Durante la dictadura militar de 1976-1983 se gestó en la Argentina un importante movimiento por los derechos humanos. Las Madres de Plaza de Mayo eran mujeres que salían a las calles en busca de sus hijos detenidos y desaparecidos, cuyo paradero los militares aseguraban desconocer. A medida que sus hijos eran secuestrados y “desaparecían”, las Madres golpeaban todas las puertas que pudieran abrirse para recibir noticias de ellos. Con ese objetivo se dirigieron al Ministerio del Interior, a los cuarteles y destacamentos de la policía, y hasta escribieron cartas a los integrantes de la Junta Militar. Jamás recibieron respuesta alguna de parte de ellos, como tampoco de la Iglesia Católica.
En un principio, las madres de los desaparecidos actuaban individualmente. Se encontraban siempre en las puertas de los ministerios y los cuarteles, pero no conformaban una asociación. La idea de agruparse fue sugerida por Azucena Villaflor de Devicenti, considerada fundadora del movimiento y secuestrada en diciembre de 1977 por sus actividades en busca de los desaparecidos. El 30 de abril de 1977, catorce madres fueron a la Plaza de Mayo y así surgió la agrupación. En un comienzo, ese grupo de madres decidió encontrarse los jueves a la tarde en la Plaza de Mayo, que en ese momento era muy transitada. Allí, las madres permanecían de pie, sin moverse. Pero inmediatamente los policías que vigilaban la plaza les pidieron que circularan: regía el estado de sitio, y las reuniones de tres o más personas estaban prohibidas. Así comenzaron las caminatas alrededor de la Pirámide de Mayo, en el centro de la plaza.
La elección de la Plaza de Mayo como lugar de protesta no fue casual. Se trata de un escenario histórico de manifestación del pueblo argentino, un lugar cargado de significado y de emotividad que, por lo tanto, adquirió un nuevo sentido a partir de las Madres: se convirtió en el espacio de la memoria y la identidad de los argentinos por antonomasia. Su lema “aparición con vida” –de los dos primeros años de lucha– y “juicio y castigo a los culpables” están latentes en cada una de las figuras blancas –contornos de personas desaparecidas, siluetas dibujadas en los pisos color teja de la Plaza de Mayo–. Entre la simbología que rodea la historia de las Madres se encuentran los pañuelos blancos que llevan en la cabeza –que son como pañales de tela de sus hijos desaparecidos–, utilizados para identificarse.
Cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los Estados Americanos (OEA) visitó la Argentina, en septiembre de 1979, las Madres pudieron presentar formalmente las denuncias sobre la desaparición de sus hijos. A partir de esas denuncias, los crímenes contra la humanidad que el gobierno militar estaba cometiendo se hicieron conocidos en todo el mundo. Las Madres de Plaza de Mayo lucharon ininterrumpidamente durante nueve años, hasta que tuvieron que enfrentar un nuevo desafío. En 1986, por diferencias con otras organizaciones de derechos humanos y por desacuerdos sobre la forma en que debía conducirse el grupo, se dividieron en dos líneas que todavía substisten: las Madres de Plaza de Mayo –Línea Fundadora (bajo la conducción de Nora Cortiñas) y la Asociación Madres de Plaza de Mayo (liderada por Hebe de Bonafini). Juntamente con las Madres, el 22 de octubre de 1977 surgieron las Abuelas de Plaza de Mayo. También ellas son madres de desaparecidos. Pero en su caso, sus hijas o nueras fueron secuestradas estando embarazadas. Buscan a sus nietos, nacidos en centros clandestinos de detención y entregados a las familias de los represores. Para realizar esa tarea, trabajan en cuatro niveles: denuncias y reivindicaciones dirigidas a las autoridades gubernamentales, nacionales e internacionales; presentaciones ante la justicia; pedidos de colaboración dirigidos al pueblo en general; y pesquisas o investigaciones personales. Durante los casi treinta años que llevan trabajando, las Abuelas consiguieron localizar a 77 de las casi 500 criaturas desaparecidas.
Al calor de las luchas de las Madres y las Abuelas surgió, en 1995, la agrupación HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio), integrada por hijos de desaparecidos, exiliados, presos políticos y asesinados por la última dictadura militar. Con una extensa red que llega a distintos países –existen filiales en Uruguay, Venezuela, México, Francia, Suiza y Noruega, entre otros–, el trabajo de esta agrupación consiste en defender los derechos humanos y mantener viva la memoria de los crímenes contra la humanidad cometidos en la Argentina entre 1976 y 1983. La marca distintiva en su metodología de acción es el “escrache”, que después fue imitado por centenas de agrupaciones sociales, civiles y políticas. Cuando los hijos localizan a un ex represor –ya sea en su lugar de trabajo o en su dirección particular–, realizan una campaña pública para alertar a los vecinos. Se establece un día y una hora, y se realiza el “escrache” en la puerta de la casa o el trabajo del represor en cuestión, con estandartes y bombos. Los vecinos participan y todo culmina cuando los hijos vuelcan tinta roja o negra en las paredes como para “marcarlas”.
En la Marcha de la Resistencia de 2002 –una multitudinaria movilización que las Madres de Plaza de Mayo organizan todos los años–, las Madres realizaron la entrega simbólica de sus lienzos blancos a los HIJOS, como expresión de continuidad en la lucha para mantener viva la memoria de los desaparecidos. En la Argentina, otros importantes organismos de derechos humanos son la Liga Argentina de Derechos Humanos (fundada en 1937); el Servicio Paz y Justicia (de 1974), dirigido por el Premio Nobel de la Paz argentino, Adolfo Pérez Esquivel; la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (1975); los Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas (1976); el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (1976); el Centro de Estudios Legales y Sociales (1979), y la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (1992).