Una de las dimensiones históricas de las acciones políticas de las religiones está centrada en la relación entre género y sexualidad, y en las conceptualizaciones que las religiones realizan sobre ese binomio.
Para la Iglesia Católica, la figura de la mujer aparece en el imaginario como el símbolo de la desobediencia, de la sexualidad y de la libertad. El mito de Adán y Eva que, con la expulsión del paraíso, marcó el destino malogrado de los hombres, es producto de la tentación ejercida por la mujer. La Iglesia, institución masculina y patriarcal, intentó así limitar la autonomía de la mujer, confinándola al espacio “sagrado” de la maternidad.
En ese imaginario, las mujeres son representadas como simples instrumentos de la voluntad de Dios. Su capacidad como sujetos adultos de tomar decisiones libres y autónomas aparece cuestionada, cercenada y negada.
La Iglesia Católica tradicionalmente ha considerado pecaminoso cualquier acto que disocie la unión sexual de la procreación. Aunque desde el Concilio Vaticano II esa formulación haya sido modificada, dejando abierta la opción de utilizar los métodos naturales para evitar la concepción, lo cierto es que los hombres y mujeres que realizan un ejercicio consciente y responsable de sus derechos sexuales y reproductivos son condenados.
Aceptar y respetar el ejercicio de esos derechos, incluso el del aborto, implica una inversión de la lógica patriarcal de la institución, cuya influencia en las decisiones políticas, en muchos casos, ha bloqueado la posibilidad de concretar avances en las legislaciones y políticas públicas que los habilitarían.
Por otro lado, la Iglesia tolera la hipocresía que reconoce la existencia de las prácticas del aborto y la anticoncepción en el ámbito privado, siempre que no transciendan al ámbito público. Legitimar una práctica cotidiana dejaría en evidencia la contradicción que existe entre el ejercicio de la autonomía –y de la libre decisión– y el poder, la autoridad y el control social propios de la estructura eclesiástica.
En el protestantismo existen diferencias sustanciales en lo que se refiere al lugar que ocupa la mujer y a sus derechos, según los momentos históricos. Muchas mujeres protestantes han actuado como misioneras y se han comprometido en movimientos antiesclavistas, en las luchas sufragistas y en ligas de reforma moral.
Las formas de reacción (fundamentalista) a ese movimiento rescataron, como lugar para la mujer, el hogar y la maternidad, invistiendo contra de la participación política y social femenina. El rescate de la familia “nuclear”, con una estructura de roles bien definida, es un imperativo categórico de los modelos pentecostales. En los relatos de conversión se refuerza un papel claramente restrictivo para las mujeres, se sustentan las estrategias contra la cesión de poder hacia ellas en el ámbito público, y se consolidan las formas de poder y autoridad masculinas.
Cuestiones de género y sexualidad son temas cruciales en la reorganización de la Iglesia Católica, que en la mayor parte de sus acciones políticas, en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI, se centró en fortalecer la preeminencia de la familia y la norma heterosexual. En ese sentido, los ataques a la homosexualidad son otro de sus ejes políticos. Las intervenciones en las Conferencias de las Naciones Unidas sobre Población y Desarrollo, en la ciudad de El Cairo (1994), y en la Conferencia Mundial de la Mujer, en Beijing (1995), son una muestra acabada de la intromisión de la Iglesia Católica en la elaboración de plataformas de acción en relación con la sexualidad y con los derechos relativos a ella.
Las luchas por la reivindicación de los derechos tanto de las feministas como de las minorías sexuales son consideradas “enemigas” al propósito de restaurar el papel de la familia, la heterosexualidad y el rol de la mujer. En el documento papal Mulieris Dignitatem , de Juan Pablo II, queda expresado cuál es la “visión” de la Iglesia con respecto a las mujeres, y cuáles son los dos destinos que habrían de caberles, asignados por la biología: “ser vírgenes o madres”, con una total negación de la sexualidad por fuera del matrimonio y la familia.
No obstante, desde el interior de la institución surgieron respuestas al embate: entre ellas, la teología feminista católica y la organización Católicas por el Derecho de Decidir, que intentan exponer públicamente una nueva interpretación del lugar de las mujeres en la sociedad y proponer acciones políticas que reivindiquen el derecho de decidir sobre el propio cuerpo, tanto para las mujeres como para las minorías sexuales.