Migraciones

El fenómeno de las migraciones internacionales constituye un tema actual y de interés notorio que demanda una mayor atención por parte de los ámbitos académicos, económicos, políticos y gubernamentales. Su relación con el desarrollo lleva a discusiones no resueltas sobre cuestiones relacionadas con los efectos demográficos, económicos, sociales y políticos de los movimientos poblacionales. La migración tiene consecuencias negativas y positivas, tiene costos y beneficios. La pérdida de población significa fuga de capital humano, mientras que la captación de población calificada constituye parte de la política de los países con tradición inmigratoria. No obstante, la migración sirve de “válvula de escape” para la presión demográfica ejercida sobre los mercados de trabajo en los países de origen y, en contraste, suele responder a las demandas de trabajo no atendidas por la población nativa en los lugares de destino. La reducción de las camadas más jóvenes, provocada por el envejecimiento demográfico en los países desarrollados, es en parte compensada con la población inmigrante. Las transferencias de dinero enviado por los inmigrantes tienen impacto directo sobre las economías familiares y sobre el producto nacional de los países con alta migración.

De importancia variable en diferentes épocas y regiones, en la actualidad la migración internacional se ubica entre los fenómenos sociales de mayor alcance. Una perspectiva analítica consistente la considera a partir de los desequilibrios y de las disparidades económicas entre los países. Actualmente, en América Latina, dicho punto de vista continúa siendo el principal eje sobre el cual gira la investigación, o por lo menos buena parte de los intentos de explicar la migración internacional de trabajadores. El contexto mundial actual y las crisis económicas recurrentes le otorgan proyección. En los últimos decenios, la migración internacional de trabajadores, particularmente hacia los Estados Unidos y otras regiones desarrolladas, ha crecido sustancialmente. Juan Petit (2003) informa que en el período 1980-1990 “el número de latinoamericanos y caribeños censados en los Estados Unidos se duplicó”; según Pellegrino (2003), cabría destacar que “la emigración hacia el norte se convirtió en un proyecto de vida para muchos latinoamericanos, cuyo impacto trasciende el efecto individual sobre los migrantes y sus familias y contribuye a alterar la estructura social de los países de origen”.

Las preocupaciones que relacionan la migración con las transformaciones económicas no son recientes, pero el marco actual de la globalización y el modelo económico dominante determinan aspectos inéditos y paradójicos. Los movimientos poblacionales de las últimas décadas son sustancialmente diferentes de los del siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX, volcados hacia la colonización de nuevos espacios. La migración actual es fundamentalmente laboral, del sur hacia el norte, dirigida a las “ciudades globales”, más dinámicas, económica y socialmente integradas.

La situación actual está atravesada, por un lado, por crisis económicas recurrentes y, por el otro, por los cambios estructurales que se vienen gestando desde la década de 1980, caracterizados por los emergentes procesos de reorganización productiva, que dan lugar a nuevas formas de contratación y uso de la fuerza de trabajo. Ambos aspectos no sólo parecen marcar y reorientar las tendencias migratorias, sino también, de acuerdo con la perspectiva de las estructuras de opciones ocupacionales, inducir algunas alteraciones en la dirección de los flujos migratorios, así como en el perfil diferenciado por sexo y edad de la fuerza de trabajo inmigrante.

Al comenzar el siglo XXI, América Latina y el Caribe presentan características de una región de emigración, después de haber sido escenario de intensos movimientos de inmigración. El significado social y económico de ese cambio se está haciendo progresivamente más visible. La región muestra una ampliación y diversificación de orígenes y destinos, indicadores de una acentuada complejidad del fenómeno actual.

Globalización y migración internacional

El actual proceso de globalización ha derrumbado fronteras económicas, sociales y culturales al fomentar la circulación ampliada de capitales y mercaderías, valores, símbolos e imágenes. Particularmente, el desarrollo de la comunicación incentiva los intercambios de población entre los países al acortar las distancias geográficas y culturales, facilitar la formación de redes y ofrecer la información indispensable para la toma de decisiones en los aspectos familiares e individuales. La globalización parece abierta a las posibilidades de movimiento ilimitado de poblaciones entre países y regiones. A pesar de ello, el propio modelo económico ha impuesto severos controles a la libre movilidad de los trabajadores, la cual es selectiva en función de determinadas categorías de inmigrantes y de la demanda de fuerza de trabajo en los países de destino. Esto significa que la globalización viene introduciendo modificaciones en relación con la intensidad y la orientación de los flujos y provocando cambios importantes en el perfil sociodemográfico de los migrantes.

El fenómeno de la migración internacional actual es complejo: por un lado, está vinculado con las tendencias de integración económica mundial y, por otro, expresa los procesos de inclusión y exclusión propios de la sociedad global. La globalización tiende a la creación de un espacio mundial único, caracterizado por intrincadas redes de intercambio e influencias recíprocas entre países y regiones. La sociedad actual, en la perspectiva de Castells (1999), tiende a estructurarse a partir de los llamados “espacios de flujos”, que incluyen movimientos globales de capitales, información, tecnología, conocimiento e imágenes. No obstante, en lugar de tender hacia una homogeneización social, la globalización ha generado nuevas formas de desigualdades entre los países y en el interior de los mismos. La propia dinámica de la descentralización económica transfronteriza ha conformado polos de inversiones, marginalizando ciertas regiones y favoreciendo otras.

La globalización generó una tensión paradójica entre las tendencias de homogeneización y uniformización y las desigualdades sociales. En gran parte, el incremento de la migración internacional responde a las citadas condiciones de desigualdades regionales y sociales. La migración internacional encuentra determinantes básicos en las desigualdades de desarrollo, pero esto implica muchos factores intermediarios y colaterales. En ese sentido, una variable demográfica que incide sobre el incremento potencial de la migración hacia los países desarrollados tiene relación con el notable envejecimiento demográfico, contraponiéndose al acentuado crecimiento de la población en edad productiva en las regiones más pobres.

La migración tampoco puede ser explicada sólo por la condición social del individuo o del entorno familiar al cual pertenece: el fenómeno es esencialmente económico, pero no migran sólo los más pobres. La migración internacional guarda relación con la propia “tradición migratoria” y la existencia de redes de relaciones interpersonales en los países de destino. Su complejidad deriva de la diversidad de factores que la estimulan y promueven, al mismo tiempo que la distinguen de los patrones del pasado.

La globalización económica generó nuevas incógnitas sobre el fenómeno migratorio. Según Margulis (1984), el estudio actual de la migración internacional obliga a tener en cuenta las “condiciones imperantes en la división internacional del trabajo y la nueva dinámica que se está gestando en los procesos de acumulación a escala mundial”. La migración no es comprensible sólo a partir del sistema de referencia y de las circunstancias familiares bajo las cuales se genera la decisión de traslado. La creciente migración de trabajadores coincide con las transformaciones del capital en los países centrales y con las estrategias de fragmentación de los procesos industriales, llevando hacia las periferias las etapas intensivas en mano de obra. Según Castles (1997), las migraciones internacionales son una parte esencial del modelo económico vigente; en particular, “la emigración es un aspecto de la disolución de las estructuras económicas y sociales tradicionales que ha producido la globalización”. Sin embargo, en el contexto de la globalización, el fenómeno de migración internacional está marcado por fuertes contradicciones: las mismas circunstancias que propician la liberalización, la circulación y los intercambios diversos restringen el libre movimiento de la mano de obra entre países, salvo los movimientos temporarios en el marco de la oferta de servicios.

Los cambios podrían ser comprendidos bajo diferentes perspectivas, enfatizando diversas dimensiones de las tendencias de mundialización económica. El nuevo orden industrial internacional surgió como una estrategia de producción integrada, que transfirió segmentos importantes de la actividad manufacturera a los países en desarrollo con potenciales ventajas competitivas en términos de costos operacionales, disposición de recursos y existencia de mercados. La globalización se apoya sobre esa lógica de intensificación de la competencia, y la reubicación industrial es parte de esa doble dinámica que asocia la inversión extranjera con las posibilidades de mayor explotación de la producción y del trabajo. La acumulación se está desplazando cada vez más hacia las periferias. La reubicación o descentralización productiva es parte del nuevo proceso de reestructuración global de la producción, que sigue la misma lógica, pero en sentido opuesto al de la migración internacional. Las migraciones “globales” derivan de las desigualdades incrementadas con el actual modelo económico, pero en la concepción de Beck (2000) ellas coexisten con el fenómeno presentado en el cual “no migran las personas, sino los puestos de trabajo”.

La situación actual

La globalización contribuyó para, en las últimas décadas, hacer mayoritarias las migraciones internacionales hacia las regiones más prósperas. Según la International Organization for Migration (IOM), el número de migrantes o personas que residen en un país diferente al de su nacimiento en el mundo pasó de 81,5 millones a 175 millones entre 1970 y 2000. En los países más desarrollados, la participación relativa de la población inmigrante creció del 47% al 63%, en contraste con la correspondiente caída del 53% al 37% en los no desarrollados. La mayor concentración de migrantes está en Asia, América del Norte y Europa; a excepción de América del Norte y de la ex Unión Soviética, que incrementaron sus participaciones, pasando del 16% al 23,3% y del 3,8% al 16,8%, respectivamente, en todas las demás regiones, las proporciones de migrantes disminuyeron entre 1970 y 2000. No obstante, en el caso de la ex Unión Soviética, esto se debe más a la redefinición de las fronteras a partir de la disolución de ese Estado que a la migración internacional (véase cuadro abajo). La participación relativa de América Latina y del Caribe en la migración internacional cayó del 7% al 3,4%. La tendencia receptora de migrantes de diversas partes del mundo que mantuvo la región, por lo menos hasta la década de 1970, se invirtió (IOM, 2005).

La migración internacional es uno de los fenómenos más relevantes de la etapa de desarrollo atravesada por los países de América Latina y del Caribe. El fenómeno migratorio no es novedad en la región. A pesar de ello, el contexto internacional de fuertes asimetrías y de interdependencia en todos los niveles, de transformación en las estructuras de poder que afectan a los Estados y sus soberanías, las incertidumbres crecientes, la vulnerabilidad y las situaciones de tensión, promueven la movilidad de las personas tanto como el rechazo de la migración por parte de la mayoría de los países receptores. En la región, existen serias dificultades de absorción de los nuevos contingentes que ingresan al mercado de trabajo; además, son crecientes las condiciones de desigualdad social y persiste el deterioro de las condiciones de vida. En contrapartida, los avances en las tecnologías de las comunicaciones y la información sobre las oportunidades distantes, las mayores facilidades de transporte y la existencia de comunidades de inmigrantes son factores que incentivan la migración.

Migración internacional: patrones

Las migraciones internacionales ocupan un lugar especial en la historia de América Latina y del Caribe, que se remonta al momento de la conquista, pasa por la larga etapa de la colonización y se extiende hasta la fase siguiente a la organización de los Estados independientes. Durante buena parte de este período, los desplazamientos se originaron básicamente desde los reinos ibéricos colonizadores de la región y desde África, proveedores de tandas sucesivas de esclavos. No obstante, fue durante el siglo XX cuando los territorios latinoamericanos se caracterizaron por una intensa movilidad humana sobre las fronteras nacionales, con diferentes características y especificidades según el contexto sociopolítico y económico local y global.

En ese sentido, es posible distinguir tres grandes patrones migratorios: la inmigración ultramarina, principalmente del sur de Europa y, en menor proporción, del Oriente Próximo de Asia (Villa y Martínez, 2001); la migración intrarregional, que tiene un carácter fundamentalmente histórico, alimentado por factores estructurales –desigualdades de desarrollo económico y social– y coyunturales (Norambuema, 2005; Villa y Martínez, 2004); y la migración extrarregional, particularmente hacia los Estados Unidos –país que es en la actualidad el principal destino de latinoamericanos y caribeños, puesto que tres cuartos del total de los emigrantes están en ese país (Villa y Martínez, 2004)–, y hacia nuevos destinos no continentales, fundamentalmente España y Japón, corriente migratoria que comenzó a cobrar fuerza a mediados de los años 90, no sólo por el volumen y crecimiento alcanzados, sino por sus características, interpretaciones y consecuencias.

A continuación serán presentados los principales trazos de los patrones de la migración ultramarina, de la migración intrarregional y de la migración extrarregional, enfatizando los principales países de origen y de destino. También serán examinados, en líneas generales, el proceso de las migraciones internas, de sentido rural-urbano, que tuvo su prolongación en las migraciones intrarregionales, y la presencia femenina cada vez mayor en los flujos migratorios contemporáneos.

Inmigrantes japoneses esperan alojamiento en hospedaje público, en São Paulo, Brasil, en los años 1930 (Reproducción /Museu Histórico da Imigración Japonesa)

Inmigración ultramarina

Los países de América Latina y del Caribe, particularmente la región sur atlántica del continente, recibieron una parte de la gran corriente emigratoria europea entre la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX (Pellegrino, 2003). Aunque el proceso migratorio haya presentado fluctuaciones en el volumen de los flujos a lo largo de los años, fue un movimiento bastante intenso e incidió fuertemente en la configuración de las sociedades nacionales locales (Villa y Martínez, 2001). Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, esos flujos vienen disminuyendo continuamente, lo que se refleja en el envejecimiento de los inmigrantes europeos en cada país.

La intensa inmigración ultramarina congregó a más de 11 millones de personas, que desembarcaron desde mediados del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX, en su mayoría constituida por italianos, españoles y portugueses. Varios países se beneficiaron con la inmigración transa­tlántica y muchos inmigrantes consolidaron sus proyectos de vida o encontraron refugio, ayudados por los Estados, que consideraban favorable la llegada de los inmigrantes para la colonización de las tierras, la industrialización y la urbanización. Esto constituye, tal vez, la consecuencia y la lección más importante de esos movimientos, a pesar de la preferencia no disimulada por los europeos del norte por parte de muchos gobiernos, y de la ingenua creencia de que ellos contribuirían a “mejorar la raza”. En opinión de Carmen Norambuena (2005), este discurso –adoptado por numerosos intelectuales y políticos– habría configurado –en países como Chile– una verdadera “ideología de la inmigración”. Como señala la autora, la sentencia “gobernar es poblar”, atribuida al argentino Juan Bautista Alberdi (1810-1884), fue internalizada fuertemente por la clase política de muchos países, aunque los resultados de los diferentes esfuerzos para atraer inmigrantes seleccionados hayan quedado lejos de los deseados.

El flujo de inmigrantes ultramarinos disminuyó de casi 4 millones de personas en 1970 a menos de 2,5 millones en 1990, y a menos de 2 millones de acuerdo con el censo de 2000. Esa población, que representaba más de tres cuartos del total de inmigrantes de la región en 1970, actualmente cayó al 41%. La Argentina, Brasil y Venezuela reúnen el mayor número de inmigrantes extrarregionales, y, sólo en Brasil, éstos predominan sobre los inmigrantes venidos de los países de la propia región (véanse gráficos abajo). A pesar del envejecimiento de los antiguos inmigrantes, la mayor parte de ellos, según los datos de la Investigación de la Migración Internacional en América Latina (IMILA), obtenidos en el censo de 2000, estaba integrada por hombres (Martínez, 2004).

La migración ultramarina fue particularmente importante para los países del Atlántico y el Caribe. Una justa evaluación también debería considerar la historia más antigua de estos movimientos, los hechos asociados a la conquista y a las catástrofes demográficas. No obstante, no hay dudas sobre el impacto de la inmigración europea en la formación de las identidades de las sociedades regionales, lo que puede observarse en múltiples ámbitos, desde sus instituciones a la industria, transición demográfica, idioma, cultura y religiosidad.

Aspectos de la migración intrarregional

Al mismo tiempo que los europeos desembarcaban, se producían intercambios intrarregionales en diferentes subregiones de frontera de América Central y de América del Sur, así como en las naciones insulares del Caribe. Su menor volumen y su asociación con la migración interna hicieron que el fenómeno pasase virtualmente inadvertido, sin merecer gran atención por parte de los estudiosos y los gobiernos. A pesar de ello, dichos intercambios tienen un carácter secular y han subsistido a los conflictos limítrofes que los países enfrentaron –razón por la cual también contribuyeron a la formación de las identidades nacionales–. Es importante destacar este hecho, dado que estos movimientos llegaron a producirse en ausencia y en presencia de restricciones y fronteras (Norambuena, 2005).

La migración de una región a otra y, especialmente, entre países de la misma región, tiene mucho interés debido a las potencialidades que acarrea para el desarrollo, la integración subregional y la constitución de mercados ampliados. Las iniciativas en ese sentido deben ser preservadas en relación con los conflictos y eventuales externalidades negativas, sobre todo ante las restricciones interpuestas por los países desarrollados. Los esfuerzos de unificación, emprendidos en los últimos años en bloques como la Caricom, la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Mercosur, se encaminan por el rumbo correcto al buscar criterios comunes que faciliten la migración y la residencia de los ciudadanos de los países miembro en el marco de la creación de un mercado común y, posteriormente, de un espacio comunitario.

La movilidad intrarregional tiene sus orígenes en la histórica heterogeneidad económica y social de los países de América Latina y del Caribe. La mayoría de los movimientos se produce entre países vecinos y en las zonas fronterizas, en muchos casos configurando regiones de intenso dinamismo comercial, algunas de ellas con características bilingües (por ejemplo, entre Brasil y Paraguay). Ciertamente, la migración intrarregional antecede al liberalismo emergente, a los procesos de apertura económica integracionistas y a los tratados de libre comercio. Sin embargo, guarda una relación potencial con dichos procesos, lo que contribuye a su éxito, su legitimidad y a la consecución de los objetivos de cohesión social en un espacio comunitario. En América Latina, por lo menos hasta el decenio de 1960, todos los movimientos de migración internacional importantes “eran de carácter fronterizo” (Pellegrino, 2003).

Durante la década de 1970 hubo en particular un gran aumento de los flujos intralatinoamericanos, pasando a representar de 1,2 a 2 millones de personas en 1980 (Villa y Martínez, 2001). En los años 80, hubo sólo 2,2 millones de inmigrantes regionales, según los datos del censo de 1990. No obstante, durante la década de 1990 se presentó nuevamente una recuperación de la dinámica intrarregional, llegando a 2,9 millones de inmigrantes en 2000, conforme muestra el cuadro abajo. Los dos últimos decenios estuvieron marcados por profundas crisis económicas y políticas, pero los procesos de democratización y recuperación económica de la primera mitad de la década de 1990 actuaron en los países receptores como un estímulo para la inmigración.

Los principales países de inmigración son tradicionalmente: Argentina, Costa Rica y Venezuela. A su vez, Colombia, Paraguay, Nicaragua, Bolivia y Chile están entre los que exhiben las mayores cantidades de emigrantes en la región. En la Argentina y en Venezuela, la atracción se explica por la oferta relativa de empleos y por las ventajas salariales. Las décadas de 1980 y 1990 no presentaron un aumento significativo en el volumen de inmigrantes regionales, probablemente debido a las crisis económicas, pero la inmigración continuó, aunque reducida. Por otra parte, en Costa Rica, los flujos aumentaron significativamente debido al incremento de la presencia de inmigrantes nicaragüenses de los sectores agrícolas y de servicios (Baumeister, 2005). En conjunto, los tres países recibieron al 77% de los inmigrantes regionales en el año 2000.

Con respecto a los principales flujos hacia la Argentina, cabe destacar que los inmigrantes paraguayos, chilenos, bolivianos y uruguayos, en ese orden –en cantidades superiores a 200.000 personas en cada caso– tienen una presencia histórica, que no se vio afectada sustancialmente por las crisis del país. A ellos se agregó –en los años 90– una importante afluencia de peruanos, con una comunidad de casi 100.000 personas, mayor que la establecida en Chile.

Este país, a su vez, experimentó un gran aumento de la inmigración durante la década de 1990, proveniente fundamentalmente de Perú. La hipótesis plausible es que revirtió su tradicional papel de expulsor y pasó a ser un país de inmigración. A pesar de ello, el análisis requiere cautela, ya que los inmigrantes representan menos del 1% de la población chilena.

En Venezuela, la inmigración proviene fundamentalmente de personas nacidas en Colombia, como producto de una intensa relación fronteriza y de la interacción de los mercados de trabajo. Los colombianos constituyen el mayor flujo intrarregional y tienen creciente presencia también en Ecuador, Panamá y Costa Rica. Esta emigración se vio ciertamente exacerbada en la década de 1990 por la intensificación de la violencia y el deterioro de la economía, dirigiéndose incluso en mayor escala a los Estados Unidos y a España. Se estima que existen más de 700.000 colombianos inmigrantes en países de la región. Otros flujos significativos son los de chilenos (aunque antiguos) y de paraguayos, con cantidades cercanas a 300.000 personas. Siguen los nicaragüenses, cuyo destino a Costa Rica configura un patrón característico centroamericano (Martínez, 2004).

Marcha por los derechos de los inmigrantes en Los Ángeles, Estados Unidos, en marzo de 2006 (Bob Morris/Creative Commons)

América Central

Las crisis económicas, políticas y sociales generalizadas y los conflictos armados en muchos de los países del istmo centroamericano, ocurridos entre las décadas de 1970 y 1980, consolidaron un patrón de movilidad que se mantiene hasta los días actuales en los países que experimentaron situaciones de conflicto y se convirtieron en zonas expulsoras de inmigrantes, como es el caso de Nicaragua, El Salvador y Guatemala, mientras que Costa Rica y Belice funcionan como países receptores (Martínez, Villa y Pujadas, 2004). Ambos presentan tendencias similares en los impactos de la inmigración sobre las esferas demográfica, social y económica, a pesar de las diferencias de magnitud de los volúmenes de inmigrantes. En Belice los principales flujos provienen de Guatemala y de El Salvador. En conjunto, los inmigrantes representan cerca del 15% del total de la población del país. En Costa Rica, los inmigrantes provenientes de Nicaragua constituyen el 83% de los inmigrantes regionales, cuyo total se aproxima al 10% de la población (Martínez, 2004). El istmo se caracteriza, además, por su condición de lugar de tránsito migratorio hacia el norte, lo que pone en discusión las políticas migratorias y la seguridad regional.

La subregión del Caribe anglófono y latino está marcada por varias características. En primer lugar, existe una intensa circulación de personas entre las naciones insulares, pero la movilidad tiende a relacionarse menos con los traslados de residencia. Sin embargo, el mejoramiento de los niveles de vida y la mayor demanda de mano de obra en el sector turístico han estimulado la movilidad y la migración hacia los países con mayor desarrollo económico relativo, como es el caso de Bahamas. Hasta 1990, más de la mitad de los inmigrantes de la Comunidad del Caribe procedía de la propia subregión, lo que equivalía a casi el 4% del total de su población (Villa y Martínez, 2001).

La migración de habitantes de Haití hacia la República Dominicana es un caso especial en el Caribe. Se trata de una de las corrientes más numerosas de la subregión, entre dos países con raíces históricas muy próximas y con aparentes conflictos no resueltos en su relación. Según los datos del último censo dominicano, el volumen de haitianos –en torno a los 65.000 migrantes– representa más del 80% de los inmigrantes regionales y el 64% de los extranjeros en el país. Según la misma fuente, la migración masculina alcanza al 64%, aunque los estudios indiquen un aumento en la participación de mujeres haitianas en la República Dominicana, en especial debido a su inserción en el servicio doméstico (Martínez, 2004; Silié, Segura y Dore, 2002). Los flujos recientes se caracterizan por la alta incidencia de migrantes no documentados y por las modalidades informales de inserción en el mercado de trabajo. Cabe destacar que la República Dominicana es un país con fuerte emigración hacia los Estados Unidos y constituye uno de los principales países caribeños de emigración de trabajadoras sexuales víctimas de la trata de personas, un problema creciente en la migración internacional y que afecta también a otros países de América Latina (Martínez, Villa y Pujadas, 2004).

Migraciones internas y femeninas

Falta examinar algunos fenómenos asociados a las migraciones intrarregionales. Uno de ellos es el vínculo entre éstas y las migraciones internas; el otro, la fuerte presencia femenina en los desplazamientos de las últimas décadas.

Con respecto al primer tema, un período decisivo fue el de las décadas de 1960 y 1970, en las cuales, por primera vez, una parte mayoritaria de los latinoamericanos pasó a residir en zonas urbanas. La migración rural-urbana, temporaria o permanente, se convirtió en estrategia de supervivencia de campesinos y trabajadores pauperizados, después de haber sido desarticuladas sus unidades productivas.

En la década de 1980 no sólo se reforzó la urbanización con la acelerada llegada de la población desplazada del campo, sino también, como resultado de la crisis económica, se generaron enormes desajustes en los mercados de trabajo. A su vez, los años 90 fueron de recuperación, aunque las propias reformas económicas neoliberales hayan disminuido las oportunidades de empleo, incrementado las desigualdades sociales y el deterioro de los servicios públicos, y la vida en las grandes ciudades se haya vuelto más conflictiva.

Las nuevas tendencias demográficas y económicas permiten advertir una nueva estructuración y funcionalidad de las ciudades, y cambios en los patrones migratorios. A partir de la década de 1990, la proporción de la población que vivía en situación de pobreza comenzó a disminuir levemente, aunque haya aumentado de manera significativa la desigualdad de ingresos y se haya ensanchado la brecha entre ricos y pobres. La pobreza se hizo más compleja, urbana y persistente y, su evolución, muy heterogénea. En ese mismo sentido, la dinámica de la migración, que anteriormente había dado lugar a grandes conformaciones demográficas, tendió a diversificarse en lo que se refiere a la dirección de los flujos y a la composición sociodemográfica de los migrantes.

Los procesos migratorios –internos, determinados por la industrialización de mediados del siglo pasado, que dio origen a las grandes metrópolis–, en las décadas de 1970 y 1980, evidenciaron cambios que sugerían la desconcentración demográfica, el crecimiento de ciudades intermedias y el incremento de las migraciones interurbanas e internacionales. Con respecto a esta problemática, Pellegrino (2003) observó que “la migración intrarregional puede ser considerada como una prolongación de la migración rural-urbana”, ya que “también funcionó como migración de relevo en regiones donde se producía escasez de mano de obra en virtud de la emigración de la población nativa hacia las zonas urbanas”.

El segundo aspecto, relativo a la participación cada vez mayor de las mujeres en las migraciones, se torna especialmente visible a nivel intrarregional desde los años 80. Según los datos del Censo de 2000, pueden citarse como ejemplos relevantes las inmigraciones colombianas hacia Venezuela (en promedio, de 91,4 hombres por cada 100 mujeres), las colombianas hacia Ecuador (89,2 hombres por 100 mujeres), y las peruanas hacia Chile (66,5 hombres por cada 100 mujeres). Este fenómeno de la “feminización cuantitativa” de la migración internacional (Martínez, 2004) se relaciona tanto con las transformaciones económicas mundiales y la reestructuración de los mercados de trabajo como con el afianzamiento de las redes sociales y familiares. Esto obliga a que el análisis adopte un enfoque de género, pues la migración potencia nuevos espacios para las mujeres, al mismo tiempo que amenaza perpetuar patrones de desigualdad de género.

Por último, se debe destacar el caso singular de México: es a la vez un país receptor, de tránsito hacia los Estados Unidos, fundamentalmente de pueblos centroamericanos, y con altos volúmenes de emigración. La inmigración intrarregional, en su gran mayoría guatemalteca y salvadoreña, es más fuerte en los estados mexicanos meridionales. Y la emigración mexicana a los Estados Unidos constituye un fenómeno sin paralelo en la historia y en la geografía de América Latina y el Caribe.

La migración hacia los Estados Unidos

La migración internacional de América Latina y el Caribe ha cambiado en lo que se refiere a la intensidad y a la dirección. Hasta mediados del siglo XX, la región experimentó una intensa inmigración proveniente de países europeos, que coincidió con los movimientos migratorios de carácter interno y con la migración intrarregional, transfronteriza (Celade, 2005). La larga etapa de crecimiento económico –que se extendió desde la fase posterior de la Segunda Guerra Mundial, con tasas de crecimiento del PBI superiores al 5% (CEPAL, 2001), hasta mediados de 1970– estimuló los intercambios intrarregionales y mantuvo el atractivo tradicional por parte de algunos de los países generadores de emigración ultramarina. El agotamiento del modelo de industrialización sustitutiva y la crisis económica subsiguiente pusieron límites a esta tendencia. El PBI de la región cayó al 1,2% durante los años 80.

La llamada “década perdida”, aunque no haya alterado considerablemente los intercambios entre los países de la región, contribuyó a la reversión de la dinámica migratoria extrarregional y al aumento de la importancia de la migración hacia otras regiones. La emigración hacia países desarrollados y, en particular, a los Estados Unidos se convirtió a partir de entonces en un fenómeno social de mayor relevancia para algunos países latinoamericanos (Pellegrino, 2003) (conforme indica el gráfico abajo).

La emigración hacia los Estados Unidos constituye el flujo migratorio más importante de la región en las dos últimas décadas. Muchos países que hasta entonces figuraban como lugares de destino experimentaron un notable descenso de la inmigración. Se calcula que más de 20 millones de latinoamericanos y caribeños viven fuera de su país de nacimiento, la mayoría en América del Norte, en particular en los Estados Unidos, y que gran parte de ese número corresponde al incremento inédito registrado en la década de 1990 (CEPAL, 2005; Celade, 2005). Según la OIM (2005:2), “durante el quinquenio 1995-2000, la tasa de emigración neta de América Latina y el Caribe fue la más alta del mundo”. Los Estados Unidos se convirtieron en el receptor de una parte importante de la migración mundial –concentrando 35 millones de inmigrantes en el año 2000, equivalentes al 20% de ese contingente (OIM, 2005)– y en destino privilegiado de gran parte de la emigración regional. El Celade (2005) estima, sobre la base de información oficial, que en los Estados Unidos había en el año 2000 un total de 15 millones de inmigrantes de la región. El carácter irregular de algunos flujos de migrantes, sin embargo, podría implicar un alcance aún mayor.

A la larga historia de las emigraciones mexicanas y caribeñas (particularmente cubana y puertorriqueña) hacia los Estados Unidos se suman en las últimas décadas la centroamericana y la sudamericana. La migración mexicana se remonta al final del siglo XIX y principios del siglo XX. El primer movimiento migratorio relevante se produjo entre 1901 y 1920, en el contexto generado por la Primera Guerra Mundial, con la escasez de mano de obra para las actividades agrícolas y el mantenimiento de las líneas ferroviarias de los Estados Unidos. Al final de la década de 1920 ya existía un flujo regular de emigrantes indocumentados, que sólo se vio interrumpido por los efectos de la crisis económica y la gran depresión del comienzo de la década de 1930, que redujeron la demanda de trabajadores.

En cierto modo, la migración mexicana –legal e indocumentada– ha estado supeditada a los movimientos cíclicos de la economía de estos dos países. A lo largo de las décadas se fue conformando una “tradición migratoria”, inducida por las limitaciones de empleos e ingreso de capitales en el país, sostenida por una amplia estructura de redes familiares en los lugares de destino e indirectamente fomentada por diversos sectores de la economía norteamericana, que privilegian la fuerza de trabajo considerada de baja calificación y, por lo tanto, más barata.

El Censo de 2000 de los Estados Unidos contabilizó 35,2 millones de hispanos –compuestos por los inmigrantes y sus descendientes–, equivalentes al 12,5% de la población del país. Este grupo aumentó el 61% desde 1990, año en que alcanzaba a 21,9 millones. Entre ellos, los mexicanos representaban el 59,3%, seguidos por los puertorriqueños con el 9,7%. Según la misma fuente, el 40% de los hispanos nacieron en el extranjero, pero lo que más llama la atención es que el 46% de los integrantes de ese subgrupo migraron hacia los Estados Unidos en los años 90 (gráfico abajo). La afluencia hasta entonces había sido sistemática, pero moderada, con la llegada del 10,2% antes de 1970, del 14,6% entre 1970 y 1979, y del 29% en los años 80. La tendencia es relativamente homogénea para el conjunto de los países de procedencia –con la clara excepción de la migración cubana, que tuvo mayor impacto en las décadas de 1960 y 1980–, aunque por su crecimiento sobresalen las recientes contribuciones de la migración mexicana, sudamericana y centroamericana.

La migración mexicana a los Estados Unidos está lejos de ser un fenómeno nuevo, pero actualmente adquiere mayores magnitudes, al mismo tiempo que los patrones migratorios se tornan más complejos y heterogéneos. A partir de la década de 1980, con la crisis económica y los posteriores procesos de reestructuración económica, los flujos migratorios se intensificaron y adquirieron nuevos rasgos con respecto a la procedencia esencialmente urbana, a la ampliación de las regiones de origen y a las características sociodemográficas de los migrantes, particularmente caracterizados por una mayor presencia de mujeres y diversos grupos étnicos (Conapo, 2004).

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Policía detiene a los líderes del movimiento por la reforma de las leyes de inmigración en los Estados Unidos luego de una manifestación pacífica, en Washington, en mayo de 2010 (Arasmus Photo/Creative Commons)

Rumbos alternativos

La década de 1970 marcó un punto de inflexión en el escenario migratorio de América Latina y el Caribe: a partir de ese momento, adquiere importancia la búsqueda de destinos alternativos a los tradicionales. Con el endurecimiento de los controles migratorios por parte de los Estados Unidos, los latinoamericanos pasaron a buscar alternativas migratorias. Entre los nuevos destinos, aunque con magnitud mucho menor, figuran Canadá y varios países europeos. El fenómeno, en cierto modo una novedad, es sugestivo por la diversificación que adquiere la migración internacional en función de las posibilidades de inserción de los trabajadores en los países desarrollados. En Canadá, el contingente de inmigrantes originarios de la región, poco relevante hasta la década de 1960, se incrementó apreciablemente en los últimos decenios, alcanzando a más de medio millón en 2000 (véase cuadro al lado). A las corrientes tradicionales de caribeños, originarios de Jamaica, Guyana, Trinidad y Tobagoy Haití se sumaron los procedentes de América Central, en gran parte constituidos por salvadoreños.

La emigración latinoamericana y caribeña hacia Europa, en particular a España, el Reino Unido, los Países Bajos e Italia es doblemente relevante por la magnitud y por el crecimiento de los flujos, y por el significado que representa el destino para ciertos países de la región desde hace algunas décadas. La migración para estos países, aun cuando formada mayoritariamente por nativos de la región, tiene en parte el carácter de migración de retorno, de descendientes directos o separados por varias generaciones. Otros destinos que comienzan a cobrar importancia son Japón y Australia. Los contingentes migratorios transcontinentales de latinoamericanos y caribeños han crecido vertiginosamente
y tienden a diversificarse.

Latinoamericanos y caribeños 
en Europa y en otros países, 
con informaciones disponibles 
(hacia el año 2000)

País de presencia

Total

Alemania

87.614

Austriaa

2.308

Bélgica

4.962

Dinamarca

865

España

840.104

Franciaa

41.714

Holanda

157.745

Italia

116.084

Noruega

14.937

Portugal

25.531

Reino Unido

500.000

Suecia

19.930

Total da Europa

1.811.794

Australia

74.649

Canadá

575.955

Israel

78.259

Japón

285.691

Total de los países con informaciones 

2.826.348

Fuente: Proyecto IMILA del Celade.

a Datos correspondientes a 1990.

 

Un lugar en la agenda

La migración internacional no es un fenómeno novedoso, pero recuperó importancia y valor analítico relacionado con las transformaciones económicas regionales y globales, los cambios demográficos, los desarrollos tecnológicos en las comunicaciones y en el transporte y, particularmente, con los procesos de reorganización de la producción, la nueva dinámica de acumulación a escala mundial y la consecuente división internacional del trabajo. Su incremento correspondió al surgimiento de redes globales de riqueza, poder e imágenes y, en cierto modo, a la misma lógica que viene determinando la descentralización y reubicación de capitales de los países más industrializados hacia las zonas periféricas, más propicias para la expansión de la producción y la conquista ampliada de nuevos mercados caracterizados por la abundancia de mano de obra flexible y relativamente barata. El contexto de la globalización y las políticas neoliberales propician un sentido doble para la migración internacional.

De las últimas décadas, la de 1990 encontró sus determinantes básicos en los desajustes económicos y sociales generados por el modelo económico imperante. El desempeño económico reciente ha impulsado una mayor vulnerabilidad y tornado a la población indefensa. La pobreza no ha dejado de representar un gran desafío para las políticas sociales. El modelo económico viene mostrándose radicalmente excluyente. El saldo ha sido la expansión del desempleo, el deterioro de la calidad del trabajo, la profundización de las desigualdades en la distribución de los ingresos y, consecuentemente, el empeoramiento de las condiciones de vida de la población. La migración no es un problema social marginal; en particular, responde a las condiciones estructurales generadas por el modelo económico. En ese marco, la política que promueve la libre circulación de capitales y mercaderías –y, al mismo tiempo, intenta restringir la libre circulación de las personas– no tiene posibilidades reales de éxito ni a corto ni a mediano plazos. Es muy poco probable que las prohibiciones detengan los flujos migratorios. La consecuencia de esta paradoja es el creciente riesgo de violación de los derechos humanos de los migrantes, puesto en clara evidencia por la xenofobia, los bajos salarios, la discriminación de todo tipo y el desamparo enfrentado por muchos migrantes.

La idea de que la migración representa más una carga que un beneficio para los países de destino es insostenible. La migración es esencialmente de trabajo y, en general, la oferta de trabajo inmigrante no compite directamente con los espacios ocupados por los trabajadores nativos. En la mayoría de los casos, los inmigrantes se ubican en los extremos inferior y superior del mercado de trabajo, dependiendo del grado de calificación del capital humano.

En sentido amplio, la migración plantea grandes desafíos a la investigación y a las acciones políticas con respecto a temas fundamentales, como los derechos humanos, la protección jurídica de los trabajadores migrantes, la vulnerabilidad de los inmigrantes, la igualdad de géneros, el tráfico de personas, la importancia de las remesas de dinero en los procesos de desarrollo local, las implicaciones de la emigración calificada, el alcance de la integración regional y las posibilidades de gobernabilidad futura de la migración. Todos estos procesos demandan un lugar especial en las agendas políticas de los países de origen, tránsito y destino.

Gráficos

 

 

 

 

 

Datos Estadísticos

Migración internacional en el mundo por regiones (1970-2000)

Regiones

Cantidad de migración internacional (millones)

Participación (%)

1970

2000

1970

2000

Mundo

81,5

174,9

100,0

100,0

Regiones desarrolladas

38,3

110,3

47,0

63,1

Regiones en desarrollo

43,2

64,6

53,0

36,9

África

9,9

16,3

12,1

9,3

Asia*

28,1

43,8

34,5

25.0

América Latina y el Caribe

5,8

5,9

7,1

3,4

América del Norte

13,0

40,8

15,9

23,3

Oceanía

3,0

5,8

3,7

3,3

Europa**

18,7

32,8

22,9

18,7

URSS (antigua)

3,1

29,5

3,8

16,8

Fuente: IOM: World migration 2005: costs and benefits of international migration.

* Excluye Armenia, Azerbaiján, Georgia, Cazaquistán, Kirguistán, Tajikistán, Turcomenistán y Uzbequistán.

** Excluye Belarus, Estonia, Letonia, Lituania, República de Moldavia, Federación Rusa y Ucrania.

 

América Latina y el Caribe: contingente de población nacida en el exterior según país de nacimiento y sexo (hacia el año 2000)

País de residencia

Total de nacidos en el exterior

Nacidos en América Latina y en el Caribe

Total

Hombres

Mujeres

IM*

Total

Hombres

Mujeres

IM*

Argentina

1.531.940

699.555

832.385

84,0

1.041.117

477.985

563.132

84,9

Belice

34.279

17.517

16.762

104,5

29.305

14.804

14.501

102,1

Bolivia

95.764

49.299

46.465

106,1

76.380

38.853

37.527

103,5

Brasil

683.769

365.915

317.854

115,1

144.470

78.800

65.670

120,0

Chile

195.320

94.677

100.643

94,1

139.082

64.693

74.389

87,0

Costa Rica

296.461

149.495

146.966

101,7

272.591

136.055

136.536

99,6

Ecuador

104.130

52.495

51.635

101,7

74.363

36.569

37.794

96,8

Guatemala

49.554

22.180

27.374

81,0

39.515

16.891

22.624

74,7

Honduras

27.976

14.343

13.633

105,2

20.097

9.915

10.182

97,4

México

519.707

261.597

258.110

101,4

91.057

43.071

47.986

89,8

Panamá

86.014

43.719

43.264

101,1

53.322

25.259

28.063

90,0

Paraguay

171.922

89.453

82.469

108,5

155.470

80.468

75.001

107,3

República Dominicana

96.233

58.069

38.164

152,2

79.170

48.410

31.432

154,0

Venezuela

1.014.318

508.958

505.360

100,7

752.819

363.115

389.704

93,2

Total

4.907.387

2.427.272

2.481.084

97,8

2.968.758

1.434.888

1.534.541

93,5

Fuente: Proyecto IMILA del Celade. | *IM: índice de masculinidad.

 

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por admin Conteúdo atualizado em 09/06/2017 21:12