Urbanización

La visión panorámica del estado del conocimiento y de la problemática latinoamericana en los temas de urbanización, migraciones y territorio tiene algunos puntos de referencia básicos. El primero de ellos fue el giro crucial en el desarrollo humano que representó la posibilidad de vida sedentaria en aglomeraciones de importante tamaño, las ciudades. Ese fenómeno ocurrió en época más o menos reciente, hace casi 5.000 años, asociado a la aparición de la agricultura y de excedentes alimentarios suficientes para separar a la población de estos trabajos de subsistencia. Según las regiones, apareció entre 8500 a.C y 5000 a.C., es decir muy recientemente o, si se prefiere, muy tarde, algunos millones de años después de la aparición del hombre sobre la tierra. La ciudad emerge, según las regiones entre 3500 a.C. y 500 a.C., aunque la verdadera ciudad se remonte a solamente 2000 o 3000 años.

La necesidad de vivir en grupo, de asociarse para la defensa y también para la innovación –o el ejercicio del amor, como bien dice Humberto Maturana– encontró en la ciudad un escenario privilegiado. La ciudad es refugio ante la adversidad del medio, natural y humano, al mismo tiempo que poderoso instrumento de dominación (social, territorial), de control (cultural y comportamental), de propagación de enfermedades y de creación: son propias de la ciudad la densidad demográfica, la cercanía, la intensidad y la variedad de contactos humanos, caldo de cultivo ideal para la innovación cultural, social, tecnológica e institucional.

La ciudad como hecho no solamente transforma las relaciones de los seres humanos entre sí (innovación, control), sino también con el medio natural (dominación, apropiación), ampliando y diversificando el impacto de la sociedad sobre ellos. Cada grupo sostiene ahora sus relaciones con el medio tanto de forma directa con su entorno inmediato, como a través de las conexiones establecidas con otras ciudades por medio de la red o de la trama urbana. Esta trama evoluciona en función de los cambios técnicos y tecnológicos en los medios de transporte y comunicaciones, así como de las instituciones, principalmente políticas. Las nociones de Estado, nación y colonia, hacen referencia a formas particulares de 
integración de unidades de control o de identidad, con anclaje territorial. El territorio aparece entonces con la doble connotación de medio natural autónomo y de espacio físico sometido a alguna forma de control. Posteriormente se le agregará una más noble y contemporánea acepción que sugiere la existencia de una simbiosis sociedad-naturaleza mediada por relaciones de identidad, de sentido de pertenencia, no necesariamente de dominio.

La industrialización despedazó barreras milenarias que mantuvieron a la ciudad dentro de unos límites restringidos y la proyectaron como forma predominante de asentamiento humano, en medio, además, de una inédita explosión demográfica. Entre 1.000 y 1.500 años después de la aparición de la primera ciudad, la tasa de urbanización alcanzó un nivel cercano al máximo posible dentro del contexto de sociedades tradicionales. Ese máximo se ubicó en torno al 10% y el 15%. Desde el año 0 al 1300 de la era cristiana, el número de citadinos en el mundo, a lo máximo, se duplicó. De 1300 a 1800, la tasa de urbanización permaneció estable, aunque también se duplicó el número de citadinos, habida cuenta de que la población total del mundo se duplicó. Pero, en menos de dos siglos –de 1800 a 1980– el número de citadinos se multiplicó por veinte y la tasa de urbanización pasó de 9% a 38%. Esta generalización y predominio de la ciudad como forma de asentamiento es lo que contemporáneamente se conoce como urbanización. Igualmente, la expansión de las fronteras de cada ciudad considerada individualmente también se conoce como urbanización.

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Una favela en la ciudad de Caracas, capital de Venezuela (The Photographer/Wikimedia Commons)

Conciencia y memoria histórica

La mirada latinoamericana de su propia historia se halla construida sobre la base de sentimientos contrastados, puestos en evidencia tanto en las interpretaciones de la problemática urbano-regional, como de las soluciones propuestas. La región se debate, por una parte, entre el repudio a la conquista y la colonización europea, a su violencia, al dolor humano acarreado, y a las pérdidas culturales infringidas; y, por la otra, la incondicional admiración por lo que esa conquista y colonia trajo al continente. Durante la fase republicana, la inmigración europea reavivó, prolongó y dio nueva forma a este dilema que perdura hasta nuestros días.

Las descripciones de los conquistadores y los vestigios arqueológicos despejan cualquier duda acerca del alto nivel de urbanización alcanzado por las civilizaciones precolombinas antes de la llegada de los europeos. En la opinión de muchos observadores, las ciudades de las sociedades precolombinas eran más grandes, ricas y mejor organizadas que las ciudades europeas de la época. Sus estimaciones arrojan una cifra de entre 2,1 y 3,5 millones de habitantes en poblaciones de más de cinco mil habitantes, es decir, tasas de urbanización que van de un mínimo de 2% a 3% hasta un máximo de 10% a 13%, con una media (basada en los datos más probables en la actualidad) de 7%, comparable al de las sociedades europeas menos urbanizadas de antes de la Revolución Industrial, o de los Estados Unidos en 1800.

La llegada europea encuentra un continente poblado, con algunas civilizaciones urbanas, que sufrió una despiadada depredación humana. La población, originalmente estimada en cerca de 40 millones de personas, hacia 1650 no alcanzaba más de 10 millones, resultado de las masacres, las epidemias, los suicidios y la sobreexplotación laboral. La dominación político-militar y la imposición de una nueva economía basada primero en la confiscación y después en la explotación de minerales preciosos y de productos tropicales como la caña de azúcar, sirvió de soporte para la creación de una nueva red urbana y una nueva población. Lo esencial de la creación de ciudades hispánicas ya se había dado en el siglo XVI, principalmente entre 1530 y 1560, mientras que para las ciudades portuguesas en Brasil esa fase de creación tuvo lugar dos siglos más tarde. Sobre las 28 a 32 ciudades de más de 20.000 habitantes con las que contaba América Latina hacia 1750, de 10 a 12 estaban localizadas en antiguos sitios precolombinos, continuidad de lugar que no implica semejanza morfológica ni social. Así, al momento del inicio de la vida política independiente, América Latina ya era un continente caracterizado por su pluralidad étnica y cultural. Hacia 1825, de los cerca de 24 millones de habitantes en América Latina, solamente un poco más de 8 millones eran indígenas; 4,9 millones eran europeos, 4,1 millones eran negros; y 6,4 millones eran mestizos.

Así como la conquista implicó un corte violento entre la urbanización previa y la colonial, como muestra la caída de 20 a 7 ciudades entre 1500 y 1600, la independencia, después de un breve letargo entre 1800 y 1850, también dio origen a una nueva trama urbana, pues el número de ciudades pasó de 51 a 138 en 1900 y llegó a 207 en 1920, cortes históricos registrados con inigualable claridad por Hardoy. Así, en pocas décadas, sobre los restos y la desintegración de una herencia milenaria, se desarrollaron las ciudades de una cultura extraña al continente. Lo exigían las razones políticas, estratégicas y económicas de la conquista. Ninguna de las ciudades indígenas fue respetada por la conquista o por la colonia y casi nada hicieron los gobiernos de las repúblicas latinoamericanas durante el primer siglo de administración independiente por defender los monumentos de las antiguas civilizaciones.

La trama e identidad urbana latinoamericana son, por lo tanto, resultado del encuentro violento entre civilizaciones que posteriormente terminaron entremezclándose y coexistiendo por siglos enteros. El pasado se entierra, permanece y renace al mismo tiempo, y la mirada de la identidad latinoamericana, la conciencia de limitaciones y posibilidades es tan ambigua y contrastada como su historia.

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Vista de Buenos Aires, capital de la Argentina, en el centro el edificio del Congreso (José María Pérez Nuñez/Wikimedia Commons)

Explosión urbana y pensamiento crítico

La problemática urbana, regional-territorial y de las migraciones entre 1950 y 1980 será mirada principalmente a través de sus observadores, investigadores y planificadores, latinoamericanos y latinoamericanistas, que dejaron consignadas sus ideas por escrito. Se privilegiaron las fuentes que tuvieron la pretensión de establecer balances, registrar los últimos avances en el conocimiento y trazar proyecciones de investigación en los temas críticos del período mencionado. Los investigadores e instituciones académicas de los países desarrollados hicieron una especial contribución al desarrollo del conocimiento de esos problemas durante las décadas de 1950 y 1960, cuando en muchos países latinoamericanos todavía no existía una tradición de estudio ni una institucionalidad política y académica consolidada. A medida que esta última se fue dando, el protagonismo de los latinoamericanistas decreció y se acompañó de una presencia cada vez más fuerte de personas e instituciones latinoamericanas. La identidad central del pensamiento latinoamericano radicaría en su carácter crítico, en su búsqueda de autonomía, en una oscilación entre los actos de abdicación y los de rebeldía creativa, con respecto a un pensamiento mayor del cual es tributario. Se observarán primero los rasgos centrales del contexto de la problemática en este período, para pasar posteriormente a la revisión de los puntos de referencia conceptuales más importantes y culminar con el análisis del pensamiento de política urbana territorial propiamente dicha.

Cabe hacer una observación en cuanto a la fecha límite del período examinado. El año 1980 fue elegido como frontera simbólica por varias razones. La principal, por ser la desembocadura histórica de una prolongada crisis económica –la década del 70–, generadora de profundas transformaciones en lo que se refiere a políticas macroeconómicas, papeles del Estado y equilibrios geopolíticos, con implicaciones trascendentales sobre las mentalidades y las formas de ver el mundo. Para establecer ese límite sería difícil recurrir a criterios relacionados con la problemática en sí misma, pues los ritmos de la urbanización, de las migraciones internas y de los problemas territoriales son tan propios de cada país, tan específicos, que difícilmente proporcionarían una nivelación semejante y uniforme para todas las naciones latinoamericanas.

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Villa 31, favela de Buenos Aires, Argentina (Sbassi/Wikimedia Commons)

El contexto

El crecimiento y el tamaño de la población urbana adquieren ritmos y dimensiones sin precedentes en la historia de la humanidad. Desde los primeros años del siglo XX se perfila un fenómeno totalmente nuevo en la historia mundial de la urbanización. Por primera vez se asiste a una verdadera inflación urbana única por su magnitud, sus causas y sus consecuencias. Entre 1900 y 1920, la población urbana del Tercer Mundo aumentó 1,3%-1,4% anual, acelerándose a un 1,9%- 2,1% entre 1920 y 1930; más tarde, durante el tercio de siglo que separa 1946 de 1980, el número de habitantes urbanos de esta región del mundo se multiplicó por cuatro, es decir a una tasa anual de crecimiento del 4,5%. Este ritmo duplicó el precedente histórico de la urbanización en los países desarrollados que, posteriormente a la revolución industrial, entre 1860 y 1900, observaron un crecimiento de la población urbana del 2,4% anual. América Latina tuvo un crecimiento urbano todavía mayor, como lo muestra la tabla de abajo: la participación de la población urbana latinoamericana en el mundo en desarrollo pasó de 13% en 1900 al 25% en 1980; con una tasa de urbanización que duplicó el promedio del Tercer Mundo.

Evolución de la población urbana
en el Tercer Mundo (1900-1980)

Población urbana (millones)

1900

1950

1980

África

7

22

116

América Latina

13

66

232

Asia (economías de mercado)

43

101

357

Tercer Mundo

99

259

933

Tasa de
urbanización (%)

África

5,5

10,5

26,5

América Latina

20,3

40

63,1

Asia (economías de mercado)

9,9

14,5

25,4

Tercer Mundo

9,1

15,7

28,4

Fuente: Bairoch, 1985, p. 551.

Además del tamaño alcanzado por la población urbana y la celeridad de su crecimiento, una tercera especificidad de la urbanización latinoamericana es su alto grado de concentración espacial. La participación de la ciudad mayor en la población de cada país, antes y después de los procesos de industrialización, pasó en América Latina de casi un 7% a un 23%, mientras que en Europa occidental pasó de un 6% a un 15%. Por lo tanto, en períodos económicos comparables, la concentración en la primera se multiplicó por 3,3 y en Europa occidental por 2,5.

El acelerado crecimiento urbano latinoamericano se nutrió, primero, de un crecimiento natural de la población significativo; segundo, de un éxodo rural importante, y tercero, de una masiva inmigración extranjera. En cuanto al primer factor, hasta antes de 1930, la tasa de mortalidad urbana tendía a ser superior a la rural y en las ciudades las tasas naturales de crecimiento se mantenían bajas e incluso negativas. Fue necesario esperar a los años 1900-1930 para que la brecha entre la mortalidad urbana y la rural de­sapareciera en los países desarrollados. En cambio, la urbanización latinoamericana se dio en medio de un ambiente sanitario totalmente diferente e hizo que en ella el crecimiento natural fuese positivo. A pesar de la aceleración de la inflación urbana y de sus múltiples consecuencias negativas (marginalidad, desempleo, etc.) no se constata, desde los años 1950, un deterioro de la mortalidad urbana comparada con la del medio rural. En relación con el segundo aspecto, la transferencia rural-urbana como componente del crecimiento urbano disminuyó entre 1950 y 1980 pero explicó casi la mitad de la expansión de las ciudades latinoamericanas: el 45,2% en 1950-60 y el 43,6% en 1970-80. Finalmente, aunque la contribución de la inmigración europea parece haberse concentrado antes de 1950, su magnitud obliga a no pasarla por alto. Esta situación se agrava por la introducción de la tecnología avanzada que permite pautas obrero/rendimiento más elevadas y por la falta de oportunidades de migrar al exterior tales como las que libraron a Europa de 55 millones de personas “sobrantes” en el período 1750-1939.

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La costanera de Copacabana, en Río de Janeiro, Brasil (Bryn Pinzgauer/Creative Commons)

Encantamiento, desconcierto y autonomía

El carácter latino del pensamiento urbano territorial se ve reflejado en un rasgo que aparece como una constante a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y se prolonga a los albores del XXI: hay una fuerte necesidad de enmarcar esa problemática específica en contextos teóricos y epistemológicos más amplios con propósitos de integralidad, de visión de conjunto y totalidad, de multidimensionalidad y pluridisciplinariedad, de holismo. Esta necesidad se va resolviendo de manera oscilante, pasando de posiciones de aceptación acrítica de modelos teóricos elaborados para los países desarrollados –abnegación– a la búsqueda de adaptaciones, o bien rompiendo abiertamente con ellos y creando nuevos puntos de referencia –rebeldía creativa–. Mirando retrospectivamente, pareciera haberse pasado por el encantamiento y la ilusión de mirarnos en el espejo del desarrollo ofrecido por los países avanzados, consolándonos con la creencia de estar en un momento previo; por el desconcierto de no encontrar respuestas a una miríada de problemas que se empeñan por escapar a la lógica y a las predicciones empíricas de los modelos adoptados, para culminar con posiciones de crítica y rebeldía creativa, manifestaciones de una necesidad más profunda de ganar autonomía en las formas de pensamiento y acción.

La tradición de pensamiento e investigación urbana regional es relativamente reciente y tiene comienzos muy diversos para los diferentes países, dependiendo tanto de los grados de urbanización, como de procesos sociales y políticos específicos, al igual que de la evolución de las ciencias sociales y de las instituciones y estructuras de apoyo a la investigación, en especial del grado de apertura de los sistemas políticos y avance democrático, así como de la evolución de las ciencias sociales y de las instituciones y estructuras de apoyo a la investigación. En México el proceso comenzó en los años 40, a partir de los estudios de investigadores estadounidenses, pero sólo se puede hablar de una verdadera consolidación en la década de 1970 a través de la creación de centros de investigación y programas académicos, lo mismo que en Colombia y un poco más tarde en América Central. En Brasil y en Venezuela la década de 1960 fue crucial, aunque en el primero, sociólogos y geógrafos ya habían comenzado a examinar el problema desde los años 40. En términos continentales, aún a principios de los años 90 difícilmente se podía hablar de la existencia de una comunidad latinoamericana de investigadores. En algunos países y subregiones funcionan redes de investigación. Sin embargo, es escasa la comunicación existente entre los especialistas de la América hispanohablante y los de la lengua portuguesa. No existen redes continentales de información y los institutos de investigaciones y los programas de posgrado mantienen entre sí muy escasos intercambios.

A pesar de estas limitaciones, entre los distintos balances de investigación hay una gran coincidencia en señalar la existencia de problemáticas semejantes, enfoques privilegiados y paradigmas dominantes, con cambios cíclicos relativamente marcados. Se habla de tres grandes enfoques, aparentemente coincidentes con cada una de las décadas en proceso de análisis: 1950, 1960 y 1970, pero sin una periodización claramente establecida ni aceptada.

Desarrollismo y modernización

Para la década de 1950 no existe evidencia bibliográfica que señale con claridad la orientación y los problemas urbano-territoriales investigados. Alguna voz aislada afirma la preeminencia de la teoría desarrollista de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), aplicada principalmente a los temas del crecimiento nacional, con énfasis en la planeación física de las ciudades y en el interés especial en la transición de sociedades rurales a urbanas, la aceleración del crecimiento urbano, la lucha contra el desempleo y la urbanización irregular.

En la década de 1960, los enfoques evolucionistas y funcionalistas pueden ser considerados los paradigmas dominantes de los estudios del desarrollo. El concepto de modernización fue el punto nuclear de esos enfoques, en la medida que tradujo la convicción en un movimiento gradual de los Estados atrasados en dirección a los más avanzados, representados por la situación de los países desarrollados. Ese “desarrollo imitativo” ocurriría, no por medio de conflictos de poder, sino de una integración consensual de la población en la política nacional y la generación de niveles de participación cada vez mayores.

Más temprano que tarde, estas aspiraciones y anuncios de las teorías de la modernización empezaron a confrontarse ante resultados opuestos a los previstos y exigieron esfuerzos de adaptación, dando lugar a variaciones como la teoría de la marginalidad y del dualismo. La preocupación general por el desarrollo y por la lucha contra el subdesarrollo se expresó tal vez con la máxima claridad en la versión latinoamericana del enfoque modernizador de Gino Germani. Se hacía hincapié en la dicotomía urbano-rural, utilizándola para explicar las dificultades de las hordas de emigrantes rurales para integrarse a la sociedad. A medida que invadían las grandes ciudades, parecían incapaces de adaptarse a las posibilidades de empleo que ofrecía la economía urbana y al modo de vida urbano. La teoría de la marginalidad surgió de las reflexiones sobre cambio social que fueron propuestas por los defensores del enfoque de la modernización.

La modernización de la sociedad en el contexto de la transición rural-urbana se convirtió en un campo esencial de los estudios urbanos. Los investigadores insistían en dos temas: primero en las relaciones entre urbanización y desarrollo, y segundo en las consecuencias de los rápidos cambios en la estructura de la producción que reducía la importancia relativa de la agricultura e incrementaba la de las actividades no agrícolas. Como muestran los tres documentos, en la mayoría de los países estaban presentes los siguientes temas: el proceso de urbanización, la migración interna, los asentamientos populares y la pobreza urbana.

Las teorías de la urbanización dependiente

A finales de los años 60 las teorías de la modernización presentaron signos de agotamiento y propiciaron un desplazamiento en los conceptos, los enfoques y los problemas examinados. El paradigma no pudo explicar por qué algunas naciones que cumplían todos los requisitos del funcionalismo evolucionista (a saber: urbanización, educación masiva y democracia política) no transitaron por la autopista hacia el desarrollo. El paradigma era no solamente ahistórico, sino que también entendía las naciones subdesarrolladas como unidades aisladas de la economía política internacional. Adicionalmente, las condiciones políticas en América Latina presenciaron el surgimiento de un creciente nacionalismo, de experimentos de desarrollo alternativo en Cuba, Perú y Chile que, sumados a la desilusión por los débiles impactos de la Alianza para el Progreso, crearon un ambiente propicio para la aparición de enfoques neomarxistas, sostenidos en la teoría de la dependencia.

En la década de 1970 surgieron nuevas maneras de ver los viejos problemas como reacción contra las teorías hasta entonces dominantes. En el nuevo debate el discurso del desarrollo frente al subdesarrollo se convirtió en un discurso sobre el desarrollo frente a la dependencia. Con la nueva visión se consideraba el proceso de urbanización como el resultado de un tipo particular de desarrollo económico –capitalista pero dependiente– con efectos especialmente importantes sobre el desarrollo urbano. Con este enfoque, la comprensión del papel del Estado cobró nueva relevancia, y apareció como factor fundamental para comprender la urbanización. Debía crear la infraestructura, generar los bienes de consumo colectivo y mantener el orden social.

La Teoría de la Dependencia parte del rechazo de la teoría del subdesarrollo y de su connotación evolucionista. El atraso y la pobreza no son el resultado de estar un paso atrás de los países avanzados sino que se entienden ahora como el producto de la relación económica sostenida entre países centrales y periféricos. La teoría de la explotación entre clases es aplicada a las relaciones entre países. A través de procesos económicos, políticos y culturales, la metrópoli y los países avanzados, extraen excedente económico a los periféricos y perpetúan su estado de pobreza. Esta interpretación es trasladada a la esfera interna de cada nación, y las regiones y ciudades más avanzadas son miradas como puntos de extracción de excedentes del resto del país.

Las versiones más radicales y determinísticas de la dependencia polemizaron con interpretaciones más complejas que resaltaban el hecho de que el centro y la periferia no eran unidades homogéneas, sino sistemas sociales contradictorios y que el problema no se reducía a entender la relación entre explotador y explotado. Las relaciones de dependencia no pueden reducirse a la oposición entre naciones en términos de poder. Incluyen interrelaciones complejas y asimétricas entre las estructuras sociales de las formaciones sociales hegemónicas y dependientes. Por lo tanto, la dependencia no puede explicarse solamente en función de factores externos a la formación social dependiente; las relaciones de clase y el sistema de dominación interno al cual se suman los factores externos deben también ser considerados. En los años 70 los temas prioritarios de investigación fueron: empleo y mercado de trabajo; planificación urbana; vivienda, uso y tenencia de la tierra; pobreza urbana (bajo el rótulo de “estrategia de supervivencia” y “sector informal”).

Entrada la década de 1970, estas versiones matizadas y más elaboradas de la teoría de la urbanización dependiente se prefiguraban como el paradigma por venir. Las dictaduras militares , el exilio y el debilitamiento de los sistemas universitarios, sumados a la crisis sistémica del mundo desarrollado, empujaron la investigación urbana y territorial por caminos imprevisibles.

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La calle 25 de Marzo, en el centro de la ciudad de São Paulo, Brasil (Hélio Bertolucci Jr./Creative Commons)

Las alternativas de solución ensayadas

Una de las características propias de la temática urbana regional es la estrecha vinculación entre pensamiento y acción. La reflexión científica tiene por lo general la motivación de aportar a la comprensión de los problemas y, por esta vía, contribuir a su solución. Es igualmente frecuente encontrar que esta misma reflexión científica toma las políticas y las acciones emprendidas por las sociedades y sus estados como un importante objeto de análisis que además de la comprensión tiene el propósito explícito de aportar a la búsqueda de mejores alternativas de política. Esto no significa la existencia de una articulación perfecta entre investigación y política sino la definición de un campo de pensamiento muy marcado por el interés en llegar a soluciones y no solamente a la comprensión de los problemas.

Antes de los años 60, los estudios urbanos estaban casi completamente representados por las escuelas de geografía urbana e historia, que principalmente producían análisis descriptivos de la localización, el despliegue o en general, de la forma física de las ciudades. Entretanto, en el campo de las prácticas relacionadas con decisiones gubernamentales nos encontramos con la predominancia de la orientación urbanístico-arquitectónica, que pretendía hallar las soluciones a los problemas urbanos cambiando su configuración física a través de operaciones aisladas, tales como la extensión de las redes de transporte, los programas habitacionales concebidos alrededor de la idea de unidad básica, o por medio del control parcial de los usos del suelo. En los años 60, esas experiencias cambiaron. Se reconocieron las debilidades de la visión física de las ciudades y la necesidad de incorporar “variables” políticas, económicas y sociales en los análisis y en los procesos de toma de decisiones; en consecuencia se formaron equipos multidisciplinarios. La concepción de las formas físicas aisladas cedió su lugar a la de sistemas activos. La aplicación de los planes maestros abre la vía a la noción de un desarrollo urbano comprehensivo.

Varios trabajos dan cuenta de la evolución de la problemática regional y de las propuestas de política conducidas a lo largo de estos años. Hay quienes identifican una amplia gama de programas regionales con diferentes grados de autonomía y descentralización pero en los cuales predominaba ante todo el esquema de la desconcentración y de la delegación: cuencas, colonización, fronteras, áreas deprimidas, catástrofes naturales y creación de polos económicos. Por lo general, se encontraban precedidos de procedimientos de regionalización, entendida como ejercicios de delimitación territorial de su cobertura y radio de acción, pero caracterizados en su aplicación por la autonomía y descoordinación. Por lo tanto, hacia fines de los años 60 la política regional de concepción nacional y articulada a las metas generales de desarrollo, así como una política integral de desarrollo rural, eran prácticamente inexistentes. Posteriormente, la literatura académica y el debate político le dieron una importancia mayor a las políticas de creación de polos de desarrollo, criticadas por algunos –como José Luis Coraggio– por sus connotaciones ideológicas capitalistas y examinadas por otros desde el punto de vista de sus inadecuaciones al contexto latinoamericano y la necesidad de reformularlas bajo la noción de una política de industrialización, urbanización y polarización (Indupol).

A mediados de los años 80, algunos autores visualizaban la aparición de dos grandes corrientes de búsqueda: la contestataria, caracterizada por el planteamiento de la necesidad de producir una ruptura filosófica, un alejamiento del “espacialismo” y la convicción de que en el ámbito de una economía capitalista no es posible pensar en la ejecución integral de estrategias que conduzcan a un verdadero desarrollo regional; y la regional-participativa, que se propuso explorar caminos alternativos, más efectivos que los seguidos hasta entonces, para una planificación del desarrollo regional adecuada a realidades socioeconómicas del tipo de las latinoamericanas, aumentar la capacidad de negociación de las regiones así como ampliar los niveles de participación en ellas, desplazando el centro del análisis desde los aspectos productivos hacia el papel que cumplen y deberían cumplir los actores.

Desarrollo local y globalización

Después de una prolongada y compleja crisis económica experimentada en el mundo desarrollado durante los años 70, en los albores de los 80 se incubaron nuevos acuerdos institucionales y políticos que le permitieron recobrar la estabilidad y posteriormente presenciar nuevos períodos de prosperidad. Estos cambios se materializaron en el predominio de una nueva ideología, conservadora en lo político, liberal en lo económico, con significativa incidencia en una América Latina que se debatía en medio de una severa crisis de pagos de deuda externa, con medidas de ajuste y reestructuración y, sólo al final de los 80, de liberalización y franca apertura. Estas nuevas mentalidades y enfoques de política coincidieron con un lento pero incontenible proceso de retorno de la democracia, acompañado por un creciente protagonismo de lo local y lo regional, tanto en términos políticos, de gestión y administración pública, como fiscales. Descentralización para los países unitarios y devolución para los federales fue el resultado ambivalente de la necesidad de disminuir los costos de funcionamiento del Estado y, por otra parte, contribuir al fortalecimiento de las renacientes democracias.

La descentralización, la gestión municipal y las teorías del desarrollo local aparecieron como los sustitutos de las políticas regionales. Los movimientos sociales, las democracias locales y las nuevas reivindicaciones económicas surgieron en reemplazo de las confrontaciones políticas radicales armadas, la represión y los sueños de construcción de sociedades alternativas al capitalismo. Las sociedades socialistas dejaron de verse como el sueño a ser perseguido y las nuevas aspiraciones políticas se centraron en la consolidación de la democracia y en la descentralización como una de las estrategias para conquistarla. La preeminencia del todo sobre la parte, presente en la teoría de la urbanización dependiente, cedió lugar a su contrario: la posibilidad de construir un todo renovado a partir de acciones (sociales, políticas, económicas) parciales y localizadas. Esta nueva serie de circunstancias imprimieron una orientación a las actividades de los años 80, implantando un nuevo orden de prioridades. Los problemas referentes a la gestión urbana cobraron nueva importancia. La participación popular en el gobierno local pasó a ser un tema de investigación clave, el gobierno local comenzó a atraer la atención de los estudiosos. El municipio sustituyó a la metrópoli como base territorial de investigación.

Con el retorno de la democracia, las universidades y los centros de investigación reconstituyeron lentamente sus capacidades de producción de conocimiento, debate y participación en el diseño de políticas públicas. A un nivel más continental, en los años 80 se hicieron varios intentos de constitución de redes y comunidades de intercambio de investigaciones, conocimientos y realización de estudios comparativos sin que lamentablemente se lograra estabilidad en ninguna de ellas. No obstante, los años 90 presenciaron el surgimiento de numerosas redes académicas y foros de intercambio. La Red Iberoamericana de Investigadores sobre Globalización y Territorio, creada en 1994, y el grupo de trabajo en Desarrollo Urbano de Clacso, reanimado desde 2000, son tal vez los ámbitos más notables, desde los cuales se han articulado otros, como las redes de editores de revistas, una hemeroteca virtual (Redalyc), redes de posgrados y cursos virtuales que han permitido empezar a construir una verdadera comunidad latinoamericana de investigación y pensamiento en los temas del desarrollo urbano y territorial.

Junto con el cambio de mentalidades y aproximaciones teóricas y epistemológicas, se produjeron transformaciones en las características más amplias de las grandes problemáticas urbanas y territoriales en América Latina. Las migraciones, la concentración urbana y la exclusión social siguieron marcando esta problemática, aunque hayan cambiado las formas de nombrarlas, entenderlas y confrontarlas social y políticamente.

Problemas urbanos de fines de siglo XX

En los últimos años poco se ha avanzado en materia de realización de estados del arte o de balances del progreso de la investigación urbano-territorial de América Latina. Por consiguiente, es probable que el conjunto de temas cruciales aquí abordados deje fuera algunos otros también importantes para los que lamentablemente no se encontraron visiones más panorámicas.

A continuación se enumeran los temas específicos que integraron la agenda territorial-urbana de América Latina a fines del siglo pasado. Primero, las migraciones siguen siendo un fenómeno de central importancia aunque su ritmo haya disminuido en relación con las dos primeras décadas del siglo XX; en los últimos años, su orientación es principalmente interurbana, y con la presencia de masivas emigraciones internacionales. Segundo, la exclusión social y la marginalidad son vistas hoy principalmente bajo la lupa del concepto de pobreza, de sus distintas definiciones y con énfasis en las consecuencias de las políticas públicas de ese enfoque. Tercero, la concentración urbana ha sido estudiada recientemente a partir de las teorías económicas del crecimiento que discuten acerca de las tendencias para la convergencia o la divergencia en los niveles de riqueza territorial. Cuarto, las políticas regionales han cedido paso a la descentralización como una estrategia política neurálgica. Finalmente, los nuevos intentos de construcción de visiones de conjunto se han entretejido alrededor del concepto de globalización, de sus críticas y de sus alternativas, a partir de nuevas miradas epistemológicas elaboradas a partir de propuestas como la teoría de la complejidad. Todos estos temas serán tratados en los próximos tópicos de esta entrada. Obviamente, las opiniones emitidas allí y a lo largo del texto son responsabilidad exclusiva del autor.

Es importante resaltar desde ya que en lo político, el sello característico de estas miradas tiene que ver con el protagonismo de lo local, lo metropolitano y lo territorial sin la mediación, o con una débil presencia de lo nacional, ya sea como territorio o como institución.

Migraciones y distribución de la población

 

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Un edificio situado en el centro de la ciudad de São Paulo, invadido por los sin techo, en octubre de 2014 (Caio de Souza/Wikimedia Commons)
En las últimas décadas del siglo XX, América Latina se consolidó como una de las regiones más urbanizadas del planeta y, al mismo tiempo, vio disminuir el ritmo de crecimiento de sus ciudades, de la migración rural-urbana, y de la concentración de la población. América Latina y el Caribe, que superaron solamente a África y Asia en grado de urbanización con una tasa del 65,1% en 1980, pasaron a ocupar el segundo lugar después de América del Norte con una tasa del 75,8% en 2000. Aunque los índices de concentración de la población urbana en la ciudad mayor siguen siendo los más altos del mundo, como lo muestra la tabla de abajo, ya hay muchos países donde este proceso se ha detenido (Colombia y Bolivia) o incluso viene retrocediendo ( Argentina, Uruguay, Venezuela, Brasil, Cuba, México, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Costa Rica). El grupo de países que aún observa una primacía urbana creciente es minoritario y heterogéneo, pues cuenta con procesos de crecimiento muy lentos en algunos (Chile, Perú y Ecuador) e intensos en otros ( Panamá, República Dominicana, Guatemala, El Salvador y Haití).

La población residente en ciudades intermedias, entre 50.000 y un millón de habitantes, sigue siendo proporcionalmente baja, pero es el componente más dinámico en términos demográficos de los sistemas urbanos en la mayor parte de los países de la región. Se ha explicado su dinamismo por factores de atracción asociados con su escala, por factores de repulsión de las ciudades mayores, reestructuración productiva que estimula la localización difusa de la actividad económica, mejoramiento de las conexiones y consolidación de los gobiernos locales. Entre estas interpretaciones hay una particularmente relevante, pues sugiere que el dinamismo de esta franja de ciudades puede ser más aparente que real y ello asocia el ímpetu demográfico y socioeconómico de las ciudades intermedias con la localización en el área de influencia de zonas metropolitanas; la expansión de esas ciudades se debe sólo a la posibilidad de mantener su vinculación con la gran ciudad pero con costos financieros y personales inferiores a los de vivir en ella.

En concordancia con lo anterior, se observa que el crecimiento de las periferias metropolitanas es mucho más intenso que el de las zonas centrales, reflejando procesos de expansión de signos sociales muy diferentes. Por un lado, pone de manifiesto el crecimiento de la urbanización popular impulsado por una demanda habitacional insatisfecha, por la localización de los proyectos de vivienda social y por intervenciones en los centros urbanos que expulsan a estas poblaciones. Por otro, la suburbanización de los estratos de mayores ingresos es cada vez más evidente, pues buscan mejor calidad de vida, aprovechan las crecientes facilidades de acceso, o simplemente quieren aislarse de espacios sociales más densos y plurales, y de los sentimientos de inseguridad que ellos generan.

Estas tendencias también se corresponden y acompañan de grandes movimientos de población hacia el interior de los países, caracterizados por la presencia de territorios polares con altas tasas de inmigración, opuestos a la existencia de otros con altas tasas de emigración. Según Rodríguez, las Divisiones Administrativas Mayores (DAM) de atracción son principalmente de tres tipos: metropolitanas, de colonización y polos de actividad económica; en tanto que las de expulsión suelen ser áreas de poblamiento antiguo, con un componente rural importante, más bien pobres y, sobre todo, con una estructura productiva deteriorada y obsoleta, y con frecuencia cercanas a un área metropolitana. La condición de atracción y de repulsión de estos territorios polares se ha mantenido a lo largo de los últimos veinte años. Estos resultados sugieren que las DAM históricamente atractivas y expulsoras han tendido a mantener esa condición, aunque algunas DAM de colonización ven agotados sus atractivos a medida que se consolida su ocupación o que experimentan saturación o acontecimientos ambientales adversos.

Otros rasgos de las migraciones internas también han cambiado puesto que su intensidad ha disminuido: el sentido rural urbano ha venido siendo reemplazado por uno más urbano-urbano, el nivel educativo de los migrantes ha aumentado y la tasa de feminización ha tendido a disminuir.

La teoría de las migraciones ha respondido a la emergencia de estos nuevos fenómenos introduciendo conceptos más amplios como es el de movilidad territorial o espacial de la población, dentro del cual las migraciones definitivas no serían más que una forma de movilidad particular. Los individuos y las familias transitan a lo largo de su vida por desplazamientos en sus lugares de morada y trabajo cuya lógica puede ser, en algunos casos, comprendida sólo en el largo plazo, y en otros, es visible solamente en el corto plazo, como los desplazamientos cotidianos. Por otro lado, las configuraciones territoriales, como ciudades, regiones o áreas metropolitanas, están sometidas a distintos tipos y estructuras de movilidad que inciden sobre su organización y su dinámica de cambio.

Hábitat urbano: pobreza y precariedad

La preocupación por la exclusión social urbana no ha perdido vigencia pero ha asumido nuevas formas, se ha mirado bajo conceptos diferentes, dentro de los cuales el de pobreza ha tenido un papel destacado. La pobreza define un nivel insatisfactorio de resolución de necesidades humanas o, en otros casos, de oferta de posibilidades para el desarrollo de capacidades. Es especialmente útil para describir y dimensionar las carencias, aunque confronta la dificultad de no facilitar la asociación de éstas con las posibles causas que las provocan. Se ha constituido, así, en una herramienta particularmente útil para la orientación y la evaluación de los impactos de las políticas públicas, aunque deja de lado interpretaciones más sociales y políticas de su existencia y reproducción, como fue la pretensión de las teorías de la marginalidad y del dualismo social propias de los años 60 y 70.

Uno de los grandes hechos asociados a la urbanización latinoamericana de esta época es la modificación de la pobreza rural en urbana. “Hoy América Latina y el Caribe se sitúan entre las áreas más urbanizadas del planeta, lo que explica el­ sesgo eminentemente urbano que distingue a la pobreza latinoamericana de aquella que prevalece en la mayoría de las otras regiones. En efecto, mientras un 5% de los pobres del mundo son latinoamericanos, los habitantes pobres en tugurios representan el 14% mundial. Aunque el número de pobres urbanos latinoamericanos aumentó en términos absolutos, mantuvo casi inalterada su participación porcentual en el total mundial. De acuerdo con los antecedentes disponibles a partir de las encuestas de hogares que procesa la CEPAL, alrededor de 1990 unos 122 millones de habitantes eran pobres, lo que representaba el 41,4% de la población urbana. Hacia fines de la década en las ciudades habitaban 134,2 millones de personas pobres (37,1% de la población urbana total) y de éstas, 43 millones eran personas indigentes (11,9% del total).

Contrariamente a lo esperado, la incidencia de la pobreza es mayor en las ciudades intermedias y menor en las áreas metropolitanas. La distinción entre las áreas metropolitanas y el resto de los centros urbanos permite comprobar que en las pri­meras se produjo una disminución neta cercana al 6% y en el resto urbano se ha cuantificado un aumento de casi 5 millones de hogares pobres, volumen que representa el 43% más de hogares pobres en ciudades no metropolitanas, que los existentes a comienzos de la década.

La pobreza y la precariedad habitacional urbana son problemas que se acompañan pero sin ser idénticos: la mayor parte de los pobres habita en condiciones precarias, pero entre quienes tienen precariedad habitacional hay pobres y no pobres. La medición de las Necesidades Habitacionales Insatisfechas (NHI), entendidas como carencia de una o varias de las siguientes condiciones: agua potable, saneamiento, materiales sólidos y seguridad en la tenencia de la vivienda, permite apreciar que la precariedad habitacional no afecta sólo a los hogares pobres, sino que también está presente, aunque en menor grado, en los hogares que se encuentran sobre la línea de pobreza por ingresos.

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El barrio precario de Tacna es conocido como Intiorko, en Perú (Alex Proimos/Wikimedia Commons)

Segregación urbana

Las nociones de marginalidad y dualidad fueron reemplazadas por una amplia gama de conceptos y definiciones, dentro de los cuales ya se examinó el de pobreza, que aluden a las diferentes expresiones de la heterogeneidad social y territorial latinoamericana. Estas preocupaciones concuerdan con aquellas de orden macroeconómico que han evidenciado que América Latina sigue siendo una de las regiones del mundo con más altas desigualdades en la distribución del ingreso y la riqueza. Esta amplia familia de conceptos es fruto tanto de las múltiples dimensiones del problema como de los diferentes acercamientos éticos, políticos y teóricos.

La desigualdad es el concepto más utilizado, refleja la presunción, a veces normativa y otras objetiva, de que es deseable la obtención de un mismo resultado (calidad o cantidad de bienes o servicios, por ejemplo), independientemente de las diferencias sociales, regionales, étnicas, culturales o de género de los individuos. Al conceptualizar inequidad la preocupación es por la igualdad en el acceso a las oportunidades, no necesariamente en los resultados; se asume como naturales las diferencias entre los individuos y se entiende que la justicia consiste en ofrecerles las mismas opciones de desarrollo sin esperar que el resultado sea idéntico para todos. La diferencia alude a la existencia de una diversidad cultural, social, étnica y cultural que no es interpretada como negativa sino que, por el contrario, busca ser alimentada y preservada. Finalmente, las ideas de integración y exclusión hacen referencia a configuraciones sociales específicas donde prevalecen la cercanía y el contacto, para la primera, o la distancia y el aislamiento, para la segunda.

En este variado y amplio campo de preocupaciones, los conceptos de segregación urbana y de disparidades territoriales han concentrado la atención del pensamiento urbano territorial latinoamericano. Para el caso de la primera, se entiende que la ciudad agrupa un universo variado de grupos sociales, de actividades, de posibilidades que en América Latina tienden a separarse y segmentarse de forma tal que la ciudad no sólo expresa, y sostiene estas diferencias, sino que les sirve de punto de apoyo para su sostenimiento y ampliación. La hipótesis dominante es que la segregación residencial socioeconómica entraña consecuencias adversas, aunque la evidencia y los estudios empíricos sobre las mismas son más bien escasos en América Latina, pero no inexistentes.

Las consecuencias han tenido una gran presencia en la investigación económica regional latinoamericana reciente, principalmente como fruto de una polémica teórica avivada desde las teorías neoclásicas del crecimiento económico que han postulado la hipótesis de la convergencia, según la cual, los territorios o unidades subnacionales con menores niveles de ingreso per cápita tienden a crecer más rápidamente que las de mayores niveles, de forma tal que con el tiempo las brechas entre unas y otras tienden a cerrarse. Sin embargo, la abundante evidencia empírica es difícilmente comparable y señala que, en el mejor y más optimista de los casos, la convergencia en América Latina es muy débil cuando se la compara con casos como el europeo, el norteamericano y el japonés. En una mirada más detallada y realista, la convergencia aparece más bien como algo excepcional. De los numerosos subperíodos en los que para los distintos países se rechaza la hipótesis de la convergencia, sólo en muy pocos se lo hace por razón de la existencia de divergencia. El Brasil de los años 60, el Chile de 1975 a 1980 y Colombia luego de 1983 son esos períodos relativamente minoritarios. Los rechazos a la hipótesis de convergencia son, sin embargo, más abundantes: el México de 1980-1995, el Brasil de los años 70 y 80, el Chile de 1980-85, y la Colombia de los años 60 y 80. Por su número, difícilmente podremos referirnos a estos períodos como excepcionales, delimitados, como dijimos antes, en lapsos que en el largo plazo sí aceptan la hipótesis de la convergencia. Lamentablemente muy poco de todo este esfuerzo de investigación empírica se ha orientado hacia la identificación de las causas de las disparidades y deja, por lo tanto, muy pocas sugerencias de política o alternativas de solución. En el futuro inmediato es perentorio enriquecer las formas de medición de estas desigualdades para tener una visión menos parcial, e insistir en la identificación de los factores que la ocasionan para así poder derivar en recomendaciones de política y de acción.

La teoría del desarrollo local

Como ya se ha dicho, la época actual se caracteriza por la emergencia de nuevas teorías, nuevas mentalidades, nuevos acuerdos y reglas del juego para la operación de la política y la economía. Se debilitan las posibilidades de intervención del Estado en la conducción del destino económico de sus territorios, se incrementa el interés desde lo local por convertirse en protagonista de su destino y se interpreta que los cambios tecnológicos e institucionales generan oportunidades insospechadas de desarrollo en ese ámbito. Las experiencias locales en los países desarrollados se anticipan cerca de una década (años 80) a su posterior emergencia en América Latina (años 90), y desde allí generan experien­cias exaltadas bajo la forma de modelos, íconos y emblemas que, además de asumir la forma de teoría, constituirían también los ejemplos concretos a ser imitados.

El núcleo de la teoría consiste en reconocer el protagonismo de lo local, entendido como sistema de actores y como tejido socioeconómico y cultural, en la promoción de procesos de crecimiento y desarrollo. Otra innovación de la teoría consiste en la identificación de nuevos factores y condiciones para el impulso de estos procesos: la capacidad de innovación y desarrollo tecnológico, acompañada de las capacidades de acción colectiva local, expresadas en acuerdos público-privados, en capacidad de asociación y cooperación por parte de los agentes económicos, y en la creación de reglas de juego generadoras de confianza.

En concordancia con esta perspectiva abierta por la teoría del desarrollo local ha emergido una nueva acepción del concepto de territorio que hace énfasis en la simbiosis generada entre la sociedad y su espacio natural, y subraya el papel de la identidad, el sentido de propriedad y la autoestima como factores clave para la construcción social de regiones y de procesos locales de desarrollo. El concepto de lo local juega entonces favorablemente con la ambigüedad de no contar con una definición precisa, ni de poseer una adscripción espacial determinada para colocarse en la frontera entre campos anteriormente considerados separables y separados: urbano-rural, metropolitano y regional.

Los actores económicos, políticos y sociales locales han intentado asumir su protagonismo, mientras que a otro nivel y después de un lapso de ausencia, han sido acompañados en su empeño por los niveles intermedios y centrales de gobierno mediante las más variadas versiones de políticas de fomento productivo. Dado que las disparidades económicas territoriales no han cedido, las experiencias exitosas siguen siendo aún minoritarias y los esfuerzos desde naciones y gobiernos intermedios han sido descoordinados; se insinúan nuevas perspectivas que ponen de manifiesto la inevitable importancia de lo nacional para igualar las oportunidades de acceso a la tecnología, a los mercados y a las nuevas infraestructuras, así como la necesidad de coordinar y concertar su esfuerzo con las instancias locales. Igualmente comienzan a consolidarse espacios de cooperación y aprendizaje horizontal, y también de cooperación descentralizada, que pretenden acelerar los procesos de adaptación a las nuevas circunstancias del entorno: asociaciones y federaciones de municipios y de gobiernos intermediarios, sistemas de buenas prácticas y redes de apoyo.

Esta teoría ha caído en la tentación de quedarse en lo normativo sin compaginar este esfuerzo con uno de proporción semejante encaminado a la evaluación de impacto, a la asimilación de experiencias, al balance comparativo. Su evolución y cambio han sido conducidos por la reflexión especulativa, componente indispensable y necesario para el desarrollo de conocimiento, pero no único ni exclusivo. Existe, no obstante, un arsenal impresionante de información sobre casos y experiencias de desarrollo local almacenadas en los bancos de datos y sistemas de información agrupados bajo una familia de términos que comprende las buenas prácticas, las experiencias relevantes, los casos innovadores, y que han sido identificados, analizados y estudiados por el Instituto Latinoamericano y del Caribe de Planificación Económica y Social (ILPES). A pesar de la riqueza y el potencial de este material acumulado, la investigación comparativa queda por realizarsse, así como la explotación de esta información con fines de diseño de políticas públicas, de capacitación y de formación de las personas y de los grupos interesados en emprender este tipo de procesos.

Ciudades globales y competitividad

La globalización ocupa en la actualidad un lugar semejante al de la explotación capitalista, el imperialismo y la acumula­ción durante los años 70, en su calidad de paradigma o representación de lo social entendido como totalidad planetaria. Sus acepciones son múltiples, así como también son encontradas las posiciones sociales y políticas suscitadas a partir de la representación que de ella se tiene.

Los trabajos de la holandesa Saskia Sassen son los que más han influido en el pensamiento urbano latinoamericano en la medida en que su libro de 1991, La ciudad global, a partir de la experiencia de Nueva York, Londres y Tokio, plantea el nuevo papel de las ciudades en la economía mundial. En el plano teórico, los conceptos de ciudad global han sido utilizados como molde o referencia para establecer puntos de comparación, determinar los grados de globalización de las ciudades y valorar los impactos sociales y económicos que sobre cada ciudad ha tenido esta nueva era económica. En el debate social e ideológico, la discusión ha estado cargada de posiciones extremas que van desde la apología abierta e irrestricta, hasta las oposiciones radicales que rayan en la demonización, pues le atribuyen de forma mágica e irracional la responsabilidad de todos los males del momento. En lo político ha sido utilizada como fuente de inspiración para promover políticas urbanas que, en su énfasis económico, pregonan la importancia de las actividades terciarias superiores como fuente de generación de riqueza y la apertura a la economía mundial como la opción preferida para mejorar las condiciones de crecimiento y bienestar de las poblaciones urbanas.

Las investigaciones del norteamericano Michael Porter, que inicialmente se orientaron a explicar el éxito económico de determinadas actividades industriales, ubicadas en países específicos, derivaron en la formulación de una nueva versión de la teoría macroeconómica, que asumió posteriormente la forma de teoría de la competitividad nacional, territorial y urbana. En ella se hace énfasis en el papel de los enlaces entre empresas como determinantes de la eficiencia y la competitividad en el desarrollo de una cadena de actividades que desembocan en la provisión de una cierta gama de bienes y servicios. El éxito económico de las empresas deja de entenderse como un hecho individual y se lo explica como producido por una compleja gama de articulaciones en las que las ciudades, los territorios y las naciones pueden llegar a desempeñar un papel importante. Estas distintas unidades territoriales pueden así ser nichos con mejores o peores condiciones para el desarrollo de estos encadenamientos y de mejores o peores niveles de desempeño de la actividad económica en ellos asentada.

Las aplicaciones de esas teorías han dado lugar a ensayos que van desde la copia literal de fórmulas aplicadas en otros lugares, pasan por la adaptación y el ajuste a las circunstancias particulares de cada lugar y terminan en versiones abiertas y flexibles donde hay una apropiación de los conceptos y de sus propuestas a las circunstancias particulares del entorno específico en el cual ellas se aplican.

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El Eje Monumental, en Brasilia, Brasil (Cayambe/Wikimedia Commons)

¿El fin de las utopías?

Las formas de pensamiento urbano territorial y de intervención social y política se modificaron radicalmente durante los últimos veinte años del siglo XX. De un claro predominio de modalidades de pensamiento e interpretación de la realidad totalizantes e integrales, se pasó a otras más fragmentarias, probablemente de orientación ecléctica y heterodoxa, y de carácter más pragmático. En este mismo sentido, la acción política contestataria y en muchos casos revolucionaria se transformó en acción social, caracterizada por la presencia de múltiples organizaciones con intereses y reivindicaciones específicas, relativamente desarticuladas entre sí y sin expresiones políticas y partidistas explícitas. Estas tendencias significaron, en el plano teórico epistemológico, la renuncia a la elaboración de explicaciones comprensivas e integrales de la realidad social y, en el plano político, la renuncia a la defensa y a la búsqueda de cambios sociales radicales y profundos, orientados por la pretensión de implantar nuevos modelos de sociedad y de Estado. No obstante, tanto en el plano teórico como en el político, a finales de los años 90 aparecieron intentos y propuestas de mirada con pretensiones de integralidad y totalidad, mediante el uso de paradigmas emergentes como el de la complejidad, o de propuestas de desarrollo cada vez más completas y pluridimensionales.

Los países desarrollados continúan nutriendo las visiones del deber ser latinoamericano, sus aspiraciones para el futuro, sus concepciones de éxito y de fracaso, así como los principales conceptos utilizados por la teoría social. Las experiencias de desarrollo local en Europa y los Estados Unidos se anticiparon unos diez años a las latinoamericanas y se convirtieron en emblemas y modelos. El poder y la influencia de conceptos como el de globalización se expresan con claridad y contundencia en el pensamiento latinoamericano, y permean las formas de analizar, interpretar e intervenir sobre nuestra realidad urbana y territorial. A pesar de la existencia de comunidades académicas, de redes intergubernamentales y sociales de intercambio de visiones, experiencias e información latinoamericanas, es sorprendente la poca explotación de esta información y de estos intercambios para elaborar conceptos y teorías que den cabal cuenta de lo que viene sucediendo en el continente. Las condiciones institucionales, de información y de soporte tecnológico existen para ser aprovechadas en la realización de investigaciones comparativas y de cooperación horizontal sur-sur. El reto más estratégico del momento parecería estar localizado en este campo, y la sugerencia directa es darle prioridad a la explotación de esta información y de estas posibilidades de colaboración entre pares de mayor nivel de semejanza y cercanía, sin abandonar obviamente la cooperación norte-sur ni la asimilación y conocimiento de la teoría social producida en los países avanzados.

La dilución de las utopías radicales y socialistas no significa ni debe entenderse como idéntica a la renuncia a los sueños de una vida mejor. La sociedad, sus organizaciones, las comunidades académicas y algunos movimientos políticos y partidistas siguen intentando construir un mundo latinoamericano más justo. Renunciar a las propuestas radicales ha significado reorientar los esfuerzos hacia proyectos concretos de resolución de los problemas más acuciantes. La consolidación de las for­mas democráticas de ejercicio de la po­lítica y de toma de decisiones sigue siendo la principal y más sólida estrategia de construcción de mejores modos de vida y trabajo en nuestras ciudades y territorios de la región.

Perspectivas

América Latina es un continente diverso y heterogéneo donde es difícil, si no imposible, postular la existencia de un patrón cultural homogéneo. Existe, más bien, la posibilidad de destacar un sustrato cultural común, marcado por el origen traumático de la cultura, con un desenvolvimiento semejante en términos de la mezcla étnica y cultural operada posteriormente a través del mestizaje, la miscegenación, las migraciones y las distintas formas de simbiosis cultural producidas a lo largo de nuestra historia. Esta mezcla ha operado de forma muy particular en cada país y en cada uno de sus territorios pero es, no obstante, un patrón universal. Colocar esta miscegenación en la base de nuestra identidad cultural debería conducirnos a abandonar el desprecio con el que miramos las sociedades que hemos construido, alimentados por la frustración de no parecernos a la sociedad que pretendemos emular. Eso significa construir un reconocimiento de nosotros mismos como diferentes de esas sociedades modelo, elaborando aspiraciones de desarrollo que no tienen por qué omitir ni renunciar a ese reconocimiento. En términos prácticos eso significa enfocar nuestra mirada hacia el vecino, el hermano, aprender a generar con él aspiraciones comunes de un deber social que debería emerger con un alto componente de autorreferenciación y autonomía. Significa construir un ethos por afirmación, no por negación ni por adaptación como hemos venido haciéndolo a lo largo de nuestra historia.

Solemos ser generosos en el reconocimiento de nuestros errores y de nuestras frustraciones y pasamos por alto nuestros logros y avances. La historia reciente nos deja múltiples razones de tristeza y vergüenza, pero nos lega también la construcción democrática de nuestras sociedades como el principal activo con el que contamos para nuestro futuro inmediato y de largo plazo. En términos políticos y de política urbana y territorial, por lo tanto, nuestra prioridad debe ser la consolidación de una democracia plural en sus expresiones territoriales, étnicas y culturales, proba, eficiente y solidaria.

Sin renunciar y más aún ratificando la importancia de contar con grandes ambiciones de desarrollo, crecimiento, innovación y globalización, debemos ser capaces de refundar un sistema de solidaridades sociales y territoriales, con una nueva ética regional y territorial que nos dé la posibilidad de ser diferentes pero compartiendo una misma plataforma de oportunidades de ejercicio de la política, de educación y formación, y de cultivo cultural.

 

Datos Estadísticos

América Latina. Evolución del número de ciudades de 20.000 o más habitantes (1500-1920)

Año

1500

1600

1700

1750

1800

1850

1900

1910

1920

Región andina norte

20

7

11

13

10

9

22

30

33

Bolivia

3

3

3

2

2

4

6

6

Colombia

1

3

2

1

10

16

16

Ecuador

1

2

2

2

3

3

4

4

Perú

3

5

5

4

3

5

4

7

México

10

3

4

6

8

11

26

29

27

Brasil

3

4

7

11

35

43

47

Regiones templadas

1

2

3

17

27

46

Argentina

1

1

10

17

30

Chile

1

1

2

6

9

13

Uruguay

1

1

3

Antillas

1

2

4

7

16

18

25

Total

32

12

21

29

41

51

138

173

207

Población urbana (millones)

1,5

1,9

Población total (millones)

10

12

15

Tasa de urbanización (%)

12,5

13

Fuente: Bairoch, 1985, pp. 499-538. Esta tabla es una fusión de las otras, lo que explica por qué esas tres últimas líneas no tienen continuidad.

América Latina y el Caribe: población de la ciudad mayor en relación con la población urbana total de cada país (en %, 1970-2000)

País

1970

1975

1980

1985

1990

1995

2000

Argentina

45

43

43

41

40

39

38

Chile

40

40

41

42

42

42

43

Uruguay

51

50

49

48

45

43

41

Venezuela

27

24

22

20

18

16

15

Brasil

15

15

15

14

14

13

13

Colombia

18

20

20

21

20

20

20

Cuba

34

31

29

28

27

27

27

xico

30

30

31

28

25

25

25

Perú

39

39

39

39

39

40

40

Bolivia

31

31

30

29

29

29

29

Ecuador

30

29

29

28

26

27

28

Honduras

30

31

33

35

35

30

28

Nicaragua

38

37

36

35

35

34

34

Panamá

64

63

62

64

66

69

73

Paraguay

52

53

52

49

45

43

41

República Dominicana

47

48

50

53

59

65

65

Costa Rica

65

65

61

58

54

51

49

Guatemala

35

32

30

37

50

67

72

El Salvador

37

39

40

43

46

48

48

Haití

52

54

54

55

56

58

60

Fuente: Naciones Unidas, 2001, Tabla A.15.

 

 

Bibliografía

  • CUERVO, Luis Mauricio: Ciudad y globalización en América Latina: estado del arte, Santiago de Chile, ILPES, Naciones Unidas, 2003. (Serie Gestión Pública, núm. 37).
  • ILPES: Experiencias de planificación regional en América Latina. Una teoría en busca de una práctica, Santiago de Chile, ILPES-CEPAL, Naciones Unidas, SIP, 1981.
  • MORSE, Richard: La investigación urbana latinoamericana: tendencias y planteos, Buenos Aires, Ediciones SIAP, 1973.
  • UNITED NATIONS': World Urbanization Prospects, the 1999 Revision, Nueva York, 2001.
  • VALLADARES, Licia; PRATTES COELHO, Magda: La investigación urbana en América Latina: tendencias actuales y recomendaciones, disponible en: www.unesco.org/shs/most
por admin Conteúdo atualizado em 30/05/2017 11:15