Estudiante de derecho en la década de 1920, Gaitán estuvo sujeto a las limitaciones bibliográficas y de información propias de la época en que inició sus estudios sobre las relaciones sociales capitalistas y sus efectos en la agricultura y los nacientes centros urbanos. Recurrió entonces a las fuentes clásicas de la economía política y a lo poco que se conocía de la obra de Marx, con resultados que, sin duda, denotan muchas deficiencias e inexactitudes.
Ése es el Gaitán que encontramos en el ensayo juvenil “Las ideas socialistas en Colombia”, donde el autor reconoce el papel central de la propiedad de la tierra como fundamento de la renta agraria. Aunque carente de un nivel alto de elaboración, dicha concepción difería de las tendencias defendidas en su tiempo por personajes como Carlos Lleras Restrepo –que proponía la vía reformista para la transformación de la agricultura– o Alfonso López Pumarejo –quien, bajo la apariencia de atacar a los propietarios, en
realidad pugnaba por transformarlos en rentistas o parásitos del capital para posibilitar el despliegue de la empresa agraria de corte moderno–.
A diferencia de la mayoría de los dirigentes de su generación, Gaitán quería interrogar a la sociedad colombiana respecto de su carácter capitalista y también aspiraba a obtener un entendimiento sistémico. Eso lo llevó a contemplar la alternativa de conservación del capital, entendido como un simple factor de producción, con la pretensión de colocarlo al servicio de relaciones más justas. Es por ese motivo que el pensamiento gaitanista no hace referencia alguna a la existencia de clases y fracciones de clases, y todo se reduce a la oposición entre oligarquía y pueblo. A pesar de eso, al analizar lo que él denominaba “el país político”, Gaitán admitía que en ese escenario los partidos políticos vehiculizarían una división entre los asociados muy diferente de la real, en beneficio de un orden a cuya preservación contribuían.
En la década de 1940, Gaitán lideró un movimiento respaldado por una gran movilización social, que reivindicaba la distribución económica y la participación política. Después de las elecciones de 1946, el partido conservador llegó a la presidencia con Mariano Ospina Pérez, debido a la división liberal (de las facciones dirigidas respectivamente por Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán). Entonces se presentó con inusitada fuerza la posibilidad electoral de Gaitán para el período siguiente (1950-1954) con una renovada organización política: la Unión Nacional de la Izquierda Revolucionaria (UNIR), acusada por el gobierno conservador de ser punta de lanza del comunismo en la región y representativa de las fuerzas destructoras de la libre empresa privada y los valores cristianos occidentales.
Con la ciudad engalanada para la IX Conferencia Panamericana, Gaitán fue asesinado en pleno centro de Bogotá el 9 de abril de 1948. Su asesino, Roa Sierra, fue linchado por la multitud enardecida, dejando al descubierto el rostro de la protesta social, el levantamiento contra el hambre y la exclusión. Fue imposible contener los saqueos a almacenes y tiendas. La ira también se ensañó con los símbolos del régimen, cuyos edificios fueron incendiados. La policía se sublevó y adhirió al movimiento. Se organizó una junta revolucionaria y se controlaron las emisoras de radio, que comenzaron a anunciar la formación de juntas similares en todo el país y la requisa de armas. El Bogotazo se propagó durante las dos semanas siguientes a numerosos poblados y barrios, que vieron momentáneamente alterado su orden institucional. Se hablaba de un nuevo régimen revolucionario y, en efecto, se constituyeron gobiernos populares respaldados por milicias de diversas extracciones sociales.
Con todo, nunca llegó a existir un verdadero poder paralelo dada la desorganización y la desconexión entre sus posibles integrantes. Más allá de eso, la junta revolucionaria de Bogotá, tímida y sin vocación de poder, delegó a los notables del Partido Liberal (PL) (encabezado por Carlos Lleras Restrepo) la relación con el gobierno. El acuerdo oligárquico no tardó en llegar. Se constituyó un gobierno de unión nacional, con la participación de Darío Echandía (liberal) como ministro de gobierno. Frente a esa verdadera capitulación, la rebelión de Bogotá se disolvió, aunque la resistencia se prolongó unos días más en la provincia.
A partir de entonces, el “fantasma del 9 de abril” –es decir, la amenaza de una nueva insurrección– alimentó con fuerza la hoguera de la violencia bipartidista en los campos y las ciudades colombianos. El PL pasó a la resistencia civil y en 1950 entró en escena el gobierno de Laureano Gómez. Su mandato fue interrumpido en 1953 por la dictadura de Rojas Pinilla ante el desborde incontenible de la violencia, que opuso definitivamente, en una verdadera guerra, los agentes militares del gobierno conservador y los bandos privados –apoyados o tolerados por él– a las guerrillas liberales que –como mecanismo de autodefensa– se formaron para contrarrestar la insuficiencia de la resistencia civil del partido liberal.