Introducción

por admin publicado 05/08/2015 09:45, Conteúdo atualizado em 24/05/2017 21:11

Emir Sader

Al recibir el Premio Nobel de Literatura en 1982, Gabriel García Márquez reivindicó para América Latina el derecho de construir su propia historia con la misma originalidad por la que fueron consagradas su extraordinaria capacidad de creación en la literatura, las artes plásticas, el cine y el teatro.

Si bien ese reconocimiento se consolidó a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y todavía sigue asombrando al mundo, el derecho de asumir nuestro propio destino continúa siendo cuestionado, tanto fuera como dentro del continente. Fuimos objeto del más brutal proceso de colonización, con la sangrienta llegada del capitalismo al continente, con los intentos de extinguir a las naciones y los pueblos originarios, y con la esclavitud -la apropiación del mundo perteneciente a los indígenas y la extracción forzosa de millones de negros del continente africano para esclavizarlos en otros mundos con el fin de hacerlos producir riquezas que se destinarían a Europa-. De esta manera se anticipaban siglos de dominación violenta, de duras resistencias, explotación, discriminación e imposición de doctrinas y religiones eurocéntricas.

Fueron necesarias las gestas de las guerras de independencia, comandadas por Simón Bolívar, Antonio José ele Sucre, Toussaint L'Ouverture, José de San Martín, Bernardo O'Higgins, José Artigas y José Martí, entre tantos otros, para que pudiéramos expulsar a los colonizadores y dar comienzo (con excepción, en aquel momento, de Cuba y Brasil) a una vida republicana y sin esclavitud, aunque todavía en manos de las oligarquías nativas.

No fue sino durante el siglo XX, el más importante de nuestra historia hasta el momento, cuando América Latina y el Caribe, después de haber sido sometidos a siglos de opresión, explotación y sumisión, empezaron a afirmar sus identidades como ninguna otra región del mundo. El siglo se abrió paso con la rebelión de los mineros de Iquique, al norte de Chile, y con la Revolución Mexicana de Pancho Villa y Emiliano Zapata, la primera gran rebelión victoriosa en el continente.

La reforma universitaria de Córdoba empezaba a movilizar a la juventud latinoamericana -que en poco tiempo protagonizaría algunas de las más bellas páginas de nuestra historia-, y a ella le siguió la Columna Prestes, del capitán del Ejército brasileíio y luego dirigente comunista Luiz Carlos Prestes, así como la Revolución del 30 en Brasil y similares movimientos populares en Cuba, Chile, Nicaragua y El Salvador, entre otros países. El nuevo siglo latinoamericano se anunciaba, así, como un siglo de revoluciones y contrarrevoluciones.

El surgimiento del movimiento obrero proyectó a los primeros grandes líderes de los trabajadores -entre ellos, Luis Emilio Recabarren, fundador del Partido Comunista de Chile y participante también de la fundación del Partido Comunista de la Argentina-, al mismo tiempo que tuvo lugar la fundación de diversos partidos socialistas y comunistas en decenas de países del continente, a los que sucedieron los movimientos anarquistas, junto con las primeras grandes interpretaciones históricas fundamentadas en la dinámica concreta de nuestras sociedades. De esta manera, aparecieron dirigentes revolucionarios diseminados por todo el continente: desde Augusto César Sanclino hasta Farabundo Martí, pasando por Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui, quien supo como pocos captar las particularidades del carácter indígena de gran parte de nuestra población y proyectar sus dimensiones revolucionarias.

La dominación imperial y oligárquica hizo proliferar a sus gobernantes lacayos: José Vicente Gómez en Venezuela, Gerarclo Machado y Fulgencio Batista en Cuba, Anastasia Somoza en Nicaragua, Rafael Trujillo en la República Dominicana ... entre tantos otros que nos legaron una triste memoria y sangrientas masacres.

La combinación de las condiciones brutales de explotación de nuestros pueblos y de nuestras naciones forjó experiencias políticas ejemplares -como el Frente Popular en Chile, la Revolución Boliviana de 1952, los movimientos nacionalistas en la Argentina, Brasil y México, entre otros países, el Bogotazo en Colombia-, hasta que un movimiento revolucionario trajo a nuestro continente la actualidad de las revoluciones anticapitalistas y socialistas con el triunfo de Cuba, liderado por Fidel Castro, quien por primera vez en la historia de la humanidad derrotó al hasta aquel entonces imbatible imperio estadounidense.

Los movimientos guerrilleros que siguieron a la Revolución Cubana sacudieron a los sistemas de dominación de decenas de países: Guatemala, Venezuela, Perú, Colombia, la Argentina, Uruguay, Brasil, República Dominicana, Nicaragua, El Salvador y Bolivia, y amenazaron al poder imperial y a sus gobiernos locales. Las experiencias de gobierno de Salvador Allende en Chile, de Juan Velasco Alvarado en Perú, de los sandinistas en Nicaragua y de Maurice Bishop en Granada fueron momentos de ejercicio del poder en manos de los movimientos ascendentes populares, que tuvieron que ser destruidos con todas las armas del imperio y de las oligarquías locales para que no pudieran continuar con la construcción de sociedades libres y solidarias.

No obstante, el viejo topo latinoamericano no se dejó reducir a la inercia y reapareció de manera sorprendente y vigorosa en otros lugares, como subproducto de la intensificación de la superexplotación, la opresión, el despojo, la discriminación y la humillación a la que nuestros pueblos continuaron siendo sometidos. Las dictaduras militares recibieron como respuesta la reacción de nuevos movimientos sociales, nuevas fuerzas sindicales, políticas y culturales, con los movimientos de mujeres y de pueblos y naciones indígenas del continente que asumían el lugar de protagonistas en esos combates.

El final de las dictaduras en los países del continente trajo aparejado, no la democracia social, junto con la nueva institucionalidad política, sino nuevas formas de hegemonía del gran capital -esta vez liderado por el capital financiero, bajo su modalidad especulativa-, conformadas en el modelo y en las políticas neoliberales. La mercantilización de nuestras sociedades adquirió proporciones inusitadas -llegó a las empresas estatales, la educación, la salud y el agua-, sin privarse de nada e intentando someter todo a su ley del "todo tiene precio, todo se vende, todo se compra", como si hubiéramos dejado de ser sociedades y naciones para transformarnos en shopping centers.

A pesar de las enormes transformaciones que comenzaron a introducirse en el continente, los procesos de industrialización sustitutiva de importaciones enseguida se toparon con la dependencia de inversiones y préstamos externos, y, sobre todo, no impidieron que nuestro continente ostentara el privilegio de ser la región más desigual y, por lo tanto, más injusta del mundo. En dicha situación, Brasil se destaca como la economía más desarrollada y la sociedad más injusta entre las más injustas: fenómenos estrechamente asociados con el modelo de acumulación de capital fundado en la dependencia, la democracia restringida, la superexplotación del trabajo, la exportación y el consumo de las altas esferas ele la sociedad.

La fiesta neoliberal se acabó pronto -fueron presagios y confirmación de su corta existencia la crisis mexicana de 1994, la brasileña de 1999 y la argentina de 2001-, lo cual propició la elección de gobiernos que por primera vez anunciaban propuestas posneoliberales, en Ecuador, Venezuela, Brasil, la Argentina, Uruguay, Bolivia y Paraguay. Como era de esperar por el agravamiento de las desigualdades, por la expropiación de derechos a la que se dedicó el neoliberalismo, por la dilapidación del patrimonio público de los Estados latinoamericanos, transformados en celadores de los intereses del capital financiero, la reacción de los pueblos latinoamericanos y caribeños no tardó en llegar.

De esta manera, después de que el continente fuera transformado en laboratorio de experiencias del neoliberalismo -nacido en Chile, con la dictadura militar de Augusto Pinochet, y en Bolivia, desde donde se extendió a toda América Latina, adoptado por fuerzas nacionalistas y socialdemócratas-, no es de extrañar que se haya convertido en el principal epicentro de la lucha contra el neoliberalismo en el mundo. Más de diez gobiernos cayeron bajo el impacto de las luchas de los movimientos sociales que les arrebataron toda su legitimidad por haber intentado sostener un modelo agotado.

Nuestro continente pasó a ser un territorio de duros enfrentamientos entre lo viejo y lo nuevo. Lo viejo, en sus intentos por mantener y reproducir, aunque bajo formas remozadas, un modelo agotado, que trajo concentración de ingresos y de riqueza, privilegio de la especulación sobre la producción y la creación de puestos de trabajo, expropiación de derechos sociales, debilitamiento de la capacidad soberana de los pueblos de decidir sobre su destino, desfiguración de las identidades culturales, entre tantos otros elementos regresivos. Lo nuevo, en la afirmación de la autodeterminación de los pueblos, en la regulación pública de las relaciones mercantiles, en la extensión de los derechos sociales, en la defensa de las identidacles culturales.

Por eso, América Latina y el Caribe se transformaron en el escenario histórico privilegiado de este comienzo de nuevo siglo, pues adquirieron una centralidad en el mundo, que parecían haber perdido. Un continente que posee cerca del 10% de la población mundial, con una población básicamente joven, que apuntará a su vez a una participación cada vez mayor en el total de habitantes del mundo.

No es casual que haya sido aquí donde surgió el Foro Social Mundial, con las luchas sociales más importantes del mundo, la reorganización de los movimientos indígenas y campesinos, y posiblemente el pensamiento social más rico del planeta.

Un continente que abarca alrededor de 20 millones de kilómetros cuadrados, y ocupa aproximadamente un sexto del territorio mundial. Un área que alberga inmensas riquezas naturales (biológicas, mineras, marinas y terrestres) y que constituye el espacio más fértil del planeta en lo que se refiere a biodiversidad, pues incluye a la región amazónica, zona de incomparable exuberancia biótica; complementada además por la fecunda variedad de especies en toda la extensión que va desde Colombia hasta México.

Asimismo, albergamos áreas de inmensos recursos biogeográficos para la reproducción y el desarrollo de la vida humana, con incontables planicies, valles y altiplanos propicios para el asentamiento humano en gran escala, con potencial para transformarse en la región de mayor desarrollo del mundo si sus pueblos ocupan de manera equilibrada y fértil estos territorios, con conciencia y autodeterminación.

La elección del primer gobierno indígena del continente en Bolivia en el año 2005 es el mejor anuncio de la lucha emancipatoria de América Latina y del Caribe en el siglo XXI. Indígenas que asumen su condición y que votan a un indígena, que se vuelven a apropiar de las riquezas naturales del país, que vuelven a fundar el Estado boliviano, descolonizándolo. En el nuevo siglo, el continente se encuentra dividido entre la firma de acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos y la búsqueda de su propio camino, con procesos de integración regional y de definición de un rumbo original, soberano, justo, solidario.

El pensamiento social latinoamericano, con sus características críticas y pluralistas, fue protagonista esencial de la historia del continente a lo largo de todo el siglo pasado, especialmente en su segunda mitad. Ante la crisis de hegemonía que enfrentan América Latina y el Caribe, a este pensamiento se le presentan nuevos desafíos: una crisis económica, social, política, cultural, pero también intelectual. Nuevos tiempos traen nuevos desafíos y exigen nuevas respuestas.

El continente ha dejado atrás el siglo XX con una fisonomía totalmente cambiada, tanto en la economía como en las relaciones sociales, en los sistemas políticos y en sus dimensiones culturales. Después de haber vivido transformaciones concentradas en las dos últimas décadas, el nuevo siglo surge, para América Latina y el Caribe, como un desafío no menos importante.

El proyecto de Latinoamericana: enciclopedia contemporánea de América Latina y el Caribe nació de esa necesidad de rescatar al continente, después de que diversas políticas y concepciones neoliberales rebajaran a nuestros países a meros campos de inversión y especulación. La bibliografía sobre América Latina y el Caribe fue víctima de la misma degradación que sufrieron nuestras naciones. A la predominancia del capital financiero le correspondió la preponderancia de concepciones economicistas, con interés especulativo, en detrimento de la historia, la cultura, las identidades, las relaciones y los movimientos sociales, es decir, de todo lo que compone la vida de los países latinoamericanos y caribeños.

El año 1967 fue emblemático en ese reconocimiento mundial del continente a causa de dos acontecimientos, uno trágico, el otro glorioso: la muerte de Ernesto Che Guevara en Bolivia coincidió con la publicación de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. La imagen que sería la más vista en todo el universo (la del Che observando el funeral de las víctimas de un atentado terrorista en el puerto de La Habana) y la maravillosa narrativa de Márquez comenzaron a circular por todos los rincones del mundo para consolidar el peso y la trascendencia latinos.

A partir de ese momento predominó la contraofensiva conservadora. Los regímenes de terror prepararon el campo para la puesta en marcha del modelo neoliberal, que encontró en la dictadura de Pinochet el prototipo de la articulación entre represión y superexplotación. En un período relativamente corto, el continente fue víctima de una regresión económica, social y cultural sin precedentes, al mismo tiempo que los abordajes teóricos reflejaban esa tendencia.

El proyecto de Latinoamericana se enlaza con la lucha de resistencia contra el neoliberalismo y la lucha por rescatar al continente con todas sus dimensiones históricas y culturales, políticas, económicas y sociales. El centenar de autores y colaboradores aquí reunidos, todos incluidos en la tradición del pensamiento crítico e independiente, refleja la creatividad, la diversidad y la riqueza de los análisis de América Latina y el Caribe.

Cuando García Márquez reivindicó para nuestro continente el derecho de decidir sobre su propio destino, recibiendo el mismo respeto y celebración que ensalzaron nuestra capacidad singular de creación en el plano de la cultura en general, podría haber incluido también el pensamiento social latinoamericano.

En los marcos del pensamiento crítico, de las interpretaciones plurales, pero centradas en las raíces históricas específicas de nuestro continente, se desarrollaron teorías y análisis diversos, pero que compartían la visión del mundo y de nosotros mismos arraigada en el Sur, en la periferia del sistema, donde fuimos ubicados por la colonización y por la hegemonía imperial. Desde ese lugar, la enciclopedia se constituye y se observa a sí misma y al mundo.

Concebirla exigió un esfuerzo extraordinario de un equipo pequeño, cuya coordinación habría sido imposible sin el papel decisivo de Ivana Jinkings, alma y motor permanente del proyecto que contó con la colaboración de un grupo de investigadores, redactores y editores, a la altura del desafío que nos propusimos. El resultado es esta edición de Latinoamericana: enciclopedia contemporánea de América Latina y el Caribe, cuyo objetivo es servir como obra de referencia para aquellos que pretenden pensar el continente a partir de su inserción histórica específica en el mundo del siglo XXI.