La escultura de santos de madera y en pequeña escala para la adoración doméstica es una de las tradiciones más antiguas del arte popular hispánico en América y continúa siendo practicada en algunos países hasta la actualidad. Originariamente consideradas como artesanías de adoración rústica, a mediados del siglo XX, las piezas comenzaron a ser revalorizadas como “arte” y, pocas décadas después, se generalizaron modificaciones estéticamente innovadoras de los antiguos moldes. Los pueblos latinoamericanos que más se distinguieron en este tipo de arte popular son los hispanodescendientes del Estado norteamericano de Nuevo México y Puerto Rico.
Expresión secular al margen de la institucionalidad eclesiástica, los santos se transformaron rápidamente en símbolos de identidad. Una manera de identificar como cristianos los bohíos de un pueblecito de amplia heterogeneidad étnica era por la imagen del santo. A primera vista, las tallas parecen imitar el arte religioso español, sin embargo hay importantes diferencias de estilo que son bastante reveladoras de los cambios de mentalidad. El arte español enfatiza el gesto doloroso o sobrio, mientras que la escultura puertorriqueña no adora el martirio. Por el contrario, el santo aparece frecuentemente sonriente y, muchas veces, con expresión irreverente. En cambio, las imágenes españolas tienden a fijar su mirada en el cielo como un signo de obediencia pasiva. Por su parte, los santos puertorriqueños miran de frente al escultor o al devoto. Expresan una especie de politeísmo en el cual el santo posee poderes mágicos independientes, actuando más como instrumento de la voluntad mundana que de la divina, según opina su más dedicada investigadora, Irene Curbelo.
Del extenso y variado santoral católico, los santeros puertorriqueños esculpen, más que cualquier otro, unos “santos” que no son considerados como tales por el dogma eclesiástico institucional: los Reyes Magos. El mundo popular caribeño los “canonizó”, pero lo hizo en plural. La importancia de la “canonización” popular radica en su imagen colectiva, representando la heterogeneidad.
El reconocimiento camuflado en el valor de la heterogeneidad “racial” se manifiesta subvirtiendo las jerarquías establecidas en la diversidad iconográfica. Las esculturas puertorriqueñas ponen al rey negro como protagonista. Cuando se esculpen los reyes a caballo, la diversidad racial aparece subrepticiamente en los colores de los animales: blanco, pardo, bayo, negro o alazán. La distinción que antes se le atribuía a la montura sobre un caballo blanco, le es invariablemente reservada al rey negro. Entre las esculturas contemporáneas de los Santos Reyes, es el negro también quien recibe la distinción de servir como portaestandarte de los símbolos de la nacionalidad.
La mayoría de los santos del catolicismo se identifica con una iconografía determinada. Por el tipo de postura se puede saber, de hecho, a qué santo se refiere la escultura. Los Reyes Magos son unas de las pocas imágenes religiosas que nunca se presentan en las esculturas de manera fija: aparecen a caballo, de pie, apoyados, etc. El énfasis en la escultura de los Santos Reyes representa una afirmación del valor de la indeterminación (de la libertad frente a moldes establecidos) y de la diversidad.
Para el análisis social de las esculturas es conveniente prestarles atención a las que los investigadores identificaron como “típicas”. Una de ellas representa la primera aparición de la Virgen María en Puerto Rico, el Milagro de Hormigueros, que generalmente es fechada a fines del siglo XVI. El hecho de que tantos santeros continúen actualmente esculpiéndola demuestra cuán fuerte y arraigada es esa simbología de los orígenes. La Virgen que vino a salvar a un campesino del ataque de un toro embravecido, a comienzos de la colonización, fue la de Monserrate. Se trata de la Virgen de tez oscura más importante dentro de la amplia iconografía mariana española. El mito fundador de la religiosidad popular, no estatal, en el amalgamado mundo racial caribeño, se centra en una virgen que, si bien es española, también tiene piel parda. En el Milagro de Hormigueros la virgen morena aparece para salvar a un campesino de la embestida de un toro embravecido, es decir, viene a salvarlo de las fuerzas de una naturaleza salvaje. Tanto el hombre como el toro (la civilización y la naturaleza) aparecen arrodillados frente a una impactante mujer de tez oscura.
Aunque se descarte esa “típica” escultura, Monserrate es la Virgen que más se esculpe en Puerto Rico. Las esculturas siguen la iconografía tradicional con la importante excepción del color de su piel. No siempre la pintan morena, sino que en muchas ocasiones también es india y, a veces, blanca. Con frecuencia se esculpe a la Virgen morena con el niño Jesús sobre su traje blanco, una combinación inexistente en España, pero común entre las Vírgenes cubanas.
Las metamorfosis en la piel conforman una parte esencial de la polivalente etnicidad del Caribe. Esas transformaciones camaleónicas se encuentran indisolublemente ligadas a las relaciones hombre-mujer, a través de las cuales reaparecerían las herencias de las apariencias. Baltasar, el Rey Mago moro en la tradición española, es esculpido en el Caribe como uno de los claros Reyes de “Oriente”, mientras que el europeo Melchor, supuestamente el rey más sabio, es aquí el negro. De acuerdo con algunas leyendas es negro como resultado de una transformación:
Melchor era blanco, pero se quemó; la estrella de Venus fue quien lo abrasó.
(y en el Caribe, “abrasó” se pronuncia igual que “abrazó”). “Abrasar” no sólo significa quemar, sino también, según el diccionario, en sentido figurado, estar muy agitado por alguna pasión, principalmente amorosa. Fue por medio de la pasión erótica, de la relación con la mujer, que la piel de Melchor se transformó. No fue quemado por el sol, sino por la estrella, símbolo de la mujer deseada y del amor carnal. No es coincidencia, entonces, que el santo esculpido con mayor frecuencia en el arte puertorriqueño, después de los racialmente heterogéneos Reyes y de la morena Virgen de Monserrate, sea San Antonio, el intermediario de las uniones amorosas.
Las otras esculturas consideradas “típicas” están relacionadas con la importancia que se les otorga a los Reyes Magos. En la llamada Virgen de los Reyes, la cultura popular invierte radicalmente el significado de la patrona de Sevilla, la ciudad eje de la colonización. Los reyes a los que se refiere la patrona sevillana son los reyes católicos, las máximas autoridades del Estado. En Puerto Rico los reemplazaron por los tres Reyes Magos, nómades, errantes, paganos y popularmente canonizados. Nuevamente se privilegia la imagen de la mujer, que no sólo representa la continuidad en el tiempo –cargando al niño– sino que también guía a los transeúntes varones en el mundo nómade y permite que la estrella de Oriente luzca en su mano. Su hegemonía es simbolizada por el tamaño de su figura, marcadamente mayor que la de los reyes.
El tercer tipo de estatua tradicional “típica” es una combinación de los Reyes Magos y de las tres Marías, lo que, según la investigadora Colón Camacho,
es anacrónico en términos cronológicos y religiosos. Las Tres Marías son las que visitaron la tumba de Cristo el domingo de Resurrección, lo que produce un tema más propio de la Pasión y Muerte que del Nacimiento.
La combinación de las diversas “pascuas” es característica de una religiosidad en la que los mitos de los orígenes tienen más que ver con un renacimiento que con un nacimiento, como sociedad que se está reconstruyendo constantemente.
Al igual que los reyes de la patrona sevillana, las sufrientes Marías son transformadas por la religiosidad popular en anónimas niñas vivaces que vinculan la resurrección con el casamiento y con la “pasión” amorosa carnal. Cuenta la leyenda “que los tres Santos Reyes eran pretendientes de las tres Marías, jóvenes muy hermosas a las que llevaban a bailes y fiestas por las noches [...]”.
Los tres Santos Reyes y las tres Marías iban juntos los seis llenos de alegría. Los tres Santos Reyes y las tres Marías iban a acostarse y los agarró el día.
Los Reyes Magos y las tres Marías aparecen como bailarines, bohemios y enamorados; sus esculturas camuflan un mundo atravesado por un profundo erotismo. Los obispos de la época colonial española destacaban que los vicios dominantes (en el país) eran el juego (de azar) y la sensualidad.
En una historia atravesada por variados y poderosos tipos de dominación, la cultura popular caribeña desarrolló modalidades de afirmar sus valores de una forma camuflada u oblicua. A través de los santos, aparentemente tan inofensivos y “españoles”, el arte popular de las esculturas proporciona formas significativas y complejas de entrelazar dos de los más problemáticos e importantes aspectos de la cultura en el Caribe: las relaciones entre lo femenino y lo masculino y las relaciones referentes a lo “étnico-racial”.