pesar de haber realizado estudios universitarios en diversas disciplinas: ciencias sociales, periodismo y farmacia. Nunca se consideró un músico profesional; trabajó toda su vida como empleado del correo, principalmente cartero. Representó –mejor que nadie en la música– la necesidad de romper la dicotomía clasista entre lo “culto” y lo “popular”, como parte de una larga e importante tradición poco reconocida en la historia del Caribe, en la cual sectores de negros y mulatos libres –especialmente como trabajadores diestros (maestros artesanos)– fueron convirtiéndose con enorme esfuerzo y tesón en parte de los sectores más cultivados de la sociedad colonial. El escritor Manzano, el pintor Wifredo Lam y el poeta Plácido en Cuba; el maestro Rafael Cordero, el compositor y músico Morel Campos y el pintor Campeche en Puerto Rico, son algunos de sus más ejemplares exponentes históricos.
Padres “latinos” y valores generales
“Tite” vivió otra importante transformación en el ámbito de la música: de una expresión barrial como parte de una sociabilidad comunal –en calles, cafetines, plazas y esquinas–, a una música de reproducción masiva en discos y otras formas mediáticas, con el fundamental intermediario del espectáculo en clubes, hoteles y cabarés. Sus composiciones se mueven entre estos diversos contextos, ejemplificando la maleabilidad creativa de una cultura popular de fuertes raíces formativas y aguda receptividad y disposición al cambio y la innovación. Su música representa, finalmente, una feliz conjunción entre el valor de lo particular y la riqueza de lo universal. Aunque se refiera a una sociabilidad barrial muy concreta, expresa sensibilidades de patrones culturales considerados nacionales, “latinos” (en el doble sentido de latinoamericano y latinos de la emigración), y de valores humanísticos generales. Entusiasta del jazz, la música “clásica” y la brasileña, así como de diversas músicas tradicionales de América (el vallenato, la cumbia, el tamborito, etc.), supo incorporar sonoridades y prácticas de esas tradiciones a una música profundamente enraizada en la tradición afroantillana de la bomba, la plena, el aguinaldo, la guaracha, el bolero y el guaguancó.
Experimentó exitosamente muy diversos géneros, pero es principalmente conocido internacionalmente por sus boleros y como el más importante compositor de salsa. Compuso canciones para muchos de los más importantes cantantes de la música “tropical” de su generación, en la tradición de la “composición abierta” de las músicas “mulatas” de América, es decir, estimulando la improvisación creativa del cantante y los instrumentistas para el enriquecimiento de la composición final resultante. Entre sus cientos de canciones se destacan los boleros “Puro teatro”, “Carcajada final” y “La gran tirana”, popularizados por La Lupe (y utilizados por Pedro Almodóvar en sus más celebradas producciones); “Tiemblas” para Tito Rodríguez y “Mi triste problema” para Cheo Feliciano; sus salsas “Las caras lindas de mi gente negra”, “La perla” y “De todas maneras rosa” para “el Sonero Mayor” Ismael Rivera; “Periódico de ayer”, “Barrunto”, “Piraña”, “La María” y “Juanito Alimaña” para Héctor Lavoe con la orquesta de Willie Colón; “Plantación adentro” para Rubén Blades, también con la orquesta de Colón y “La palabra adiós” para Blades con la Fania All Star; “El hijo de Obatalá” para la orquesta de Ray Barreto; “Huracán” para la orquesta de Bobby Valentín, “Isadora” (Duncan) para Celia Cruz; “La esencia del guaguancó” y “Primoroso cantar” para la orquesta de Johnny Pacheco; “La Cura” para Franky Ruiz; “Juan Albañil” y “Anacaona”, entre muchísimas, para Cheo Feliciano; y las plenas “Pena de Amor”, “Tinguilikitín” y “La humanidad” para Mon Rivera con la orquesta de Willie Colón; “Pa’ los caseríos” para el combo de Cortijo y “Ondea Bandera” para el grupo Atabal con Los Papines, de Cuba.
Sueños de esperanza
Las composiciones de “Tite” son por lo general contestatarias y utópicas. Representan sueños de libertad y democracia. Protestan, pero no de forma agria, sino alegre; alegría que se nutre de la esperanza de que las cosas cambiarán. Son también un amoroso llamado a la comunión en la esperanza y un llamado a la contribución cada uno en un proceso necesariamente compartido. No son composiciones políticas en un sentido estrecho, sino canciones de preocupación social que se basan en la cotidianidad. Como bien expresó en una entrevista: “canción social es también un tema amoroso que descubre el conflicto de los sentimientos en una sociedad que prácticamente nos castra para amar, o por lo menos lo intenta”.